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jueves, 27 de junio de 2024

La caída de Occidente

jueves, 27 de junio de 2024

 
La caída de Occidente [Bing Image Creator]


Los inicios (1950~1970)

Al acabar la Segunda Guerra Mundial e iniciarse el periodo de la Guerra Fría, el mundo comenzó a iniciar un lento pero imparable proceso marcado por el enfrentamiento entre dos grandes potencias y la carrera armamentística, que nos llevaría a la situación actual. Es difícil determinar hasta qué punto se era consciente de lo que implicarían las decisiones tomadas entonces, pero sí se puede advertir una intencionalidad y un patrón de comportamiento. La dinámica de gasto e intervencionismo militar con fines políticos, se enfrentó en el caso Occidental con el auge económico europeo y asiático con Alemania y Japón como principales exponentes. En esta tesitura, el bloque capitalista demostró que en el corto plazo tenía mayor flexibilidad para encontrar alternativas —no vamos a llamarlas «soluciones»a su problema. Mientras ocurría todo esto, Occidente desatendía las crecientes demandas de las sociedades que se recuperaban tras el periodo de postguerra, asumiendo que el ciudadano era una entidad que ejercía su libertad y decidía en democracia disponiendo de toda la información necesaria para hacerlo, consecuencia de aplicar ؅؅—erróneamente— la teoría económica al modelo social[1].

El fin del patrón oro (1971)

Determinados actores económicos y corporativos en el bloque occidental capitalista, principalmente vinculados a la industria manufacturera y financiera estadounidense, comenzaron a expresar su descontento con la erosión de sus beneficios. Principalmente, la emergencia de países como Alemania y Japón que habían experimentado un rápido crecimiento tras la Segunda Guerra Mundial, representaba un desafío para la hegemonía económica estadounidense. Esto provocó que la financiación de costosas campañas militares como la Guerra del Vietnam, exacerbara aún más las tensiones dentro del sistema de Bretton Woods. La rigidez del sistema de cambio monetario fijado en el patrón oro y con el dólar como «moneda de cambio», acabó con el presidente Richard Nixon asesorado por el influyente diplomático Henry Kissinger, decidiendo eliminar dicho estándar fijo internacional. Esto permitió iniciar una era de mayor flexibilidad monetaria, pero también de mayor volatilidad e incertidumbre en los mercados financieros. La inflación sufrió un aumento como consecuencia de la mayor facilidad de los gobiernos para imprimir dinero. Además se abrió la puerta a la especulación con la deuda soberana, ya que la desvinculación del dólar del oro por el que se regulaba el sistema de cambio de divisas, sufrió una importante alteración. Esta nueva dinámica financiera permitió a países como China, con sus crecientes exportaciones hacia Estados Unidos, acumular grandes reservas de dólares que invertían en bonos del Tesoro de dicho país, convirtiéndose en uno de sus mayores acreedores y adquiriendo un considerable poder económico sobre esta nación.

La crisis del petróleo (1973)

Poco después de eliminar el patrón oro, la OPEP —una formación de países, en su mayoría dictaduras islamistas— bloqueó el consumo de crudo de los países occidentales en respuesta a su apoyo a Israel en la Guerra de Yom Kipur. Este embargo provocó una crisis de grandes dimensiones debido a la dependencia de Occidente del consumo de combustible fósil y puso de evidencia la vulnerabilidad de su modelo económico. Además, la crisis exacerbó las tensiones geopolíticas entre Oriente Medio y Occidente, y contribuyó a un aumento del sentimiento antiamericano en el mundo árabe. El «modelo occidental» comenzó a evidenciarse como una fachada de «libertad y democracia» mientras ocupaban con tanques y rociaban con napalm territorios enemigos solo por su ideología e interés geopolítico. La división entre los intereses geopolíticos de los gobiernos y las ilusiones y sueños de «paz y armonía» en las que creían los ciudadanos tras la propaganda aliada consecuencia de la victoria en la 2GM, comenzó a ser abrumadoramente divergente, provocando la aparición de movimientos de protesta y activismo social.  ¿Cómo respondió occidente ante esta coyuntura?

La respuesta occidental: Reunión de la Comisión Trilateral (1973)

Llama la atención que precisamente en la reunión de las personas más «influyentes» del planeta en el año 1973 en la llamada Comisión Trilateral, algunas de las conclusiones a las que llegaron como respuesta a la difícil situación de aquel momento fue la de la «ingobernabilidad de la sociedad» y el «exceso de democracia» (Crozier et al., 2012) como unos de los principales problemas. La respuesta occidental no se basó en un cambio del modelo social y económico. En lugar de asumir que el problema global era demasiado grande para que los ciudadanos de a pie lo manejaran, lo que implicaba aceptar que el modelo democrático —«el menos malo», recuerden— tenía deficiencias que debían ser corregidas, se optó por una mayor opacidad y reducción de la participación del ciudadano, sin que este fuera pleno conocedor. A tenor de todas las evidencias que han surgido desde aquella fecha, incluidas un renacer de la teoría política «práctica»[2], no cabe duda de que aquellas personas influyentes no perdieron el tiempo en aquella reunión y sus conclusiones han logrado llegar, en su mayor parte, al lugar que previeron. 

Globalización y deslocalización (1980)

Tras la caída de la Unión Soviética implosionada por su propia combinación de ineficiencias económicas, rigidez política y crecientes tensiones internas, el bloque Occidental dispuso de mayor libertad a la hora de «expandir» su ámbito de actuación. Con Margaret Thatcher y Ronald Reagan como principales protagonistas, Occidente inició un imparable proceso de privatización de servicios públicos, eliminación de políticas antimonopolio, creación de mercados en países ahora controlados económica, política y militarmente si llegaba el caso, aumento de la especulación financiera, control de los medios de comunicación a través de intereses económicos, control de partidos políticos por el mismo mecanismo y para redondear la maniobra, reformas para aumentar el protagonismo de dichos partidos. Al igual que en la crisis del petróleo, nadie puso pegas a deslocalizar las principales empresas tecnológicas e industriales occidentales a países asiáticos con quienes se compartía dicha tecnología y sus secretos industriales, a nadie pareció importarles que las principales materias primas se continuasen obteniendo en dictaduras de África, Medio Oriente y Asia. La mayoría de los principales responsables de evaluar los resultados trimestrales estaban satisfechos por los resultados. De momento.

La era de las burbujas (1990~2008)

Basar la economía en la especulación financiera y el ahorro de costes momentáneo que supone deslocalizar las empresas a países donde sus empleados trabajan más horas y cobran menos, con quienes se comparte la tecnología desarrollada en las propias fronteras pero que para fabricarla hacen falta materiales que se obtienen en países foráneos que han acabado controlando y monopolizando el transporte de mercancías a nivel global gracias a una falta de regulación que los mismos países han promovido, no parece una buena idea. Sin embargo, así es como la economía occidental comenzó a funcionar a finales del siglo pasado, en base a decisiones tomadas desde las altas cúpulas corporativas y políticas, las que se supone disponen de la información suficiente y han llegado hasta ahí «por méritos». La realidad es que comenzó a surgir un «patrón» de actividad empresarial basada en el supuesto del «crecimiento ilimitado» y un mantra «filosófico» conocido por el «falla, rápido, falla barato», que consistía en ofrecer productos de eficacia incierta y poco realista que parecían funcionar… hasta que dejaban de hacerlo. Fruto de este patrón surgió la burbuja de las «punto.com», de las renovables[3], de los bienes inmobiliarios, de los productos financieros, que alcanzó su punto máximo en 2008. Esta crisis fue alimentada por una combinación de factores, entre ellos la fácil disponibilidad de crédito y las bajas tasas de interés, como otra consecuencia de la situación que comenzó a generarse a principios de los 70, que fue la demanda insaciable de bonos del Tesoro por parte de China. La estrategia de este país de aprovechar la debilidad de Occidente en su fijación en el corto plazo, no solo incentivó la toma de riesgos y la formación de la burbuja, sino que también consolidó su posición como potencia económica global y le otorgó una influencia significativa sobre la economía estadounidense. Cuando estalló la crisis en Occidente, la sólida posición financiera de China le permitió seguir comprando bonos del Tesoro, perpetuando una dinámica de dependencia mutua que ha moldeado las relaciones económicas y geopolíticas actuales. De esta manera, las burbujas continuaron con las de los estudios universitarios[4], siguiendo por el arte contemporáneo, por las criptomonedas, la de los NFT. Todo era susceptible de convertirse en burbuja porque… bueno, las causas de las burbujas pueden variar desde el optimismo irracional vendido detrás de grandes estrategias de marketing hasta la corrupción económica y política, pero todas tienen en común que proporcionan interés económico en el corto plazo. La cuestión es que el modelo económico actual desregulado apenas puede contener la fuerte tendencia a su creación.

