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sábado, 1 de octubre de 2022

Cómo arreglar el Mundo

sábado, 1 de octubre de 2022
Hoy en día parece que nadie está ocupado en imaginar un mundo donde los problemas no eclipsen nuestra realidad, no digamos ya encontrarles soluciones. Aceptamos con resignación un futuro poco prometedor como la mejor de las opciones frente a la apocalipsis. Sin embargo, un pequeño en número pero enorme en ilusión, grupo de personas no aceptan esta aparente inevitabilidad de nuestro destino. Nos rebelamos frente a una predestinación impuesta por poderes a los que les conviene una sociedad que acepte un fatal designio antes que hacer frente a los males que la aquejan. Imaginar un futuro mejor significa poner en cuestión nuestro presente, y con ello, a los que supuestamente son los responsables políticos de mejorarlo. Este proyecto se llama Tecnofuturos y el siguiente artículo es mi pequeña contribución al mismo:

Cómo arreglar el mundo

Por Lino Moinelo

Versión final del artículo publicada originalmente en Tecnofuturos.

Una persona sosteniendo un globo terráqueo

Un viaje de mil millas comienza con un primer paso. 

Lao-Tse

Nuestro planeta tiene una población de varios miles de millones de personas y ninguna de ellas sería capaz por sí misma de arreglar los problemas que con toda seguridad le afectan en el día a día. Es decir, puede hacer frente a ellos como individuo, puede solucionar sus necesidades inmediatas personales o tal vez, las de su familia. Si es un jefe de estado, entre los viajes en avión oficial para asuntos random y las vacaciones en yate, igual le da por arreglar alguno de los problemas que afectan al territorio en el que dice que trabaja. El resultado es que nadie está ocupado en resolver de origen los problemas que, aunque nos afectan localmente, sin embargo, tienen una causa global. Naturalmente que el peso de la participación en el problema no es igual para todos. Es decir, hay incluso individuos que no solo no hacen nada para solucionar ciertos problemas, sino que su forma de vida está directamente relacionada con actividades que se ha acabado evidenciando que son dañinas[i], como, por ejemplo, consumo de tabaco, consumo de combustibles de origen fósil o especular con el dinero, el cual debería ser un medio de intercambio, no un fin en sí mismo. Actividades para las que ya existía en su día la suficiente información como para poder prever los problemas que podría ocasionar en un futuro pero que, a pesar de todo, acabaron sucediendo. Debido a esta situación, definir cuáles son los problemas se convierte un acertijo circular en el que parece que nos atascamos cada vez que se intenta dar un paso en su solución. El problema de definir el problema.

Porque si se desea arreglar algo, será necesario identificar primero aquello que se desea resolver. Este es un punto decisivo ya que según como se defina el resultado va a depender enormemente de ello. Además de que cualquier sesgo ideológico o preferencia cultural, económica o social que se filtre, va a marcar como a una res la propuesta y va a ser rechazada por aquellos que la identifiquen con una ideología  ajena. A pesar de que una solución a un problema no debería tener impedimentos subjetivos o  ideológicos. Si tienes una tubería rota en casa no contratas a un fontanero que tenga tus mismas opiniones, sino a uno que te arregle el problema. Obviando la necesaria educación y amabilidad que cualquier profesional debe tener ¿Por qué no hacemos lo mismo con el planeta?

Según a quien se pregunte, la respuesta va a ser diferente con gran probabilidad. Sin embargo, la heterogeneidad de respuestas no debería ser un inconveniente si estas son consecuencia de la voluntad de encontrar una solución. Sí que lo es el inmovilismo, el dogmatismo y la contaminación cultural y política que en muchas ocasiones la acompaña, en definitiva, «ruido» que entorpece la comunicación. La sociedad vive muy influida por un ambiente político polarizado y sectario, circunstancia que también hay que incluir dentro de la definición del problema, porque además de definir una situación, hay también que elaborar un mínimo plan u hoja de ruta para llevar a cabo las medidas necesarias. Es decir, propuestas como que «todo el mundo tenga educación y sanidad públicas» puede ser razonables, pero en la práctica encontrarse con diversos impedimentos o que, por muy bien intencionados que sean, no ocurra lo mismo con su viabilidad o con el rechazo que produzcan por un motivo u otro en una parte de la población. En definitiva, no se trata únicamente de tener razón, sino, además, de ser coherente y convincente teniendo en cuenta a quien se dirige.

Esta sería una de las principales diferencias respecto a las clásicas estrategias de comunicación políticas: los partidos elaboran sus programas y campañas de difusión únicamente para un sector de la población donde creen que pueden maximizar el resultado. Nadie, ninguno de los partidos políticos existentes en todo el planeta tiene probablemente un plan para solucionar los problemas del mundo. Las ONG probablemente tampoco, no solo por el aura de sospecha de tendenciosidad política, sino porque no abordan el problema de manera completa. Cada movimiento crea su propia receta en función de una parte del mismo escogido por motivos válidos, aunque tal vez arbitrarios: animalismo, ecologismo, veganismo, todas estas opciones son maneras de enfrentarse a problemas reales pero cuya solución es parcial.

El problema del problema

¿Qué es un problema? «Problema» es una de esas palabras que se usan con tal vez demasiada frecuencia para señalar toda situación que no nos facilita una cómoda y placentera vida. Sin embargo, tal vez el problema es precisamente el esperar que todo va a ser como tú quieres y que te va a venir «rodado». Hablando de rodar, supongamos un automóvil en el que nos trasladamos y súbitamente comienza a emitir un ruido: una avería. Pero no existe automóvil que no tenga averías en algún momento de su existencia, la aparición de una de ellas no debería sorprendernos. Por ello, las compañías de seguros tienen servicios de asistencia. Así mismo, el automóvil tiene sistemas de diagnóstico que además de avisarnos para prever su aparición, pueden también servir de indicación del origen de la avería y ayudarnos para tal vez, realizar una intervención simple que la solucione o mejor aún, a preverla. La cuestión es que el mundo a nuestro alrededor tiene una manera de funcionar, es la que es ―aunque no lo conozcamos con total precisión― y nuestras ideologías no hacen más que entorpecer la debida atención al funcionamiento de las cosas, ignorando su manera de proceder adecuada pensando que «no va a pasar nada». Esto es lo que se debería definir como problema.

Lo que nos mete en problemas no es lo que ignoramos, sino lo que creemos saber pero que en realidad ignoramos.

Mark Twain

El inconveniente es que la sociedad occidental está alejándose cada vez más del camino del conocimiento[ii]. Un occidente que lo tenía todo a su favor, sin embargo, ha sido arrastrado por sus propias incongruencias al no admitirlas e ignorarlas. Tras la Segunda Guerra Mundial se quiso creer que con culpar a los nazis el mundo occidental quedaba expiado de sus defectos. Se volcó en culpabilizarles en exclusiva en lugar de comprender cómo se había llegado a esa situación, es decir, de comprender las causas. De manera deliberada o no, han transcurrido décadas mirando hacia otro lado, ignorando el elefante en la habitación y confundiéndolas con los síntomas. Debido a esta manera de proceder mitigando los síntomas sin atender su origen, las advertencias efectuadas desde las últimas décadas desde diversos ámbitos científicos, políticos y sociales han sido ignoradas sin importar los datos expuestos, simplemente por no ser populares. Por no ser lo que la gente quería oír. Las instituciones políticas de cada estado, que son las únicas con autoridad para responder en consecuencia, continúan con sus políticas locales por encima de todo. Aunque algunos países apuestan por acciones alternativas, no se ven acompañados, por lo que su efectividad es nula o, en cualquier caso, insuficiente. En definitiva, se tiene consciencia del problema a nivel local de manera puntual, pero no a nivel global, lo que hace que sea ignorado y campe a sus anchas cual rey desnudo que cree ir elegantemente vestido.

¿Quién habla en nombre de La Tierra?

