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jueves, 6 de julio de 2023

Desmontando mitos de la política en España

jueves, 6 de julio de 2023
Congreso de los Diputados

Es habitual pensar que en España vivimos en el «menos malo» de los sistemas políticos conocidos. Con esta afirmación parece que se intenta zanjar toda posibilidad de modificar ni una sola coma al actual sistema. Sin embargo, nuestro sistema de representación política no está carente de extrañas y retorcidas peculiaridades, causa de muchas de las habituales discusiones polarizadas sobre temas políticos que parecen aprovechar la circunstancia de que un buen número de personas desconoce su funcionamiento en detalle, y ha asumido cierto relato construido desde la Transición. «Mitos» con los que en algún momento en el pasado la sociedad soñó y creyó haber alcanzado, pero la realidad parece indicar otra cosa:

Nuestro voto vale igual: FALSO

Una democracia representativa se supone que se distingue básicamente por dos cosas. Una de ellas es que el voto de todos los ciudadanos vale lo mismo. Lamentablemente no se puede decir esto del caso español porque no se cumple: el valor del voto es diferente ya que el reparto de escaños se realiza por cada circunscripción —la provincia— la cual tiene asignada una cuota mínima fija de escaños que no depende de su población. Esto provoca que las provincias con poca densidad de habitantes determinen con mayor peso el número de escaños asignados, es decir, los votos tienen mayor valor que en el resto del país (¡¡La primera condición importante ya no se cumple!!) Bueno, pero al menos podremos decir que ese reparto de escaños se hace a representantes elegidos por el pueblo. Pues no.

Elegimos a nuestros representantes: FALSO

Otra de las características de un sistema representativo es que se asume que los ciudadanos pueden elegir a sus representantes. Sin embargo, resulta extraordinariamente difícil poder decir eso de nuestro sistema. Parémonos a pensar por un momento: ¿A quién de los que componen esas listas de partido han puesto ustedes en ese lugar? Ninguno de cada uno de los concejales o diputados que se sientan a cobrar de nuestro dinero sin cumplir la mayoría de las promesas realizadas y no arreglar prácticamente ninguno de los problemas a los que se enfrentan —por no hablar de los que provocan— es elegido por los ciudadanos (¡¡La segunda condición tampoco se cumple!!) Cuando se acude a votar se ha de hacer a unas listas prestablecidas, cerradas y bloqueadas, con candidatos elegidos a dedo por las direcciones internas de los partidos, completamente opacas al ciudadano. Lo único que puede hacer este es delegar su voluntad a unas siglas de partido, el cuál propone una listas llenas de nombres que sea lo que sea promuevan en nosotros, no podemos hacer más que aceptarla o rechazarla, en cuyo caso deberemos aceptar la impuesta por otro partido. En definitiva, listas cuyo carácter anónimo solo es roto por su asociación con el candidato principal a jefe del ejecutivo. Alguien podrá pensar que por lo menos este candidato, una vez ganadas las elecciones, sí que es elegido por el pueblo. Pues tampoco.

El que gana las elecciones es elegido: FALSO

Este y el siguiente son casi el mismo punto pero es necesario puntualizar un par de cosas. Cuando vamos a las urnas vamos convencidos de que «vamos a elegir» a «alguien». Bueno, una cosa es cierta, en función del resultado electoral «alguien» será elegido, pero desde luego que no será el que hayamos podido decidir los ciudadanos. Por un lado porque como se ha visto nuestro voto va a parar a una lista completamente refractaria a nuestra decisión salvo para rechazarla —y que la acepte otro— y por otro lado porque los votos obtenidos son solo un primer paso para el reparto final de asientos en el Congreso. Este reparto se realiza mediante la conocida Ley d'Hont supuestamente para plasmar la territorialidad, al prevalecer los votos locales sobre los obtenidos en el conjunto del Estado. Sin embargo, al final lo que prevalece sobre todo lo demás son el número total de escaños de cada formación en el Congreso, da igual quien esté en la lista ni de dónde venga, porque por lo visto anteriormente, el ciudadano no lo ha elegido. En función de este resultado final en el Congreso, se ha de realizar una votación para entonces sí, elegir al presidente. Por tanto, «ganar» unas elecciones en función de los votos obtenidos, sea lo que sea que signifique este término en este contexto, no garantiza en absoluto qué candidato va a ser investido presidente.

Elegimos al presidente: FALSO

Poniendo por caso las elecciones generales, lo habitual venia siendo en las convocatorias que desde 1978 hemos estado asistiendo los que ya tenemos cierta edad —y desde que tuvimos la suficiente para hacerlo— que el partido que obtenía más votos colocaba al principal candidato como Presidente del Gobierno. Esto ocurría porque lo hacía con tal holgura que lograba también una mayoría en el Congreso, que es el órgano que cumple la función de representar a la ciudadanía española —lo que no significa que lo haga—. Pero el constante y paulatino aumento en el descontento de los ciudadanos con los partidos en el gobierno en su gestión legislativa, provocó la aparición «en el escenario» de otras fuerzas políticas, no necesariamente como solución, sino simplemente como única herramienta posible que la sociedad dispone para reaccionar de alguna manera a la situación que se interpretaba como lamentable. El resultado es que una vez repartidos los escaños, ya no era posible colocar al presidente propuesto por el partido ganador —insistimos, de haber un ganador es un partido, no un candidato, los ciudadanos no eligen a ni uno solo de los candidatos propuestos que aparecen en las listas— al no poseer la mayoría necesaria. La cuestión principal es que al presidente lo eligen los representantes en el Congreso, no los ciudadanos, y lo hacen unos diputados que tampoco los han podido elegir, sino más bien al contrario, es el candidato a presidente —que suele coincidir con el jefe absoluto del partido, algo que no tendría que ser así si existiesen unas primarias correctamente establecidas— el que con toda probabilidad los ha puesto en la lista para que ahora le elijan a él. Es aquí cuando el público advirtió el protagonismo adquirido por los llamados «pactos» de gobierno post-electorales. Estos pactos, en efecto, se hacen sin la intervención en absoluto de los ciudadanos y se asume que se hacen entre partidos «similares», en todo caso, esta interpretación es a expensas de la que decidan los jefes de partido. La cuestión es ¿En qué medida es democrático algo hecho a espaldas de los ciudadanos sin contar con su aprobación?

Los pactos de gobierno son democráticos: FALSO

Hasta aquí ha sido fácil, pero ahora viene la parte complicada. Aunque estos pactos tras la jornada electoral —cuando los ciudadanos ya no pueden decir nada— han adquirido relevancia y son objeto de titulares en los últimos tiempos, lo cierto es que ya se habían estado haciendo hace décadas en diversas ocasiones con los partidos independentistas de Cataluña y País Vasco principalmente —los llamados «bisagra», en concreto, tanto PP como PSOE, han tenido que pactar con PNV, CiU, ERC, CC principalmente—. Sin embargo, es recientemente cuando son objeto de esas discusiones que ocupan titulares y #trendingtopics, aunque no sirvan más que para polarizar y definir el voto de los usuarios, a costa de nuestro ambiente social de convivencia, cada vez más sujeto a visceralidades y carga emotiva. Parece claro que los medios de comunicación y ahora las redes sociales se encargan de maximizar de manera artificial cierto tipo de debate que eclipsa la cuestión de fondo: es así como funciona el sistema. Por enumerar las características que describen la situación, paradójica y en cierta forma, contradictoria:
  • Los ciudadanos depositan su voto en las urnas con una creencia mayoritaria —aunque en paulatina disminución— de que van a «decidir» sobre «algo», creencia alimentada por todo el aparato mediático que opera en esta misma dirección de escenificar una «representatividad de la sociedad civil».
  • La evidencia sin embargo, muestra que esa «voluntad» depositada en las urnas difícilmente puede asociarse con ese cometido, siendo usada en su lugar para legitimar un reparto de poder acorde a unas reglas.
  • Este reparto de poder resultante muestra un «criterio de representatividad» basado en un «mapa ideológico» de la sociedad, que combina criterios de territorialidad y proporcionalidad.
  • La contradicción es que dicho criterio ideológico está apoyado en la ocupación de unos escaños por personas, las cuales han de renunciar a sus propios criterios a favor de los programas de sus partidos —que tampoco cumplen— a pesar de que el sistema en teoría defiende su independencia.
  • La paradoja aparece cuando un sistema supuestamente representativo y democrático ha de necesitar de pactos posteriores para lograr un gobierno «estable», que en términos prácticos significa que del reparto resultante surgen dos «bloques»: uno el que gobierna y decide absolutamente todo, y otro que se dedica a dinamitar ideológica y sistemáticamente —aunque infructuosamente la gran mayoría de ocasiones— lo que hace el primero, llamado oposición.
  • La mayoría de estos problemas son consecuencia de un sistema ideológico cuyo diputado está sometido a la disciplina de partido. La solución que nadie propone sería, o bien liberar al diputado de esta cadena, o bien se establece un sistema de segunda vuelta en la que participen solo los más votados (actualización 07/07/2023)
Los políticos son conscientes de este funcionamiento incongruente basado en la representatividad ideológica en lugar de en la política. No pasaría —casi— nada si esto fuera asumido por todos, conscientes de sus limitaciones pero adaptándonos a su funcionamiento. El problema es cuando se usa como argumento político y objeto de crítica dichas inconsistencias del sistema, sin proponer su reforma y usándolas al mismo tiempo cuando les es oportuno, siempre basado en el propio criterio ideológico pero demonizando lo mismo cuando lo hace el oponente, lo que ocasiona debates circulares interminables. Por ejemplo:
  • Criticar los pactos con otro partido por motivos ideológicos —pactar con «la ultraderecha», con «los radicales» o con «los que desean romper España»— pero hacer lo propio en cuanto se tiene la más mínima ocasión —porque cuando «lo hago yo» está bien—
  • Cuando lo anterior no es suficiente al comenzar a volverse cotidiano y evidenciarse que es consecuencia del funcionamiento del propio sistema, se emplean argumentos ad hominem arbitrarios contra los integrantes de las listas —los «asesinos de BILDU», los «maltratadores de VOX»—.
  • Proponer la creación de «cordones sanitarios» que consisten en cancelar, excluir e incluso atentar contra los derechos de un grupo de personas por motivos ideológicos —solo escribir esto me ha parecido espeluznante—.
  • Criticar el uso de recursos públicos para la creación de instituciones culturales minoritarias o discutibles en algunos casos —los llamados «chiringuitos»— para luego hacer exactamente lo mismo cambiando tan solo el criterio ideológico —porque el mío «es el bueno»—.
  • En todos estos casos se superponen los criterios ideológicos, intereses partidistas y «rentabilidades electorales» a lo que marcan las normas que supuestamente, legitiman todo el sistema, sin que nadie proponga su reforma.
Muchos de estos problemas que son origen de muchas horas perdidas en discusiones de ciudadanos que creen estar solucionando algo, podrían desaparecer de la escena simplemente dejando que sea el ciudadano el que pueda intervenir en la formación de las listas electorales, descartando o colocando en última posición los candidatos menos deseados. Igualmente, debería establecerse un criterio de selección basado en parámetros objetivos —antecedentes legales, conflicto de intereses, etc.— que no se lleva a cabo nunca porque, en ambas medidas, los propios partidos deberían someterse a ellas, lo que conllevaría perder su capacidad de controlar al representante.