La pandemia y el coche eléctrico (2020~)

La principal innovación de las décadas recientes ha sido la de la creación de un modelo de negocio basado en la comunicación móvil y los dispositivos portátiles. Si bien este modelo ha generado beneficios económicos, también ha traído consigo una serie de consecuencias negativas:

En primer lugar, este modelo se basa en gran medida en la importación de materias primas y la fabricación de dispositivos en países como China, lo que genera una dependencia excesiva de estos países. En segundo lugar, el modelo de suscripción y demanda ha llevado a la proliferación de servicios que no presentan una innovación tecnológica real y que, en algunos casos, incluso han empeorado la calidad de los trabajos y aumentado la huella de carbono. Casos como canales de streaming —series, música, etc. —, de influencers, de venta en-línea, de tarifas de datos a los operadores de comunicación,  de almacenamiento por cuotas en «la nube» —en realidad, en costosos servidores de datos centralizados que generan un consumo de energía elevadísimo—, y de ahí se ha extendido a otros ámbitos como los de la vivienda —Airbnb—, transporte —BlaBlacar, Uber, Cavify—, envíos a domicilio —Glovo—. Un tercer caso sería el de la creación de  un sistema de publicidad supuestamente a medida del usuario pero que implica el espionaje continuo y el uso opaco de todos los datos recogidos, incluidos los de la localización del usuario, para fines comerciales y potencialmente lucrativos en la medida todos estos datos son manejados por empresas privadas en connivencia con poderes políticos, dando lugar al llamado Tecnofeudalismo.

Pero lo peor es que se ha ignorado casi por completo la necesidad de innovación[5] en la mayoría de ámbitos, principalmente el del transporte. Tras evidenciarse la influencia negativa del consumo de combustible fósil tras la aparición de la pandemia del COVID-19, la exigencia social por un cambio en la movilidad ha sido abrumadora, cambio que una industria automovilística occidental muy conservadora y jerarquizada, no ha sabido asimilar. Mientras tanto, China, que se ha mantenido aislada siguiendo con su tradición, ha innovado en este ámbito, dejando pasar con un filtro preciso aquellos elementos de la cultura occidental que han funcionado, manteniendo una estricta censura con los que no, lo que les ha conllevado duras críticas. Sin embargo, el resultado es que en estos momentos, monopoliza la extracción y exportación de las principales materias primas así como su transporte, ha mejorado tecnológicamente gracias a aprovechar la poca tecnología innovadora desarrollada por occidente recientemente, desde smartphones hasta tecnología aeroespacial. En estos momentos BYD es el mayor productor mundial de automóviles eléctricos y China ha traído a la Tierra por primera vez minerales de la cara oculta de La Luna.

En definitiva, esta cronología parece evidenciar de manera inevitable que Occidente lleva desde inicios de la década de los 70 con un modelo social basado en una jerarquía o «élite económica» establecida en EE.UU. que impone mediante su influencia en el ámbito político una serie de medidas cuyo único o principal objetivo es mantener su estatus, sin atender las necesidades reales que todo modelo requiere a pesar de las consecuencias de esta negligencia.



[1] «a partir de los años sesenta se produjo una desgracia para el planteamiento sociológico tradicional: el desembarco de la teoría económica en la teoría sociológica» (Paramio, 2005, p. 14)

[2] «En general, en la literatura anglosajona referente a la historia reciente de la Teoría Política [práctica] se comienza siempre hablando de la resurrección de la disciplina en los años setenta» (Rivero, 2001, p. 84)

[5] https://www.wired.com/2011/10/stephenson-innovation-starvation/ [acceso 29/07/2024]


·  Paramio, L. (2005). Teorías de la decisión racional y de la acción colectiva. Sociológica, 20(57), 13-34. https://www.redalyc.org/pdf/3050/305024871002.pdf


·   Rivero, Á. (2001). La objetividad en el estudio de la política. Daimon: Revista Internacional de Filosofía, 24, 81-92. https://tinyurl.com/cczbka3b


·    Crozier, M. J., Huntington, S. P., & Watanuki, J. (2012). The Crisis of Democracy. Report on the Governability of democracies to the Trilateral Commission. Sociología Histórica, 1(1), 311-329. https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/4554297.pdf

miércoles, 3 de enero de 2018

Manual para hablar de política

miércoles, 3 de enero de 2018
Cartel visto en una pensión de jubilados


Hablar de política en España se ha convertido en un asunto complicado desde la tristemente famosa «crispación» de Zapatero, junto a la utilización del lenguaje al modo de la «neolengua» orwelliana que alumbró ministerios de igualdad —que diferenciaba a las personas por sexo y establecía un cupo numérico— y donde los pro-terroristas se convertían en «hombres de paz». Una época que presagiaba lo que nos ha venido después con la era «postfactual» de Ángela Merkel y la «posverdad» de Donal Trump. Hablar de política en España se ha convertido en una pesadilla que no lleva a ninguna parte salvo para los que cobran precisamente de vivir de dicha actividad, tal y como ocurre en los lugares específicamente pensados para ello y a través de estos profesionales «cualificados». El resto de lugares, sea un bar o una sobremesa vespertina, son fuente de discusiones perpetuas y diálogos de besugos, una retahíla de dogmas seguidos uno detrás de otro. Pero habrá que intentarlo.

Lo primero que hay que averiguar y tener claro en el momento se inicia un debate o discusión sobre política es si nuestro interlocutor está interesado únicamente en lo que atañe a su beneficio personal, sus intereses particulares, en la defensa de sus ideas por encima de cualquier otra lógica, o por el contrario está realizando un genuino intento por establecer de manera objetiva cuáles son las vías posibles para gestionar un país —o alguno de sus sectores— de la manera más eficiente. Todos tenemos derecho a defender nuestro beneficio o nuestras ideologías pero no a imponerlas, menos aún cuando implica un perjuicio sobre otros. Tampoco existe potestad alguna al uso de la manipulación para convencer a nadie para que así sea. La política debería ser ese lugar donde la sociedad —bien a través de unos representantes o cuando sea posible mediante la intervención directa de sus ciudadanos— encontrara esos caminos para que el beneficio de una parte de la sociedad no implicara un sacrificio de otra —poder judicial independiente—. Y al hablar de sacrificios y beneficios no debería referirse a opciones ideológicas de tipo estético como nombres de calles, estatuas o monumentos, opciones religiosas o crucifijos. Un nombre de calle, aunque no nos guste, no vulnera ningún derecho individual de nadie. Por tanto, lo siguiente a definir es cuál es la parte personal y por tanto, inviolable, y cuales son los aspectos que atañen a la sociedad como colectivo.

Una vez establecido el ámbito —personal o colectivo— hay que definir el problema. Suponiendo que se piense que hay algún problema, ya que todavía hay gente que piensa que «España va bien». Desde luego que puestos a comparar siempre van a existir países donde todo está mucho peor. Se trata pues de realizar comparaciones que tengan un mínimo de sentido, por ejemplo, teniendo en cuenta otros países similares del entorno, nuestra evolución histórica o simplemente, qué aspectos del funcionamiento de nuestra sociedad puedan identificarse con claridad como manifiestamente mejorables, no sólo porque sean un desastre, sino porque exista evidencia de que es posible hacerlo mejor.

