martes, 7 de octubre de 2025

Síndrome de Inmunodeficiencia Intelectual

martes, 7 de octubre de 2025

Cómo la Crítica del Poder nos Dejó Indefensos

Foucault impidió el rechazo por parte del poder, pero nos dejó sin la capacidad de poder rechazar nada

Prólogo: la fiebre silenciosa

Hagamos un experimento mental e imaginemos que nuestra sociedad es un organismo y está enfermo. No es una enfermedad aguda y violenta, sino una fiebre lenta, un cansancio crónico que impregna nuestra cultura y nuestra política. La sociedad vive en un estado de agitación perpetua, de indignación constante en redes sociales, de interminables «guerras culturales», y sin embargo, nada parece cambiar. Sentimos una parálisis profunda, un agotamiento existencial. Estamos enfermos, pero el diagnóstico se nos escapa. No hay un tirano visible al que culpar, ni un enemigo claro al que combatir.

La razón es que no estamos sufriendo una simple infección. Estamos padeciendo una enfermedad mucho más compleja y siniestra: un colapso sistémico de nuestras defensas. Padecemos un Síndrome de Inmunodeficiencia Intelectual Adquirida. Y para entender cómo hemos llegado a este punto, debemos analizar la extraña historia de la medicina que hemos administrado a nuestra propia civilización.

I. El inmunosupresor: la medicina que se convirtió en veneno

En el siglo XX, un brillante doctor intelectual, Michel Foucault, diagnosticó una grave enfermedad en el cuerpo social de Occidente: una especie de rechazo autoinmune. Vio cómo el poder, a través de sus instituciones, creaba «normas» y luego atacaba y excluía brutalmente a cualquier «cuerpo extraño» que no se ajustara a ellas: los locos, los disidentes, los desviados.

Para combatir esta patología del rechazo, Foucault prescribió una medicina radical: un potente fármaco inmunosupresor filosófico. Su crítica del poder nos enseñó a desconfiar de todas las «verdades», a ver en cada norma una herramienta de opresión, a cuestionar la legitimidad de cualquier juicio. Su objetivo era noble: detener el rechazo del sistema a sus «otros».

Pero la medicina fue demasiado potente. El tratamiento fue tan agresivo que no solo detuvo el rechazo patológico, sino que aniquiló por completo nuestro sistema inmunitario intelectual. En su afán por combatir el «rechazo del poder», nos dejó sin la capacidad de rechazar nada. Nos arrebató los anticuerpos que nos permitían diferenciar lo bueno de lo malo, una idea sana de una idea tóxica, una organización funcional de una cancerosa.

II. El virus oportunista: la metástasis de la positividad

Un organismo inmunodeprimido es el caldo de cultivo perfecto para las infecciones oportunistas. Y en el vacío que dejó la crítica de Foucault, un nuevo y astuto patógeno comenzó a prosperar. Es el virus que Byung-Chul Han ha identificado: el virus de la positividad tóxica.

Este virus es el patógeno perfecto, una obra maestra de la evolución ideológica, por varias razones:

  1. Se disfraza de célula sana: no ataca con la negatividad del «no debes». Infecta con la seducción del «sí puedes». Es el relato del rendimiento, de la autorrealización, del «sé tu mejor versión». Es el dogma que susurra que «todas las opiniones son válidas». Nuestro sistema inmunitario, ya debilitado, es incapaz de identificarlo como una amenaza. Al contrario, lo confunde con la salud.

  2. No tiene un origen visible: no hay un «paciente cero» al que culpar. No es un «Gran Hermano» que nos inyecta el virus. Es una infección aérea, una lógica que emana del sistema económico y cultural en su conjunto. Se transmite a través de la publicidad, de los libros de autoayuda, de la cultura corporativa, de las redes sociales.

  3. Provoca una enfermedad autoinmune: el virus no nos destruye directamente. Nos convence de que nos destruyamos a nosotros mismos. El imperativo de la positividad y el rendimiento nos lleva a la autoexplotación, al burnout, al agotamiento. El cuerpo social, incapaz de atacar al virus, empieza a atacarse a sí mismo en una espiral de ansiedad y depresión.

Epílogo: la tarea de la inmunoterapia

Hemos llegado al diagnóstico. La filosofía crítica de Foucault actuó como un inmunosupresor que, sin quererlo, preparó el terreno. Y el relato de la positividad neoliberal, analizado por Han, es el virus oportunista que ha provocado una metástasis en nuestro cuerpo social, dejándonos en un estado de desgaste crónico, incapaz de crear normas sociales consensuadas.

Estamos en una sociedad sin anticuerpos, incapaz de rechazar los «bulos», los «fanatismos ideológicos» y las «células cancerosas» de las élites extractivas porque hemos sido entrenados para creer que el acto de rechazar es, en sí mismo, un acto de opresión. La sociedad descartó la herramienta del «no», quedando en un estado inmunodeprimido. En esta situación, una toxina que solo necesite un «sí», tiene vía libre para infectar a nuestro organismo social.

¿Cuál es la cura? Si el problema es la inmunodeficiencia, la solución debe ser una inmunoterapia intelectual. No necesitamos más deconstrucción. Necesitamos una reconstrucción de nuestras defensas.

Esta es parte de la tarea que se proponía en el «Manifiesto por la conexión». Es empezar a crear y a entrenar nuevos anticuerpos. Es volver a enseñar al cuerpo social a diferenciar, a juzgar, a decir «no». Es un trabajo lento y paciente para reactivar nuestra capacidad de identificar y rechazar los virus ideológicos, por muy positivos que parezcan, y de nutrir y proteger las células sanas de la funcionalidad, la evidencia y el propósito común. La tarea no es encontrar a quién culpar. Es empezar a curarnos.

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