La lealtad al partido es democrática: FALSO

Lo único que es democrático es la lealtad a los que te han votado. Pero claro, como en realidad no se ha establecido esa relación entre la sociedad y sus representantes ya que no es posible que un ciudadano elija a una persona con nombre y apellidos, no es posible tampoco crear ese vínculo democrático. De hecho, la lealtad al partido no solo es antidemocrática, sino que además es anticonstitucional ya que esta situación por la que el voto de un representante está condicionado se denomina «mandato imperativo», el cual está explícitamente prohibido en la Constitución de 1978. Ni siquiera los que se rasgan las vestiduras en la defensa de «la Constitución que nos dimos los españoles» son fieles a sus propios principios. Con esta guisa se entiende que independentistas y otros grupos de activismo se estén riendo a carcajadas un día si, y otro también.

sábado, 1 de octubre de 2022

Cómo arreglar el Mundo

sábado, 1 de octubre de 2022
Hoy en día parece que nadie está ocupado en imaginar un mundo donde los problemas no eclipsen nuestra realidad, no digamos ya encontrarles soluciones. Aceptamos con resignación un futuro poco prometedor como la mejor de las opciones frente a la apocalipsis. Sin embargo, un pequeño en número pero enorme en ilusión, grupo de personas no aceptan esta aparente inevitabilidad de nuestro destino. Nos rebelamos frente a una predestinación impuesta por poderes a los que les conviene una sociedad que acepte un fatal designio antes que hacer frente a los males que la aquejan. Imaginar un futuro mejor significa poner en cuestión nuestro presente, y con ello, a los que supuestamente son los responsables políticos de mejorarlo. Este proyecto se llama Tecnofuturos y el siguiente artículo es mi pequeña contribución al mismo:

Cómo arreglar el mundo

Por Lino Moinelo

Versión final del artículo publicada originalmente en Tecnofuturos.

Una persona sosteniendo un globo terráqueo

Un viaje de mil millas comienza con un primer paso. 

Lao-Tse

Nuestro planeta tiene una población de varios miles de millones de personas y ninguna de ellas sería capaz por sí misma de arreglar los problemas que con toda seguridad le afectan en el día a día. Es decir, puede hacer frente a ellos como individuo, puede solucionar sus necesidades inmediatas personales o tal vez, las de su familia. Si es un jefe de estado, entre los viajes en avión oficial para asuntos random y las vacaciones en yate, igual le da por arreglar alguno de los problemas que afectan al territorio en el que dice que trabaja. El resultado es que nadie está ocupado en resolver de origen los problemas que, aunque nos afectan localmente, sin embargo, tienen una causa global. Naturalmente que el peso de la participación en el problema no es igual para todos. Es decir, hay incluso individuos que no solo no hacen nada para solucionar ciertos problemas, sino que su forma de vida está directamente relacionada con actividades que se ha acabado evidenciando que son dañinas[i], como, por ejemplo, consumo de tabaco, consumo de combustibles de origen fósil o especular con el dinero, el cual debería ser un medio de intercambio, no un fin en sí mismo. Actividades para las que ya existía en su día la suficiente información como para poder prever los problemas que podría ocasionar en un futuro pero que, a pesar de todo, acabaron sucediendo. Debido a esta situación, definir cuáles son los problemas se convierte un acertijo circular en el que parece que nos atascamos cada vez que se intenta dar un paso en su solución. El problema de definir el problema.

Porque si se desea arreglar algo, será necesario identificar primero aquello que se desea resolver. Este es un punto decisivo ya que según como se defina el resultado va a depender enormemente de ello. Además de que cualquier sesgo ideológico o preferencia cultural, económica o social que se filtre, va a marcar como a una res la propuesta y va a ser rechazada por aquellos que la identifiquen con una ideología  ajena. A pesar de que una solución a un problema no debería tener impedimentos subjetivos o  ideológicos. Si tienes una tubería rota en casa no contratas a un fontanero que tenga tus mismas opiniones, sino a uno que te arregle el problema. Obviando la necesaria educación y amabilidad que cualquier profesional debe tener ¿Por qué no hacemos lo mismo con el planeta?

Según a quien se pregunte, la respuesta va a ser diferente con gran probabilidad. Sin embargo, la heterogeneidad de respuestas no debería ser un inconveniente si estas son consecuencia de la voluntad de encontrar una solución. Sí que lo es el inmovilismo, el dogmatismo y la contaminación cultural y política que en muchas ocasiones la acompaña, en definitiva, «ruido» que entorpece la comunicación. La sociedad vive muy influida por un ambiente político polarizado y sectario, circunstancia que también hay que incluir dentro de la definición del problema, porque además de definir una situación, hay también que elaborar un mínimo plan u hoja de ruta para llevar a cabo las medidas necesarias. Es decir, propuestas como que «todo el mundo tenga educación y sanidad públicas» puede ser razonables, pero en la práctica encontrarse con diversos impedimentos o que, por muy bien intencionados que sean, no ocurra lo mismo con su viabilidad o con el rechazo que produzcan por un motivo u otro en una parte de la población. En definitiva, no se trata únicamente de tener razón, sino, además, de ser coherente y convincente teniendo en cuenta a quien se dirige.

Esta sería una de las principales diferencias respecto a las clásicas estrategias de comunicación políticas: los partidos elaboran sus programas y campañas de difusión únicamente para un sector de la población donde creen que pueden maximizar el resultado. Nadie, ninguno de los partidos políticos existentes en todo el planeta tiene probablemente un plan para solucionar los problemas del mundo. Las ONG probablemente tampoco, no solo por el aura de sospecha de tendenciosidad política, sino porque no abordan el problema de manera completa. Cada movimiento crea su propia receta en función de una parte del mismo escogido por motivos válidos, aunque tal vez arbitrarios: animalismo, ecologismo, veganismo, todas estas opciones son maneras de enfrentarse a problemas reales pero cuya solución es parcial.

El problema del problema

¿Qué es un problema? «Problema» es una de esas palabras que se usan con tal vez demasiada frecuencia para señalar toda situación que no nos facilita una cómoda y placentera vida. Sin embargo, tal vez el problema es precisamente el esperar que todo va a ser como tú quieres y que te va a venir «rodado». Hablando de rodar, supongamos un automóvil en el que nos trasladamos y súbitamente comienza a emitir un ruido: una avería. Pero no existe automóvil que no tenga averías en algún momento de su existencia, la aparición de una de ellas no debería sorprendernos. Por ello, las compañías de seguros tienen servicios de asistencia. Así mismo, el automóvil tiene sistemas de diagnóstico que además de avisarnos para prever su aparición, pueden también servir de indicación del origen de la avería y ayudarnos para tal vez, realizar una intervención simple que la solucione o mejor aún, a preverla. La cuestión es que el mundo a nuestro alrededor tiene una manera de funcionar, es la que es ―aunque no lo conozcamos con total precisión― y nuestras ideologías no hacen más que entorpecer la debida atención al funcionamiento de las cosas, ignorando su manera de proceder adecuada pensando que «no va a pasar nada». Esto es lo que se debería definir como problema.

Lo que nos mete en problemas no es lo que ignoramos, sino lo que creemos saber pero que en realidad ignoramos.

Mark Twain

El inconveniente es que la sociedad occidental está alejándose cada vez más del camino del conocimiento[ii]. Un occidente que lo tenía todo a su favor, sin embargo, ha sido arrastrado por sus propias incongruencias al no admitirlas e ignorarlas. Tras la Segunda Guerra Mundial se quiso creer que con culpar a los nazis el mundo occidental quedaba expiado de sus defectos. Se volcó en culpabilizarles en exclusiva en lugar de comprender cómo se había llegado a esa situación, es decir, de comprender las causas. De manera deliberada o no, han transcurrido décadas mirando hacia otro lado, ignorando el elefante en la habitación y confundiéndolas con los síntomas. Debido a esta manera de proceder mitigando los síntomas sin atender su origen, las advertencias efectuadas desde las últimas décadas desde diversos ámbitos científicos, políticos y sociales han sido ignoradas sin importar los datos expuestos, simplemente por no ser populares. Por no ser lo que la gente quería oír. Las instituciones políticas de cada estado, que son las únicas con autoridad para responder en consecuencia, continúan con sus políticas locales por encima de todo. Aunque algunos países apuestan por acciones alternativas, no se ven acompañados, por lo que su efectividad es nula o, en cualquier caso, insuficiente. En definitiva, se tiene consciencia del problema a nivel local de manera puntual, pero no a nivel global, lo que hace que sea ignorado y campe a sus anchas cual rey desnudo que cree ir elegantemente vestido.

¿Quién habla en nombre de La Tierra?

El conocido astrofísico y divulgador Carl Sagan mostraba ya en los años 80 su preocupación por la inexistencia de una voluntad, individual o colectiva, que representase a la Tierra[iii]. No para entablar contacto con inteligencias extraterrestres, sino para hacerlo con nuestra propia especie. Se habla, se discute y se lucha entre nosotros, expoliamos los recursos, los acaparamos para luego malgastarlos sin criterio, sin ser conscientes como colectivo que ocupamos un lugar limitado, acotado a la biosfera de nuestro planeta. A pesar de todo, décadas después de que el tristemente fallecido científico y divulgador planteara su interrogante, aunque las amenazas no son exactamente las mismas, sigue sin existir esa «consciencia global» que lo sea del camino que está tomando la especie que domina toda su superficie y con potencial para su completa devastación. Nuestro planeta es como un gigantesco autobús cuyo conductor se ha desvanecido, mientras que los pasajeros observan aterrorizados —al menos aquellos que se toman la molestia en preocuparse— el gran abismo que bordeamos sin que puedan hacer nada.


La cuestión pues no es establecer una lista de problemas[iv] más o menos evidentes y a partir de ella elaborar una agenda en la que se detallen los pasos a realizar para solucionarlos según un criterio especifico ―y probablemente criticable―. Esta forma de proponer reformas atacando los síntomas en lugar de las causas, por obvios y justificados que puedan parecer, posee irremediablemente un carácter efímero. Es ahora cuando se hace insoportablemente evidente los efectos de la acumulación inconsciente de malos hábitos generados en tiempos de bonanza económica que nadie discutía, por disparatados que fueran si se analizaban con cierto rigor. «Es el progreso» decían, pero ¿de quién? ¿hacia dónde? Cuando lo que era evidente para colectivos de teóricos como científicos o sociólogos[v] cuya influencia política era y es escasa o nula, se convierte en crudamente palpable a nivel físico y en un problema para los que sí tienen capacidad política, es entonces cuando se toman medidas, tarde, mal y con prisa, para solucionar simplemente los síntomas en el corto plazo, olvidándose de las causas. El problema no es la falta de capacidad de los gobiernos para quitarse de encima problemas acuciantes, sino la inexistencia de una entidad que evite que se repitan una y otra vez los errores de siempre o que evite la aparición de otros nuevos que solo son evidentes para quienes se preocupan en el largo plazo.

Estado Tierra

Por supuesto, la tentación de crear un «gobierno global» surge de manera ominosa y para algunos seguramente también, escandalosa. Con el actual conocimiento y nivel de implicación de las sociedades, dicho supuesto «Estado Tierra» no sería más que una réplica a gran escala de todos los problemas de falta de representatividad, de legitimidad y de dependencia de intereses ajenos al verdadero objetivo que, a nivel local, ocurre en la práctica totalidad del globo. Antes de todo esto hay que crear una estructura social con la suficiente horizontalidad como para escuchar todas las voces, un nuevo tipo de organización que no tome parte directa en las decisiones, pero sirva de fundamento de las mismas, de manera transparente y abierta. Un lugar donde se puedan poner sobre la mesa todas las cuestiones para investigarlas, debatirlas y proponer soluciones cuya construcción e implementación se haga de manera igualmente participativa, no a costa del esfuerzo o del dinero de otros. Una organización cuya autoridad emane del respeto y de la admiración, no del temor a represalias.

En definitiva, no se trata tan solo de tomar decisiones políticas, sino de que lo sean de calidad. Que lo sean con el menor ruido, filtro, demagogia o intereses ocultos ¿Cómo puede lograrse esa organización?