El potencial de España

Afortunadamente en España se disfruta de un buen clima, de una buena gastronomía y de una Historia que nos ha dejado un gran legado cultural. Esto ha convertido nuestro país en una enorme fuente de capital humano que destaca allá donde se lo permiten. Pocas zonas del planeta tienen una combinación de clima, localización y legado cultural tan rico y con tantas posibilidades como disfrutamos aquí, además de una gran esperanza de vida. Escritores, médicos, ingenieros y exploradores, entre otros, han dejado su impronta en las páginas de la Historia de la Humanidad, a pesar de todas las dificultades a las que a menudo han tenido que enfrentarse debido a una mala gestión política. Gracias a la base de la sociedad —campeona en donaciones de órganos—, a la actividad económica, a esos pequeños empresarios que trabajan doce horas todos los días y a esos empleados por cuenta ajena que han de pagar hasta el último de los impuestos —mientras que grandes empresas influyentes disponen de gran cantidad de mecanismos para eludirlos— y que sustentan al resto de economía sumergida y subvencionada, gracias a todos estos héroes anónimos, nuestro país no se va a pique. Esta desigualdad en es sí misma un problema, pero además, hay otros que podrían ser perfectamente resueltos.

Problemas de España

Además de lo mencionado, este país disfruta de unas condiciones que nos permiten tener una cultura del ocio y disfrute de grandes posibilidades. Un legado de la cultura mediterránea que compartimos con otros países como Italia o Grecia. Países que junto con Portugal, forman los llamados despectivamente PIGS, por compartir precisamente problemas similares. Si se empieza por el más grave en España, la cosa quedaría así:

Pobreza infantil

Aunque los bares se llenen de aficionados al deporte rey antes que las bibliotecas y los cines lo hagan también hasta los topes, no es menos cierto que los más débiles, esos que no son fuente de impuestos ni consumistas ni potenciales votantes, los niños, tienen algunos problemas importantes. España es el segundo país de Europa con más pobreza infantil superado sólo por Rumanía —ojo al dato—.  Es decir, el país europeo cuyos habitantes cuentan con el mayor número de teléfonos inteligentes —o smarthpones— del mundo, es también uno en donde los niños pasan más hambre del mismo continente. Lógicamente si nos comparamos con Somalia seguro que estamos mejor, pero seguro también que en este país africano tiene mayor justificación ya que allí la pobreza está lamentablemente generalizada, cosa que obviamente no es el caso de España. En Somalia es un problema generalizado de una índole mayor, aquí, es un problema de decisión política. Es un problema cuyos responsables tienen nombre y apellidos.

Sistema educativo

Junto al anterior, este punto es otro de los más dramáticos problemas que afectan a la salud de una sociedad. La educación de las personas que empiezan su andadura por esta vida es la base de todo lo que va a venir después. Es indudablemente una apuesta a largo plazo que en un sistema basado de manera enfermiza en el beneficio inmediato, acaba siendo de los más perjudicados, eternizando un problema que únicamente en los lugares mas desarrollados hacen frente de manera responsable y prestando la atención debida al bienestar general. Según el informe PISA la palabra que mejor define a España es mediocridad: si bien la puntuación alcanzada no empeora, también es cierto que no se logra ningún avance permaneciendo estancados en la zona media baja a pesar de que muy cerca, nuestro país vecino mejora nada más y nada menos que en 30 puntos. Con el añadido que en nuestro propio territorio existen ejemplos que destacan pero que son ignorados. Se sabe cómo hacerlo, se puede estar entre los mejores, pero simplemente los que tienen que tomar las decisiones adecuadas y dejar que los que poseen el conocimiento puedan aportarlo al bienestar general, prefieren seguir acaparando ellos el protagonismo en lugar de otros, aunque se lo merezcan más.

¿Muchos impuestos?

Todos nos quejamos de la gran cantidad de impuestos que pagamos, pero, ¿es esto así realmente? Es decir, ¿que significa «muchos»? ¿más de los que nos gustaría? ¿más que el vecino? Los agravios comparativos son indudablemente un motivo más que válido para denunciar una injusticia, sin que por ello implique que tu situación sea precaria. La desigualdad fiscal que se sufre en España materializada a través de «recursos» legales como las sicav a las que sólo pueden acceder grandes fortunas, son una triste y lamentable realidad. No por el recurso fiscal en sí mismo —en otros países existen figuras similares— sino por la mala aplicación de la ley que provoca que sea usada como herramienta de evasión fiscal únicamente para los que pueden acceder a ella. Algo similar ocurre con los impuestos que pagamos todos: la sensación de impotencia y de injusticia motivada por estas desigualdades y por la corrupción política en casos de cohecho y prevaricación, provoca que el fraude fiscal sea elevado. Como consecuencia España es uno de los países que menos recauda a pesar de tener de los impuestos más altos de su entorno. Pero en lugar de mejorar el sistema fiscal para que sea más legitimo, eficaz, justo y equitativo, la baja recaudación —que es al final lo único que les importa— se pretende solucionar aumentando todavía más los impuestos en lugar de analizar las causas de una manera más respetuosa con los contribuyentes, los cuales en España son siempre tratados como «defraudadores en potencia» —el clásico «piensa mal y acertarás» que tanto daño hace en la convivencia—. Esta medida provoca un mayor rechazo y por tanto, mayor fraude fiscal, agravando todavía más el problema. En definitiva, España tiene unos impuestos altos pero se recauda poco, como consecuencia la inversión en servicios públicos es escasa.

Economía sumergida

El fraude fiscal se explica de manera apresurada por la gran cantidad de economía sumergida que existe en España que representa casi un 20% del PIB. Sin embargo, estudios han señalado que este fenómeno más que ser la causa es en realidad el síntoma de un mal modelo productivo y fiscal. Es decir, la economía sumergida es muchas veces la única solución de algunas empresas y trabajadores autónomos para poder subsistir al no poder hacer frente a las regulaciones que el Estado obliga, pensando la mayoría de las veces en sus propias cifras y las necesidades políticas del partido en el gobierno, en lugar de en las de mejorar el modelo económico e industrial del país.
en los países con altos niveles de desigualdad, los beneficios de la formalidad son menores para los individuos más pobres, que no logran apropiarse de su productividad en el marco de mercados laborales imperfectos, lo cual se agudiza por las debilidades de sus instituciones

Modelo productivo

Hablar de modelo productivo referido a todo un país ha de hacerse de una manera holística en el sentido de incluir todos los aspectos relevantes, incluyendo a usuarios, trabajadores, empresarios, gobernantes y resto de responsables como participes del problema. Una clave nos la desvela Gerardo Ibañez en su obra La Revolución Industrial Oculta (2013). En ella, este ingeniero industrial con experiencia en EEUU y Alemania nos comenta que el nexo que une a los países más y mejor industrializados y con mayor capacidad de producción propia no es otra que unos sueldos altos. Pero contrariamente a la creencia habitual, los sueldos altos no son la consecuencia de un mejor modelo productivo, sino al contrario, son la causa: si subes los sueldos la economía mejora sistemáticamente. El ejemplo paradigmático fue el de Henri Ford quien decidió duplicar el sueldo de sus trabajadores logrando de esta manera un éxito sin precedentes que sería imitado por el resto de compañías del mundo... hasta que llegaron los japoneses con Toyota. Dejando a un lado el interesante debate sobre los inconvenientes del fordismo que serían superados por el método lean o poka-yoke japonés, el hecho relevante en ambos casos es que la principal manera de mejorar un sistema es dotar de autonomía, responsabilidad y capacidad adquisitiva a la base social del colectivo. Circunstancia que en España suele ser al contrario, todavía dependiente de un sistema casposo, rancio y caciquil, jerárquizado hasta extremos enfermizos. En este sentido, el capital humano que existe en España es aprovechado únicamente en sentido vertical: todo lo que vales es lo que decide la persona que está por encima tuya en función de su criterio personal.

