Mostrando entradas con la etiqueta límites. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta límites. Mostrar todas las entradas

lunes, 30 de marzo de 2015

Las jerarquías

lunes, 30 de marzo de 2015

Los dos sentidos del poder
¿Son necesarias las jerarquías? ¿Son todas iguales? ¿Son las jerarquías políticas incompatibles con la igualdad de los ciudadanos? Las jerarquías en general, son una forma de organizar elementos, clasificándolos y ordenándolos según un criterio. No han de ser necesariamente políticas, pueden ser de cualquier otro campo en el que sea posible subordinar unos elementos a otros. Como ejemplo, se pueden consideran los estados políticos como elementos y como el criterio de subordinación, las áreas geográficas que ocupan y a las que pertenecen. En este caso, el área determinada por el estado español está subordinada al área geográfica de la Península Ibérica, porque una está incluida dentro de otra:
        • Planeta Tierra
          • Eurasia
            • Europa
              • Península Ibérica
                • España
                • Portugal
Los criterios de subordinación pueden ser diversos y no todas las clasificaciones han de establecerse por una relación de «subordinación» vertical. También hay vínculos horizontales por los cuales es posible agrupar elementos, en caso de que puedan ser igualmente válidos —según un criterio arbitrariamente escogido—. Este tipo de organizaciones son las heterarquías, presentes en las organizaciones holocráticas —en las adhocracias se carece de jerarquía—. En el ejemplo propuesto Portugal y España corresponderían a una heterarquía de países peninsulares. Es necesario incidir en este punto ya que no es posible poner el enlace a la Wikipedia en español porque no existe. A pesar de ser un concepto evidente y cotidiano, resulta enormemente revelador que no le interese a ningún enciclopedista en nuestro idioma, un sistema de organización basado en la igualdad de sus elementos en lugar de en la subordinación. 

Las jerarquías en una democracia

No obstante, si en una democracia se parte de una situación de igualdad podría pensarse que se trata de una heterarquía de ciudadanos. Pero para poder realizar tal agrupación es necesario definir un criterio. En una democracia la situación de igualdad inicial se debe a una inexistencia de criterio definido, no a una igualdad real. A lo sumo, se podría hablar de un sustrato social —cultural y político— mínimo, pero insuficiente para crear estratos. La democracia es el único sistema cuya forma final se auto-define constantemente.

La población

Cada miembro de la sociedad tiene una habilidad, conocimiento y —fundamentalmente— una voluntad distinta. Por lo tanto, la primera necesidad que surge en una democracia con un número de miembros elevado, es la de establecer una jerarquía en función de su utilidad y capacidad, según el criterio de la mayoría. La función de los sistemas políticos consiste precisamente en esto: gestionar el capital humano y material de una sociedad para hacer frente a los retos y problemas a los que haya que enfrentarse. Una de las primeras materializaciones de esta situación es la elaboración de un Proceso Constituyente, por la que la sociedad elige a unos representantes para la labor específica de diseñar el nuevo sistema político.

Esta situación implica varias cosas —algunas suelen brillar por su ausencia en las democracias europeas—. Una es el carácter temporal de estas estructuras sociales creadas —ha de serlo ya que la sociedad es un grupo compuesto de individuos que cambian como consecuencia de su desarrollo en el seno de la misma—. Otra es la de la permanente capacidad de la sociedad para decidir sobre dicha jerarquía creada. En definitiva, existe una cultura de soberanía ciudadana que impregna todos los ámbitos y entornos sociales —político, económico, empresarial, cultural, etc.— de forma que en una democracia las jerarquías son decididas desde la base de la sociedad.

El criterio de la mayoría

Los criterios por los cuales en una democracia se eligen a las jerarquías son definidos por la mayoría en el propio momento de la elección. El único límite en principio, son aquellas decisiones que afecten al propio sistema que las hace posibles, el cual consiste en dar voz a todos en igualdad, incluidas las minorías. Es decir, no es ni mejor ni peor criterio que cualquier otro, ya que el «bien y el mal» son conceptos bastante subjetivos en la mayoría de ocasiones. Un representante elegido puede ser asiduo de locales de alterne y al mismo tiempo, actuar con responsabilidad y buen hacer en su función pública. O puede ser totalmente al contrario, la cuestión es que es la mayoría la que decide.

Para servir a Dios y al Rey

Naturalmente, la democracia «perfecta» descrita anteriormente supone una ruptura respecto a la división cultural y política existente. A muy grandes rasgos, en el viejo continente la tradición de las antiguas aristocracias y las jerarquías eclesiásticas continúa ejerciendo su influencia —salvo algunos como Francia y la antigua Unión Soviética que se los quitaron de encima por la vía rápida, con distinto resultado, eso sí— . Alemania y Reino Unido son dos casos tan particulares como completamente distintos: en el país germánico la estructura política fue establecida por los Aliados tras la Segunda Guerra Mundial, mientras que Inglaterra es uno de los pocos casos en los que los logros democráticos se han alcanzado con reformas políticas, en lugar de con revoluciones, extendiéndose al resto del Reino Unido.