Esa es precisamente la pregunta que como sociedad global se ha de intentar responder. Cada uno de nosotros tiene capacidad para imaginar soluciones, nuestro cerebro puede conectar conceptos e ideas y crear resultados genuinos y originales, aunque partan de ideas anteriores. La Humanidad ha desarrollado el método científico por el cuál una propuesta debe ser puesta a prueba por el resto de la comunidad, en el que el principal interés es el prestigio y la satisfacción de aportar algo de valor a la sociedad de la que forman parte. Fuera del ámbito científico estas organizaciones también existen, aunque mucha gente desconoce por completo su existencia y dudan, además, de la posibilidad de que así sea. Sin embargo, ahí están. Un ejemplo paradigmático son las llamadas de «código abierto» ―open source―: agrupaciones de programadores que no tienen una estructura jerárquica ―como las heterarquías[vi] o también las adhocracias[vii]― que realizan su labor sin esperar una compensación material, más que la colaboración del resto de los miembros en las mismas condiciones a la hora de solucionar los problemas o dar respuesta a las necesidades que surgen. Alguien podría objetar que estas son agrupaciones de carácter marginal sin apenas influencia en el mundo «real» ―el de jefazos gordos y autoritarios que parece que sin ellos el mundo vaya a desaparecer, aunque sea tal vez, al contrario―. Bien, pues resulta que gracias a estos grupos de personas especializadas que aportan sus conocimientos por el deseo de mejorar la vida de todos, mantienen sistemas tecnológicos de los que dependen incluso gigantes como Google o Twitter[viii] y de los que nos beneficiamos todos.

Tampoco se trataría de derrocar gobiernos ni de descartar las actuales organizaciones ―tal vez sí de estimular su reforma― aunque se hayan demostrado incapaces de manejar los retos que como especie nos enfrentamos. Inspirados en la idea de las mencionadas organizaciones basadas en el apoyo mutuo, podría crearse una especie de foro mundial cuyo objetivo fuera el de compartir ideas y crear propuestas de solución. Instituciones alternativas[ix] que funcionasen de manera paralela a las actuales organizaciones políticas, aprovechando los actuales marcos legales, pero usándolos conforme a decisiones acordadas por estas instituciones alternativas sociales. Como se ha comentado, estas no tendrían un carácter impositivo ni pretensión de homogenizar, sino servir de plataforma para que la sociedad pueda articular sus propias respuestas a problemas ocasionados por la falta de perspectiva e inoperancia de los actuales responsables, supeditados a la ganancia inmediata. En definitiva, un lugar donde la visión de futuro sea compartida y sirva como herramienta para construirlo[x], en lugar de estar abocados a crisis cíclicas la mayoría de las veces ocasionadas por estimular economías basadas en la especulación, en lugar de partir de un estudio realista de los recursos actuales, la población existente y sus necesidades como individuos.

¿Cómo llevarlo a la práctica? La respuesta es simple: no lo sé. Pero de lo que estoy seguro es que se ha de empezar compartiendo estas inquietudes con tu entorno. Si no somos capaces de poner en práctica estos principios en nosotros mismos, entonces no vale la pena pretender algo más. Es decir, la solución no ha de venir de ti, de tu vecino, o del otro el de la moto. Ha de venir de todos. Por tanto, tal vez una de las primeras páginas de esa hoja de ruta que se ha escribir como especie global, es la de la educación. Habrá que empezar con didáctica, mucha y paciente didáctica. En cuanto a las posibilidades tecnológicas, la misma que está provocando la mayoría de los problemas energéticos, económicos y sociales, ha de servir también para crear una extensa red que nos conecte, sin caer en los errores que hasta ahora se han cometido al convertir la Internet pública en una serie de nodos controlados por los mismos inoperantes gobiernos, o unas redes sociales dominadas por corporaciones con interés mercantilista y destinadas a someternos. Algo de lo que se aseguran manejando nuestro inconsciente, pero esto forma parte de otra historia.

El otro reto importante es no caer en la megalomanía ni la egolatría. Creerse los «salvadores» del mundo, estar por encima del resto y creerse en posesión de la verdad. La humanidad ha demostrado durante siglos que puede ser muy cruel con sus congéneres en cuanto surgen estos conceptos «superiores». Incluso recientemente, experimentos sociales han demostrado que se puede ir todo de las manos fácilmente[xi],[xii],[xiii]. Llevar a cabo esta propuesta similar a la utopía abierta[xiv] de Stephen Duncombe, implicará sortear el ineludible escollo de la auto-legitimación. Nada surge de la nada, excepto nuestras ideas. Y esta, como todas las demás, no tendrá más merecimiento de existir que el que cada uno de nosotros desee darle. Cualquier intento de ir más rápido implicará el riesgo de caer en algunos de los errores tantas veces cometidos anteriormente, por bien intencionados en teoría que en sus inicios lo fueran. Pero al mismo tiempo, deberá ser lo suficientemente clara y firme en su definición para que no se vea deformada en sus aspiraciones o para que un grupo minoritario tome el control. Aunque no deberá tener una forma jerárquica, sí que deberá prestar atención a los que más y mejor aporten, para no verse ahogada por lo trivial o superfluo.

Quizás si logramos conectarnos cada uno de nosotros como iguales, pero dedicados a tareas concretas y formado una enorme red planetaria al igual que las neuronas de nuestro cerebro, emerja entonces una consciencia colectiva que pueda hacer frente a las vicisitudes globales que como tal se ha de enfrentar. De esta manera, el futuro, nuestro futuro, el de todos, podrá ser construido. Puede que sea esto el progreso, cuando la labor colectiva espontánea produce un resultado mayor que la suma de sus partes. Lamentablemente, nuestra generación no lo va a ver, pero con suerte algún día, las generaciones posteriores que se hayan educado en esta coyuntura, puedan construir un futuro mejor que el presente. Uno en el que tengamos el honor de ser recordados.



jueves, 11 de marzo de 2021

Recordando el 11M

jueves, 11 de marzo de 2021

El mayor atentado terrorista en la historia de España, que alteró muy probablemente de manera significativa la jornada electoral de unos días después.
El mayor atentado terrorista en la historia de España, que alteró muy probablemente de manera significativa la jornada electoral de unos días después.

Si la intención del atentado en aquella fecha concreta era la de condicionar un resultado electoral para lograr el cambio de rumbo de la política posterior, en la misma medida se consiguió el objetivo, significaría que la voluntad de los que idearon esta estrategia basada en el asesinato de 192 personas tuvo éxito, con la complicidad de los electores españoles que creyeron de esta manera «castigar» al «responsable» del atentado, pero que de ser así realmente estarían premiando a los terroristas. De esta manera se convertía un acto de este tipo en elemento de valoración electoral, trivializándolo inconscientemente como si fueran tormentas o el cambio climático, como si dependieran de variables económicas. Como si no fuera la decisión de un grupo criminal que lo ha planificado precisamente para causar ese efecto político, en la medida el electorado se dejó influir por este atentado.

Si algo puso en evidencia aquel atentado es mostrar la escasa cultura democrática que la sociedad española había desarrollado desde la transición. Es cierto que la principal herramienta de castigo político de la que se dispone son las elecciones generales, convirtiendo lo que debería ser la elección del mejor, en el castigo al peor. El problema era y es, que no sirve para ninguna de las dos cosas. Y no sirve, no solo porque no fue Aznar el que puso las bombas, ni porque el antiguo presidente del Gobierno de España tan siquiera se presentaba a las elecciones. Sino porque aunque se hubiera presentado, el supuesto castigo hubiera sido seguir de diputado, cobrando casi lo mismo y por hacer todavía menos.

Muchos se sorprenden ahora de los populismos actuales, pero no recuerdan que estas carencias democráticas ya se vienen denunciando desde hace décadas. No ha habido respuesta por parte de los gobernantes desde entonces, no han movido un dedo modificando el sistema para que la sociedad tenga más herramientas para valorar y castigar la corrupción o el abuso de poder. Se ha permitido, en definitiva, que parte de la sociedad vaya adoptando posturas cada vez más extremas o más drásticas —que no es lo mismo— lo que unido a las crisis que han venido desde entonces, ha desembocado en la creación de partidos nuevos y de nuevas estrategias de activismo político, llegando a la situación actual en la que de momento, no se ha solucionado nada en absoluto.

En aquella jornada electoral del 14M, los ciudadanos españoles nos enfrentamos a la tesitura de votar a alguien que no nos convencía nada o hacerlo a otro que nos convencía todavía menos, si es que aquello era posible. Muchos nos dimos cuenta entonces de que el sistema no servía, no funcionaba para lo que debería: la sociedad eligiendo a sus propios representantes. Si en aquel entonces la ciudadanía no hubiera decidido ser cómplice de la situación, la respuesta más digna era no votar, o hacerlo de manera neutra —blanco o nulo—. Una participación mínima que evidenciara que una mayoría social era consciente de que aquellas no eran las condiciones para elegir en libertad, con calma, de manera meditada, sin visceralidad ni odio. Odio que algunos partidos convirtieron en su principal arma política. Si el partido que hubiera ganado esas hipotéticas elecciones hubiera tenido decencia, su siguiente paso sería preparar unas elecciones anticipadas, por decisión propia. Pero la sociedad tomó el camino más fácil, más corto, que casi nunca es el correcto. El resultado: que el partido ganador se creyó con legitimidad para hacer lo que quiso y para negar la realidad hasta que esta se hizo inevitable cuando la crisis del 2008 estalló. España no se merecía que le mintieran, pero así lo hicieron y así continúan haciendo.

La mentira de Aznar

Aznar no puso las bombas, Aznar no se presentaba a las elecciones, pero Aznar nos mintió. Para no votar a Aznar/Rajoy habían muchos motivos, todos antes del 11M. No era necesario, o no debería serlo, un atentado para condicionarnos. Tampoco poner como «escusa» que un presidente del gobierno había dicho algo que no se ajustaba a la realidad. Más que nada porque si por eso fuera, no debería haber habido ni un presidente en los cuarenta y pico años de democracia que llevamos. Aznar mintió porque afirmó sin la cautela necesaria y sin esperar las primeras conclusiones de la correspondiente investigación, que ETA, el grupo terrorista que hasta entonces era el que todos esperábamos cuando se daba noticia de un atentado, el culpable. Durante los tres días siguientes se oyeron en la radio noticias que aún hoy en día son objeto de discusión hasta el punto de que una emisora de la talla de la Cadena SER, ha retirado de la fonoteca los archivos correspondientes a aquellos días. Salvo intervención judicial, el público no podrá corroborar las diferentes versiones y construir un relato acorde con lo que realmente se dijo o se omitió. Lo paradójico del asunto es que probablemente fue Aznar con su insistencia en mantener la teoría inicial de ETA como autora del atentado ―era normal suponer que pudiera ser la autora, y así se pudo oír en los noticieros. Lo que no era normal era asegurarlo sin tener pruebas de ello― el que iniciara un proceso que le llevaría a la propia destrucción electoralista de su partido. No es descabellado suponer —si todavía cabe más especulación en este asunto tras todos estos años de teorías de la conspiración— que Aznar jugó la baza de ETA por conveniencia electoral, imaginando que así evitaba que la posible relación del atentado con la Guerra de Irak influyera en el electorado. Tal vez, con las elecciones ganadas ya darían las explicaciones pertinentes y continuar con la investigación. O no. Pero el efecto producido fue el contrario que deseaban: al dejar al descubierto la jugada, hizo que a partir de aquel momento la oposición y sus medios de comunicación afines se le adelantaran y establecieran como objetivo hacer desaparecer a ETA de cualquier comunicación relacionada con el atentado, fuera la que fuera y tuviera la relevancia que tuviera, creándose una verdadera guerra mediática sobre este asunto. Además, Iñaqui Gabilondo, comentarista en aquel momento en la cadena de radio, dio información falsa sobre unos terroristas suicidas de supuesto origen islamista, condicionando a la opinión pública para que se fuera olvidando del grupo terrorista vasco. Es decir, Aznar quiso jugar la baza mediática de la opinión pública, espantó la liebre, y la oposición que lo sabe hacer mucho mejor en el terreno mediático, le gano la partida, ganó las elecciones y luego, con el partido al mando del Estado, ya no hay control de transparencia sobre lo que pueda hacer y permitir con la investigación. Y menos hace diecisiete años. 