Meritocracia

Aunque los sistemas basados en el mérito tampoco son perfectos —como no podría ser de otra manera— su ausencia produce en la misma medida un drama humano que han de padecer los trabajadores de este país y que a buen seguro es causa de no pocas depresiones y que acaba doblegando a la base social, siendo participe del pelotazo, del enchufismo y del nepotismo. Según un estudio del Foro de Davos, con sede en Ginebra, España ocupa el penúltimo lugar de la Unión Europea en aprovechamiento de su capital humano, junto una vez más a otros países como Grecia o Portugal. Es decir, no se trata de la calidad de nuestro capital humano, sino de cómo se aprovecha. Eso sí, lo que es bien aprovechado es la inocencia e ingenuidad sobre la realidad del mercado laboral de los becarios recién salidos de las universidades, que son exprimidos en proyectos que nadie más hace, bien por su tediosidad o bien porque no existe un puesto de trabajo regulado con la requerida cualificación académica, por lo que acuden a este tipo de empleo «efímero», ya que asumir la necesidad de dichos puestos implicaría reestructurar todo el sistema, dejando a los dirigentes respecto de sus propios cargos —a los que han accedido la  mayoría por vías «alternativas»— en situación comprometida.

¿Corrupción?

Hablar de la corrupción como un problema en sí mismo encierra algunas complicaciones. En primer lugar hay que definir qué es lo que se entiende como corrupción y en segundo lugar, de qué tipos. En la actualidad mediática, la corrupción es tratada como un aspecto independiente y únicamente aquellos casos que están bajo investigación judicial, tratándolos como si fuera una especie de virus o un «factor genético» —como algunos agitadores de la pantalla han llegado a decir—. En España la corrupción es tratada como un factor político más, como lo pueda ser el paro o la subida del IVA. Y lo que es peor, asociada a determinados partidos, usada como elemento acusador para ganar en los debates. Sin embargo, si no hubiera ningún caso de corrupción sería un síntoma realmente preocupante —como ocurría en las dictaduras de Franco o Stalin— ya que la posibilidad de la corrupción siempre existe y con el tiempo se hace tan inevitable como lo es que tengamos que cambiar los neumáticos de nuestro automóvil.  La cuestión importante de la que nunca se habla es la de los mecanismos para detectarla y para corregirla. Todo este panorama lo que provoca es el ocultamiento del verdadero problema de fondo, que es la ineficacia a la hora de gestionar los recursos del Estado, que van a parar a manos indebidas y empeorar los servicios públicos y perjudicar gravemente a los más débiles. La corrupción no es un factor que se pueda aislar. Los casos anteriores citados, desde la pobreza infantil hasta el sistema educativo, pasando por el enchufismo, son también casos de corrupción. El verdadero problema no es la inevitable existencia de corruptos sino la deficiente utilización del Estado, es un problema de sistema, no un problema de políticos —que también— y no se soluciona cambiándolos, sino cambiando el sistema de control, de detección y de auditoría. En su lugar se usa el sistema judicial como un sustituto lejano de la revocación de mandato, mecanismo que habría de existir en toda democracia representativa que no haga uso de la democracia directa.

Soluciones

Buscándolas

Hasta hace poco la mayoría se sentía confiado al vivir en una democracia y esperaba que con el paso de los años los problemas se solucionarían, pero 30 años después continuamos con los mismos problemas, el mismo país de sol y playa, de turismo, de servicios, de mercado interno, de empresas que han de ir al extranjero para triunfar mientras que las multinacionales extranjeras, mediante suculentos acuerdos con el Jefe de Estado y el resto de políticos que se reparten el pastel, ocupan y monopolizan el mercado laboral imponiendo sus cada vez más sofocantes condiciones. Exactamente igual que en la época de la dictadura.

Puede decirse que en España no hay un problema lo suficientemente grave como para que pueda señalarse y echarse las manos a la cabeza. Nuestros políticos se preocupan de que esto sea así, independientemente de que en el fondo haya todo un conjunto de problemas que vistos de esta manera nos presenta un escenario que es para salir corriendo. A otros países cuyos dirigentes, sin dejar de preocuparse por sus cómodos asientos —las personas estamos sujetas a los mismos anhelos en todas partes— poseen sin embargo dentro de su cultura y tradiciones históricas mecanismos que limitan los despropósitos que puedan hacer, logrando que su gestión aporte algo a la sociedad que representa. El resultado es que a pesar de lo que dice la Constitución de 1978, en la práctica los ciudadanos de España no somos iguales ni jurídica, ni política, ni económica, ni fiscalmente. Además de tener que encontrar una solución para el problema de gestión al que nos enfrentamos como sociedad, queda el problema no menor de aplicar dicha solución. Llegados a este punto, cada uno de los 40 millones de ciudadanos que pueblan nuestro territorio probablemente tenga una idea distinta de lo que hay que hacer. Recientemente se ha comenzado a colocar el objetivo en el propio sistema político, que se ha mostrado ineficaz para encontrar soluciones. Se trata pues no de buscar una solución a algún problema concreto, sino de buscar una solución para que la sociedad pueda realmente gestionarse como tal y solucionar sus problemas. Se trata de encontrar una meta-solución, y ver quien le pone el cascabel al gato.

Aplicándolas

Lo paradójico de tener una solución es que luego hay que ponerla en práctica, lo cual en una sociedad cuyo sistema político está monopolizado por opciones monolíticas y herméticas, es otro problema de igual o mayor envergadura. Incluso para buscar una solución al problema de la auto-gestión de la sociedad es necesario contar con unas herramientas que el actual sistema político no ofrece, o las que existen son muy ineficaces.

La paradoja de la base social

Asumiendo que la actual clase política lleva 30 años auto-protegiéndose sin ofrecer ninguna propuesta útil de desarrollo económico, social o industrial, queda claro que la solución ha de venir de fuera de dicha clase política, de la propia sociedad. Para que la solución no consista en imponer nuestro criterio es necesario aunar una mínima base social con iniciativa y ganas de participar, un tipo de activismo que sea participe de similares inquietudes en cuanto al deseo de auto-gestión de la sociedad. La paradoja de esta situación es la siguiente: no se puede fundar desde cero un grupo que defienda la democracia en base estricta a sus propios principios. No todo el mundo ha intentado formar un grupo de este tipo, pero los que sí, hemos advertido que hay siempre un momento de «génesis» tan cuestionable como absolutamente crucial y necesario. Todo grupo con intenciones políticas ha de partir de unos principios a los cuales se unirá quien quiera compartirlos, y si no está de acuerdo, tendrá que irse a otro sitio. Esto puede que no parezca democrático y en efecto, no lo es en absoluto, pero igualmente inevitable: cuando no hay democracia la solución no puede venir de una iniciativa que pueda definirse como tal. Es lógicamente imposible por el teorema de incompletitud de Gödel. Esto no significa que todos los grupos de activismo sean iguales, ni que sus diferencias consistan simplemente en sus propuestas políticas. Habrá «algo» en su espíritu, en su organización interna, en sus principios filosóficos subyacentes —no los que manifiesten defender— que sólo las personas experimentadas podrán distinguir. Si fuera fácil identificarlos no existirían las sectas ni los cultos a lideres mesiánicos. Esto es así porque lamentablemente no se puede dejar entrar a cualquiera en un grupo que desee alcanzar un determinado objetivo político. Por respeto a los propios principios del movimiento, y por simple protección ante intrusos que deseen boicotear la organización —que los hay seguro—. La frontera entre una cosa y la otra, el tipo de filtro que se aplique para dejar entrar a unas personas y bloquear a otras irá desde un grupo de conocidos con total confianza entre ellos que sean los que inicien el movimiento, a la paulatina ampliación de «círculos» basados en la confianza entre sus miembros. En resumen, a mayor heterogeneidad y desconocimiento entre las personas que forman cada círculo, menor debe ser su capacidad para la toma de decisiones que afectan a la totalidad, para evitar que un grupo de desconocidos descontrolados se apropien del movimiento y hagan uso de él para fines distintos a los originales. Para que toda la organización no se convierta en una dictadura vertical en la que las ordenes e información sólo se transmita en un único sentido es necesario que existan canales bidireccionales para limitar las acciones de mando, así como cargos electos, de duración limitada y bajo controles de mandato. Ni que decir tiene que la mayoría de los actuales partidos carecen de estos mecanismos salvo unas primarias opcionales organizadas por las propias organizaciones políticas en la que los ganadores están previamente acordados.