En los países mediterráneos no hemos superado la caída del antiguo Imperio Romano. Desde la época medieval se continúa intentando emular la magnificencia y pomposidad imperial romana, olvidando sus errores y a dónde les llevaron. Este cesaropapismo es la causa por la que se refieren a nosotros como los PIGS —Portugal, Italia, Grecia y Spain—, en los que la cultura dominante se caracteriza por una sociedad pasiva que espera que se lo den hecho y unos dirigentes más preocupados en la pompa y la rimbombancia, que en su servicio al público. En este tipo de culturas las jerarquías son decididas desde su propia cima, es decir, en sentido contrario al de una democracia ideal. Esto ocasiona que el resultado de la acción de mando acabe favoreciendo principalmente a los intereses particulares de cada eslabón jerárquico, más que a la base de la sociedad.

Siendo realistas

Pensar en una sociedad en la que todo se decide de forma inapelable desde la base tiene un preocupante parecido con la dictadura del proletariado, base del sistema comunista. De hecho el propio Vladimir Lenin propuso como forma de organización de la clase obrera el llamado centralismo democrático. En realidad, su idea no era descabellada, el problema es que aunque de boquilla digan una cosa, me temo que al resto de comunistas no les gusta la idea de rendir cuentas ante la mayoría o que su cargo sea permanentemente revocable, tal y como proponía el líder ruso. Ya saben el poder es el poder, y aquí no se salva nadie.

Como opuestas a este intento de organización democrática se suelen encontrar las «democracias capitalistas», en las que es el poderío económico el criterio final que decide los eslabones de la jerarquía, dejando la participación ciudadana como algo simbólico, una especie de «acto de condescendencia» paternalista. El resultado es que las añejas instituciones europeas y el poder económico se alían en mutuo beneficio, conformando una especie de nuevo «despotismo ilustrado».
Creo sinceramente, como tú, que las instituciones bancarias son más peligrosas que los ejércitos preparados; y que el principio de prestar dinero para devolver posteriormente, denominada financiación, no es otra cosa que estafa futura a gran escala

Puede parecer una locura, pero tal vez el único lugar del mundo —que conozco— en el que se haya puesto en práctica la democracia de Lenin fueran los EEUU, en sus inicios. En aquel entonces se partía de cero, sin jerarquías definidas y con el pueblo como único poder que se auto-organizaba. Era así hasta el punto de que se quitaban de encima a quien no les gustaba, colgándoles del árbol más próximo. Luego vino el poder económico que allí tuvo un camino mucho más fácil que en Europa, ya que a pesar de advertirlo Thomas Jefferson, una vez controlaron el dinero no tuvieron quien se les opusiera para decidir sobre todas las cosas. A las oligarquías económicas, los políticos de aquel país que sí están bajo mecanismos de revocación de mandato —que han sido utilizados con efectividad— les importan un pimiento. Mientras no sean de utilidad para el mercado, claro.

El término «correcto»

El dicho dice que «en el término medio está la virtud». Yo no creo que sea así siempre, pero si nos alejamos de posturas radicales e inamovibles —que pueden estar tanto en los extremos como en cualquier punto medio elegido dogmáticamente— se encuentra un campo de posibilidades mucho mayor.

El verdadero punto de enfrentamiento que existe está en nuestra propia naturaleza: por un lado nuestra mente racional nos estimula a crear organizaciones funcionalmente lógicas, pero por otro lado, el instinto tribal nos hace dejarnos llevar por el animal que llevamos dentro. Parece que se acaba buscando un macho alfa como líder de «la manada». La variable «personas» en muchas ocasiones escapa a nuestro control, pero no hay más remedio que lidiar con ella.
Como resultado final de nuestra historia evolutiva conviven en cada uno de nosotros dos identidades, la individual y la colectiva. Negar la existencia de cualquiera de las dos naturalezas es cerrar los ojos a la realidad. Mientras que la identidad individual nos empuja al egoísmo y a la insolidaridad, la colectiva nos puede llevar al abismo, porque nos hace fácilmente manipulables. [...] ¿Será posible que algún día el ser humano pueda superar su permanente contradicción entre el individuo y el grupo? ¿Nos habrá conducido la evolución hacia un callejón sin salida? La respuesta, amigo lector, está en el viento.
Juan Luis Arsuaga (El collar del Neardental)

Hay casos, como los entornos empresariales privados, en los que es complicado pensar en una jerarquía decidida desde la base. Sin embargo, sí que es posible pensar en jerarquías de doble sentido, o en tramos, donde haya participación de los trabajadores. En otros entornos especializados como los profesionales —técnicos, judiciales, etc.—, los científicos o los académicos, es posible —y conveniente— establecer meritocracias en los que el criterio sea lo más objetivo posible. En cualquiera de estos casos es fundamental, al igual que ocurre con la democracia, una cultura de convivencia compatible con el sistema deseado. El poder, sea cuál sea, no es tonto. Tomará las decisiones que más fácil le sea aplicar sin demasiada oposición. Si se cambian las actuales jerarquías pero no se ponen límites a las que vengan, se logrará cambiar los collares. Pero los perros, serán los mismos.