El conocido astrofísico y divulgador Carl Sagan mostraba ya en los años 80 su preocupación por la inexistencia de una voluntad, individual o colectiva, que representase a la Tierra[iii]. No para entablar contacto con inteligencias extraterrestres, sino para hacerlo con nuestra propia especie. Se habla, se discute y se lucha entre nosotros, expoliamos los recursos, los acaparamos para luego malgastarlos sin criterio, sin ser conscientes como colectivo que ocupamos un lugar limitado, acotado a la biosfera de nuestro planeta. A pesar de todo, décadas después de que el tristemente fallecido científico y divulgador planteara su interrogante, aunque las amenazas no son exactamente las mismas, sigue sin existir esa «consciencia global» que lo sea del camino que está tomando la especie que domina toda su superficie y con potencial para su completa devastación. Nuestro planeta es como un gigantesco autobús cuyo conductor se ha desvanecido, mientras que los pasajeros observan aterrorizados —al menos aquellos que se toman la molestia en preocuparse— el gran abismo que bordeamos sin que puedan hacer nada.


La cuestión pues no es establecer una lista de problemas[iv] más o menos evidentes y a partir de ella elaborar una agenda en la que se detallen los pasos a realizar para solucionarlos según un criterio especifico ―y probablemente criticable―. Esta forma de proponer reformas atacando los síntomas en lugar de las causas, por obvios y justificados que puedan parecer, posee irremediablemente un carácter efímero. Es ahora cuando se hace insoportablemente evidente los efectos de la acumulación inconsciente de malos hábitos generados en tiempos de bonanza económica que nadie discutía, por disparatados que fueran si se analizaban con cierto rigor. «Es el progreso» decían, pero ¿de quién? ¿hacia dónde? Cuando lo que era evidente para colectivos de teóricos como científicos o sociólogos[v] cuya influencia política era y es escasa o nula, se convierte en crudamente palpable a nivel físico y en un problema para los que sí tienen capacidad política, es entonces cuando se toman medidas, tarde, mal y con prisa, para solucionar simplemente los síntomas en el corto plazo, olvidándose de las causas. El problema no es la falta de capacidad de los gobiernos para quitarse de encima problemas acuciantes, sino la inexistencia de una entidad que evite que se repitan una y otra vez los errores de siempre o que evite la aparición de otros nuevos que solo son evidentes para quienes se preocupan en el largo plazo.

Estado Tierra

Por supuesto, la tentación de crear un «gobierno global» surge de manera ominosa y para algunos seguramente también, escandalosa. Con el actual conocimiento y nivel de implicación de las sociedades, dicho supuesto «Estado Tierra» no sería más que una réplica a gran escala de todos los problemas de falta de representatividad, de legitimidad y de dependencia de intereses ajenos al verdadero objetivo que, a nivel local, ocurre en la práctica totalidad del globo. Antes de todo esto hay que crear una estructura social con la suficiente horizontalidad como para escuchar todas las voces, un nuevo tipo de organización que no tome parte directa en las decisiones, pero sirva de fundamento de las mismas, de manera transparente y abierta. Un lugar donde se puedan poner sobre la mesa todas las cuestiones para investigarlas, debatirlas y proponer soluciones cuya construcción e implementación se haga de manera igualmente participativa, no a costa del esfuerzo o del dinero de otros. Una organización cuya autoridad emane del respeto y de la admiración, no del temor a represalias.

En definitiva, no se trata tan solo de tomar decisiones políticas, sino de que lo sean de calidad. Que lo sean con el menor ruido, filtro, demagogia o intereses ocultos ¿Cómo puede lograrse esa organización?

Esa es precisamente la pregunta que como sociedad global se ha de intentar responder. Cada uno de nosotros tiene capacidad para imaginar soluciones, nuestro cerebro puede conectar conceptos e ideas y crear resultados genuinos y originales, aunque partan de ideas anteriores. La Humanidad ha desarrollado el método científico por el cuál una propuesta debe ser puesta a prueba por el resto de la comunidad, en el que el principal interés es el prestigio y la satisfacción de aportar algo de valor a la sociedad de la que forman parte. Fuera del ámbito científico estas organizaciones también existen, aunque mucha gente desconoce por completo su existencia y dudan, además, de la posibilidad de que así sea. Sin embargo, ahí están. Un ejemplo paradigmático son las llamadas de «código abierto» ―open source―: agrupaciones de programadores que no tienen una estructura jerárquica ―como las heterarquías[vi] o también las adhocracias[vii]― que realizan su labor sin esperar una compensación material, más que la colaboración del resto de los miembros en las mismas condiciones a la hora de solucionar los problemas o dar respuesta a las necesidades que surgen. Alguien podría objetar que estas son agrupaciones de carácter marginal sin apenas influencia en el mundo «real» ―el de jefazos gordos y autoritarios que parece que sin ellos el mundo vaya a desaparecer, aunque sea tal vez, al contrario―. Bien, pues resulta que gracias a estos grupos de personas especializadas que aportan sus conocimientos por el deseo de mejorar la vida de todos, mantienen sistemas tecnológicos de los que dependen incluso gigantes como Google o Twitter[viii] y de los que nos beneficiamos todos.

Tampoco se trataría de derrocar gobiernos ni de descartar las actuales organizaciones ―tal vez sí de estimular su reforma― aunque se hayan demostrado incapaces de manejar los retos que como especie nos enfrentamos. Inspirados en la idea de las mencionadas organizaciones basadas en el apoyo mutuo, podría crearse una especie de foro mundial cuyo objetivo fuera el de compartir ideas y crear propuestas de solución. Instituciones alternativas[ix] que funcionasen de manera paralela a las actuales organizaciones políticas, aprovechando los actuales marcos legales, pero usándolos conforme a decisiones acordadas por estas instituciones alternativas sociales. Como se ha comentado, estas no tendrían un carácter impositivo ni pretensión de homogenizar, sino servir de plataforma para que la sociedad pueda articular sus propias respuestas a problemas ocasionados por la falta de perspectiva e inoperancia de los actuales responsables, supeditados a la ganancia inmediata. En definitiva, un lugar donde la visión de futuro sea compartida y sirva como herramienta para construirlo[x], en lugar de estar abocados a crisis cíclicas la mayoría de las veces ocasionadas por estimular economías basadas en la especulación, en lugar de partir de un estudio realista de los recursos actuales, la población existente y sus necesidades como individuos.

¿Cómo llevarlo a la práctica? La respuesta es simple: no lo sé. Pero de lo que estoy seguro es que se ha de empezar compartiendo estas inquietudes con tu entorno. Si no somos capaces de poner en práctica estos principios en nosotros mismos, entonces no vale la pena pretender algo más. Es decir, la solución no ha de venir de ti, de tu vecino, o del otro el de la moto. Ha de venir de todos. Por tanto, tal vez una de las primeras páginas de esa hoja de ruta que se ha escribir como especie global, es la de la educación. Habrá que empezar con didáctica, mucha y paciente didáctica. En cuanto a las posibilidades tecnológicas, la misma que está provocando la mayoría de los problemas energéticos, económicos y sociales, ha de servir también para crear una extensa red que nos conecte, sin caer en los errores que hasta ahora se han cometido al convertir la Internet pública en una serie de nodos controlados por los mismos inoperantes gobiernos, o unas redes sociales dominadas por corporaciones con interés mercantilista y destinadas a someternos. Algo de lo que se aseguran manejando nuestro inconsciente, pero esto forma parte de otra historia.

El otro reto importante es no caer en la megalomanía ni la egolatría. Creerse los «salvadores» del mundo, estar por encima del resto y creerse en posesión de la verdad. La humanidad ha demostrado durante siglos que puede ser muy cruel con sus congéneres en cuanto surgen estos conceptos «superiores». Incluso recientemente, experimentos sociales han demostrado que se puede ir todo de las manos fácilmente[xi],[xii],[xiii]. Llevar a cabo esta propuesta similar a la utopía abierta[xiv] de Stephen Duncombe, implicará sortear el ineludible escollo de la auto-legitimación. Nada surge de la nada, excepto nuestras ideas. Y esta, como todas las demás, no tendrá más merecimiento de existir que el que cada uno de nosotros desee darle. Cualquier intento de ir más rápido implicará el riesgo de caer en algunos de los errores tantas veces cometidos anteriormente, por bien intencionados en teoría que en sus inicios lo fueran. Pero al mismo tiempo, deberá ser lo suficientemente clara y firme en su definición para que no se vea deformada en sus aspiraciones o para que un grupo minoritario tome el control. Aunque no deberá tener una forma jerárquica, sí que deberá prestar atención a los que más y mejor aporten, para no verse ahogada por lo trivial o superfluo.