La herramienta política

El sistema actual basado en partidos utiliza a estos como principal herramienta de representación. Los ciudadanos dejan su voto y mediante un sistema de reparto de escaños, se obtiene un mapa político en el que cada partido tiene un peso acorde de alguna manera a los votos recibidos. Sea justo o no, sea proporcional o no, sea o no de nuestro agrado, estas son las normas que para bien o para mal dibujan los gobiernos de cada legislatura. Se trata por lo tanto de comprender su funcionamiento y diseñar una herramienta para que las soluciones que la base social acuerde lleguen hasta los órganos de representación política con poder legal para que se lleven a cabo. El valor de esta herramienta no consiste pues en las soluciones propuestas, sino en que las mismas no provienen de despachos en las que se manejan intereses alejados de la sociedad.

Las necesidades (actualización 22/01/2018)

Sociales

Asumiendo como inevitable la utilización de un partido como forma de hacer llegar a las instituciones que ofrece el sistema político las propuestas necesarias para su aprobación, no hay que dejar que esta herramienta adquiera un excesivo protagonismo. La base social ha de continuar siendo la parte fundamental. No por ideología, sino por simple e inevitable lógica si de lo que se trata es de encontrar la manera óptima de organizarse como colectivo. Estudios sobre inteligencia colectiva o colaborativa, dinámica de equipos, experiencias empresariales y las vicisitudes históricas de otros países, avalan la importancia de dar a la sociedad un papel adecuado, aprovechando su potencial y sumando conocimiento. Y esto sólo se puede lograr atendiendo no simplemente sus necesidades básicas sino hasta las más intelectuales y sofisticadas, otorgando el protagonismo adecuado a los miembros que lo merezcan. Alguien podrá dudar cuales han de se esos méritos. Naturalmente, siempre van a existir peros y lagunas, incluso seguro que también se cometerá alguna injusticia de vez en cuando. Como se comentaba, ningún sistema está exento de error, de lo que se trata es de formar una cultura que aproveche lo aprendido, que tenga como intención proyectarse hacia el mañana, de tener expectativas, de construir un futuro que vaya más allá del próximo mundial de fútbol.
«Sólo se aguanta una civilización si muchos aportan su colaboración al esfuerzo. Si todos prefieren gozar el fruto, la civilización se hunde»
José Ortega y Gasset

Políticas

Asumiendo igualmente el funcionamiento del sistema político, por poco que nos guste, es inevitable ceñirse en lo posible a las necesidades marcadas por sus características. Esto significa que habrá que escoger caminos que no respondan a una necesidad social ni a un objetivo político «primario», es decir, que para lograr cumplir los objetivos políticos de auto-gestión de la sociedad hay que pasar necesariamente por cumplir los objetivos políticos de la herramienta, que no son otros que los objetivos partidistas de toda la vida que tanto se han criticado. Y hay que hacerlo sin convertirse en el monstruo que se ha denunciado, lo cuál entraña una dificultad que no hay que descuidar. Estas necesidades no son otras que lograr el suficiente número de votos, lo que en una sociedad polarizada, sectaria y de escasa cultura democrática exige un esfuerzo colosal, necesitando:

Canales de comunicación

Cada convocatoria de elecciones generales se acaba convirtiendo de una manera o de otra y apoyados en los medios de comunicación, en un enfrentamiento entre dos opciones únicas, enfocando todos los «debates» exclusivamente en las propuestas que interesan a estas opciones, cuyas respuestas ya están medidas en función de tener la sociedad cartografiada políticamente. Es decir, se habla prácticamente en exclusiva de lo que los partidos quieren, creando falsas disyuntivas en las que sólo existen dos principales caminos, excluyentes entre si. De esta situación se desprende que es necesario un canal alternativo de difusión que no dependa de los actuales, sometidos al mismo sistema de jerarquía que el resto de aspectos de la sociedad. No se trata pues de ninguna teoría conspiratoria, los medios de comunicación sufren del mismo problema que cualquier otro ámbito laborallos objetivos están marcados por agendas políticas, definidas por los intereses del superior en la jerarquía. El cumplimiento de las tareas propias de cada profesión quedan en segundo plano, lo que en el caso de los medios de comunicación es doblemente grave y notorio.

El nicho electoral

Continuando con la paradoja de la base social comentada anteriormente, aunque se parta de una base social transversal, heterogénea y diversa y aunque las demandas políticas tengan como objetivo representar a todo el colectivo social sin distinción, lo cierto es que en los inicios siempre hay una mayoría que por extraño que parezca, no desea ni más democracia, ni cree que sea necesario cambiar nada, ni desean que otras personas lo intenten. Tal vez porque creen que no hay nada que mejorar o temen que tocar cualquier cosa va a implicar un cambio a peor —sobre todo para ellos—. Se presenta pues la extraña circunstancia en la que el mero hecho de desear mejorar las cosas implica para ciertos sectores una amenaza. En algunos casos se trata de simple sectarismo ideológico y conservadurismo, en otros el motivo consiste en el de la protección de un nivel de vida basado en privilegios alcanzados gracias a acaparar a codazos un protagonismo inmerecido. Logros que dejan en herencia a sus descendientes los cuales continuarán defendiendo su estatus social, aunque implique impedir que el resto tengan oportunidades similares. Pero como el sistema de partidos, de elección y de representación es como es, no hay más remedio que elaborar un mensaje político cuyo principal objetivo no sea otro que el de captar electores. Todo aunque sea para dar una democracia a unos votantes que no la piden de manera explícita, tal vez porque tras tantos años de partidocracia no saben lo que es.

La imagen política

Una vez identificado el electorado y escogido el que sea más compatible con los objetivos políticos originales, es necesario introducirse en la maquinaria propagandista que acompaña al resto de partidos. Es inevitable si se desea una eficacia mínima, ya que el objetivo no es el de vivir hasta la jubilación vendiendo esperanzas políticas que jamás van a verse cumplidas. Esto va a significar dotar a la herramienta política de una imagen acorde a dicho electorado. Es decir, la formación o partido resultante va a ser esclava de una apariencia que necesita si se desea alcanzar un mínimo de efectividad. Por los vicios del actual sistema, esto implicará que la formación será presa del odio o rechazo por parte de los sectores que no formen parte de su publico objetivo. Más todavía, implica que será objeto de critica por motivos ajenos a los objetivos primarios de la formación en cuanto a obtener una herramienta independiente que sirva como receptora de las demandas sociales.

La financiación

Tal y como funcionan las cosas, sin un mínimo de financiación es imposible dar un paso. Resulta que en España el estado otorga a los partidos —y sindicatos— una subvención en función de los escaños obtenidos lo que significa que cuantos más votos obtengas más dinero recibirá la formación escogida. Esto que puede parecer lógico en un primer momento es completamente injusto en cuanto se medita un par de segundos más, ya que bloquea todo nuevo intento de participación. La concesión de fondos públicos sin una auditoría adecuada posterior es una tragedia democrática que provoca que un partido se consolide, monopolice e impidala necesaria y obligada entrada de opciones alternativas en una democracia. El uso de dichos fondos para sus campañas va a favorecer a sus candidaturas por lo que es muy probable que vuelvan a obtener muchos votos en las próximas convocatorias, volviendo a obtener una suculenta financiación, repitiéndose el proceso. Los partidos de esta manera se convierten en máquinas de obtención de votos, en cuyo seno surgen una casta de políticos profesionales cuyo objetivo es continuar con esta dinámica, olvidándose del objetivo básico de representar a la sociedad. Si el Estado ha de intervenir de alguna manera en la financiación de los partidos ha de ser para garantizar la igualdad de oportunidades, pero lo que ocurre en la realidad es lo contrario. Aún así los partidos incurren en financiación irregular ya que una vez convertidos en máquinas de ganar dinero y dado que el sistema no limita su acción, no hay quien los pare, salvo el poder judicial tras un largo y penoso proceso. Con este desolador panorama, toda nueva iniciativa ha de dar rienda suelta a la máxima creatividad posible para obtener fondos y encontrar maneras de lograr repercusión mediática.