La mochila de Vallecas

La situación es la siguiente: en los noticiarios televisivos avisan que los Tedax han encontrado una mochila con explosivos sin detonar. Poco después, en otro noticiario, se cuenta que han llevado una mochila aparentemente similar a la comisaría de Vallecas. La sorpresa viene cuando se matiza que no son la misma, ya que la que encuentran los Tedax es detonada allí mismo, in situ. El problema es que todos los intentos de relacionar la mochila llevada a la comisaría de Vallecas con las explosiones de Atocha, han resultado infructuosos: 
  • La metralla encontrada en la mochila (clavos y tornillos), no ha sido encontrada de manera concluyente en los restos de los trenes.
  • El explosivo no coincide, dando la explicación que se ha «contaminado», pero no con cualquier sustancia, sino precisamente con un componente ―ácido bórico― que se añade para fabricar un explosivo distinto ―en definitiva, es un explosivo diferente―. Cabe decir que al estar contaminada, la prueba no es válida y no fue usada como tal en el juicio. Sí que fue usada por los medios para sus propios objetivos.

Los terroristas suicidas

Para poder condenar a alguien, para poder determinar al autor material de un atentado, es necesario identificar el arma homicida como primer paso. Esto no ha ocurrido desde entonces. ¿Para qué ha servido la mochila? Para relacionarla con los supuestos suicidas de Leganés, lugar donde sí que se ha encontrado la metralla y restos de explosivos coincidentes ¿Pero, un momento, entonces los suicidas de Leganés no se suicidaron en el atentado yihadista? No, el principal crimen de aquel suceso en el piso de Leganés que puede demostrarse con pruebas, fue el de matar a un policía al detonar el explosivo con el que en teoría, se mataron ellos mismos. No hay más relación con el atentado que la que han querido construir, en una aberración jurídica sin precedentes, cuando sin estar acusados son nombrados sin ninguna necesidad salvo la mediática, en la resolución del juicio. La anécdota, si es que merece alguna este asunto, es que de todos los «terroristas» que vivían en el piso se salvó uno que no estaba en la vivienda en el momento de la explosión, que fue detenido después ¿Qué paso con él? que está en prisión por pertenencia a banda armada, pero no ha podido probarse su relación con el atentado, naturalmente. Otros acusados relacionados han sido absueltos por el mismo motivo.

Los trenes desaparecidos

El escenario de un crimen es un lugar cuyo paso y uso ha de quedar totalmente restringido exclusivamente a miembros de la policía. Cualquier otra persona que no sea un investigador del caso o responsable de las pruebas que han de ser usadas en el juicio posterior, ha de evitar acceder para impedir que sea contaminada o alterada la escena del crimen. En definitiva, hasta que el proceso judicial haya sido completado —incluidos los recursos— se ha de mantener intacto el lugar para efectuar todos los posibles análisis y se hayan tomado todas las muestras necesarias, tanto las que se estimen en un primer momento, como todas las que aparezcan posteriormente a requerimiento de los letrados, siguiendo los procedimientos ¿Ocurrió así en España? No, ya que el gobierno entrante, en otra extraordinaria aberración, ordenó desmantelar y limpiar los restos de los trenes afectados por las explosiones, de manera que dejaron de ser útiles para aclarar nada más. Al menos para la opinión pública.

El tipex

El sumario de un proceso judicial es una especie de resumen o compendio de todo lo relacionado con un caso que ha de someterse a juicio. En él se incluyen la descripción de los crímenes, víctimas, lugares y todo tipo de pruebas. Este documento es creado por un juez distinto al que posteriormente llevará la propia vista del proceso. Con este procedimiento se intenta evitar que el mismo juez aplique algún sesgo a la hora de aportar el material con el que se ha de procesar a los imputados. Lo que ocurra en el juicio, salvo la necesidad de acudir a la fuente a petición de algún letrado ―imposible en este caso ya que como se ha visto, las pruebas se inutilizaron por parte del propio Estado― se decide con lo que haya en el sumario. Para preparar estas pruebas, unos peritos realizan unos informes. Cabe decir que esos peritos son los especialistas con los conocimientos adecuados para realizar esa labor, por eso son los peritos. Bien, en un informe realizado por tres de estos peritos, todos ellos coinciden en que se ha encontrado ácido bórico, que es la sustancia con la que se habían «contaminado» los explosivos y que es la usada en los explosivos que ETA utiliza. Lo que ocurre a continuación con este borrador de informe es espeluznante: el informe fue modificado con tipex para eliminar esta referencia. Pero esto no es lo peor, sino que el jefe de los peritos les dijo que se habían extralimitado ¡por hacer su trabajo! Además, se añade que el ácido bórico es una «sustancia habitual» ―en la actualidad su uso es ilegal― por lo que no cabía hacer mención de ello. A pesar de esto y de que el informe había sido modificado por un cargo jerárquico, los medios anunciaron con titulares que «no había rastro de ETA». Lo cierto es que el ácido bórico se encontró, que es ETA quien usaba este tipo de componente en sus actividades criminales, que los peritos lo indicaron en un borrador de informe, pero esto no llego al sumario porque fue modificado por orden política. Es decir, aunque parece claro que no es una prueba concluyente, sí que parecía a los técnicos lo suficientemente significativa como para indicarlo. La importancia de este hallazgo es algo que se tendría que decidir después durante la investigación y el juicio, pero esto no fue posible porque se impidió que llegara esta información a donde tenía que llegar. Al parecer, la importancia no era esclarecer los sucesos, sino fabricar un relato político adecuado.

Los acusados y condenados

El resultado tras el juicio del 11M es que solo uno de los condenados ―Jamal Zougam― lo es por participación directa en el crimen y autor material, siendo las pruebas que lo incriminan testigos directos que lo sitúan en el lugar de los hechos y por las tarjetas usadas en los teléfonos móviles. No ha servido nada de lo investigado en los trenes, ni lo encontrado en el piso de Leganés, ni una mochila que no explotó ni mató a nadie. Solo una persona para diez explosiones en cuatro focos distintos, ya que los suicidas de Leganés ni murieron en el atentado, ni lo hicieron con un explosivo que se pueda relacionar con unos trenes que ya no existen. El resto de los acusados han sido condenados por delitos como tráfico de explosivos o de sustancias ilegales, sin que participaran materialmente en el atentado en el que murieron 192 personas. Hoy en día, la mayoría de medios siguen dando la misma versión incoherente que en su día se fabricó. La importancia ahora no es ya si fue ETA o no fue. Sino además de la tomadura de pelo a la que nos someten, la frustración de sentir que no se ha hecho todo lo posible por hacer justicia.

sábado, 20 de febrero de 2021

La pandemia como contraste

sábado, 20 de febrero de 2021


El contraste, llamado así en medicina, es una técnica que mejora la visibilidad de la estructura interna de un organismo. Se introduce un agente ―normalmente un líquido― que es fácilmente detectable por un instrumento ―habitualmente una radiografía de rayos x―. De esta manera, un posible obstáculo o elemento que interfiera en el normal fluir del líquido, se evidenciará de manera clara y ostensible. La pandemia, además de la tragedia en sí misma, se ha convertido también en un contraste que ha evidenciado de manera bochornosa los fallos, políticos, sociales y culturales de la sociedad occidental. Empezando por la española.

El relato político

El 8 de Marzo es el Día Internacional de la Mujer. Ese día se celebraron, como en años anteriores, multitudinarias manifestaciones en diversas ciudades y municipios de España. La pandemia en aquel entonces estaba en Italia, en la península apenas habían unos cientos de casos de una enfermedad de la que se conocía muy poco sobre cómo se transmitía y qué periodo de incubación tenía. Los confinamientos parciales de Italia y otras medidas se aparentaban como exageradas en aquel entonces,  prácticamente ningún partido ni ningún medio tan siquiera insinuaban la necesidad de paralizar mítines, manifestaciones y mucho menos, confinamientos. Más bien al contrario, se banalizaba con el problema como si fuera algo distante.

A los tres días, la incidencia de casos se había multiplicado por diez hasta que finalmente se decretó el confinamiento el 13 de marzo. España fue uno de los países que relativamente, más pronto aplicó esta drástica medida. Al principio del confinamiento domiciliario, existió un amago de unidad. Una corta semana en la que los mensajes de serenidad y firmeza eran unánimes por parte de los protagonistas políticos. Nadie se atrevía a criticar en aquella situación ante la falta de información y argumentos. Pero entonces alguien se acordó de aquellas manifestaciones ocurridas apenas unos días antes. Se elaboró una teoría en base a aplicar la Falacia del Historiador, es decir, haciendo uso de toda la información sobre la enfermedad que se fue desvelando en las dos semanas tras el confinamiento, para juzgar las decisiones que se tomaron entonces que indudablemente, fueron tardías y equivocadas, como difícilmente podría ser de otra manera. 

De repente, lo que sospechábamos se convertía en una evidencia: los políticos se distinguen por poco más que por su capacidad para fabricar relatos que resulten electoralmente efectivos, sin preocuparse de su veracidad, de dar soluciones o aportar ideas constructivas, prácticas, más allá de lo obvio. Más de un mes después, tras superar varias cuarentenas, todavía se seguía hablando del 8M como la causa de la pandemia sin haber dedicado un solo segundo a analizar la trazabilidad del virus para realmente conocer por dónde había entrado y cómo se había difundido. El problema del relato ―o lo bueno, según del lado que se mire― era precisamente que era creíble, pero para que esto sea así es necesario que la audiencia sea lo suficientemente crédula.

El problema social

Casi un año después de que todo comenzara, las principales medidas de protección contra una infección de este tipo de virus siguen siendo las mismas: distanciamiento social, lavado de manos y evitar tocarse ojos y cara. Estas normas se vienen recomendando ―y recordando, ya que son de aplicación genérica ante toda epidemia― desde al menos, un par de días antes de que se decretara el estado de alarma y con él, el confinamiento ¿Qué hizo la gente? ¿Hizo caso de esas recomendaciones de una manera mayoritaria y responsable? Nada de eso, sino más bien todo lo contrario. A lo largo y ancho del país se repitieron las avalanchas de gente, apelotonándose, pisoteándose, acudiendo en masa a supermercados, esparciendo el virus por todas partes, causando desabastecimiento al adquirir productos que no iban a consumir en esa semana y dejando las estantería vacías ¿De quién fue responsabilidad? 

El problema cultural

Meses antes de ser declarada la epidemia como global, cuando solo era una epidemia local de China, el mediático médico cirujano Cavadas ―de virus sabe tanto como cualquier otra persona medianamente formada― alertaba que algo gordo estaba ocurriendo. El principal argumento era que si un país se pone a construir en diez días un mega hospital, es que en efecto, la situación es grave. Meses después, cuando ya se conoce de manera trágicamente palpable, es cuando la sociedad reclama responsabilidades por haber actuado tarde y mal. Los argumentos arrojadizos de los políticos, la poca capacidad de la sociedad para asumir parte de la culpa y el estrés de la difícil situación por la que se está pasando, han generado un ambiente de confusión y de impotencia frente al problema que no ayuda nada, salvo para descargar la frustración de la gente. Sin embargo la cuestión es: aunque se hubiera decidido actuar antes, no estaba claro cuales eran las medidas a tomar, ya que como se ha estado diciendo, no había certeza de cómo se transmitía a humanos. Es más, meses después, a pesar de todas las medidas tomadas y por tomar, a pesar de que todos deberíamos conocer los riesgos y el mal al que nos enfrentamos, el virus continua esparciéndose con una facilidad pasmosa, así como las noticias falsas, las dudas y los negacionismos. Después de todo este tiempo una cosa parece clara, que las medidas que se tomen apenas pueden contener los contagios mientras no haya un policía vigilándonos a cada uno de nosotros, un trabajo que no debería hacer nadie mas que nuestra propia responsabilidad. Pero es más fácil echarle la culpa al vecino o a otros profesionales que entonces no eran mediáticos, ni salían en la tele, como Fernando Simón. Un especialista que no basa sus argumentos en intuiciones, sino en lo que se ha podido probar en base a los hechos conocidos. Los cuales por desgracia, llegan sólo después de haber pasado por enfrentarse al problema durante mucho tiempo.