jueves, 2 de enero de 2014

Necesidad de límites

jueves, 2 de enero de 2014
El poder tiende a corromper. El poder absoluto corrompe absolutamente

Foto: midiario.com
Esta archiconocida cita se ha repetido tantas veces que la saturación provoca que nos pase por un oído y salga por el otro. Forma parte del paisaje. Ruido de fondo. Se piensa que es de esos tópicos o refranes curiosos ante los que uno no hace más que encogerse de hombros. Un juego de palabras inocuo. Puede que haya gente que piense que esta frase es inexacta. Que solo se aplica a ciertas personas. Seguro que algunos creen conocer gente que si estuviera en el poder sabrían «poner las cosas en su sitio»: su partido de toda la vida —ese con el que su abuelo lucho de joven— y toda esa conocida y rancia cantinela.

Otros creen que cualquiera con un pasado humilde es incapaz de abusar de una situación de poder. Luego, cuando alguno de ellos logra llegar a él y está el suficiente tiempo como para hacer abuso, surge la sorpresa: ¡con lo bueno que parecía cuando lo conocimos! ¡lo encantadora que era esta mujer, y cómo se ha vuelto ahora! ¡lo humilde que era su familia y lo prepotente y soberbio que se ha vuelto! Es igual, no pasan de ser comentarios de bar y nadie se acuerda de lo advertidos que estaban. Los hay también, por supuesto, que ansían llegar al poder a cualquier precio para dar rienda suelta a sus desmanes.

Sin embargo, creo que hay una respuesta científica a esta cuestión, aplicable a toda la especie humana. Una explicación antropológica que puede dar respuestas a estas eternas cuestiones que desde la Grecia Clásica se les llama hibris: el ser humano tiene cerca de medio millón de años de antigüedad. Sin embargo, la Historia «sólo» recoge unos tres mil años. En la mayor parte de la existencia de nuestra especie —miles y miles de años— el ser humano vivió en la escasez. Para obtener el sustento diario, debía realizar un gran esfuerzo físico y mental. Un fallo, una falta de eficacia, y ese día no se comía o podía morir alguien.

El inevitable y necesario desarrollo tecnológico mejoró las condiciones de vida, y posibilitó la formación de grandes imperios. Pero todos ellos llevaron de forma invariable a la corrupción, desigualdad y abuso de poder. Es decir, cuando sobre un ser humano recaía el poder suficiente de forma que dejaba de tener necesidades, poseyendo todo cuanto podía desear, su naturaleza se pervertía. Esto se puede extender a las monarquías absolutistas, algunas ordenes religiosas y en general, a las sectas y partidos políticos.
El poder es el último afrodisíaco.
Henry Kissinger (1923)

No es necesario ser todopoderoso para ello. En la medida a una persona se le facilitan en exceso las cosas, se vuelve igualmente débil, dependiente, caprichoso y envidioso. Como les ocurre a los niños malcriados que se les ha mimado en exceso. No es una cuestión de ideologías ni de clases, es simplemente nuestra naturaleza. Y ocurre tanto en el sufragio de la Alemania que eligió a Hitler como gobernante sin control, como en la dictadura proletaria de la comunista Unión Soviética de Stalin.

El problema surge en todo tipo de ámbitos y es causa de adicciones —drogas, alcohol, redes sociales, etc— , obesidad, consumismo, etc. Se puede decir que allá donde no hallan unos límites con la suficiente efectividad, el descontrol y el exceso se apodera tarde o temprano de una cantidad significativa de afectados.

Se puede pensar que es una cuestión de educación. Qué duda cabe que a través del autocontrol es posible moderar estos comportamientos, pero aquí es donde se encuentra la verdadera naturaleza del problema. Nuestro ser carece de mecanismos evolutivos naturales que de forma instintiva, eviten automáticamente comportamientos abusivos sobre nuestro entorno —sobre nosotros mismos o los demás—. Únicamente pueden reducirse mediante el autoaprendizaje consciente, pero nunca se va a poder eliminar la tendencia natural a aprovechar cualquier circunstancia favorable que nos proporcione placer —alimentos, dinero, sexo, más poder, etc—. El también conocido dicho de que la sed de poder es insaciable, no es únicamente un recurso metafórico, es estrictamente cierto. El ser humano no está preparado para no tener adversidades.
Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder.
Abraham Lincoln (1808-1865)

Por tanto, es casi tan necesario como el aire que respiramos, que nos pongamos límites que no dependan de nosotros mismos. Debemos crear un entorno político y social con personas que no nos permitan cualquier cosa, que nos frenen cuando sea necesario y debemos corresponderles de la misma manera. Si esto se aplica para cualquiera, la necesidad de establecer límites se hace todavía más perentoria si se trata de representantes políticos que viven de nuestro trabajo.

Al igual que en otras fases de nuestra evolución, es la mente racional la única que nos puede salvar de nuestra falta de adaptación al entorno totalmente controlado y falto de peligros que —paradójicamente— nos estamos construyendo. Seamos racionales pues.