La estrategia mediática

Si algo nos enseñó Rubalcaba —o eso se creía— fue la importancia de lograr en el momento y lugar adecuado la necesaria repercusión mediática con un mínimo de inversión. Lo extraño es que pocos más se hayan dado cuenta de esta circunstancia. Este es el motivo más simple que explica las acciones de lo relacionado con el movimiento #15M, tales como #ocupalapalza o #rodeaelcongreso, iniciativas pacíficas pero que rompen con el clásico concepto de manifestación regulada y permitida por los poderes clásicos. Iniciativas que buscan lograr la mayor repercusión con el menor consumo de recursos, usando a los propios medios de comunicación los cuales no tienen otro remedio que dar cobertura, aún a su pesar, a las agrupaciones multitudinarias en las calles. Una variante fue el de la llamada #primaveravalenciana organizada por la entonces oposición al Partido Popular y actualmente compartiendo gobierno en la Comunidad Valenciana. Si bien las acciones del 15M tenían objetivos concretos, Compromis llamó a sus militantes a ocupar las calles, bloqueando semáforos y tráfico de vehículos allá por donde pasaba, con dos objetivos, claros para la formación pero ambiguos para los que participaron en ella: el de mostrar su poderío de convocatoria movilizando a miles de personas, y el de provocar a las fuerzas de seguridad en espera de que cometieran algún fallo en forma de agresión. Una época en la que se vivían momentos estrambóticos en los cuales la gente acudía con pancartas por la mejora de la educación acompañados en horario escolar con sus hijos, aún a costa de ponerles en peligro al llevarles a una manifestación no autorizada que fueran o no legitimas sus reivindicaciones, se era consciente —de hecho, era lo que se buscaba— del peligro real de una respuesta policial. Finalmente, el resultado afortunadamente no paso mucho mas de ver como una masa de miles de personas sin objetivos claros y con un mensaje incoherente se paseaba sin rumbo por las calles. En el fondo, una metáfora de la situación actual de la sociedad española.


    Foto (fuente Ideal.es): cartel visto en el hogar del pensionista de un pueblo de Jaén


    viernes, 21 de abril de 2017

    Marketing de humo

    viernes, 21 de abril de 2017

    Bonitos humos de colores

    ¿Cómo sería el mundo sin publicidad? Vivimos en un mundo en el que una parte de él, el llamado occidental, vive inmerso en un continua incitación al consumo por un mundo publicitario basado en demasiadas ocasiones en sexismo, egolatría, protagonismo y superficialidad. Las técnicas de persuasión nos ayudan a salir de nuestra indecisión, pero en algunos casos lo logran apuntando directamente a nuestros más bajos y primitivos instintos ¿ha sido así siempre el marketing? ¿es inevitable? ¿es inherente a la economía de mercado?

    Lío de términos

    Antes de continuar es necesario ponerse de acuerdo sobre algunos conceptos que parece que difieren según el país o el ámbito cultural. Los términos publicidad, propaganda, relaciones públicas o mercadotecnia (marketing) no tienen exactamente el mismo significado ni las mismas connotaciones. En cualquier caso, es seguro que todos tienen un nexo en común que consiste influir en el comportamiento de las personas. Las diferencias estriban principalmente en la acción que se desea provocar, sea comprar un producto o lograr a adhesión ideológica de un individuo. No se hace diferencia en los métodos utilizados ni mucho menos, de la ética empleada. Por ello, no existen diferencias en este sentido entre la propaganda nazi o la publicidad que fomentaba el consumo de tabaco en los años 50. Para ello se usan técnicas basadas en psicología, antropología, sociología, comunicación y en definitiva, todo aquel conocimiento que sirva para lograr el propósito deseado: que un colectivo de personas hagan o piense lo que otros quieren, independientemente del ámbito en cuestión —político, económico, etc.— o de las consecuencias provocadas —daños a la salud, al medioambiente, a la sociedad, etc.—.

    Los comienzos

    La publicidad existe desde tiempos remotos. Desde el vendedor que a viva voz cantaba las virtudes de sus productos, hasta las monedas romanas acuñadas con el rostro del emperador. Desde entonces hasta principios de siglo pasado la publicidad se podría decir que cumplía una función imprescindible y básica: dar a conocer un producto destacando lo que puede hacer bien, o recordarnos cuales son las normas a cumplir, a grandes rasgos. El salto cualitativo se produce tras la Segunda Guerra Mundial cuando Edward Bernays sobrino de Sigmun Freud— crea las llamadas eufemísticamente «relaciones públicas», diseñadas para explotar nuestro subconsciente y sacar provecho de ello sin preocuparse del perjuicio que pueda ocasionar. Las principales victimas de aquella práctica fueron las mujeres, que con la excusa de la igualdad las convirtieron en igual de adictas al tabaco que los hombres. Una mujer precisamente fue la que inició una campaña legal para defenderse de una empresa que hacía uso de la publicidad para instigar al consumo de productos claramente perjudiciales para la salud, enfrentándose con éxito a una gran corporación tabacalera.

    El consumismo

    Habiendo logrado que un producto cancerígeno se comercialice al menos con una advertencia, nadie se había preocupado realmente de si otras tácticas de mercadotecnia podrían tener algún tipo de efecto secundario en ámbitos menos evidentes. Ahora está pasando con el azúcar y las grasas presentes en los alimentos, tras años de consumirlos y de generar problemas de obesidad en medio mundo, mientras el otro medio se muere de hambre. Entre tanto, con el desarrollo de la tecnología y sobre todo de la informática doméstica, se han advertido dos técnicas que son cuanto menos, discutibles: el diseño emocional y la obsolescencia programada. En las últimas décadas del siglo pasado los más maduros hemos vivido como cada año era «preciso» cambiar de tarjeta gráfica, de disco duro, de procesador, de monitor, o de todo ello junto. En este siglo, llegados ya al tope de velocidad de los procesadores, es el consumismo móvil el auténtico y aplastante protagonista que ha logrado aunar los intereses de fabricantes de hardware, programadores de software y los operadores de telefonía, por no hablar de todo tipo de servicios de pago como música en streaming o aplicaciones de running. Por si fuera poco, los Estados políticos, cuyas democracias deberían defender al más débil de los abusos de los más poderosos, se dedican a espiarnos. Entre otras cosas.

    Burbujas

    Desde entonces hasta nuestros días se libra una batalla continua en la que el publico menos preparado apenas tiene a nadie que le defienda. Grandes empresas, bancos, políticos, parece que todos basan su trabajo en explotar y sacar provecho de todos y cada uno de los numerosos defectos y debilidades que tenemos las personas. Lo peor desde luego, son los políticos, ya que se supone que representan a la sociedad. El resto simplemente quieren ganar dinero como pueden, les dejan y les dejamos, sin que nadie les ponga límites claros. El problema de que nadie haga realmente nada de auténtico provecho es que al final, tras inflar una burbuja de vacuidad presuntuosa, todo explota. Lo pagan una vez más los más débiles, y además, se les culpa por «tener defectos». Como si alguien no los tuviera. Las recientes burbujas económicas se deben a actividades financieras cuyo único producto es el propio dinero, cuando este, la moneda, debería ser un medio de intercambio de otros productos y servicios de verdadera utilidad. La especulación no es más que humo, cuyo objetivo es llenar con él burbujas para hacerlas pasar por otra cosa. En los últimos tiempos proliferan «emprendedores» cuyo producto es al parecer, cursos de técnicas para lograr atraer y convencer a otros «emprendedores» a que hagan lo mismo que ellos, en resumen, estructuras piramidales con otro nombre cuya base no es nada de lo que aparentan vender, sino el propio hecho de captar clientes.
    El producto 'on-line' no es el contenido, el producto es usted
    Douglas Rushkoff (Life Inc, 2009) 

    Alternativas

    Es cómodo hablar de la ética de una determinada actividad cuando no se depende de ella para el sustento diario. Pero también es cierto que si no se hace, si nadie marca algún límite, la realidad nos muestra que acaba abarcando toda nuestra capacidad de decisión, nuestro día a día, convirtiéndonos en meros consumidores pasivos, en poco más que simple mercancía. La publicidad, propaganda, marketing o como queramos llamar, deben ser técnicas para poner en contacto un producto con los clientes que lo necesiten, como crear textos que atraigan el interés de los clientes potenciales y poco más. Poner límites legales es un arma de doble filo a la que hay que acudir en casos de total necesidad, más que nada porque hecha la ley, hecha la trampaSin embargo, es igualmente acuciante que se le ponga algún freno. De no ser así, tampoco habrá freno en el rechazo producido. Al final, somos las personas las que con nuestras decisiones y con nuestro criterio las que ponemos los límites. Decidamos bien.

    lunes, 14 de marzo de 2016

    La burbuja valenciana

    lunes, 14 de marzo de 2016

    Una burbuja se puede definir cuando algo crece por encima de lo que puede soportar realmente. Un problema que se ha tenido en España es precisamente que nuestros políticos han «inflado» en exceso casi todo lo que ha caído en sus manos. Esta habilidad para «convencernos» y lograr los suficientes apoyos no la demuestran sin embargo, a la hora de crear soluciones y aportar ideas. Remitiendo al análisis de César Molinas sobre la clase política española, su autor explica a grandes rasgos que en España los políticos cuando no tienen nada que ofrecer, se lo inventan.

