jueves, 28 de septiembre de 2017

Más allá del derecho a decidir

jueves, 28 de septiembre de 2017

¿Hasta donde podemos decidir sobre lo que nos rodea? ¿podemos decidir de qué color pintamos la escalera del rellano? ¿podemos decidir poner un muro en la terraza para guardarnos un trocito? ¿puede una parte de un autobús decidir el destino «independientemente» de lo que decida el resto? ¿pueden los ciudadanos de una parte de un estado decidir que se quedan con ella? ¿es lo mismo un referendum sobre una decisión que hacerla realidad? ¿tiene sentido apelar a la democracia al mismo tiempo que se ignora el marco político dónde se desarrolla, tenga o no defectos? Se oye muy poco sobre las preguntas que realmente se deberían hacer. Cada uno de los bandos continua con su visión particular, reavivándose unos a otros, anclados a sus posturas hasta llegar al actual punto. Cada uno con su parte de razón, que usa para justificar su mentira. Siendo ambas posturas, curiosamente, complementarias.

El diagnóstico del independentismo

Hay una parte, en efecto, en la que el independentismo acierta, pone el dedo en la llaga y sabe que es ahí donde ha de incidir una y otra vez, ya que saben que el «enemigo» elegido no va a aceptar su verdadera condición. Este contrincante está formado por los poderes tradicionales que han gobernado y gobiernan en España, algunos desde hace siglos: la monarquía, la Iglesia y los bancos. Desde aquí se propagan hacia la sociedad a través de monopolios energéticos y de comunicaciones —sectores declarados estratégicos desde el franquismo y que continúan siéndolo gracias a las «puertas traseras»— y asociaciones políticas como partidos o sindicatos, instituciones monolíticas cerradas, la mayoría de ellas con un alto grado de verticalidad y fuerte jerarquía —salvo algunos partidos de aparición reciente—.

El enemigo —o espejo donde mirarse—

Los poderes que gobernaron España tras la Guerra Civil se acostumbraron desde entonces a ser la máxima autoridad. La sociedad española de la época estaba educada bajo un régimen social jerarquizado y vertical, siendo el cabeza de familia la autoridad de nivel básico —en lugar del ciudadano— quedando el resto de la familia relegada a su voluntad. De esta manera, las reivindicaciones sociales no tenían cabida en sus mentes fijas y básicas. Aún así, empujados por la presión interna de la sociedad que reclamaba un cambio político, pero sobre todo, por la presión internacional encabezada por unos Estados Unidos encargados de remodelar la nueva Europa que se quedaba tras la Segunda Guerra Mundial, fueron los que «apadrinaron» el inicio de un proceso de transición. De esta manera los poderes «tradicionales» aceptaron a regañadientes y sin dejar ni una sola de sus convicciones ideológicas, dejar entrar a otras opciones y ceder a algunas concesiones. Así el PSOE y el PC dejaron la clandestinidad y pasaron a ser compañeros de los poderes clásicos. Así mismo, el llamado «café para todos» dio paso al sistema pseudo federal autonómico, un quiero y no puedo cargado de incoherencias y asimetrías, culminado en la actual Constitución de 1978. Esta era teóricamente un punto de partida para que la sociedad pudiera por si misma continuar el proceso, pero nos hemos quedado en el limbo, en una transición política permanente que no acaba de cuajar.

El sistema

España se gobierna desde entonces por un sistema que si bien cuenta —contaba— con la aceptación mayoritaria tanto del propio pueblo como reconocimiento internacional, con el tiempo se ha visto que minimiza y desvirtúa la participación del ciudadano, tanto para elegir representantes como para el reparto de escaños. Además, la legislación para recoger iniciativas populares no es útil en la práctica. En definitiva, está muy alejado de los principales países de su entorno como Francia, Alemania, Gran bretaña incluso Italia —ni hablar ya de Suiza o de los países nórdicos—. Un sistema que como se nos dijo desde el principio, estaba ideado para crear «mayorías sólidas» que pudieran gobernar sin obstáculos. Aún con todo, el sistema alberga la posibilidad de que el pueblo, una vez mínimamente organizado, pueda modificarlo. Han tenido que pasar varias décadas para lograr que por fin esa gobernabilidad que no era otra cosa que potestad e impunidad para ordenar decretazos, tuviera su freno mediante la única opción posible que es la de un partido político diseñado —teóricamente— para tal fin. Por supuesto, los poderes aquellos, los «de siempre», no les cabe en la cabeza que su posición privilegiada otorgada por «derecho divino» pueda cambiar.

Huida hacia adelante

Pero precisamente por esto, todos los nacionalismos sean del color que sean, se definen precisamente por la creencia en un dogma abstracto al que le conceden total supremacía. Concepto bajo el que supeditan todas las demás cuestiones. Para que la jerarquía gobernante pudiera continuar lamiendo las mieles del poder, tuvo que adaptarse la situación y dejar que otras jerarquías locales tuvieran mayor poder de actuación. En definitiva, como ocurre otras veces cuando de manera no vigilada o bajo intereses distintos a los de representar a la sociedad, la ausencia de un poder conlleva la aparición de otro, no necesariamente mejor. El nacionalismo «españolista» fue sustituido por otro «catalanista», más local, más cercano indudablemente, pero igual de autoritario aunque no tuviese un ejército detrás. Esta dejadez o irresponsabilidad por ignorar un problema que tal vez no entendían pero les permitía continuar privilegiados, permitió que las élites catalanistas a través del modelo autonómico y el reparto de escaños, tuvieran el poder legal suficiente como para controlar los poderes públicos, educación y medios de comunicación para así, diseñar un modelo de sociedad catalana basada en «la integración del acto contestatario dentro de los ritos de la vida social» (Enric Gonzalez,  El Mundo, 27-08-2017)

