lunes, 31 de octubre de 2016

Burbuja tecnológica

lunes, 31 de octubre de 2016

Cuando en la década de la carrera espacial la sociedad se imaginaba el futuro, lo hacía pensando en un mundo utópico rodeado de tecnología. En cuanto a la ubicuidad de esta se acertó, pero pocos pensaron en los problemas que un desarrollo mal entendido podría conllevar, lo que ha devenido el la distopía actual. El postmodernismo que vino a continuación se obcecó en el lado más negativo, olvidando proponer otras visiones cuyo realismo no implicara necesariamente un pesimismo enfermizo. Hoy en día el consumismo es el protagonista, esa técnica de mercadotecnia que consiste en crear necesidades allá donde sus usuarios no las tienen, que lleva a crear burbujas si con ello aumentan las ventas. No importa si estas necesidades son inventadas, no importa qué haga falta para satisfacerlas ni qué efectos secundarios puedan tener. Lo único que importa son los beneficios y el «libre mercado».
Los clientes no saben lo que quieren hasta que alguien se lo muestra
Steve Jobs

La tarifa plana de datos no es gratis

La tecnología mejora nuestras vidas pero en aspectos que no hemos podido elegir conscientemente la mayoría de las veces —lo que choca con el concepto original del marketing—. Funcionalidades como la del Whatsapp que «alguien» puso en el lugar y momento adecuados —Blackberry, iPhone— se transmitieron como un meme a un público que hasta ese momento no sabía que lo necesitaba. Ni sabía que de ser así ya tenía soluciones de mensajería instantánea para hacerlo. Por no hablar del correo electrónico que es una aplicación universal y fiable al contrario que la famosa aplicación mencionada, la cual pocos caen en la cuenta que es una empresa que vende un producto invasivo y hasta hace muy poco completamente desprotegido. El email de siempre —que en lugar de desaparecer puede convertirse en inmortal— puede cumplir una funcionalidad muy similar en la mayoría de los casos —para algo existe la tecnología push— sobre todo si dejamos de lado las habituales conversaciones banales que se suelen ver en el programa de mensajería famoso, aprovechando que es «gratis», como si la tarifa plana de datos y el smartphone lo fueran.

En los sistemas educativos actuales en lugar de mejorar para que el alumnado pueda aprender más y mejor en el mismo tiempo, lo que se hace es bajar el listón de un modelo obsoleto basado en la enseñanza dirigida. Tan sólo algunos países están introduciendo la programación como troncal en sus sistemas educativos de manera que el estudiante tenga criterio en un mundo rodeado de tecnología y no necesite depender de lo que otros decidan. Al hablar de programación y de informática no se refiere a manejar como usuario programas de ofimática, sino comprender realmente cómo funcionan los sistemas informáticos desde edades tempranas de manera que resulte tan natural para ellos como dividir y multiplicar. Hasta ahora, el hecho de que las calculadoras de bolsillo existiesen no evitaba que los alumnos continuasen aprendiendo a realizar operaciones básicas. Pero dentro de poco, operaciones imprescindibles de un mundo tecnificado al máximo serán incomprensibles para la mayoría de los que dependan de su uso.

La tendencia iniciada por algunas marcas de convertir la informática en un producto de consumo ha obligado a simplificar y a bloquear la mayoría de funcionalidades para que el usuario no se vea en tesituras incómodas que le hagan enfrentarse a la pregunta de si se está o no lo suficientemente preparado. Es decir, en lugar de tener un público más formado, se le proporciona un producto de estética atractiva pero cerrado y preconfigurado para que todas las decisiones hayan sido tomadas por la compañía vendedora, previo acuerdo comercial con fabricantes de hardware y proveedores de software a los que se les ofrece un numeroso público que va a usar sus programas y a conectarse a través de sus conexiones de datos. El uso del llamado «big data» es una arma de doble filo que algunos medios comienzan a advertir. Esta tecnología facilita a las empresas y emprendedores crear técnicas de marketing muy precisas, pero es necesario establecer límites. En general, la recolección de datos para ser usado en marketing es admisible y útil como explican en el blog de Neil Patel, pero cuando se trata de entidades gubernamentales sin que haya transparencia, tiene grandes probabilidades de acabar en abuso sabiendo lo que ocurre con el poder y los políticos.

En definitiva, promover un desarrollo tecnológico basado en el consumismo sin que exista un desarrollo paralelo en educación, a la larga va a provocar una diferencia mayor entre productores acomodados y consumidores ignorantes, olvidando que la mayor fuente de ideas y de creatividad está en la sociedad compuesta en su mayor parte por estos últimos. Los recursos son limitados, a pesar de ello, se produce sin cesar en infestadas fábricas en China extrayendo materiales de países del tercer mundo gobernados por dictaduras apoyadas por países «democráticos». Cuando sea necesario encontrar nuevos caminos o soluciones para problemas que hoy no podemos o no deseamos ver, pero que tarde o temprano aparecerán, ¿quién las encontrará?

viernes, 7 de octubre de 2016

La España que estámos construyendo

viernes, 7 de octubre de 2016
La España que construimos o más bien lo contrario

¿Ha fracasado el llamado «espíritu de la transición»? ¿cuál es la España que se ha construido desde entonces? ¿son los parámetros de convivencia actuales, la mejor alternativa a la guerra civil y la dictadura? Ya en se dijo que no era buen síntoma que en el 2004 un partido ganara contra pronóstico unas elecciones gracias a un atentado terrorista. Ni el partido que entonces estaba al frente del gobierno ni el aspirante habían presentado nada que realmente mereciera la pena. En la medida pudo influir aquel trágico y traumático suceso —que con toda probabilidad fue decisorio dada la igualdad de los rivales— significaba que el proyecto político de convivencia llamado España fracasaba... de nuevo.