    La inmobiliaria no es la única burbuja en la que nos han metido en las décadas recientes. Las burbujas de infraestructurasla del fútbol y otras como la universitaria —en la que se han matriculado miles y miles de estudiantes que ahora están en el paro, fuera de España o subempleados— son claros ejemplos. Algunas veces no son consecuencia directa, sino que son residuos provocados por una reiterada manera de proceder. Esta se basa en la excesiva tendencia de los políticos de ignorar las evidencias y faltar a la verdad, hasta tal punto, que llegan a engañarse a si mismos.

    Lo que ha ocurrido en la Comunidad Valenciana desde la transición obedece a una coyuntura que en el caso de esta comunidad merece un análisis separado. Esta situación solo se comprende identificando a los distintos agentes y protagonistas del panorama político español, y los papeles que, queriendo o no, ha tocado desempeñar a cada uno de ellos.

    El origen

    La situación tras la transición se podría definir, muy brevemente, compuesta de dos bandos: uno «heredero» de un tardofranquismo normalmente identificado como «la derecha», que poco a poco había ido distanciándose de la época más negra de la posguerra. Por otro, una serie de grupos que hasta ese momento habían estado en la clandestinidad —o en el extranjero— representados principalmente por el PSOE y el PC, que aglutinaban de forma genérica a «la izquierda» y en general, a todo el antifranquismo. Es decir, poco más que una continuación «ligth» de los bandos de la Guerra Civil en los que se metían en un mismo saco a mucha gente de ideologías diversas. Un tercer «bando» serían los nacionalismos, aunque estos se han aliado en no pocas ocasiones con los grupos que actuaban en la clandestinidad durante el régimen franquista. 

    Esta alianza entre nacionalismos separatistas y la izquierda española, no por motivos ideológicos o por afinidades culturales comunes sino por pragmatismo dentro de un maniqueo juego político, resulta fundamental en la historia reciente de la región valenciana. Mientras que en todas las comunidades han tenido clara su situación en el «mapa de pactos», en la valenciana las dudas han ido surgiendo en aumento desde la transición. La región cuya principal población fue capital de la 2ª República Española durante La Guerra, la que durante tres legislaturas votó mayoritariamente a un partido alineado en la izquierda como el PSOE, ha tenido que padecer desde sus inicios y antes que otras comunidades debido a su idiosincrasia particular, los defectos del actual sistema de representación político.

    El desengaño

    La sociedad valenciana ha sido ejemplo durante una buena parte de su historia de civismo ciudadano, de iniciativa, de libertad, de heterogeneidad, de diversidad, de aprecio por la cultura propia, respeto hacia la ajena y de ausencia de nacionalismos excluyentes. Una parte de esa sociedad fue protagonista de una de las primeras victorias de la sociedad civil contra el abuso de poder, que pretendía una pesadilla urbanística en lo que hoy es un jardín de nueve kilómetros de largo. Otro ejemplo clásico es el singular carácter festivo que comparten las fiestas de las tres principales ciudades: Las Fallas, Las Hogueras y las Fiestas de la Magdalena. En el caso más conocido de las Fallas, en su origen no era un evento organizado desde una institución central —como trajo el franquismo después— sino fruto de la actividad espontánea de toda una sociedad que se lanzaba a la calle para celebrar la llegada de la Primavera y «quemar todo lo malo» acumulado durante el año. Aunque el franquismo perturbó la concepción original, las Fallas continuaban siendo una fiesta singular por cuanto era creada en una gran parte desde la base, por la propia gente de los barrios que salía a la calle. En este contexto, la llegada de la democracia no podía tener otro ganador que un PSOE que representaba —en teoría— la oposición moderada y cívica. Pero las primeras acciones de gobierno autonómico trajeron consigo consecuencias inesperadas.

    La izquierda española lleva practicando el absurdo juego de renegar de lo español y aliarse con los nacionalismos periféricos porque alguien pensó que de esta manera obtenían un beneficio político. Puede que así haya sido en algún grado, pero lo que han logrado en definitiva, ha sido alimentar un monstruo que ahora no controlan y que casi les destroza. No es este un artículo para hablar de las causas ni justificación del nacionalismo catalanista, pero es un hecho que existe, tanto como su rechazo en la Comunidad Valenciana. La problemática de este fenómeno originado en Cataluña pero que afecta a otras regiones como la mencionada se puede resumir en dos puntos: (1) el catalanismo necesita a la Comunidad Valenciana para su idea de construcción de un estado catalán viable. Y (2), la sociedad valenciana rechaza mayoritariamente dicho nacionalismo no por motivos ideológicos —en el sentido maniqueo izquierda o derecha— sino simplemente porque no se identifica con él en los términos que los estrategas pan-catalanistas desean —tan irracional pueden ser unas posturas como otras, ahora bien, entre la apropiación política forzada del catalanismo y la autodefensa valenciana, me quedo con esta última—.

    Centrándonos en lo ocurrido desde la transición, el gobierno socialista presidido por el melifluo Joan Lerma impuso en las escuelas públicas valencianas para la asignatura de valencià, una normativa ajena y extraña junto a un profesorado importado de Cataluña. Nuevos profesionales que encontraron en la enseñanza de una lengua creada y normalizada desde el poder político, una forma de vida. El rechazó fue generalizado y la polémica nos ha acompañado hasta prácticamente nuestros días. La creación de la Academia Valenciana de la Lengua ha reducido el problema interno en la comunidad, aunque fuera de ella el catalanismo continúa su modelo de absorción cultural y político exactamente igual. No obstante, no fue este el único motivo de disgusto de la sociedad valenciana. Además de apropiarse de los elementos culturales, también parecía que trataba de restarles valor histórico como en el caso del Teatro Romano de Sagunto. Destaca igualmente el largo padecimiento de la antigua carretera N-III. Una vía conflictiva que llevaba a la «ruta del bacalao» y a las playas de Benidorm y Cullera. Con grandes picos de tránsito que ocasionaban problemas de transporte y accidentes, pero que a pesar de todo se mantuvo durante décadas en la mayor parte de sus tramos con una ridícula vía convencional cuyos atascos han sido protagonistas hasta de anuncios de televisión. Todo un clásico de la época. Por no hablar del AVE —otra burbuja— que desde que el PSOE inauguró la primera línea a Sevilla en 1992 —con la «excusa» de la Exposición Universal— ciudades como Toledo o Lleida —que no lo han aprovechado— han tenido antes que Valencia el tren de alta velocidad, que no llegó a la ciudad del Turia hasta el 2010.

    En definitiva, el ninguneo político al que se sometía la Comunidad Valenciana y la continua supeditación a los intereses del catalanismo fueron poco a poco alumbrando la llegada de la derecha al poder. Porque si para algo ha de servir la democracia es para cambiar al gobierno cuando no gusta. Dicen que la derecha española, rancia y caduca, es la causa del surgir de muchos nacionalistas en Cataluña. Pero en Valencia lo que ocurre es que el nacionalismo catalanista es la causa del aumento de votantes del Partido Popular. Este creciente descontento de la sociedad valenciana con la izquierda fue entonces aprovechado por alguien que se hizo famoso años después por ser un experto creador de burbujas: José María Aznar.