Quizás si logramos conectarnos cada uno de nosotros como iguales, pero dedicados a tareas concretas y formado una enorme red planetaria al igual que las neuronas de nuestro cerebro, emerja entonces una consciencia colectiva que pueda hacer frente a las vicisitudes globales que como tal se ha de enfrentar. De esta manera, el futuro, nuestro futuro, el de todos, podrá ser construido. Puede que sea esto el progreso, cuando la labor colectiva espontánea produce un resultado mayor que la suma de sus partes. Lamentablemente, nuestra generación no lo va a ver, pero con suerte algún día, las generaciones posteriores que se hayan educado en esta coyuntura, puedan construir un futuro mejor que el presente. Uno en el que tengamos el honor de ser recordados.



jueves, 11 de marzo de 2021

Recordando el 11M

jueves, 11 de marzo de 2021

El mayor atentado terrorista en la historia de España, que alteró muy probablemente de manera significativa la jornada electoral de unos días después.
El mayor atentado terrorista en la historia de España, que alteró muy probablemente de manera significativa la jornada electoral de unos días después.

Si la intención del atentado en aquella fecha concreta era la de condicionar un resultado electoral para lograr el cambio de rumbo de la política posterior, en la misma medida se consiguió el objetivo, significaría que la voluntad de los que idearon esta estrategia basada en el asesinato de 192 personas tuvo éxito, con la complicidad de los electores españoles que creyeron de esta manera «castigar» al «responsable» del atentado, pero que de ser así realmente estarían premiando a los terroristas. De esta manera se convertía un acto de este tipo en elemento de valoración electoral, trivializándolo inconscientemente como si fueran tormentas o el cambio climático, como si dependieran de variables económicas. Como si no fuera la decisión de un grupo criminal que lo ha planificado precisamente para causar ese efecto político, en la medida el electorado se dejó influir por este atentado.

Si algo puso en evidencia aquel atentado es mostrar la escasa cultura democrática que la sociedad española había desarrollado desde la transición. Es cierto que la principal herramienta de castigo político de la que se dispone son las elecciones generales, convirtiendo lo que debería ser la elección del mejor, en el castigo al peor. El problema era y es, que no sirve para ninguna de las dos cosas. Y no sirve, no solo porque no fue Aznar el que puso las bombas, ni porque el antiguo presidente del Gobierno de España tan siquiera se presentaba a las elecciones. Sino porque aunque se hubiera presentado, el supuesto castigo hubiera sido seguir de diputado, cobrando casi lo mismo y por hacer todavía menos.

Muchos se sorprenden ahora de los populismos actuales, pero no recuerdan que estas carencias democráticas ya se vienen denunciando desde hace décadas. No ha habido respuesta por parte de los gobernantes desde entonces, no han movido un dedo modificando el sistema para que la sociedad tenga más herramientas para valorar y castigar la corrupción o el abuso de poder. Se ha permitido, en definitiva, que parte de la sociedad vaya adoptando posturas cada vez más extremas o más drásticas —que no es lo mismo— lo que unido a las crisis que han venido desde entonces, ha desembocado en la creación de partidos nuevos y de nuevas estrategias de activismo político, llegando a la situación actual en la que de momento, no se ha solucionado nada en absoluto.

En aquella jornada electoral del 14M, los ciudadanos españoles nos enfrentamos a la tesitura de votar a alguien que no nos convencía nada o hacerlo a otro que nos convencía todavía menos, si es que aquello era posible. Muchos nos dimos cuenta entonces de que el sistema no servía, no funcionaba para lo que debería: la sociedad eligiendo a sus propios representantes. Si en aquel entonces la ciudadanía no hubiera decidido ser cómplice de la situación, la respuesta más digna era no votar, o hacerlo de manera neutra —blanco o nulo—. Una participación mínima que evidenciara que una mayoría social era consciente de que aquellas no eran las condiciones para elegir en libertad, con calma, de manera meditada, sin visceralidad ni odio. Odio que algunos partidos convirtieron en su principal arma política. Si el partido que hubiera ganado esas hipotéticas elecciones hubiera tenido decencia, su siguiente paso sería preparar unas elecciones anticipadas, por decisión propia. Pero la sociedad tomó el camino más fácil, más corto, que casi nunca es el correcto. El resultado: que el partido ganador se creyó con legitimidad para hacer lo que quiso y para negar la realidad hasta que esta se hizo inevitable cuando la crisis del 2008 estalló. España no se merecía que le mintieran, pero así lo hicieron y así continúan haciendo.

La mentira de Aznar

Aznar no puso las bombas, Aznar no se presentaba a las elecciones, pero Aznar nos mintió. Para no votar a Aznar/Rajoy habían muchos motivos, todos antes del 11M. No era necesario, o no debería serlo, un atentado para condicionarnos. Tampoco poner como «escusa» que un presidente del gobierno había dicho algo que no se ajustaba a la realidad. Más que nada porque si por eso fuera, no debería haber habido ni un presidente en los cuarenta y pico años de democracia que llevamos. Aznar mintió porque afirmó sin la cautela necesaria y sin esperar las primeras conclusiones de la correspondiente investigación, que ETA, el grupo terrorista que hasta entonces era el que todos esperábamos cuando se daba noticia de un atentado, el culpable. Durante los tres días siguientes se oyeron en la radio noticias que aún hoy en día son objeto de discusión hasta el punto de que una emisora de la talla de la Cadena SER, ha retirado de la fonoteca los archivos correspondientes a aquellos días. Salvo intervención judicial, el público no podrá corroborar las diferentes versiones y construir un relato acorde con lo que realmente se dijo o se omitió. Lo paradójico del asunto es que probablemente fue Aznar con su insistencia en mantener la teoría inicial de ETA como autora del atentado ―era normal suponer que pudiera ser la autora, y así se pudo oír en los noticieros. Lo que no era normal era asegurarlo sin tener pruebas de ello― el que iniciara un proceso que le llevaría a la propia destrucción electoralista de su partido. No es descabellado suponer —si todavía cabe más especulación en este asunto tras todos estos años de teorías de la conspiración— que Aznar jugó la baza de ETA por conveniencia electoral, imaginando que así evitaba que la posible relación del atentado con la Guerra de Irak influyera en el electorado. Tal vez, con las elecciones ganadas ya darían las explicaciones pertinentes y continuar con la investigación. O no. Pero el efecto producido fue el contrario que deseaban: al dejar al descubierto la jugada, hizo que a partir de aquel momento la oposición y sus medios de comunicación afines se le adelantaran y establecieran como objetivo hacer desaparecer a ETA de cualquier comunicación relacionada con el atentado, fuera la que fuera y tuviera la relevancia que tuviera, creándose una verdadera guerra mediática sobre este asunto. Además, Iñaqui Gabilondo, comentarista en aquel momento en la cadena de radio, dio información falsa sobre unos terroristas suicidas de supuesto origen islamista, condicionando a la opinión pública para que se fuera olvidando del grupo terrorista vasco. Es decir, Aznar quiso jugar la baza mediática de la opinión pública, espantó la liebre, y la oposición que lo sabe hacer mucho mejor en el terreno mediático, le gano la partida, ganó las elecciones y luego, con el partido al mando del Estado, ya no hay control de transparencia sobre lo que pueda hacer y permitir con la investigación. Y menos hace diecisiete años. 

La mochila de Vallecas

La situación es la siguiente: en los noticiarios televisivos avisan que los Tedax han encontrado una mochila con explosivos sin detonar. Poco después, en otro noticiario, se cuenta que han llevado una mochila aparentemente similar a la comisaría de Vallecas. La sorpresa viene cuando se matiza que no son la misma, ya que la que encuentran los Tedax es detonada allí mismo, in situ. El problema es que todos los intentos de relacionar la mochila llevada a la comisaría de Vallecas con las explosiones de Atocha, han resultado infructuosos: 
  • La metralla encontrada en la mochila (clavos y tornillos), no ha sido encontrada de manera concluyente en los restos de los trenes.
  • El explosivo no coincide, dando la explicación que se ha «contaminado», pero no con cualquier sustancia, sino precisamente con un componente ―ácido bórico― que se añade para fabricar un explosivo distinto ―en definitiva, es un explosivo diferente―. Cabe decir que al estar contaminada, la prueba no es válida y no fue usada como tal en el juicio. Sí que fue usada por los medios para sus propios objetivos.