La ignorancia de la ciencia

La ciencia puede parecer engañosa al profano en el sentido de que muchas cosas obvias parece pasarlas por alto. La gente suele decir en ciertas ocasiones cuando se anuncia algún resultado de un estudio, que «eso ya lo sabía, que no hacía falta que se lo demostraran». Pero si algo tiene especial la Ciencia es su grado de objetividad, es decir, que no depende de lo que «uno» ya sabe, sino que es un conocimiento que puede ser compartido por todo el mundo. Cuando el epidemiólogo Fernando Simón hacía sus estimaciones en las ruedas de prensa, estaba compartiendo lo que en ese momento se conocía objetivamente, independientemente de lo que él pensase o «supiese». Lo que Simón decía no era «su verdad» , ni ninguna otra «verdad», sino el conocimiento compartido de la comunidad científica. Un conocimiento que siempre está sujeto, y esta es otra de las grandezas de la ciencia, a nuevas aportaciones objetivas, que pueden refutar por completo lo conocido anteriormente. Las mentes más conservadoras, tanto de izquierda como derecha, no viven cómodamente en esta situación de eterna duda, necesitan de «verdades» en las que ellos puedan creer, sin importar si son o no, ciertas. Por eso, la propia Organización Mundial de la Salud no llegó a recomendar las mascarillas de manera decidida hasta que no se supo de manera científica y objetiva, cómo se transmitía la enfermedad. Por eso todas las indecisiones e imprecisiones que se han estado dando ha sido debido por un lado, al desconocimiento de la comunidad científica de una manera de proceder precisa y detallada ―aunque como se ha comentado a día de hoy las recomendaciones básicas del primer día continúan siendo válidas― para enfrentarse a un problema en parte nuevo. Y por otro, por que la mayor parte de la sociedad no quiere tener que responsabilizarse de sus actos y espera de brazos cruzados que le digan lo que hay que hacer, siguiéndolo al pie de la letra cuando les interesa y de manera laxa cuando no, sin intentar comprender e interiorizar los motivos que llevan a definir esas medidas, en definitiva, sin formar parte de la decisión colectiva de seguirlas.

La guerra de datos

Si bien a los demás países no les va mucho mejor, esta tercera ola ha sido especialmente dolorosa porque ya se tenía el aviso de Reino Unido o Alemania. Otros países como Chequia que alardeaban de pocos contagios gracias al uso de la mascarilla, continúan sin controlar la epidemia. Lo que se ha visto es que todos los países han pasado por los mismos problemas, tarde o temprano, independientemente de las medidas que haya tomado. Los casos de contagios se han equiparado, aunque a distinto ritmo y sobre todo, con una respuesta y gestión diferente. El virus no ha tenido una expansión uniforme, no todos los países tienen la misma afluencia de gente, ni los estilos de vida son equiparables, ni las familias se estructuran igual, por lo que la respuesta a la pandemia no puede medirse igual para todos los países. 

En lugar de señalar de manera coherente y constructiva dichos fallos de gestión o de diferencias en las circunstamcias, se han usado los datos interpretados parcialmente de manera arrojadiza como arma electoralista. El caso más llamativo es cuando se habla de fallecimientos por habitante como una manera de medir la eficacia de la gestión, cuando por lo que se está viendo, las características de la enfermedad la hacen prácticamente incontrolable una vez hay una fisura por la cual logra colarse el virus y durante quince largos días difumina su nefasta influencia. Este parámetro es desde luego una manera de comprobar cómo está siendo un país afectado por la enfermedad, pero dice poco de la gestión y eficacia en combatirla. Es decir, si no tienes contagios, es difícil que tengas fallecimientos, por lo que se hace indispensable hablar primero de contagios por habitante para saber el grado de incidencia del problema y a continuación, el de fallecimientos por contagiados ―no por habitante―. Dicho de otra manera, cuantos de esos contagiados han muerto. Los medios de comunicación, más preocupados por las audiencias que por la divulgación y la información, se interesan más por obtener alarma de los datos, que de la verdadera trascendencia de estos.

La rotura del vínculo político

Una cosa es saber como evitar un contagio, otra es traducirlo en medidas sociales de obligado cumplimiento, y otra es diseñarlas para que sean comprendidas, asimiladas y seguidas por la población. A la dificultad en sí del problema completamente nuevo al que nos estamos enfrentando ―no ya como sociedad sino como especie― se añade la de comprender cómo una sociedad va a ser capaz de interpretar dichas ordenes, asumirlas y llevarlas a cabo. No se trata simplemente de entenderlas, sino de aceptarlas, en un país como España donde las frases como «para que roben los políticos, que sean los míos» no sorprenden a nadie, donde la economía sumergida es de las más altas de Europa, donde el número de presos por habitante es de los más altos, donde en definitiva, los trapicheos, la prevaricación y el pelotazo están a la orden del día. 

Por el lado de los políticos se tiene la dificultad añadida del desconocimiento de la enfermedad, lo que hace que las medidas son decididas sobre la marcha en función de nuevos datos conocidos sobre la enfermedad. Las medidas son diseñadas de forma genérica, tal vez para no pillarse los dedos, pero el resultado es que en ciertos casos individuales concretos no tienen sentido. Hemos pasado de no tener que llevar mascarilla por la calle, a ser de obligado cumplimiento, aunque vayamos solos por en medio de una calle de cuatro metros de ancho. 

Y la población, acostumbrada a ser decepcionada por sus políticos, ya no se sorprende del despropósito de las vacunas donde no hay protocolos para su administración claros ni medios adecuados para aprovecharlas, responde de manera muy irregular. Los profesionales sanitarios han dado de sí todo lo posible, al igual que suele ocurrir en cualquier otro ámbito de trabajadores por cuenta ajena, que no están sometidos a necesidades políticas y que son los que hacen que todo funcione. Pero el resto de la población, son protagonistas de numerosas anécdotas que muestran su desconocimiento de lo que está pasando. Gente que no entiende lo que es el periodo de incubación, antes de tener síntomas pero potencialmente peligrosos para transmitir la enfermedad. Gente que todavía, tras meses de explicaciones en medios e instituciones públicas, continúa sin saber que los grupos burbuja no evitan el contagio, sino que acotan a un círculo controlado la difusión del virus si algún miembro del grupo lo contrae. O que el uso de las mascarillas más sencillas de tela o quirúrgicas, no es para protección personal sino para evitar, de nuevo, que el virus se transmita. La mayoría de medidas no son para evitar el contagio de los que las toman, sino para evitar que se transmita a los demás. Salvo una vez más, el distanciamiento y la higiene personal medidas que se vienen repitiendo desde hace décadas, en las sucesivas pandemias que llevamos ya a nuestras espaldas. Epidemias que apenas recordamos en las que nadie reparó en sus causas, lo que hace que el mal vaya a peor.

El fallo del sistema

Mientras la pandemia continua imparable y nos muestra todos los puntos débiles políticos, económicos y sociales, pocos se acuerdan que estos problemas llevaban ya con nosotros mucho tiempo. Tal vez muchos ni tan siquiera habían pensado en ellos. La cuestión es que es ahora, cuando no podemos salir de nuestras casas, cuando afecta a la propia consistencia de un sistema basado en el «bienestar», pero que no tiene en cuenta a costa de qué o quienes se logra dicha comodidad. Los políticos continúan interesados en su interés electoral, sean locales o de todo el Estado, lo único que cambia es el ámbito. Las guerras de partidos continúan prácticamente intactas. Toda la sociedad está compartimentada en sus ámbitos y responsabilidades. Los trabajadores, el pueblo de a pie, poco puede hacer más que preocuparse de su día a día. Mientras, los problemas generales han continuado su camino, poco a poco, hasta que los hospitales se han llenado. Y esta es al parecer la preocupación de los políticos ya que siempre han habido miles y miles de muertes al año por motivos como la gripe común, por ejemplo, pero en este caso al ser mayor el índice de letalidad y la necesidad de atención hospitalaria, la falta de recursos lo convierte en un problema de responsabilidad de gente con nombres y apellidos de polìticos. 

Lo preocupante de la pandemia no son sólo los fallecidos, sino que además de estos, está evidenciando la incapacidad de la sociedad para hacer frente a los problemas que están con nosotros desde hace décadas. Si en España son consecuencia de un sistema político creado en una coyuntura ya obsoleta, el mundo occidental en general, prepotente y engreído, achaca sus males a cabezas de turco señalando los síntomas en lugar de la causa. Se llega al punto del espantoso ridículo de unos EEUU, el supuesto faro de las democracias de occidente, convertido en una república bananera mientras pretenden echar la culpa a Trump, no a la decadencia de su meritocracia, victima de una pretensión de justicia buenista malentendida que en realidad instrumentaliza políticamente a las minorías para satisfacer el interés particular de grupos de activismo ruidosos. Lo preocupante es que quien se ríe de todo es una dictadura como China que no necesita justificarse ni pedir permiso para tomar medidas. Una dictadura China que puede permitirse el lujo de elaborar estrategias con una proyección de décadas en el futuro, mientras que en el mundo occidental el principal interés es ganar las elecciones siguientes cada cuatro años, mientras los problemas se enquistan y meten bajo la alfombra. Lo preocupante es que después de siglos de renacimiento, de ilustración, de revoluciones y de peleas por la igualdad y los derechos, cuesta entender para que se está aprovechando lo que en teoría, se ha aprendido.

Más información:
  • Cómo modelizar una pandemia. Investigación y Ciencia. Mayo, 2020 <enlace> [acceso 20/02/2021]
  • El virus también ataca a la democracia. The Conversation. 31 de Marzo de 2020 <enlace> [acceso 20/02/2021]

viernes, 27 de diciembre de 2019

América: herencia y legado

viernes, 27 de diciembre de 2019

América es un continente con muchas culturas en su historia. Sin embargo, dos de origen ajeno a ella son las que dominan hoy en día, con desigual acierto: la latina y la anglosajona ¿A qué se deben sus diferencias? Si miramos en la Europa de donde salieron las primeras expediciones, la Península Ibérica acoge en su seno dos de los cuatro países marcados con la despectiva etiqueta de PIGS, cuyo legado marcó en su día lo que hoy se conoce como latinoamérica. Uno podría inclinarse a pensar que de alguna manera, su mediocridad fue transmitida al «nuevo mundo», pero ¿es de mediocres ser la primera cultura en atravesar todo un océano y ampliar los horizontes de lo que entonces era el mundo conocido? Parece que algo no encaja. Lo siguiente intenta responder estas inquietudes, que tal vez comparta el lector.

La herencia: el mundo antes de América

Mientras que en América todavía existen tribus originarias —aunque minoritarias o encerradas en reservas— en Europa no subsiste ni una de ellas. Puede que lo más parecido que se pueda encontrar es la lengua y cultura vasca, pueblo que a pesar de todo ha abrazado la cultura occidental y no parece que les vaya nada mal. La cuestión es que la vida en Europa ha sido bastante trágica, igual o peor que en el resto del planeta. En Europa no quedan tribus ni pueblos viviendo en selvas o montañas, apartados del resto. Y es así porque sus culturas fueron completamente absorbidas por otras que vinieron después, desapareciendo así de la historia ¿Cuando, dónde y por qué empezó esto? ¿Es una característica de los «malvados» e imperialistas europeos? Es largo de contar, pero se puede decir que todo empezó en el Neolítico, cuando el paso a una cultura sedentaria hizo que los territorios fueran codiciados por su valor para el cultivo y el pasto, con todo lo que ello conllevaba. No es menos singular el hecho de que este cambio ocurriera dentro de una misma época geológica en todo el globo, sin que se existiera contacto conocido previo entre las distintas zonas.