    Inflando la burbuja

    El antiguo presidente del gobierno español era y es muchas cosas, la mayoría de ellas poco bonitas. Pero algo que no era es tonto. Debió de darse cuenta de la oportunidad que se le presentaba —electoral y políticamente hablando—: una comunidad con la tercera capital de España, con un 10% de su PIB y su población en menos de un 5% de su territorio, y con un puerto cuya actividad económica es uno de los mayores de España y el primero en el Mediterráneo. Una comunidad ignorada por los gobiernos socialistas anteriores y que estaba en el punto de mira de un nacionalismo antagónico e irreconciliable con la derecha española. Visto fríamente, todo apuntaba a que tenía que ocurrir lo que ocurrió: Aznar comenzó una estrategia consistente en asimilar a la Comunidad Valenciana como un «ejemplo» para España. Un modelo a imitar, para así de esta manera ganarse el favor de una sociedad que estaba harta de ninguneo y desprecios, y que no acababa de asimilarse al nacionalismo catalanista —a pesar de todo el empeño que este ponía—. Dentro de las políticas tomadas en aquel entonces destaca el acabado de la autovía A-3. Aznar zanjó a los pocos meses de estar en el gobierno un problema de décadas de reivindicaciones, ante las patéticas pataletas de la oposición que insistía a pesar de no tener ni un único argumento sólido.

    Fue la época de Zaplana como presidente de la Generalitat —Valenciana—, la de Terra Mítica y de programas de televisión como Tómbola, que fue exportado a Madrid. El Partido Popular absorbió a la tradicional Unión Valenciana, haciendo desaparecer de la escena política a la derecha moderada propia valenciana. El PSOE se iba hundiendo y veía como su proyecto de la Ciudad de las Artes y las Ciencias lo acababa un gobierno de otro partido político. Rita Barberá comenzó su largo periplo como alcaldesa de la ciudad de Valencia. Le dio un vuelco a la imagen de la ciudad, además de recuperar el entorno natural de la playa de El Saler, embrutecido en la época del franquismo con un horrible paseo de hormigón que los socialistas ni tocaron, a pesar de que destrozaba el paisaje y también, el funcionamiento de las corrientes de aire y el proceso de formación dunar. Las ganas de agradar lograron cambios positivos en un principio, algo que se nota en la mejora de la Comunidad Valenciana como destino turístico. Pero los años acumulados en el poder y las excesivas ambiciones de personajes como Francisco Camps, fueron convirtiendo a esta comunidad en algo que nunca fue. El dinero que llama a la corrupción junto a la falta de controles del poder en el sistema político han hipotecado a la sociedad valenciana. Una sociedad que ya no sabe convivir y que bajo la batuta de su anterior alcaldesa, ha convertido Las Fallas —siguiendo con el ejemplo— en una deleznable oportunidad para el abuso, la falta de educación y los problemas de convivencia.

    Pinchando las burbujas

    Toda colectivo social que disfruta de un gran éxito suele ser objeto de deseo. En los años de mayor éxito y creación de la burbuja valenciana —con la Copa América y la creación del circuito de Fórmula 1— surgió dentro del Partido Popular valenciano un principio de emancipación del poder central que en otro contexto podría haber sido positivo, pero que en este caso se convirtió en un espectáculo lamentable de avaricia y deseo de protagonismo. No obstante, Francisco Camps no era realmente peor que otros políticos. Podría decirse que era el Aznar valenciano: un político trepa con muchos más recursos que sus oponentes. Más incluso que el propio Mariano Rajoy —aunque para lo cuál no hace falta mucho—. Una vez llegado a la máxima autoridad autonómica y sin apenas competidores, sus ambiciones apuntaban claramente a la presidencia del Partido Popular y a la candidatura como presidente del gobierno de España. Desde la calle Génova, habían dejado hacer y deshacer en la Comunidad Valenciana mientras continuaran ganando elecciones, pero Camps comenzó a ser un problema para la oligarquía del partido, que no quería competidores. Camps apartó a los Zaplanistas, favorables con el poder central del partido, pero desamparados tras la marcha de su «mentor» Eduardo Zaplana, al Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales con Aznar de presidente. Luego vino lo que vino, y Zapatero alcanzó la presidencia de España y con él, el pinchazo de la burbuja económica. Debido a lo cual, muchas bocas que hasta ese momento habían estado tapadas y muchos pactos realizados entre partidos antagónicos para no denunciarse mutuamente y poder disfrutar de los privilegios del poder, comenzaron a ser insostenibles. Tras la debacle económica se desencadenó el pinchazo de la burbuja que dependía directamente de ella: la burbuja política.

    Pocos años antes de que fuera imposible para el interés de la clase política seguir tapando que estábamos en crisis, varios sucesos ocurridos en Cataluña y Comunidad Valenciana eran un aviso de que todo comenzaba a desmoronarse: el hundimiento del barrio del Carmel, el hundimiento del túnel del AVE en Bellvitgeapagones que afectaron a más de 110.000 usuarios y el destape del caso de las comisiones del 3% que afectaban a toda la clase política catalana. En la Comunidad Valenciana el trágico accidente del Metro eclipsa tristemente lo relacionado con el crack del sistema financiero valenciano y el fracaso del circuito de Fórmula 1, una ruina a causa de la irresponsable gestión del entonces presidente Francisco CampsMariano Rajoy que ya tenía a punto su victoria en las elecciones con un Zapatero acabado, le puso la puntilla quitándose «molestias» de encima, una maniobra de la derecha central que, paradójicamente alegraba tanto a unos como a otros, sobre todo a los nuevos partidos de la izquierda valenciana que venían a hacer lo que el PSOE no lograba. Y así, de esta manera, la Comunidad Valenciana ha pasado por ser ninguneada, para luego ser usada como modelo ejemplar, para finalmente ser señalada como un vertedero, usada como cabeza de turco de experimentos en televisiones autonómicas, u objeto de comentarios improcedentes por parte de un fracasado «Gran» Wyoming, que ha encontrado en la más burda y sucia agitación política su verdadero lugar. Tras años de bloqueo debido a un sistema de participación política que penaliza la entrada de nuevas opciones políticas, finalmente, paso a paso, se han ido abriendo camino las alternativas.

    En la actualidad

    «Este es un pueblo honrado.
    La corrupción no está ligada a los valencianos, está ligada al PP»

    Monica Oltra
    En las palabras de la dirigente de Compromís se pueden encontrar varias claves del «juego político» en España. La izquierda española ha vinculado la corrupción a la Comunidad Valenciana por interés político: por ser gobernada por el Partido Popular y por tratar a los valencianos como un pueblo que no merece ser tenido en cuenta por tolerar la corrupción, legitimando así su posible «catalanización». Por otro lado, la nueva izquierda valenciana no puede basarse en ese mensaje ya que necesita los votos de esa misma sociedad, por lo que enfoca todo el problema desde un punto de vista puramente partidista, atribuyendo la causa de la corrupción exclusivamente al partido en el gobierno. Otro factor importante en su éxito ha sido el alejamiento de posturas extremas y nacionalistas —en el contexto valenciano— que se han materializado en la alianza con Podemos, a pesar de los serios problemas internos que ha supuesto para la coalición valenciana. El sistema político que legitima de igual manera a ambos, tanto a Compromís como al Partido Popular, queda —equivocadamente— excluido de la ecuación.

    La Comunidad Valenciana no es ni más ni menos corrupta que otras, ni en términos relativos ni en términos absolutos. Sí que es sin embargo debido a su situación estratégica, la más mediatizada y usada como chivo expiatorio por los medios de comunicación, al hacer uso político de los numerosos escándalos —eso sí— que se han dado, destapados siguiendo un escrupuloso calendario. De esta manera, además de obtener un beneficio político al dinamitar al partido gobernante de una comunidad el cual ni tan siquiera su propia dirección central puede —ni quiere— defender, se enmascaran el resto de casos de corrupción que en estos momentos se dan a lo largo y ancho de la geografía del país, desde los municipios hasta la mismísima Corona de España. La Comunidad Valenciana, vapuleada y ninguneada por la izquierda y por la derecha, se encuentra sin líderes claros, sin representación política y a expensas de un sistema poco democrático que no favorece a las sociedades activas. Una comunidad que en el punto de mira de un país corrupto es, el eslabón más débil.

    Foto: Las Provincias