Los terroristas suicidas

Para poder condenar a alguien, para poder determinar al autor material de un atentado, es necesario identificar el arma homicida como primer paso. Esto no ha ocurrido desde entonces. ¿Para qué ha servido la mochila? Para relacionarla con los supuestos suicidas de Leganés, lugar donde sí que se ha encontrado la metralla y restos de explosivos coincidentes ¿Pero, un momento, entonces los suicidas de Leganés no se suicidaron en el atentado yihadista? No, el principal crimen de aquel suceso en el piso de Leganés que puede demostrarse con pruebas, fue el de matar a un policía al detonar el explosivo con el que en teoría, se mataron ellos mismos. No hay más relación con el atentado que la que han querido construir, en una aberración jurídica sin precedentes, cuando sin estar acusados son nombrados sin ninguna necesidad salvo la mediática, en la resolución del juicio. La anécdota, si es que merece alguna este asunto, es que de todos los «terroristas» que vivían en el piso se salvó uno que no estaba en la vivienda en el momento de la explosión, que fue detenido después ¿Qué paso con él? que está en prisión por pertenencia a banda armada, pero no ha podido probarse su relación con el atentado, naturalmente. Otros acusados relacionados han sido absueltos por el mismo motivo.

Los trenes desaparecidos

El escenario de un crimen es un lugar cuyo paso y uso ha de quedar totalmente restringido exclusivamente a miembros de la policía. Cualquier otra persona que no sea un investigador del caso o responsable de las pruebas que han de ser usadas en el juicio posterior, ha de evitar acceder para impedir que sea contaminada o alterada la escena del crimen. En definitiva, hasta que el proceso judicial haya sido completado —incluidos los recursos— se ha de mantener intacto el lugar para efectuar todos los posibles análisis y se hayan tomado todas las muestras necesarias, tanto las que se estimen en un primer momento, como todas las que aparezcan posteriormente a requerimiento de los letrados, siguiendo los procedimientos ¿Ocurrió así en España? No, ya que el gobierno entrante, en otra extraordinaria aberración, ordenó desmantelar y limpiar los restos de los trenes afectados por las explosiones, de manera que dejaron de ser útiles para aclarar nada más. Al menos para la opinión pública.

El tipex

El sumario de un proceso judicial es una especie de resumen o compendio de todo lo relacionado con un caso que ha de someterse a juicio. En él se incluyen la descripción de los crímenes, víctimas, lugares y todo tipo de pruebas. Este documento es creado por un juez distinto al que posteriormente llevará la propia vista del proceso. Con este procedimiento se intenta evitar que el mismo juez aplique algún sesgo a la hora de aportar el material con el que se ha de procesar a los imputados. Lo que ocurra en el juicio, salvo la necesidad de acudir a la fuente a petición de algún letrado ―imposible en este caso ya que como se ha visto, las pruebas se inutilizaron por parte del propio Estado― se decide con lo que haya en el sumario. Para preparar estas pruebas, unos peritos realizan unos informes. Cabe decir que esos peritos son los especialistas con los conocimientos adecuados para realizar esa labor, por eso son los peritos. Bien, en un informe realizado por tres de estos peritos, todos ellos coinciden en que se ha encontrado ácido bórico, que es la sustancia con la que se habían «contaminado» los explosivos y que es la usada en los explosivos que ETA utiliza. Lo que ocurre a continuación con este borrador de informe es espeluznante: el informe fue modificado con tipex para eliminar esta referencia. Pero esto no es lo peor, sino que el jefe de los peritos les dijo que se habían extralimitado ¡por hacer su trabajo! Además, se añade que el ácido bórico es una «sustancia habitual» ―en la actualidad su uso es ilegal― por lo que no cabía hacer mención de ello. A pesar de esto y de que el informe había sido modificado por un cargo jerárquico, los medios anunciaron con titulares que «no había rastro de ETA». Lo cierto es que el ácido bórico se encontró, que es ETA quien usaba este tipo de componente en sus actividades criminales, que los peritos lo indicaron en un borrador de informe, pero esto no llego al sumario porque fue modificado por orden política. Es decir, aunque parece claro que no es una prueba concluyente, sí que parecía a los técnicos lo suficientemente significativa como para indicarlo. La importancia de este hallazgo es algo que se tendría que decidir después durante la investigación y el juicio, pero esto no fue posible porque se impidió que llegara esta información a donde tenía que llegar. Al parecer, la importancia no era esclarecer los sucesos, sino fabricar un relato político adecuado.

Los acusados y condenados

El resultado tras el juicio del 11M es que solo uno de los condenados ―Jamal Zougam― lo es por participación directa en el crimen y autor material, siendo las pruebas que lo incriminan testigos directos que lo sitúan en el lugar de los hechos y por las tarjetas usadas en los teléfonos móviles. No ha servido nada de lo investigado en los trenes, ni lo encontrado en el piso de Leganés, ni una mochila que no explotó ni mató a nadie. Solo una persona para diez explosiones en cuatro focos distintos, ya que los suicidas de Leganés ni murieron en el atentado, ni lo hicieron con un explosivo que se pueda relacionar con unos trenes que ya no existen. El resto de los acusados han sido condenados por delitos como tráfico de explosivos o de sustancias ilegales, sin que participaran materialmente en el atentado en el que murieron 192 personas. Hoy en día, la mayoría de medios siguen dando la misma versión incoherente que en su día se fabricó. La importancia ahora no es ya si fue ETA o no fue. Sino además de la tomadura de pelo a la que nos someten, la frustración de sentir que no se ha hecho todo lo posible por hacer justicia.

sábado, 20 de febrero de 2021

La pandemia como contraste

sábado, 20 de febrero de 2021


El contraste, llamado así en medicina, es una técnica que mejora la visibilidad de la estructura interna de un organismo. Se introduce un agente ―normalmente un líquido― que es fácilmente detectable por un instrumento ―habitualmente una radiografía de rayos x―. De esta manera, un posible obstáculo o elemento que interfiera en el normal fluir del líquido, se evidenciará de manera clara y ostensible. La pandemia, además de la tragedia en sí misma, se ha convertido también en un contraste que ha evidenciado de manera bochornosa los fallos, políticos, sociales y culturales de la sociedad occidental. Empezando por la española.

El relato político

El 8 de Marzo es el Día Internacional de la Mujer. Ese día se celebraron, como en años anteriores, multitudinarias manifestaciones en diversas ciudades y municipios de España. La pandemia en aquel entonces estaba en Italia, en la península apenas habían unos cientos de casos de una enfermedad de la que se conocía muy poco sobre cómo se transmitía y qué periodo de incubación tenía. Los confinamientos parciales de Italia y otras medidas se aparentaban como exageradas en aquel entonces,  prácticamente ningún partido ni ningún medio tan siquiera insinuaban la necesidad de paralizar mítines, manifestaciones y mucho menos, confinamientos. Más bien al contrario, se banalizaba con el problema como si fuera algo distante.

A los tres días, la incidencia de casos se había multiplicado por diez hasta que finalmente se decretó el confinamiento el 13 de marzo. España fue uno de los países que relativamente, más pronto aplicó esta drástica medida. Al principio del confinamiento domiciliario, existió un amago de unidad. Una corta semana en la que los mensajes de serenidad y firmeza eran unánimes por parte de los protagonistas políticos. Nadie se atrevía a criticar en aquella situación ante la falta de información y argumentos. Pero entonces alguien se acordó de aquellas manifestaciones ocurridas apenas unos días antes. Se elaboró una teoría en base a aplicar la Falacia del Historiador, es decir, haciendo uso de toda la información sobre la enfermedad que se fue desvelando en las dos semanas tras el confinamiento, para juzgar las decisiones que se tomaron entonces que indudablemente, fueron tardías y equivocadas, como difícilmente podría ser de otra manera. 

De repente, lo que sospechábamos se convertía en una evidencia: los políticos se distinguen por poco más que por su capacidad para fabricar relatos que resulten electoralmente efectivos, sin preocuparse de su veracidad, de dar soluciones o aportar ideas constructivas, prácticas, más allá de lo obvio. Más de un mes después, tras superar varias cuarentenas, todavía se seguía hablando del 8M como la causa de la pandemia sin haber dedicado un solo segundo a analizar la trazabilidad del virus para realmente conocer por dónde había entrado y cómo se había difundido. El problema del relato ―o lo bueno, según del lado que se mire― era precisamente que era creíble, pero para que esto sea así es necesario que la audiencia sea lo suficientemente crédula.

