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viernes, 13 de abril de 2012

Una estupidez llamada Windows Phone 7

viernes, 13 de abril de 2012
logo del nuevo sistema operativo de microsoft para dispositivos portátiles

Una de las pocas ventajas estratégicas que tenía Microsoft frente a sus rivales —en concreto, iPhone y Android— era su software de agenda Outlook. Sus terminales móviles —mayormente las Pocket PC con Windows Mobile— se sincronizaban con dicho programa directamente, mientras que la competencia debía de recurrir a compartirlo en «la nube». Una nube que por si misma no tiene valor verdaderamente, sólo según la función para la que se utilice. A Microsoft no le hacía falta para esto, los usuarios ya disponían de sus contactos en sus ordenadores de escritorio. Tan sólo necesitaban poder llevárselos consigo en un móvil o dispositivo portátil. 

Por este motivo, el iPhone sólo se comercializaba con una cuenta de datos asociada de velocidad generosa, ya que dependía por completo de una conexión a Internet. La llamada «nube», vendida como algo imprescindible para todo usuario, no era más que un truco estratégico de empresas como Apple —truco vendido magistralmente, eso si, por el fallecido Steve Jobs— que no podían competir con la omnipresente microsoft en los ordenadores de sobremesa. La nube no representa necesariamente un valor añadido para el usuario, sobre todo cuando se impone como obligación.

En el caso de Microsoft la nube podía haber sido un buen apoyo para salvaguardar los datos, contactos, mensajes... aquella información que el usuario escogiese guardar. Era sólo necesario como opción... hasta ahora. Sorprendentemente, en los nuevos sistemas operativos para móviles (o celulares) Windows Phone 7 (WPH7), la empresa de Redmon ha vuelto a cometer lo que considero otra estupidez en su habitualmente torpe estrategia de marketing, dejando como única opción la importación-exportación de datos de agenda (calendario y contactos, tareas no) a través de un Live ID (el servicio en-línea de Microsoft) y una cuenta de Microsoft Exchange, tal y como hacen Gmail y el mencionado de Apple.

De esta forma, el valor añadido que podría suponer WPH7 para los usuarios de Outlook —que son muchos o al menos, los que quedan fieles a Microsoft— se tira por el retrete, junto con toda la información que ahora tendremos que sincronizar manualmente para funcionar con la nube, sí o sí. Es necesario recurrir a utilidades de terceros de pago, para tener la funcionalidad que antaño era completamente normal en las pocket con Windows Mobile.

Que no se quejen si la gente les llama «Mocosoft»

Más información:

sábado, 4 de febrero de 2012

La misma guerra de siempre

sábado, 4 de febrero de 2012
¿Tienen dueño las ideas? Esta sencilla pregunta, esconde un debate seguramente mucho más profundo de lo que parece a simple vista. Actualmente, en la era de la información, de la comunicación, y del intercambio de ideas en forma de etéreos flujos de bits a través de la nube, auténtica metáfora del reino platónico de las ideas, adquiere una importancia como seguramente en la Historia no ha tenido nunca.

Tener una idea se asocia con una bombillita que surge de repente sobre tu cabeza. Pero poseer una como si se pudiera guardar en un cajón, se me antoja extraño y distinto. Que ahora se hable de la propiedad intelectual, y se realicen acciones judiciales y policiales como si de robos de banco se tratase, me hace sentir como si me hubiera perdido algo. No observo que se hable de propiedades intelectuales, sino de propiedades materiales. O del fruto material del comercio con ellas.

¿Cómo se ha llegado a esto? Imagino que en la antiguedad las ideas no significaban nada si no se ponían en práctica. El comercio con «ideas», apenas se ha realizado o ha supuesto importancia alguna en la Historia. Siempre se ha comerciado con el producto de dichas ideas.

Con la escritura fue posible plasmar esas ideas en un medio físico. Pero dados los medios de producción y comunicación que han existitdo hasta hace muy poco, no tenía sentido el comercio con estos medios. Las ideas se almacenaban en pergaminos, esculturas, pinturas, etc, en grandes bibiliotecas y museos, a las cuales la gente acudía para consultarlas o disfrutar de su contemplación.

¿Qué ganaban los autores? Reconocimiento, prestigio, privilegios, aquello que tenía valor en aquel entonces. El autor era el personaje principal en esta historia. Alguien que tenía «buenas ideas», como para que se las copiaran a mano, tenía «autoridad». Era alguien importante, envidiado, relevante, escuchado. Los grandes filósofos competían entre sí para ver quien describía mejor la realidad. Muchos hubieran deseado ser uno de ellos.

Con la llegada de la imprenta muchos siglos después de la escritura, esta situación cambió ligeramente. Sin embargo, se utilizó para difundir libros clásicos (cultura greco-romana), eclesiasticos o religiosos (La Biblia) o por encargos de las «autoridades» políticas. La estructura social y política, así como la poca o nula alfabetización de la gran mayoría de la población, ocasionaron que no existiera un comercio literario o cultural auténtico hasta mucho después. Todo giraba alrededor de las necesidades de las jerarquía gobernantes, siendo sus necesidades las que definían el panorama de «intercambio cultural» de la época.

Ni las mejoras tecnológicas posteriores pudieron cambiar la situación. No fue hasta después de las revoluciones políticas de la era contemporánea, cuando la difusión de la cultura ya no dependia tanto de las decisiones de unos pocos. Sin embargo, los medios de comunicación continuaban estando controlados por el poder. La información era proporcionada y filtrada desde arriba en la jerarquía política. La alfabetización comenzaba a aumentar significativamente, pero el intercambio cultural contínuaba siendo muy escaso debido a que no existían medios al alcance del pueblo llano para ello. Por primera vez en la Historia, la sociedad tiene actualmente la capacidad tecnológica, las herramientas, la alfabetización y los conocimientos necesarios para tener sus propios canales de comunicación. Y, ¿es ahora cuando surge la necesidad de definir legalmente la «propiedad intelectual» o los «derechos de los autores»?.

El problema es que estamos inmersos en la crisis de un modelo económico basado en el consumismo sistemático, gestado desde pasada la 2ª Guerra Mundial. Guerra que, como muchas otras, sirvio de pretexto para salvar algunas economías. Las editoriales y los canales de distribución que han fomentado dicho modelo (entre otros) y que se han enriquecido con el, contemplan de pronto como una gran parte de la sociedad, así como los autores que pueden distribuir sus obras por otros canales, no les necesita. Sus modelos de negocio ineficientes, orientados a maximizar el beneficio no a través de la satisfacción del usuario, sino de su explotación, se ven amenazados. Nunca supusieron un valor para el consumidor, simplemente, no había otra opción.

Claro que es necesario un debate sobre hasta qué punto un autor ha de tener alguna retribución por las ganacias que otros logran gracias a comerciar con sus obras intelectuales. Pero también hay que tener en cuenta en la discusión, el beneficio que supone para el autor la difusiòn de su obra, que le puede ser útil para lograr reconocimiento en otros ámbitos. Por otro lado, el sostenimiento de servidores para alojar todo tipo de material, tiene un coste, y tiene sentido cobrar algo por ello. Pero la cuestión es buscar cabezas de turco para volver a controlar los canales de distribución. Quitarse de en medio a nuevos agentes que crean competencia indeseada.

En definitiva, es una guerra (la World War Web, como algunos la definen) por la defensa del «status quo». La guerra de unas minorías poderosas que han monopolizado los recursos, contra las mayorías  que buscan alternativas.

Una guerra nueva, pero por lo mismo de siempre