Mientras el
Windows 10 de
Microsoft supera al ya anticuado
Windows 7,
Apple fracasa con su ordenador de escritorio
Mac Pro. Los que decían que el PC era cosa del pasado, tal vez lo que les ocurre es que continúan frustrados sin superar a la omnipresente competencia, a pesar de sus intentos. Pero por otro lado, la empresa de Redmon se estrella con su sistema operativo para móviles
Windows Phone, debido a una
mala estrategia comercial. A pesar de todo, emulando logros de antaño cuando se encumbraron gracias a
IBM y a los PCs clónicos, el legado de
Bill Gates ha logrado que su fracaso en el mercado móvil no le importe demasiado ya que gracias a
Google y al sistema operativo
más usado en el mundo, gana
más con Android que con el suyo propio. Este mismo sistema operativo también evitó la práctica desaparición de otros antaño grandes como
Nokia o
Blackberry. Esta última —entorno empresarial donde surgió nada más y nada menos que el
Whatsapp— resurge con la estupenda
Blackberry Hub, aplicación que aúna las notificaciones principalmente de llamadas, correos y mensajes en una única lista ordenada cronológicamente.
Aunque el PC no ha muerto, es inevitable aceptar que el mercado y sobre todo, la manera en la que los usuarios interaccionan con él, ha cambiado drásticamente. De la WWW casi nadie se acuerda, y se ha convertido en
Facebook,
Instagram o
Twitter.
Yahoo, el gigante del directorio de búsqueda más importante, desaparece y pasa a ser
Altaba, denominación que a muchos nos recuerda al mítico buscador
Altavista. Ya no se lee con tranquilidad y detenimiento, sino que ahora los titulares son devorados uno tras otro, casi siempre desde el móvil. Los mismos contenidos se repite y
retuitean una y otra vez. El mundo es un continuo fluir, una corriente de
noticias sin contrastar en la que todo aquel que no navega lo suficientemente rápido, se ve arrastrado. Tal vez pueda apetecer pararnos un momento y volver la vista atrás para recordar cómo se llegó hasta aquí.
La música tuvo la culpa
Si algo nos dejó la burbuja de las
punto.com de finales del siglo pasado fue la revolución de las descargas de contenidos. Antes de todo el tinglado que hay ahora, eran los programas para compartir música primero, y todo tipo de contenidos unos años más tarde:
Napster,
Gnutella,
eMule,
Ares, entre otros, y más recientemente,
jDownloader. En aquellos inicios la gente descubrió que podía tener toda su musicoteca en el disco duro, o llevar una parte de ella encima en una
Pocket PC o
Palm, ordenadores de bolsillo pensados para almacenes y otros ambientes corporativos que a duras penas servía para propósitos de entretenimiento, lo que no impedía que la gente —los que
realmente tenían interés— los usasen. En este mercado desconocido hasta el momento, sólo los emprendedores más atrevidos decidían invertir en dispositivos como el primer reproductor de MP3, el
MPMan. A inicios de siglo, con el mercado decididamente orientado,
Steve Jobs vuelve a
Apple y como ya sabemos, uso todo el poderío de una empresa consolidada para lanzar el
iPod y una tienda online para descargas legales de música llamada
iTunes. La supuesta innovación tecnológica no fue tal, sino más bien comercial. Tras este éxito y viendo que de esta manera —con dispositivos móviles de entretenimiento— sí podían hacer competencia al gigante de Redmon —rey de los escritorios y de la oficina— se preparaban para dar el siguiente paso. Mientras los más modestos han de conformarse con campañas de
Email Marketing, la empresa de
Jobs preparó una espectacular presentación que ahora ya son habituales en todas las corporaciones. En ella se anunció a bombo y platillo, con la especial habilidad de vendedor de su artifice, un producto que apenas estaba en desarrollo y
sin funcionalidad, pero que se presentaba entonces como la gran «revolución tecnológica»: el
iPhone.