El problema social

Casi un año después de que todo comenzara, las principales medidas de protección contra una infección de este tipo de virus siguen siendo las mismas: distanciamiento social, lavado de manos y evitar tocarse ojos y cara. Estas normas se vienen recomendando ―y recordando, ya que son de aplicación genérica ante toda epidemia― desde al menos, un par de días antes de que se decretara el estado de alarma y con él, el confinamiento ¿Qué hizo la gente? ¿Hizo caso de esas recomendaciones de una manera mayoritaria y responsable? Nada de eso, sino más bien todo lo contrario. A lo largo y ancho del país se repitieron las avalanchas de gente, apelotonándose, pisoteándose, acudiendo en masa a supermercados, esparciendo el virus por todas partes, causando desabastecimiento al adquirir productos que no iban a consumir en esa semana y dejando las estantería vacías ¿De quién fue responsabilidad? 

El problema cultural

Meses antes de ser declarada la epidemia como global, cuando solo era una epidemia local de China, el mediático médico cirujano Cavadas ―de virus sabe tanto como cualquier otra persona medianamente formada― alertaba que algo gordo estaba ocurriendo. El principal argumento era que si un país se pone a construir en diez días un mega hospital, es que en efecto, la situación es grave. Meses después, cuando ya se conoce de manera trágicamente palpable, es cuando la sociedad reclama responsabilidades por haber actuado tarde y mal. Los argumentos arrojadizos de los políticos, la poca capacidad de la sociedad para asumir parte de la culpa y el estrés de la difícil situación por la que se está pasando, han generado un ambiente de confusión y de impotencia frente al problema que no ayuda nada, salvo para descargar la frustración de la gente. Sin embargo la cuestión es: aunque se hubiera decidido actuar antes, no estaba claro cuales eran las medidas a tomar, ya que como se ha estado diciendo, no había certeza de cómo se transmitía a humanos. Es más, meses después, a pesar de todas las medidas tomadas y por tomar, a pesar de que todos deberíamos conocer los riesgos y el mal al que nos enfrentamos, el virus continua esparciéndose con una facilidad pasmosa, así como las noticias falsas, las dudas y los negacionismos. Después de todo este tiempo una cosa parece clara, que las medidas que se tomen apenas pueden contener los contagios mientras no haya un policía vigilándonos a cada uno de nosotros, un trabajo que no debería hacer nadie mas que nuestra propia responsabilidad. Pero es más fácil echarle la culpa al vecino o a otros profesionales que entonces no eran mediáticos, ni salían en la tele, como Fernando Simón. Un especialista que no basa sus argumentos en intuiciones, sino en lo que se ha podido probar en base a los hechos conocidos. Los cuales por desgracia, llegan sólo después de haber pasado por enfrentarse al problema durante mucho tiempo.

La ignorancia de la ciencia

La ciencia puede parecer engañosa al profano en el sentido de que muchas cosas obvias parece pasarlas por alto. La gente suele decir en ciertas ocasiones cuando se anuncia algún resultado de un estudio, que «eso ya lo sabía, que no hacía falta que se lo demostraran». Pero si algo tiene especial la Ciencia es su grado de objetividad, es decir, que no depende de lo que «uno» ya sabe, sino que es un conocimiento que puede ser compartido por todo el mundo. Cuando el epidemiólogo Fernando Simón hacía sus estimaciones en las ruedas de prensa, estaba compartiendo lo que en ese momento se conocía objetivamente, independientemente de lo que él pensase o «supiese». Lo que Simón decía no era «su verdad» , ni ninguna otra «verdad», sino el conocimiento compartido de la comunidad científica. Un conocimiento que siempre está sujeto, y esta es otra de las grandezas de la ciencia, a nuevas aportaciones objetivas, que pueden refutar por completo lo conocido anteriormente. Las mentes más conservadoras, tanto de izquierda como derecha, no viven cómodamente en esta situación de eterna duda, necesitan de «verdades» en las que ellos puedan creer, sin importar si son o no, ciertas. Por eso, la propia Organización Mundial de la Salud no llegó a recomendar las mascarillas de manera decidida hasta que no se supo de manera científica y objetiva, cómo se transmitía la enfermedad. Por eso todas las indecisiones e imprecisiones que se han estado dando ha sido debido por un lado, al desconocimiento de la comunidad científica de una manera de proceder precisa y detallada ―aunque como se ha comentado a día de hoy las recomendaciones básicas del primer día continúan siendo válidas― para enfrentarse a un problema en parte nuevo. Y por otro, por que la mayor parte de la sociedad no quiere tener que responsabilizarse de sus actos y espera de brazos cruzados que le digan lo que hay que hacer, siguiéndolo al pie de la letra cuando les interesa y de manera laxa cuando no, sin intentar comprender e interiorizar los motivos que llevan a definir esas medidas, en definitiva, sin formar parte de la decisión colectiva de seguirlas.

La guerra de datos

Si bien a los demás países no les va mucho mejor, esta tercera ola ha sido especialmente dolorosa porque ya se tenía el aviso de Reino Unido o Alemania. Otros países como Chequia que alardeaban de pocos contagios gracias al uso de la mascarilla, continúan sin controlar la epidemia. Lo que se ha visto es que todos los países han pasado por los mismos problemas, tarde o temprano, independientemente de las medidas que haya tomado. Los casos de contagios se han equiparado, aunque a distinto ritmo y sobre todo, con una respuesta y gestión diferente. El virus no ha tenido una expansión uniforme, no todos los países tienen la misma afluencia de gente, ni los estilos de vida son equiparables, ni las familias se estructuran igual, por lo que la respuesta a la pandemia no puede medirse igual para todos los países. 

En lugar de señalar de manera coherente y constructiva dichos fallos de gestión o de diferencias en las circunstamcias, se han usado los datos interpretados parcialmente de manera arrojadiza como arma electoralista. El caso más llamativo es cuando se habla de fallecimientos por habitante como una manera de medir la eficacia de la gestión, cuando por lo que se está viendo, las características de la enfermedad la hacen prácticamente incontrolable una vez hay una fisura por la cual logra colarse el virus y durante quince largos días difumina su nefasta influencia. Este parámetro es desde luego una manera de comprobar cómo está siendo un país afectado por la enfermedad, pero dice poco de la gestión y eficacia en combatirla. Es decir, si no tienes contagios, es difícil que tengas fallecimientos, por lo que se hace indispensable hablar primero de contagios por habitante para saber el grado de incidencia del problema y a continuación, el de fallecimientos por contagiados ―no por habitante―. Dicho de otra manera, cuantos de esos contagiados han muerto. Los medios de comunicación, más preocupados por las audiencias que por la divulgación y la información, se interesan más por obtener alarma de los datos, que de la verdadera trascendencia de estos.

La rotura del vínculo político

Una cosa es saber como evitar un contagio, otra es traducirlo en medidas sociales de obligado cumplimiento, y otra es diseñarlas para que sean comprendidas, asimiladas y seguidas por la población. A la dificultad en sí del problema completamente nuevo al que nos estamos enfrentando ―no ya como sociedad sino como especie― se añade la de comprender cómo una sociedad va a ser capaz de interpretar dichas ordenes, asumirlas y llevarlas a cabo. No se trata simplemente de entenderlas, sino de aceptarlas, en un país como España donde las frases como «para que roben los políticos, que sean los míos» no sorprenden a nadie, donde la economía sumergida es de las más altas de Europa, donde el número de presos por habitante es de los más altos, donde en definitiva, los trapicheos, la prevaricación y el pelotazo están a la orden del día. 

Por el lado de los políticos se tiene la dificultad añadida del desconocimiento de la enfermedad, lo que hace que las medidas son decididas sobre la marcha en función de nuevos datos conocidos sobre la enfermedad. Las medidas son diseñadas de forma genérica, tal vez para no pillarse los dedos, pero el resultado es que en ciertos casos individuales concretos no tienen sentido. Hemos pasado de no tener que llevar mascarilla por la calle, a ser de obligado cumplimiento, aunque vayamos solos por en medio de una calle de cuatro metros de ancho. 