Expansión de la agricultura (Fuente: Wikipedia)
El paelontólogo español Juan Luis Arsuaga señala que el paso del ser humano de una forma de vida basada en la caza y la recolección a una sedentaria basada en la ganadería y el cultivo, no le ha beneficiado realmente como individuo. Lo que sí se puede observar es que este es tal vez el paso a la creación de los grandes imperios, fundamentados en la anexión de nuevos territorios como forma de existencia, algo que irremediablemente ha tenido siempre una fecha de caducidad en función de la época y de las circunstancias. Según pruebas recientes, se conoce con seguridad que unos pueblos del Cáucaso se expandieron por Europa, arrasando con lo que encontraban. La masa continental formada por África, Asia y Europa ha visto como en su seno han surgido primero la civilización Sumeria —colindante con la región del Cáucaso y considerada la creadora de la occidental— para continuar con, sin orden cronológico, Egipcios, Otomanos, Turcos, Fenicios, Cartagineses, Iberos, Celtas, Tartesios, Griegos, Romanos y alguno más que se habrá quedado en el tintero hasta que eso cambió con la llegada de las religiones monoteístas como la judeo-cristiana o la musulmana. En el continente americano no ha sido muy distinto en este sentido: aztecas, mayas e incas formaron imperios basados en un perfil muy similar a algunos de los mencionados. Estos imperios precolombinos consumieron los recursos disponibles hasta que fueron frenados por factores ambientales además de tal vez, otros límites tecnológicos —no conocían la rueda y no usaban monturas—. Hay sin embargo otros habitantes de la América precolombina que no llegaron a entran en este patrón como el pueblo Tlaxcalteca —que sufrió el imperialismo azteca— o las tribus nativas de Norteamérica, las cuales siguieron viviendo bajo la práctica de caza, recolección y nomadismo que había caracterizado a la especie humana hasta la llegada del neolítico. Actualmente, grupos étnicos como los quechuas o los aymaras, son reconocidos y defendidos paradójicamente,  por los mismos estados políticos formados por los que llegaron allende el océano.
«la raza humana se ha hecho dependiente de una actividad [la agricultura] que está matando al planeta [..] y también ha destruido la cultura humana. Es el comienzo del militarismo y de la esclavitud»

El factor diferencial

¿Por qué las cosas ocurren de una manera y no de otra? Lo que es seguro es que tienen que ocurrir de alguna forma, por tanto, aunque parezca de perogrullo, lo que acaba ocurriendo es lo que tenía más probabilidades de que así fuera. Si los imperios se basan en su capacidad para anexionar territorios, por lógica, van a depender de cuan grande sea el terreno donde se desarrolle. Si le echamos un vistazo al mapa, resulta que Asia, África y Europa forman la masa terráquea continua más grande del planeta, mientras que América está aislada del resto en un continente dividido en dos. Este podría ser el factor que haya propiciado la profusión y desarrollo de los imperios y de sociedades más en una zona que en otra. Incluso dentro del propio continente americano se puede observar que los grandes imperios surgieron en las templadas y ricas tierras del sur y centro, mientras que en el frío y seco norte continuaron con el modo de vida nómada del neolítico. Igualmente, las diferencias entre África y Eurasia pueden deberse a la parcial dificultad en pasar de un continente a otro. De nuevo, intentar establecer las causas de por qué África quedó inicialmente apartada de la expansión occidental es un asunto que excede con mucho la intención del artículo, pero es muy probable que con el Imperio Musulmán establecido por el norte del continente hasta lo que hoy en día es Pakistán y disfrutando de su gran cantidad de recursos —coincidiendo actualmente con las zonas de mayor desertificación—, el mundo cristiano —es decir, Europa— sin recursos, padeciendo pestes y hambrunas, no le quedaba otra que rodear por completo África para llegar hasta la India y establecer rutas comerciales seguras, hazaña protagonizada por Portugal. Como sabemos, España quiso mejorar lo logrado pensando que atravesando el Atlántico llegarían de manera directa al objetivo, pero lo que encontraron iba a cambiar por completo la Historia.

Encuentro con el pasado

Por lo visto hasta ahora, una vez el ser humano salió de su modo de vida nómada y descubrió el sedentarismo y la explotación de los territorios, no podía evitar caminar por una senda de autodestrucción basada en ciclos de conquista y expropiación, continuada por otras de sobrepoblación y escasez, lo que llevaba de nuevo al punto de partida hasta que se agotaban las posibilidades de expansión. Además, esto ocurría en la práctica totalidad de territorios del planeta, sin importar culturas, ni razas, ni etnias. Es decir, no existe el mito del «buen salvaje» ni del «imperialista europeo» salvo como una herramienta política moderna que instrumentaliza a las minorías y a los indefensos. En todo caso, lo que ha de existir es un replanteamiento de nuestro modo de vida y relación con el planeta. Si de algo sirvió la llegada de Europa a América es para enfrentar estas dos visiones, la antigua forma de vida del ser humano, más amable consigo mismo y con la naturaleza pero insuficiente para apaciguar nuestra ansia de conocimiento, y la nueva, desbordante de capacidades y posibilidades pero incapaz de la reflexión y del autocontrol. La historia de este encuentro de culturas, de razas y de épocas, es la historia del planeta Tierra. Hasta ese momento no había sido posible que el ser humano se viera a sí mismo, frente a frente, hasta que el llamado «viejo mundo» se encontró con el «nuevo», dispuesto a continuar con lo que se llevaba haciendo en todo el planeta desde hacía miles y miles de años ¿O tal vez había algo nuevo?

La nueva era

Sumeria, la Cultura Minoica y muchos otros pueblos y culturas desaparecieron o fueron absorbidas por otras, hasta que todo culminó en lo que griegos y romanos llegaron a construir. El Imperio Romano tenía una fecha de caducidad, como todos los imperios, y cuando le llegó el momento, una Europa que había olvidado sus antiguas creencias, que había olvidado vivir como antes, tuvo que aferrarse a lo que tenía. Y lo que había entonces era, por primera vez desde que el ser humano recuerde, una religión monoteísta. Un catolicismo que contuvo el caos dejado por el vacío del orden romano y que conservó el conocimiento grecolatino que alumbraría, siglos después, el Renacimiento y la Ilustración. La Iglesia Católica heredaba y continuaba así las instituciones caídas de Roma, que fueron incapaces de innovar, de cambiar de modo de vida, manteniéndose los imperios como referencia. Pero el hecho singular del monoteismo y de servir como fuente de autoridad para unas clases dirigentes que tuvieron que darle al pueblo algo —si bien no fue alimento para sus estómagos, tal vez lo fue para sus almas o lo más probable, es que no fuera más que placebo para sus mentes— obligó a cambiar imperceptiblemente el patrón con el que la humanidad había estado funcionando.
«La Edad Media realizó una curiosa combinación entre la diversidad y la unidad. La diversidad fue el nacimiento de las incipientes naciones... La unidad, o una determinada unidad, procedía de la religión cristiana, que se impuso en todas partes... esta religión reconocía la distinción entre clérigos y laicos, de manera que se puede decir que... señaló el nacimiento de una sociedad laica. ... Todo esto significa que la Edad Media fue el período en que apareció y se construyó Europa»
Jacques Le Goff, historiador
«El origen de esta visión del Medievo como una época óscura y supersticiosa se debe a "una mezcla de fanatismo de la Ilustración, odio al papado del protestantismo, anticlericalismo francés y esnobismo clasicista"»

Las edades del ser humano

Las personas pasamos por distintas fases en nuestro crecimiento, tanto personal como físico. Lo que se desea destacar es que nuestros errores del pasado son, normalmente, una herramienta para configurar nuestro ser actual. Han tenido su utilidad, por arrepentidos o avergonzados que estemos y por mucho que pensemos en lo equivocados que estábamos. Por eso mismo, culpar a un adulto por la inexperiencia que tuvo cuando fue niño, resulta absurdo. Con la humanidad puede decirse algo parecido: los errores del pasado lo son, vistos desde la óptica actual, precisamente por poder verlos en perspectiva. Por haber evolucionado y aprendido de ellos. De esta manera, por inapropiada, abusiva, desfasada, anacrónica e infantil que pueda parecer la doctrina católica, en su momento de la Historia fue un factor que diferenció a las expansiones que el ser humano había estado realizando. El patrón de conquista, anexión de territorios, esclavización de la población y apropiación de los recursos era lo que el ser humano había estado haciendo —tan equivocada como tal vez, inevitablemente— desde el neolítico en todo el planeta, incluyendo a los grandes imperios de Sudamérica. No era a causa del catolicismo, sino al contrario, este fue el factor que lo contuvo y que posibilitó el paso hacia el mundo actual. Hacia el siguiente paso en la edad de la humanidad, una en la que nuevas herramientas de aprendizaje son necesarias porque las anteriores no sirven. La gran paradoja de esta situación es que muy probablemente fue la incoherencia de una iglesia cuya religión predica la igualdad y la fraternidad, mientras sus cúpulas dirigentes continuaban con el deseo atávico de expandirse como imperios, lo que provocó que poco a poco fuera enfrentando al pueblo contra ellas, cuya legitimidad auto-declarada como proveniente de Dios, cada vez tenía menos significado.

Un paso detrás de otro

Ni hacer las cosas bien le convierten a uno en mejor persona, ni equivocarse, en alguien detestable. Son aspectos distintos. El Imperio español en su momento no era ese personaje oscuro y violento como ahora se le quiere presentar, culpando al adulto por sus errores cometidos de niño. Más bien al contrario, con las ideas de la época, era un modelo a imitar. De alguna manera se constituyó como el continuador de la ética civil de Roma, un imperio que si bien no supo escapar de su propia destrucción como todos los imperios, aportó factores diferenciadores que han ayudado a la humanidad hacia la construcción de herramientas sociales y así, poder evolucionar. Los británicos, que envidiaban al nuevo imperio que se estaba creando, anhelaban los recursos que estaba consiguiendo y continuar con la inercia imperialista que existía. El mundo no conocía otra cosa, salvo volver de donde se venía, la vida nómada de cazadores recolectores, algo que nadie se planteaba mientras quedara un hueco de tierra por ocupar. La monarquía británica se debía enfrentar a un imperio en cuyo territorio «no se ponía el Sol». Si deseaban perdurar, debían superar a tan formidable oponente. Lo que ahora nos parece una locura melomaníaca era sin embargo la misma en esencia que impulsó la construcción de las grandes pirámides de Egipto. No era algo nuevo, era consustancial al ser humano desde que convirtió a los territorios y sus limitados y perecederos recursos, en bienes preciosos.
«Parece que las nieblas londinenses nos nublan el corazón y el entendimiento, mientras que la claridad de la soleada España le hace ver y oír mejor a Dios. Sus señorías deberían considerar la política de despoblación y exterminio ya que a todas luces la fe y la inteligencia española están construyendo, no como nosotros un imperio de muerte, sino una sociedad civilizada que finalmente terminará por imponerse como por mandato divino. España es la sabia Grecia, la imperial Roma, Inglaterra el corsario turco»

El nuevo imperio

¿Por qué y cómo podía superar el Imperio británico al español? Gran Bretaña se movía en el fondo por las mismas ansías y necesidades de expansión que el resto de las dinastías medievales que tras la caída de Roma, pugnaban por sobrevivir. Así, comenzaron una carrera sin fin por los recursos, el oro y los territorios. Y llegado el momento, como anteriormente había ocurrido cuando un imperio se encontraba con otro, el de Gran Bretaña envió la mayor fuerza de combate que jamás se haya desplegado a enfrentarse en combate desigual, para acabar de una vez por todas con el Imperio español, a anexionar sus territorios, a expropiar sus recursos y a someter a la población nativa, a segregarla, a esclavizarla o a recluirla en reservas hasta hacerla desaparecer de la vista, tal y como se hacía en sus territorios de Caribe y Norteamérica. Pero en Latinoamérica no ocurrió así porque los británicos no lograron imponerse. Esta batalla es la llamada de Cartagena de Indias, donde el Imperio británico protagonizó el mayor ridículo militar de la historia hasta el punto de que la gesta hispana fue borrada, literalmente eliminada de los libros y de la memoria historiográfica anglosajona. El resultado de todo esto fue que por primera vez, dos imperios enfrentados no lograban imponerse militarmente al contrario, manifestando una evidente incapacidad de lograrlo. En esta situación de empate técnico, los británicos prefirieron continuar el combate en otros ámbitos, hacer como si no existiera el Imperio español, creerse su propia superioridad a base de exagerar los defectos del contrario, inventándose para ello una Leyenda Negra que fue el primer ejercicio de propaganda usada como arma política.