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MPMan, el primer reproductor portátil de MP3 |
La estrategia comercial de la empresa de la manzana constó de las siguientes claves: invertir lo mínimo desarrollando un prototipo apenas funcional basándose en productos existentes y en la tendencia de mercado —es decir, lo mismo que hacen la mayoría de empresas—. A continuación, utilizar el valor publicitario del nombre de una empresa tecnológica de imagen exclusiva y de productos caros como
Apple y ejecutar una gran y fastuosa presentación cargada de emotividad y apelando a la vanidad del público, para mostrar un producto del que apenas tienen un esbozo. El objetivo se logra, que no es otro que crear una enorme expectación para una vez medida esta y conocedores del impacto, invertir poderosamente pero con riesgo minimizado en un dispositivo construido con tecnología de otros —
Samsung, por ejemplo—, muy caro —hasta el punto de llegar a necesitar un seguro— y que apenas servía para nada —en relación al precio, con poca memoria, sin conectividad— sin una tarifa plana de datos. La «proeza» de
Apple fue invertir una barbaridad que sólo ellos podían —apoyado en operadores de telefonía— confiando en la manipulación emocional del público por parte de su CEO, para vender un producto carísimo —para recuperar la inversión— pero que a pesar de todo, ha sido un éxito de ventas. La innovación consistió en conocer la manera de hacer creer al público que un producto que aún no existía era especial, de manera que
ellos mismos pagasen un
hardware que no había sido utilizado de forma masiva hasta entonces —sobre todo, las pantallas capacitivas, de cristal y frágiles— por su enorme coste.
Las ventanas por fin fueron cuadradas
Paradójicamente, lo que es de agradecer a la empresa que construyó el
Macintosh es que nos ha traído a la mejor
Microsoft que ha existido hasta ahora. La perdida de protagonismo ha sido interpretada por la empresa que fundó
Bill Gates como una necesidad de salir de su entorno cómodo, feo y aburrido de tecno-burgueses, para buscar reinventarse. Sin embargo, el intento de continuar los pasos de los competidores como la propia
Apple o
Google en el mercado móvil fue tan comprensible como
estúpidamente ejecutado: en primer lugar porque si ya has llegado tarde no intentes hacer lo que otros ya han realizado antes y mejor. Y en segundo lugar, por que la tozudez en empezar desde cero les llevó a olvidarse de todos los usuarios fieles que ya usaban sus programas de escritorio y que se encontraban con que debían renovar prácticamente todo, con lo que la curva de introducción en el mercado fue terriblemente lenta, o inexistente. El público se iba antes a otros entornos que se lo daban ya todo hecho y que no requerían de ningún
software especial al trabajar en «
la nube» —la otra gran protagonista—. Pero en el escritorio,
Microsoft había mirado para otro lado mientras millones de usuarios se instalaban su sistema operativo «de juguete» —el
W95— en sus
computadores clónicos comprados en la esquina del barrio. Sabía que esos mismos usuarios iban a instalar o a utilizar en sus trabajos las suites de ofimática y los sistemas operativos para servidores —basados en tecnología
NT, la misma de la que ahora deriva el
Windows 10— por la cual en este caso sí, iba a pagar una buena licencia legal. O varias, una por cada equipo y programa instalado. Y otra anual por su mantenimiento. Las carencias de
W95 eran ignoradas, ya que cumplía su función de gancho, equilibrándolas con las facilidades para ser copiado.
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La nueva interfaz gráfica de Windows |
Pero a partir de ese momento al gigante de las ventanas comenzaron a importarle dos cosas: las carencias de los sistema operativos domésticos y sus usuarios, a los que sabía que debía continuar atrayéndoles antes que se pasaran a los móviles o tablets y se olvidaran de computadores domésticos de toda la vida —hasta el punto de anunciar que computadores con
Windows podrían ejecutar
comandos de Linux—. Y en segundo lugar, Internet y la seguridad. El virus
Blaster puso en alerta a
Microsoft y tuvo que crear un ecosistema de actualizaciones,
firewalls y seguridades, culminadas en el
Defender, considerado el mejor antivirus por parte incluso de competidores como
Mozilla Firefox o los programadores de
Chrome. No todo fueron aciertos, pero en la cultura anglosajona no existe problema en los errores, si de ellos se aprende: tras el fiasco del
Windows Vista se encarriló la actual marcha con el
Windows 7. Con el
Windows 8 se repitieron los tropezones, y ahora se disfruta relativamente con el actual
Windows 10, un sistema ligero, sin gasto innecesario de recursos gráficos, escalable y adaptable a las distintas arquitecturas. El problema de
Microsoft nunca fueron sus programadores, sino su escala de prioridades comerciales fijada antes en los entornos corporativos que en el usuario doméstico.