Y la población, acostumbrada a ser decepcionada por sus políticos, ya no se sorprende del despropósito de las vacunas donde no hay protocolos para su administración claros ni medios adecuados para aprovecharlas, responde de manera muy irregular. Los profesionales sanitarios han dado de sí todo lo posible, al igual que suele ocurrir en cualquier otro ámbito de trabajadores por cuenta ajena, que no están sometidos a necesidades políticas y que son los que hacen que todo funcione. Pero el resto de la población, son protagonistas de numerosas anécdotas que muestran su desconocimiento de lo que está pasando. Gente que no entiende lo que es el periodo de incubación, antes de tener síntomas pero potencialmente peligrosos para transmitir la enfermedad. Gente que todavía, tras meses de explicaciones en medios e instituciones públicas, continúa sin saber que los grupos burbuja no evitan el contagio, sino que acotan a un círculo controlado la difusión del virus si algún miembro del grupo lo contrae. O que el uso de las mascarillas más sencillas de tela o quirúrgicas, no es para protección personal sino para evitar, de nuevo, que el virus se transmita. La mayoría de medidas no son para evitar el contagio de los que las toman, sino para evitar que se transmita a los demás. Salvo una vez más, el distanciamiento y la higiene personal medidas que se vienen repitiendo desde hace décadas, en las sucesivas pandemias que llevamos ya a nuestras espaldas. Epidemias que apenas recordamos en las que nadie reparó en sus causas, lo que hace que el mal vaya a peor.

El fallo del sistema

Mientras la pandemia continua imparable y nos muestra todos los puntos débiles políticos, económicos y sociales, pocos se acuerdan que estos problemas llevaban ya con nosotros mucho tiempo. Tal vez muchos ni tan siquiera habían pensado en ellos. La cuestión es que es ahora, cuando no podemos salir de nuestras casas, cuando afecta a la propia consistencia de un sistema basado en el «bienestar», pero que no tiene en cuenta a costa de qué o quienes se logra dicha comodidad. Los políticos continúan interesados en su interés electoral, sean locales o de todo el Estado, lo único que cambia es el ámbito. Las guerras de partidos continúan prácticamente intactas. Toda la sociedad está compartimentada en sus ámbitos y responsabilidades. Los trabajadores, el pueblo de a pie, poco puede hacer más que preocuparse de su día a día. Mientras, los problemas generales han continuado su camino, poco a poco, hasta que los hospitales se han llenado. Y esta es al parecer la preocupación de los políticos ya que siempre han habido miles y miles de muertes al año por motivos como la gripe común, por ejemplo, pero en este caso al ser mayor el índice de letalidad y la necesidad de atención hospitalaria, la falta de recursos lo convierte en un problema de responsabilidad de gente con nombres y apellidos de polìticos. 

Lo preocupante de la pandemia no son sólo los fallecidos, sino que además de estos, está evidenciando la incapacidad de la sociedad para hacer frente a los problemas que están con nosotros desde hace décadas. Si en España son consecuencia de un sistema político creado en una coyuntura ya obsoleta, el mundo occidental en general, prepotente y engreído, achaca sus males a cabezas de turco señalando los síntomas en lugar de la causa. Se llega al punto del espantoso ridículo de unos EEUU, el supuesto faro de las democracias de occidente, convertido en una república bananera mientras pretenden echar la culpa a Trump, no a la decadencia de su meritocracia, victima de una pretensión de justicia buenista malentendida que en realidad instrumentaliza políticamente a las minorías para satisfacer el interés particular de grupos de activismo ruidosos. Lo preocupante es que quien se ríe de todo es una dictadura como China que no necesita justificarse ni pedir permiso para tomar medidas. Una dictadura China que puede permitirse el lujo de elaborar estrategias con una proyección de décadas en el futuro, mientras que en el mundo occidental el principal interés es ganar las elecciones siguientes cada cuatro años, mientras los problemas se enquistan y meten bajo la alfombra. Lo preocupante es que después de siglos de renacimiento, de ilustración, de revoluciones y de peleas por la igualdad y los derechos, cuesta entender para que se está aprovechando lo que en teoría, se ha aprendido.

Más información:
  • Cómo modelizar una pandemia. Investigación y Ciencia. Mayo, 2020 <enlace> [acceso 20/02/2021]
  • El virus también ataca a la democracia. The Conversation. 31 de Marzo de 2020 <enlace> [acceso 20/02/2021]

martes, 22 de octubre de 2019

El correo perdura

martes, 22 de octubre de 2019

¿Dónde está el fin de los ordenadores de sobremesa? ¿y el del correo electrónico? Se lleva años hablando del tema y no parece que se llegue a ninguna de las situaciones que algunos predecían. En el fondo puede que más que predicción sea un anhelo, como el CEO de la plataforma colaborativa Slack que pretende competir con el clásico método de mensajes de toda la vida.

Hubo un momento, con el auge de las redes sociales, los dispositivos móviles y las aplicaciones de mensajería instantánea, que parecía que iba a ser así. Al menos, eso era lo que ciertos vendedores de humo nos decían, pero la realidad, la de verdad, no la del mercado, se empeña en mostrarnos un mundo en el que el correo continúa inamovible en sus ámbitos de siempre: el corporativo o empresarial, como herramienta de marketing o de comunicación con usuarios o clientes mediante envío masivo de emails, en boletines de noticias y canales RSS —sí, no solo todavía existen, sino que hoy por hoy son la única alternativa a los contenidos confeccionados por algoritmos basados en criterios publicitarios— y como estándar seguro sobre el que descansan la mayoría de seguridad de las cuentas de esas redes sociales que se suponía que iban a sustituirle, pero en lugar de eso lo han convertido en prácticamente indestructible.

Alguno podrá apuntar que cierta famosa y multitudinaria aplicación de mensajería instantánea no requiere de un correo electrónico, es cierto, y probablemente sus usuarios no sepan ni lo que es salvo que era lo que necesitaban para activar los teléfonos donde ejecutan el Whatsapp. Cada teléfono, cada red social, cada cuenta de usuario de cada servicio, requiere de una cuenta de correo electrónico para confirmar la identidad del usuario.

A pesar de los muchos millones de usuarios de mensajería instantánea y redes sociales que van y vienen, a Whatsapp le surge como competencia Telegram, a Facebook Vkontak, pero da igual el país, da igual la plataforma, siempre aparece en algún momento el correo electrónico. Tal vez no será mayoritario ni multitudinario, pero es imperecedero y universal. Y como todas las cosas, requiere de un uso adecuado. Es más, es necesario usarlo adecuadamente para que tenga utilidad, al contrario que otros servicios basados en la adición, en el ego, en el narcisismo, en la visceralidad o en la vanidad.


El protocolo de correo es un estándar seguro sobre el que nadie tiene el monopolio. Eso le hace ser complicado de evolucionar, pero al mismo tiempo, sólido. Clásico, tal vez añejo o vintage, pero útil. Los jóvenes de ahora no lo conocen, pero para los adultos del mañana que trabajen en entornos tecnológicos, probablemente continuará siendo su principal herramienta de comunicación. Como a todo, le llegará su momento, sin duda. Pero cuando ocurra, será porque algo que verdaderamente valga la pena le sustituya. Y ese momento, aún no ha llegado.

martes, 29 de mayo de 2018

La desigualdad

martes, 29 de mayo de 2018

¿Que problema social o político escogeríamos si pudiéramos solucionar? ¿Existe alguno que origine a muchos otros? ¿Acaso la pobreza, la corrupción, el nacionalismo, el terrorismo, la delincuencia, las revoluciones y muchas otras manifestaciones de la sociedad —algunas acertadas otras completamente equivocadas— no tienen su causa en algún problema originado por algún tipo de desigualdad o privilegio no aceptado por el colectivo que reacciona en consecuencia? Este es uno de los problemas que más tiempo acompaña a nuestra especie en su paso por la Historia. Llevamos siglos intentando solucionar este asunto. Los griegos dieron un primer paso fundamental con el desarrollo de la democracia y los romanos la llevaron lo más lejos que las circunstancias de la época lo permitieron. Pero su conversión en imperio y la dependencia de una economía insostenible que aún hoy perdura, han dado al traste con todos los intentos. Lo que ha venido después desde el Renacimiento, pasando por la Ilustración y las diferentes revoluciones, han sido intentos de retomar aquel camino, cuyo restablecimiento no se vislumbra ni de lejos.