Al hablar de proyecto político se habla de la creación de una serie de instituciones que representan a esa parte del pueblo que sí desea la convivencia. El problema es que en la construcción de ese proyecto y por mucho que sus protagonistas defiendan otra cosa, prevalecen sectores cuyos intereses no tienen nada que ver con la representación de la sociedad que aspira a construir un proyecto común, y sí más con el dogmatismo, las ansias de poder y de control. La España que estamos construyendo no se apoya sobre la convivencia, sino sobre el reparto de protagonismo. El que ocupan dos grandes partidos, uno de ellos infestado de mediocridad y de corrupción, pero que a pesar de ello continua logrando grandes resultados electorales, como si de esta manera los demás tuviéramos que aceptarlo.
La España del griterío y de la manifestación mediática pero inútil para lo que dice defender

Ante la ausencia de argumentos, la convivencia política en estos momentos consiste en el atropello y en la acusación, en muchas ocasiones de asuntos similares a los que el propio acusador comete. En el anuncio de casos de corrupción que llevan décadas siendo investigados, pero que salen a la luz pública únicamente cuando hace falta, cuando los mecanismos de pacto de no agresión ceden ante el exceso de una de las partes. Cuando la crisis económica complica que las bocas hasta ahora calladas lo continúen estando. Dos partidos que continúan ocupando la mayor parte de la escena política aunque no ofrezcan ninguna solución al problema de España, eternizando el enfrentamiento y viviendo de él. Son realmente los causantes del problema, avivándolo y viviendo a costa del apoyo logrado en base a transmitirlo a la sociedad.

Por un lado un Partido Popular cuyo núcleo es puramente dogmático, nacionalista, ultra-católico, de fe ciega en la jerarquía, sea militar o eclesiástica. Un partido en el que hay poca posibilidad para la disidencia, pero sí para la corrupción, salvo en la periferia, donde pueden existir ambas cosas. Y por el otro, de envidiosos ególatras cainitas, mentirosos y figurantes patológicos, que no dudan en darse codazos, zancadillas y puñaladas en cuanto se trata de estar al frente de un colectivo, aunque implique la práctica destrucción del mismo. Un Partido Socialista de más de un siglo de antigüedad que no es capaz de organizar un Comité Federal —su máximo órgano de gobierno interno— de forma racional y educada. Un partido que no se ha preocupado en absoluto de buscar constituirse como una alternativa sólida frente a la derecha que critican, tratando en verdad de colocarse a su lado. Hacerse un hueco en las estructuras de poder del sistema, sin aspirar a ser el necesario ejemplo de organización política de ciudadanos.

La España de la telebasura y la España real cada vez son más indistinguibles
GH se derrumba en audiencia: la competencia es muy fuerte, mejor ver las noticias
Pero el verdadero problema es lo que ocurre al margen de estas dos organizaciones reclutadoras de enfermos, ansiosos por el protagonismo y de colocarse en un estrado para sentirse importantes. Al otro lado del televisor, la sociedad asiste a este lamentable espectáculo como si estuviera viendo la enésima edición de la tele-basura de Gran Hermano. Pensamos que no tenemos nada que ver con eso, sin darse cuenta que se trata de las dos principales organizaciones de las cuales surgen los representantes políticos que deciden todos los aspectos que acaban influyendo de forma determinante en nuestra vida cotidiana: nuestra salud, nuestros servicios públicos, la educación de nuestros hijos, nuestra cultura, nuestra convivencia, todo, depende de gente que se mueve en los mismos círculos de que protagonizan los casos de corrupción o los poco edificantes y bochornosos recientes espectáculos políticos.

 El 15M —en concreto, las manifestaciones multitudinarias y transversales que se dieron en varias ciudades de España, precedidas en los meses anteriores de diversas iniciativas similares aunque menos multitudinarias— fuera o no organizado por grupos de activismos de izquierdas, lo cierto es que reflejaban el malestar de la sociedad y su desacuerdo generalizado. De todo aquello se ha materializado una organización en forma de partido conocida como Podemos. En el sistema político español, la única posibilidad práctica para solucionar el problema que los dos grandes partidos no sólo no solucionan sino que la agravan, es sustituyéndolo por otro —u otros—. Y este partido, si bien comenzó con unas ideas aplicables como alternativa a la situación, en cuanto ha entrado en el congreso nos ha recordado a todos el circo que realmente ha sido durante estos más de treinta años. En su afán de conseguir votos, ha replicado las mismas y viejas tácticas políticas partidistas buscando atraer votantes del PSOE, sin darse cuenta que de esta manera se puede acabar convirtiéndose en lo mismo de lo que se pretende huir. Afortunadamente les ha salido mal, ya que atraer a un voto socialista anquilosado y sectario de décadas de fidelidad es prácticamente imposible.

Esta España del griterío, de la acusación, de la desconfianza, del enfrentamiento, del miedo, de las manifestaciones inútiles, de absurdo «meme» en la red social de turno, de los falsos debates, de la burda y sucia agitación política, cuya memoria no va más allá del último «barsa-madriz», es la que desgraciadamente vamos a dejar a nuestros descendientes. Porque de los que ahora mismo depende, no va parece que vaya a salir nada mejor.