La era de la convivencia

Los imperios español y británico convivieron durante algunos siglos, disputándose territorios y apoyando a los enemigos del bando contrario en guerras de sucesiones monárquicas y de independencias coloniales. Además de esta situación en la cual dos maneras de gestionar los recursos materiales y humanos convivían frente a frente, en continua disputa, se añadía la comentada de convivir con el pasado nómada y de imperios incipientes y frustrados. Pasado, presente y futuro convivían juntos, por primera vez en la historia de nuestra especie ¿Cómo se llegó a esta situación?

Presente y futuro

El empate técnico en lo militar entre las grandes potencias de la época trasladaron el enfrentamiento a los ámbitos económico, cultural y político. Ahora ya no se trataba de regiones relativamente pequeñas, ahora estaba en disputa el dominio en el mundo entero. Si ya las victorias militares en el pasado no eran suficiente para derrotar imperios, en aquel momento y en lo sucesivo, lo iban a ser menos. La historiografía anglosajona, al igual que otras marcadas por nacionalismos, buscaba con afán sucesos históricos como puntos de inflexión para apoyar la creación de mitologías inventadas. En este caso, se ha usado hasta la saciedad la derrota de la Armada Invencible como el inicio de la supremacía británica y el fin de la hispana, pero analizado más objetivamente, esto no ocurrió hasta al menos la derrota en Trafalgar, bajo mando francés. Aún así, el fin del imperio hispano se suele fijar en la guerra con EEUU, inventada por el país norteamericano aprovechando la excusa que mejor les vino, práctica en la que con el paso del tiempo se convertirían en unos maestros. La ironía de la historia es que ni Cuba ni Filipinas ganaron nada, más que cambiar un yugo por otro no mejor.

Con el pasado

En la antigüedad, la esclavización, la violación y el saqueo eran práctica habitual en las conquistas militares. Los pueblos vencidos apenas subsistían culturalmente. Con Roma las anexiones cambiaron ligeramente al existir la posibilidad de ser asimilados los pueblos a su organización política, basada en los fundamentos de ciudadanía heredados de Grecia. Aún así, apenas quedan vestigios de aquellas sociedades a pesar de su riqueza cultural. Este patrón en parte se repitió en la conquista americana, sin embargo, la existencia hoy en día de pueblos originarios con su lengua y cultura es prueba de la influencia de ciertos límites y cambios de proceder. Estas diferencias de actitud, de señales de madurez socio-cultural, se podían observar en contraste con las de los nativos, que representaban el pasado de la especie humana. Varios son los casos que pueden servir de ejemplo demostrativo de la existencia de estos límites internos incipientes en la cultura occidental, que son los que permiten hoy en día la discrepancia y discusión sobre estos y otros temas conflictivos:
  • Algunas personas críticas con el papel de España en la colonización americana pretenden poner al mismo nivel la práctica de sacrificios humanos en las culturas precolombinas con la quema de brujas y herejes en la hoguera, también habituales en aquella época al otro lado del océano. Siendo en ambos casos igualmente bárbaros, inhumanos e incivilizados, en el caso americano los sacrificios eran elegidos a capricho de manera indiscriminada, mientras que en Europa eran casos concretos decididos por unos tribunales sujetos a ciertas reglas, normas que por arbitrarias que fueran la mayoría de las veces, acabarían posibilitando posterior y afortunadamente, su desaparición, sin necesidad que viniera nadie de fuera a eliminarlos.
  • Cuestionar la autoridad en una época anterior hubiera ocasionado con gran probabilidad acabar con la cabeza cortada y puesta en una pica. Sin embargo, el fraile dominico Bartolome de las Casas tuvo el coraje de denunciar lo que hasta aquel momento de la historia era habitual pero contradecía los principios filosóficos y humanistas que emanan de la creencia que la institución eclesiástica a la que pertenecía, decía defender, pero con la que no se correspondía en la práctica. Es decir, la inercia imperialista y conquistadora se veía limitada, aunque no frenada, por la que en teoría era la principal motivación para hacerla que era la evangelización. La paradoja, nuevamente, es que estas criticas fueron más y mejor usadas por el oponente que a los que iban dirigidas, a pesar de que aquel cometía las mismas atrocidades en su terreno.
  • Lo que la historia dice, a pesar de todo, es que desde el poder surgían, por primera vez en la historia de nuestro deambular por este planeta, intentos de frenar lo que un instinto humano anacrónico creado en épocas de extrema escasez, volvía a manifestar. Isabel la Católica, reina de Castilla y máxima autoridad en aquel momento de la expansión americana, promulgo una Real Provisión en la que, explícita y literalmente, prohibía la esclavitud de los nativos —desgraciadamente, abrió el negocio de esclavos traídos de África, asunto en el que que participaron España y Gran Bretaña por igual—. Claro es que como toda ley, no fue acatada de manera inmediata ni mucho menos, precisa. Aquí es donde tal vez resida el mayor pecado de los que entonces desembarcaron en América, seres poco ilustrados, acostumbrados a un ambiente duro, austero, feudal y autoritario, que aprovecharon para descargar en los poco preparados nativos sus penas y frustraciones. La legitimidad de las autoridades para hacer cumplir sus leyes sin la amenaza de castigo, fue otra de las asignaturas que el mundo hispano todavía no ha aprobado.
España fue el primer Imperio en reconocer la humanidad y los derechos de los indios y prohibir su esclavitud.
En medio de la sensibilidad que los latinoamericanos hemos desarrollado ante el genocidio de las empresas conquistadoras y coloniales españolas, causa cierta perplejidad encontrarse que la España avasalladora, ordenara desde su poder supremo e inmenso y como señaló Lewis Hanke, «en el cenit de su gloria», la suspensión de sus conquistas para que se decidiera si eran justas o no, el 16 de abril de 1550

  • Otros ejemplos que podrían añadirse serían por una parte el de la Constitución de Cádiz de 1812, ya en el S.XIX, poco después de deshacerse de los franceses. Esta constitución pionera fue, un siglo antes de la Commonwealth británica, un proyecto de formación de estado global en el que todos los hispanos de ambos hemisferios se constituían como ciudadanos de pleno derecho. Algo más tarde en el mismo siglo, en la Primera República Española, Cuba y Puerto Rico dejaban de ser ya de las pocas colonias que quedaban y pasaban a formar parte de la organización territorial española, exactamente con el mismo rango al resto de territorios. Tal vez la carencia de una relación fluida de la autoridad con el pueblo, ocasionó que no se supieran moderar las posibilidades que la nueva constitución republicana les ofrecía. El resultado fue el paso efímero por la historia de aquel primer intento. Lo mismo podría decirse de los países hispanoamericanos: poder formar parte de un proyecto global no interesó, pero ese deseo justo de descentralizar un poder tanto tiempo sujeto y ofrecerlo, provocó que fuera arrebatado de súbito. ¿Que hubiera estado más cerca del sueño de Simón Bolivar, el gran Libertador, unos estados hispanos unidos o los actuales países disgregados y muchas veces enfrentados? La historia juzgará.

El legado: desde entonces hasta ahora

¿Qué idioma se usa en el ámbito científico, en la industria o en el mundo tecnológico? ¿Cuál es el idioma más hablado internacionalmente? ¿Quién tiene más peso en las decisiones geopolíticas? ¿Qué cultura tiene más influencia? Ciertamente, Gran Bretaña no es ya ningún imperio, pero se puede decir que unida a otros países afines culturalmente como Estados Unidos —Canadá, Australia, Nueva Zelanda, etc.— a los que se podrían añadir los protestantes —Holanda, Alemania o Dinamarca— dominan la ciencia, la cultura, la economía y la industria mundial. Políticamente pueden ponerse a su lado Rusia o China —Japón, Corea—, pero en cualquier caso, el mundo hispano ha pasado a ser un completo segundón en casi todos los ámbitos.

El momento en el que esto ocurrió puede que no sea posible localizarlo en un tiempo o lugar concreto, por un lado por estar fuera de las posibilidades de este artículo y por otro, porque seguramente fue ocurriendo poco a poco, de manera dilatada en el tiempo. Un lento proceso que si bien fue inadvertido por ambas partes, en el caso de Gran Bretaña, una nación con ínfulas pero a la sombra del primer imperio global de la historia, la impaciencia porque le llegara el momento de superar a la entonces todopoderosa España, le otorgó la suficiente consciencia de lo que ocurría de manera que supo aprovechar las oportunidades que le surgían. Para exponer mejor esta situación y por comparación con otros casos similares vividos de cerca, partamos de las siguientes premisas en la que existen dos bandos enfrentados:
  1. La autocrítica se vuelve extraordinariamente difícil
  2. Se produce un incremento en el dogmatismo como consecuencia del punto anterior
  3. Uso sectario de los medios —logísticos, informativos, etc.— para que los hechos reales u objetivos se adapten a la conveniencia de los puntos anteriores.
Si bien ambos lados del enfrentamiento heredaban la clásica estructura de mando imperial, jerarquizada y autoritaria, cada bando se enfrentó de diferente manera en función de sus distintos puntos de partida, a la nueva situación que nuestra especie experimentaba:

Gran Bretaña

El imperio anglosajón era en su momento, igual de cruel y autoritario que el español, o más. Así mismo, los niveles de dogmatismo —político y religioso— alcanzaron niveles similares —sin ir más lejos, sigue siendo unos de los pocos estados confesionales democráticos que existen— así como el uso sectario de los medios, en el que los anglosajones alcanzaron una práctica notable —leyendas negras, barcos auto-hundidos, armas de destrucción masiva, este tipo de cosas—. Sin embargo, así como el español estaba en el cenit de su poder y no deseaba cambiar nada —el catolicismo se asumía como una religión absoluta y verdadera, de manera que con ella se «sabía» todo lo necesario—, el británico tenía justamente la motivación contraria: necesitaba cambiar para superarle, y además, debía justificar dichos cambios. Este ansia por alcanzar los logros del Imperio español, esta competitividad, es la que impulsó al británico a probar con algo nuevo.

Tal vez sea necesario detenerse en este punto ya que la mayor complicación para entender el pasado, es que lo hacemos mirando con los ojos del presente. Pero si lo hiciéramos con la mentalidad de entonces, la actual perspectiva con la que se diferencian los mundos anglosajón e hispano era opuesta a la que ahora se conoce: España era la gloria, la excelencia a la que el resto del mundo aspiraba. Movidos por esta envidia, la jerarquía británica tomó una decisión arriesgada desde la perspectiva del poder, que fue perder parte de su protagonismo, introduciendo la meritocracia en su sistema social. En cualquier caso, movido por las mismas ansias de expansión y conquista que cualquier otro imperio habido anterior y posteriormente hasta incluso nuestros días. Los que participaron en la ocupación del continente americano por parte anglosajona, cometieron o practicaron, según se vea, los mismos o peores actos que cualquier otro. Es decir, como se ha venido repitiendo: esclavización, aniquilación y por último, segregación racial y sometimiento de la población nativa recluyéndola en reservas ¿Qué más ha hecho el mundo anglosajón desde entonces? Hagamos un pequeño resumen:
  • Tras el Acta de Supremacía de la corona británica por la que se escindía de la Iglesia Católica, las ejecuciones por motivos religiosos eran algo común en Gran Bretaña. El problema es que no hay una versión única y suficientemente objetiva de aquellos hechos. Pero lo que sí se puede afirmar con rotundidad es que en el mundo protestante —en el que se incluirían otros países como Alemania y Países Bajos— el rechazo e incluso odio hacía la religión católica acabó en la persecución de los practicantes de esta fe cristiana, debiendo ocultarse y permanecer en la clandestinidad.
  • Mientras que la Inquisición Española fue la primera en detener las ejecuciones por herejía, no ocurría así en el resto de Europa, dándose el paradójico caso de Miguel Servet, un científico y filosofo español que murió ejecutado en Ginebra por no renunciar a su libertad de opinión sobre algunos temas en los que discrepaba con las versiones «oficiales».
  • Esta rivalidad llevó a ambos bandos a una creencia dogmática en la superioridad moral de cada uno sobre el adversario. En el caso que nos ocupa:
    • El famoso científico y matemático Alan Turin fue procesado y castrado químicamente por su homosexualidad, circunstancia de la que hasta hace bien poco no ha habido una disculpa, en este caso de la máxima autoridad.
    • El pretendido carácter «sublime» de su cultura y etnia es el germen de la segregación racial —como el apartheid en Sudáfrica o el KKK en EEUU— y en concreto, de las ideas eugenésicas de mejora racial que en Alemania dieron paso al nazismo.
    • Imperialismo, colonialismo y expropiación cultural en India, Egipto y otros países africanos, cuyos problemas continúan vigentes en nuestros días.
    • Intervención unilateral en oriente medio con Israel y Palestina, provocando un conflicto que ha incendiado social, política y militarmente la zona y cuya solución se ha vuelto enormemente complicada, cuyas consecuencias salpican al mundo entero. 
Antes de condenar la corrupción y la rudeza de los demás, quizás deberíamos recordar que el acto del imperialismo en sí mismo puede verse como una grosería arrogante e interesada en una escala global.
Alan Lester para The Conversation