Existen grupos de activismo que aprovechando estas desigualdades se proponen a sí mismos como la solución, o como algún tipo de camino hacia ella. Pero en la práctica, lejos de solucionar nada, parece más bien que perpetúan aquellos problemas de cuya existencia depende su sustento diario. Los nacionalismos son el ejemplo más claro, formándose toda una casta de politicos y activistas que viven del mismo sistema que manifiestan repudiar, sin ofrecer más que una subdivisión de lo mismo, sin cambio cualitativo apreciable. Con un sistema político plagado de desigualdades, de privilegios concedidos a dedo, de corrupción endémica; cuya máxima autoridad es concedida de manera hereditaria, cuyos centros de poder económico y político se concentran alrededor de la capital además de un largo etcetera de problemas; hemos de observar frustrados cómo la principal respuesta son una serie de nacionalismos cuya apariencia de legitimidad en sus reivindicaciones les hace ignorar lo equivocado de sus propuestas, que van poco más allá de replicar el mismo centralismo acaparador de poder y protagonismo que impide a otros sectores de la sociedad que aporten sus ideas y valores, bloqueando el resto de iniciativas y perpetuando los problemas, manteniendo la sociedad en bloques irreconciliables.

Si vamos fuera de nuestro territorio, la situación puede encontrarse de manera muy similar en casos distintos al de nuestros problemas locales, pero que también padecemos. Las desigualdades por «género» son una situación global de la que podría hablarse durante semanas y que está a la orden del día, cuya envergadura excede el propósito del presente artículo. Pero cabe preguntarse para empezar si el uso del término es realmente de ayuda para enfrentarse a la situación comentada ¿ayuda englobar bajo una misma etiqueta ambigua distintos tipos de problemas? ¿son iguales en efectos y causas las desigualdades por diferencias biológicas que las provocadas por una orientación sexual no aceptada por ciertos estándares culturales? ¿es el machismo una cuestión exclusivamente cultural o existe algún factor biológico, evolutivo o atávico que lo ha condicionado —sin que por ello, lógicamente, hoy en día lo justifique—? Independientemente de la respuesta, lo que parece claro es que como poco, existen motivos razonables para estudiar cada caso de manera separada, exista o no un cuadro común a todos ellos —lo que es muy probable—. Pero ignorar de entrada parte del problema hace sospechar inevitablemente que la búsqueda de una solución al mismo no es el objetivo principal. Si se consideran los factores culturales que han definido los estándares de pareja, matrimonio y de lo socialmente aceptado, parece que en efecto, de lo que se trata en el fondo es de una estrategia política consistente en cuestionar dichos patrones culturales y las jerarquías que hasta ahora han contribuido en su formación.

Hay que dejar claro antes de continuar que las jerarquías, tal y como se ha comentado en otra ocasión, son un instrumento muy primitivo de organización y que el actual sistema politico y social tiene demasiada dependencia de ellas y, por tanto, son susceptibles de crítica y de mejora en su funcionamiento, así como en los criterios que las definen. No obstante, el problema que se advierte en este caso concreto por parte de algunos activistas supuestamente defensores de grupos minoritarios, es el uso patético —esto es, de apelación al sentimiento— de los problemas de desigualdad de estos colectivos como «herramienta» política para otros fines distintos. De esta manera, convierten lo que es una reivindicación necesaria en un acto de manipulación y explotación de los problemas ajenos para beneficio propio. Es decir, para hacer exactamente lo mismo que aquellos que cuestionan, pero en su caso, supuestamente «imbuidos de bondad» según ellos.

Tal y como se comentaba en otra entrada anterior, en ocasiones hay que emplear «trucos» como estrategia política para defender ideales más elevados de los que se han de manifestar en determinadas situaciones. Esto puede ser debido a unas ineficientes «reglas del juego» que condicionan seguir ciertas pautas para lograr un mínimo de efectividad. Pero en este caso el problema no es la excesiva simplicidad de las propuestas, sino que no van encaminadas a solucionar el problema ya que, más que arrojar soluciones y claridad, arrojan confusión y ambigüedad sobre él: el uso de etiquetas de ámbito más general, ponerles faldas a los monigotes de los semáforos, llevar a extremos absurdos el uso del lenguaje repitiendo los términos en todos los géneros, no va a solucionar el problema de igualdad entre géneros. Mucho menos entre sexos. Y menos todavía va a solucionar la desigualdad origen de todos estos males, que es la de todos los ciudadanos, propugnada en textos legales pero que en la práctica se cumplen mínimamente. Para lo que sí es efectivo el mensaje que este tipo de activismo usa, es el de enaltecer a unos y soliviantar a otros, públicos objetivos medidos, rangos de audiencia específicos que les van a asegurar una importancia mediática mínima.

Abogados del diablo

En los últimos años el auge de las redes sociales y los dispositivos móviles ha provocado, como se sabe, un estilo de comunicación de masas basado en lo superficial y efímero. De ahí se ha pasado a la difusión de noticias falsas y a la ingeniería social, situación que ya se advirtió en su día con el uso de «memes» los cuales pueden tratarse de dichas noticias, anuncios, medidas políticas, cualquier concepto que cause un efecto mediático y social en el colectivo. Da igual que sea falso que verdadero. Aunque puede que fuera buena la intención en sus inicios, el uso de lo llamado «políticamente correcto» gracias a la «buena imagen» que produce, su defensa ha acabado convirtiéndose en el principal sustento de muchos activistas, situación que desvirtúa la intención original. Esto es es lo que le ocurre a casi todo lo que pasa a convertirse en un fin en sí mismo, olvidándose del objetivo. De esta manera, cualquier pensamiento disidente con lo establecido como «políticamente correcto» se convierte en motivo de caricaturización y simplificación, cuando no, de la critica más severa y en ocasiones, ofensiva.

Lo paradójico es que tras supuestamente superar episodios tan graves como las guerras mundiales y civiles, lamentablemente parece que las posturas extremas están incrementándose. Es decir, cuanto más afán ponen los defensores de lo políticamente correcto, mayor es el rechazo producido en la sociedad. Un efecto universal que ha ocurrido y ocurre a lo largo de todas las épocas y culturas, pero que continúa produciéndose sin que parezca que aprendamos nada de la experiencia y de la Historia. Condenados a repetir una y otra vez los mismos errores, claudicando ante la palabrería de perros parecidos, por distintos que sean sus collares.

Caso Google

Rara vez se admite que a pesar de no gustarnos alguien —no ser afín a cierto grupo o partido de nuestra preferencia, no ser aficionado a nuestro equipo deportivo, etc.—; nos gustan o nos parecen acertadas algunas de sus acciones o argumentos. Situación a la que este tipo de activismo de lo políticamente correcto no hace más que fomentar con una actitud basada en el enfrentamiento y demonización del sector de la sociedad cuyos intereses son incompatibles con los suyos. Esto es lo que le ha ocurrido a James Damore al publicar, tal vez con ciertas ganas de protagonismo, un documento catalogado como «contra la diversidad». Aunque no he leído el documento completo, se advierten de inmediato a la hora de valorarlo por parte de la mayoría de los medios y redes sociales, ciertos tics tendenciosos que nadie se preocupa en aclarar, dejando que todo se vuelva confuso hasta llegar a la ininteligibilidad. El primer problema es que cuesta encontrar algo en el documento que justifique claramente de lo que se le acusa. Sin embargo, lo que sí se encuentra repetidas veces es la oposición a ciertas políticas de la compañía para supuestamente corregir un problema de carencia de diversidad. Es decir, no está contra de la diversidad, sino de la solución propuesta para corregir su carencia, por parte de la compañía. Igualmente, también se han oído acusaciones de machismo para el autor del artículo, tendencia que independientemente de si lo es o no su autor —lo sea o no es irrelevante (falacia ad-hominem)— no se desprende claramente de lo contenido en el artículo. Incluso se ha llegado a relacionar con calzador al famoso investigador Neil deGrasse Tyson con un vídeo ¡¡del año 2009!! defendiendo la diversidad, algo que como se ha dicho no es lo que se discute, sino las medidas aplicadas. Un claro ejemplo de falacia de argumento de autoridad. El mencionado científico por supuesto, no ha dicho absolutamente nada sobre el uso de su imagen.

Si bien no se pueden establecer unas diferencias «medibles» de una manera determinista entre mujeres y hombres en cuanto a desempeño en función de una actividad concreta —por ejemplo, matemáticas frente a lenguaje—, a grandes rasgos y observando tendencias —como se repite en el controvertido artículo—  sí que se conoce con certeza que estas diferencias existen a nivel estadístico en función del ámbito. Es decir, no se pueden aplicar a casos individuales, pero sí en términos de población. Este es precisamente el problema cuando se aplican medidas de corrección para mejorar la diversidad empleando estadísticas aplicándose a casos individuales, intentando corregir un problema causado no por machismo, sino por simple biología: si un sexo tiene una mayor aptitud general en un determinado ámbito, su sobre-representación no es debida necesariamente a una discriminación, sino que puede tratarse de otros factores más objetivos. No significa que no haya que hacer nada, pero no se debe tampoco matar moscas a cañonazos. Esta es la postura del psicólogo clínico Jordan B. Peterson que la extiende más allá de las desigualdades por género para llegar a las desigualdades económicas, las cuales son en la mayoría de los casos debidas a un factor simple de distribución matemática —regla del pareto—: si dejas todo al azar, no esperes que se distribuya de manera igualitaria ni mucho menos «justa» —un concepto puramente humano que no existe en la naturaleza, la cual es en todo caso, imparcial—. Esta propuesta es coincidente con otro reciente estudio en el que se llega a la conclusión de que el dinero se distribuye por mera suerte, no por méritos, pero tampoco ni mucho menos por la existencia de una malvada conspiración «heteropatriarcal» oculta en la sombra. De nuevo, esto no significa que no haya que hacer nada. Que la naturaleza no sea exactamente justa no significa que los seres humanos debamos dejar de serlo. La Ley de la Gravedad es igual e imparcial para todos, aunque seguro que algunos se merecen más que otros que les caiga una maceta en la cabeza. Pero las acciones que se tomen no deberían partir de una «satanización» de ningún sector de la sociedad.

Caso Hollywood

Tras décadas de producciones audiovisuales, ahora han salido a la palestra multitud de casos de supuestos abusos sexuales por parte de directores, productores y actores a otras actrices.  Partiendo de la base ineludible de que la industria del espectáculo en general está basada en exceso en el sexismo y en la explotación de la mujer como objeto sexual, situación que ha de corregirse de alguna manera, no es menos cierto que muchas profesionales han aprovechado esta circunstancia para hacer carreras fulgurantes. Llama más la atención cómo algunas de ellas aprovechan muy «oportunamente» la actual coyuntura para denunciar casos en los que resulta inevitable pensar que en su momento les supuso un impulso profesional. ¿Donde acaba la denuncia y comienza la complicidad cuando la propia denunciante ha participado del beneficio, y se ha mantenido en silencio todo este tiempo? Peor aún es cuando utilizan el momento para hacer declaraciones espectaculares y estudiadamente mediáticas, que parecen más motivadas por el revanchismo o incluso competencia profesional, que por un genuino deseo de justicia y equidad. No hay duda de que algunos de los casos necesitaban una defensa y denuncia con la suficiente repercusión para acabar con esas prácticas sexistas, pero algo no está funcionando bien cuando han surgido movimientos de otros actores y actrices veteranos y conocedores de las circunstancias de aquella época —como Catherine DeneuveLiam Neeson o Morgan Freeman—, en desacuerdo con aprovechar cualquier insinuación realizada años antes y exagerada ahora para adecuarla a la coyuntura propicia. Y lo peor de todo, desvirtuando las demandas que de verdad lo merecen.

En España

Además del caso reciente de Javier Marias en el que la red social Twitter se inundó de mensajes contra él sin demasiado fundamento, pero sí con mucho odio escudado tras los escasos caracteres que la mencionada red social permite, el actor y político Toni Cantó protagonizó hace algunos años situaciones predecesoras de lo que habría de venir después. El actualmente diputado por Ciudadanos, publicó cuando lo era de UPyD unos mensajes en los que intentaba explicar un problema cuya envergadura excedía la capacidad de una red social diseñada para la simplicidad. El actor de origen valenciano abordó el problema de la Ley Contra la Violencia de Género en la que la pretensión de defender a la mujer convierten al hombre en culpable sin más, vulnerando el principio básico de inocencia y paradójicamente, el de igualdad. Una explicación pobre y unos datos mal utilizados hicieron que tuviera que pedir disculpas, abrumado por la incisiva voluntad en señalar sus errores sintácticos y el afán por aprovechar la literalidad de sus palabras solo cuando convenía. El resultado es que por aquel entonces muy poca gente analizó el problema que de verdad quería dar a entender: usar una estadística en la que el mayor número de casos de victimas son mujeres, se convierte en injusticia cuando en los casos individuales el hombre es culpable sin más «prueba» que el mero hecho de su condición biológica. Años después la situación comienza a dar visos de insostenible cuando en la propia Valencia natal del político comienzan a oírse las primeras voces de victimas masculinas. Sí, son pocos casos, pero no por ello hay que dejar de prestarles la atención que merecen, salvo que nos rindamos definitivamente a la dictadura de la mayoría y de lo políticamente correcto, que es lo que parece que poco a poco se va imponiendo, anulando sistemáticamente a las voces críticas tachándolas de inmediato de fascistas, xenófobas, racistas, misóginas o machistas. En aquel entonces se argumentó en contra de Toní Cantó que contrariamente a lo que afirmaba, sólo un ínfimo porcentaje de las denuncias son descartadas por falsas por los propios tribunales. Sin embargo, un análisis algo más detallado realizado en el Informe de Fondos Europeos descubre que un 45% de las denuncias son descartadas por falta de pruebas. Tal vez un tribunal no las señale como «falsas», pero que casi la mitad de ellas carezcan de base sólida no mejora mucho la situación.
«Si se quiere resolver el problema de la democracia, la solución debe encontrarse en sí misma [..] en armonía con su principio fundamental, la igualdad»
Es cierto que hay que dar visibilidad a una parte de la población para que social y culturalmente se reduzcan los prejuicios. Es cierto que se arrastran ciertos vicios sociales que provienen de tiempos en los que cada sexo cumplía unas funciones puede que justificadas en aquel entonces, pero que ahora resultan anacrónicas y lo peor de todo, perjudiciales, ya que es necesario aprovechar el potencial de toda la sociedad. Pero estos vicios y prejuicios se pueden intentar corregir de una manera más constructiva que no sea sustituyéndolos con otros, sino superándolos.


«No se puede responder a la violencia con más violencia» —Bebé (cantante)

El problema principal pues no es el machismo en sí, sino un sistema político que permite —de hecho fomenta— las desigualdades a cualquier nivel, junto con una cultura rancia, caciquil, pos-tardo-franquista cargada de dogmas y prejuicios. Cambiar el sistema político es un problema de una gran envergadura porque para que tenga un mínimo de efectividad, ha de involucrar a toda la sociedad, entre otros factores. La cultura se puede mejorar con educación. No la de dejar sentar a los ancianos y decir buenos días al entrar a un sitio —esta también, claro— sino otra fundamentada desde la base, desde los primeros años y puesta en práctica y ejemplificada desde las instituciones importantes de la sociedad: desde los medios de comunicación hasta las instituciones políticas, culturales y deportivas. Una educación basada más en la cooperación y el trabajo en equipo. Pero para cambiar esto, de nuevo, nos encontramos con otra iglesia muy similar a la que Don Quijote y Sancho Panza se toparon, la de los políticos que se preocupan muy poco de la educación pública, ya que ellos tienen la de sus hijos bien pagada en instituciones privadas, con nuestro dinero. Todo el esfuerzo que actualmente se emplea en combatir la desigualdad en terrenos políticamente correctos pero absolutamente estériles en la práctica, podría emplearse en planificar un calendario de propuestas y las consiguientes reformas al sistema político, el fomento de la cultura cooperativa y la mejora de la educación para transmitir desde el primer momento la necesidad de trabajar codo a codo, hombro a hombro, para solucionar aquellos problemas que nos atañen, y no dejar que nadie se erija en defensor y «solucionador» de una desigualdad en la que él mismo se instala.