Ante semejante panorama cabe preguntarse cómo es posible que el mundo anglosajón disfrute a pesar de todo de tanta aceptación y domine actualmente la cultura y política internacional. La explicación una vez más puede que esté fuera del alcance de este artículo, pero la necesidad de introducir la meritocracia en su sistema a buen seguro tuvieron algo que ver:  la jerarquía política, la responsable de encaminar y dirigir la sociedad, tenía la necesidad de contar con todos y cada uno de sus miembros, súbditos o ciudadanos, de manera que todo aquel que tuviera algo que aportar era bienvenido, independientemente de su ascendencia o clase social. El mundo anglosajón y protestante ha alabado el esfuerzo y el trabajo, ha fomentado el cultivo intelectual de su sociedad desde temprano, ha respetado a los miembros de sus colectivos dándoles relevancia, autonomía y participación política, y les ha valorado de manera mucho más justa. Como resultado, ha logrado que la democracia de Gran Bretaña sea la más antigua del mundo, sin rupturas, sin revoluciones, ni guerras civiles. Es tal vez el único país que se ha construido socialmente desde arriba, gracias a responder adecuadamente a la presión de las circunstancias. Las clases dirigentes han dado el necesario protagonismo e independencia a los miembros de su sociedad, aceptando piratas y contrabandistas como parte de las élites, porque eran los mejores en lo que hacía falta. Por este motivo no tienen constitución escrita, usan las unidades de medida que el pueblo ha usado siempre, no hay academias lingüísticas que establezcan regulaciones en la manera en cómo el pueblo habla. En definitiva, la legitimidad y autoridad ha sido aceptada, existiendo una conexión entre gobernantes y gobernados que en pocos lugares existe. Aunque se ha equivocado en aspectos como los prejuicios raciales o su intervención en oriente medio, y continúa equivocándose en muchos otros aspectos, estos errores no son atribuidos a castas políticas privilegiadas inmerecidamente según sus propios valores, sino que son asumidos y reconducidos por sus propios mecanismos internos. En definitiva, la sociedad responde con una implicación en la marcha de sus proyectos como colectivo, mucho mayor que en el mundo hispano.

A veces se dan estos accidentes históricos: unas veces unos intrépidos navegantes prueban a explorar rutas nuevas por necesidades económicas, y se encuentran con un continente desconocido. Otras, transmiten de manera inadvertida enfermedades contagiosas para las que la población local no tiene defensas, causando una gran mortandad a pesar de poner todos los medios posibles para impedirlo. En aquel momento, movidos por las pocas edificantes ansias de poder, el mundo anglosajón iba a cambiar siglos después, el paradigma social y político.

España

El caso español era sensiblemente distinto del británico, pero no por ninguna debilidad o defecto intrínseco a la cultura latino-mediterránea —nada que en aquel momento se pudiera ser consciente, claro—. Como se ha comentado, por raro que ahora nos parezca, España era entonces el referente, el modelo de éxito, el primero que había logrado establecerse y asentarse en otro continente y fundar un imperio global, el primero con la suficiente capacidad tecnológica y logística como para llevar recursos suficientes a la otra parte del océano y una vez allí, poder hacer uso de ellos al servicio de su Imperio. El español estaba en la cúspide del poder, de manera que —y esto seguro que nos parece más cercano a la actualidad— emborrachados de éxito pero temerosos de perder su posición privilegiada, cuestionar la autoridad era algo cercano a un acto de traición. Como consecuencia, el dogmatismo y la ceguera política se apropiaron de sus dirigentes.

Aunque con las actuales varas de medir nos resulten claramente insuficientes —como no podía ser de otra manera—, lo cierto es que el encuentro de culturas en América significó un antes y después en la historia de la especie humana, cuya importancia no consistió en el nivel desempeñado, sino precisamente en marcar el inicio de lo que siglos después se convertiría en los Derechos Humanos. Estos logros —prohibición de la esclavitud, fin de la inquisición, aplicación de criterios racionales— se alcanzaron gracias a la intervención de ciertas autoridades, haciendo uso de la propia filosofía que emanaba de la religión que les encumbraba al poder, y gracias a señalar la evidente incoherencia entre esta y lo que se estaba haciendo sobre el terreno. Pero —y esta sería una clave que marcaría la diferencia— estos incipientes avances no hacían referencia a la gestión de los propios recursos humanos. No afectaban a la forma de auto-organizarse social y jerárquicamente. La autoridad no se veía menoscabada ni afectada en sus privilegios o prerrogativas, simplemente se optó por una condescendencia con el débil y el indefenso, para que la evangelización pudiera legitimarse y seguir su curso sin enfrentarse a mayores incoherencias.
El destino de los españoles, en todos los países del mundo, es participar en las mezclas de sangres.
Denis Diderot
Resulta paradójico que mientras el Imperio anglosajón y sus aliados contra el catolicismo no tenían la más mínima intención de proteger como iguales a otras razas y etnias que han considerado inferiores hasta hace bien poco, el Imperio español, preocupado en definitiva por la integración de otros pueblos en la estructura social del catolicismo, haya sucumbido frente a esos mismos que se han mostrado más despiadados e insensibles. ¿Cómo ocurrió esto? ¿Qué es lo que ocasionó que aquel imperio global y envidiado sea, no solo superado, sino objeto de constantes críticas?

Por un lado, porque la situación superaba con creces la capacidad de cualquier pueblo, nación o estado político. Ahora ya no se trataba de conquistar a tu vecino, se trataba de algo mucho más grande, algo que transcendía los conceptos culturales, geográficos, históricos y étnicos que hasta ese momento —incluso aun hoy en día— se discutían. Y por otro, porque por mínima que fuera la capacidad de autocrítica manifestada por el Imperio español cuando decidió pararse a considerar lo que estaban haciendo, fue interpretada como un signo de debilidad por el contrario. A partir de entonces, el mundo anglosajón y protestante se dedicó a la misión de exagerar los defectos de una cultura señalados por ella misma. Es decir, la autocrítica se interpretaba como la evidencia de una carencia de legitimidad que, sin embargo, el mundo anglosajón creía poseer para cometer los mismos o peores actos. Paulatinamente, el mundo hispano se anclaba y estancaba en su posición, incapaz de asumir los logros del contrario y corregir los errores propios, ignorando lo perdido pero soñando cada vez más en glorias pasadas. Se iniciaba tal vez así, el famoso complejo de inferioridad hispano, una auto-profecía que ha permitido que un Imperio haya desbancado a otro, más por sus propios defectos que por las virtudes del contrario.

El anglosajón, visto que por lo militar no fue capaz de doblegar al contrincante en su momento, sacaba provecho de cada ventaja que le surgía en cualquier ámbito por intrascendente que pareciese, exagerando hechos y defectos del contrario, mientras que iba reescribiendo la historia para ponerse ellos como los «chicos buenos», ante la inoperancia hispana. Finalmente, el mundo anglosajón y protestante ya no necesita usar de leyendas negras para demostrar su superioridad. Esta es evidente al menos en lo cultural y político, ya que en lo ético, ni lo fue entonces ni lo es ahora. El problema de los actuales juicios contra el legado hispano es que por un lado, provienen en su mayoría de su propio ámbito. Y por otro lado y más importante, es que la leyenda negra no es que sea falsa, sino que no dice toda la verdad. Y no hay peor mentira que una verdad a medias.

Enfrentamiento entre una revuelta de esclavos y soldados coloniales en la Guayana Británica.
(Fuente: The Conversation
[Shutterstock])

El futuro y sus retos

La especie humana lleva varios miles de años caminando sobre este planeta sin encontrar un camino libre de intolerancia, guerra y destrucción del medio ambiente. Dando tumbos, movidos por los mismos instintos primitivos de miedo al diferente y protección del territorio, e incapaces de encontrar el equilibrio. El mundo anglosajón ha sabido gestionar internamente sus recursos humanos, sin embargo, hasta bien entrado el Siglo XX ha sido un nido de racistas y segregacionistas. Incluso hoy en día, los máximos exponentes de lo anglosajón tienen a alguien como Donald Trump que propone muros para dividir, o el nuevo primer ministro británico Boris Johnson, decidido a consumar un Brexit resultado de un referéndum manipulado y con la xenofobia como una de las motivaciones que más suenan de fondo. Según algunos especialistas, el británico ha sido un imperio disgregador y destructor de sociedades mientras que el hispano por el contrario, ha sido integrador de culturas. El británico ha usado a sus colonias como fuente de recursos, apartando a los nativos, eliminándolos o recluyéndolos en reservas, segregándolos. La gran paradoja es que mientras el mundo hispano aumentaba su complejo de inferioridad autoprofético, se consumía paulatinamente mientras el británico y sus compañeros han ocupado el resto de planeta que quedaba, haciendo lo mismo que el hispano admitió hacer y cesó en su empeño. Gran Bretaña y EEUU, al frente del «mundo occidental», han ocupado y explotado el continente africano, apoyando a dictaduras que han esclavizado a sus habitantes para explotar sus recursos y sostener el «modo de vida» de occidente. De la misma manera, latinoamérica vive en una eterna inestabilidad con revueltas, golpes de estado y crisis económicas, planificadas desde despachos del gran vecino gringo del norte.

La paradoja americana

Volviendo a lo planteado al inicio del artículo, hay que preguntarse por qué EEUU es hoy la gran potencia que es, de manera que se permite alterar la vida política del resto de países del continente y de Europa, prácticamente a su antojo. La única respuesta posible es que de todas las colonias que tuvo el Imperio británico, esta es la única que logró independizarse y formar un formidable país uniendo los en un principio, disgregados estados. La jugada les salió bien, es algo que ahora pueden decir, pero en su momento no había nada claro. De hecho, la independencia se logró para disfrutar de pleno poder sin injerencia del yugo británico, gracias en una gran parte a la ayuda del mismísimo Imperio español, el contrincante, otra de las facetas que no es recordada lo que se debería.

La paradoja se vuelve especialmente retorcida cuando parte del problema que se padece en latinoamérica es causada, no únicamente por esa supuesta mediocridad hispana heredada, sino por la interferencia de los que en su momento necesitaron ayuda para ser lo que son hoy en día. España ayudó a EEUU a independizarse, pero no pudo evitar que sus colonias hicieran lo propio apoyadas también por el enemigo británico. Pero mientras que EEUU apostaba a caballo ganador y se aliaba con la que fuera su opresora Gran Bretaña, el mundo latinoamericano y sus dirigentes actuales —herederos de aquellos que gobernaban las colonias cuyos padres nacieron al otro lado del océano, pero quisieron independizarse de su rey para gozar del poder completo—, decidieron aprovecharse de la presa fácil y acomplejada en la que España se ha ido convirtiendo con el paso de los siglos para continuar en el poder. La «mediocridad hispana» pues, no fue algo heredado sino construido siglo a siglo una vez lograda la independencia, tras la cual la estrategia fácil pero inútil salvo para eludir responsabilidades y convencer a ignorantes, ha sido la de continuar culpando de sus problemas a sus antiguos capataces, sin importar la distancia en el tiempo, anclados en el pasado, sin superarlo.