La solución mágica

En esta situación a mi también me gustaría independizarme de España. Tienen gran parte de razón los independentistas cuando hablan en estos términos. A una parte de mi le gustaría cerrar los ojos y que al volverlos a abrir nada de esto fuera así. Me gustaría decir una palabra mágica, algo así como «voy a votar que quiero ser independiente» y que todos estos problemas desapareciesen. Me gustaría poder decir «que se pare España que me bajo». Pero a otra parte de mí sabe que esto no es más que una fantasía, que los problemas hay que hacerles frente, haciendo uso de las herramientas existentes, que son pocas, pero existen. Y si no existen, se fabrican. En lugar de seguir este camino, en Cataluña se ha gobernado durante décadas siguiendo las mismas pautas, colocando como fuente de todos los males siempre al mismo protagonista y sin proponer ni una solución. Diseñando un modelo basado en la creación de un enemigo imaginario en el sentido de que no es enemigo de la sociedad catalana, sino enemigo de la sociedad misma, un problema que compartimos todos los españoles pero que en Cataluña se ha utilizado para justificar una posición privilegiada de una clase dirigente local, que no es mejor que ninguna otra e igual de mala que cualquiera que usa mentiras para pretender legitimarse y a enemigos escogidos como culpables de todo y así evitar la obligación de proponer soluciones.

El día después [actualizado 6/oct/2017]

Los actos del propio día de esa pantomima llamada «autoreferendum» y los de los días posteriores definen la actual situación esperpéntica. Por un lado, a esa jerarquía autoritaria que sólo conoce como solución aplicar la fuerza coactiva del estado, ya sea para vigilar a punta de pistola a controladores aéreos como para impedir algo que por ilegal y absurdo que fuere, era completamente inofensivo. Por otro, a unos estrategas mediáticos que han manipulado a su población para poner delante de policías que cumplen ordenes a ciudadanos, incluidos niños y ancianos. En resumen, la orden de enviar a la policía fue un completo error, por capacidad y respaldo legal que tuvieran para hacerlo. Un error político de los que no han sabido desde hace décadas, ni saben, ni por lo visto sabrán, manejar un conflicto el cual no han hecho más que alimentar desde entonces. Ahora bien, una vez dada la orden, la decisión de no acatarla y formar barricadas humanas, demuestra la falta de ética de los políticos catalanistas y también, de su perfecto conocimiento de las carencias de sus adversarios, anticipando su respuestas y preparándose para la foto.

    martes, 19 de septiembre de 2017

    Carencia de innovación

    martes, 19 de septiembre de 2017
    ¿En qué aspectos hemos evolucionado socialmente? ¿qué desarrollos significativos científicos, educativos o de cualquier otro ámbito se han sucedido? Burbujas tecnológicas, inmobiliarias, crisis, mediocridad social, política, educativa, etc. El cambio más significativo se ha dado alrededor de las comunicaciones, que es poco más que el uso de tecnología existente hace décadas para crear un enorme mercado que mantiene sumida a la población absorta frente a las pantallas de sus dispositivos, mientras varios monopolios recopilan datos que usaran de nuevo para «fidelizar» todavía más al usuario. No existen grandes proyectos de estado, la época de la construcción de canales o transbordadores espaciales ha pasado al olvido y todo se ha de mover a base de proyectos de crowd-funding.

    Aunque se comienza a ser consciente del problema y parece que surgen iniciativas empresariales, económicas y políticas para mejorar la situación, conviene no olvidar cuáles son las amenazas que continúan vigentes. El siguiente es un artículo publicado a finales del año 2011 del escritor de ciencia-ficción Neal Stephenson. En él, trata acerca del progresivo deterioro científico e innovador que la sociedad en la que vivimos viene sufriendo y del relevante papel que desempeña el mundo actual permanentemente conectado, al generar una ilusión de certeza que resulta perjudicial para tomar riesgos y buscar nuevas metas. Sirva con este propósito el siguiente texto del citado autor, traducido por el que escribe las líneas de esta pequeña introducción.

    Carencia de innovación (Innovation Starvation)

    Por Neal Stephenson (acceso al artículo original )


    Representación de un simbólico «árbol de de las ideas» yermo
    [Imagen: Marshall Hopkins]

    Mi vida abarca la época en la que Estados Unidos de América fue capaz de lanzar seres humanos al espacio. Algunos de mis recuerdos más tempranos son los de estar sobre una alfombra de rizo ante una enorme televisión en blanco y negro, viendo las primeras imágenes de la misión Géminis. Este verano, a la edad de 51 años —apenas puede decirse viejo— observé en una pantalla plana el momento en el que el último transbordador espacial despegaba de la plataforma. He seguido el decrecimiento del programa espacial con tristeza, incluso amargura. ¿Dónde está mi estación espacial en forma de donut? ¿Dónde está mi billete para Marte? Durante todo este tiempo he mantenido ocultas mis impresiones, hasta hace poco. La exploración espacial siempre ha tenido sus detractores. Quejarse de su fallecimiento es exponerse a los ataques de aquellos que no se identifican con un hombre blanco burgués de mediana edad estadounidense, que no ha visto sus fantasías de infancia cumplidas.

    Sin embargo, me preocupa que la incapacidad de igualar los logros del programa espacial de los años 60 pudiera ser síntoma de un fracaso general de nuestra sociedad para la realización de grandes logros. Mis padres y abuelos fueron testigos de la creación del avión, el automóvil, la energía nuclear y la computadora, por nombrar sólo algunos ejemplos. Los científicos e ingenieros que llegaron a la mayoría de edad durante la primera mitad del siglo XX, podían esperar del futuro la construcción de soluciones que resolverían viejos problemas como reformar el paisaje, apuntalar la economía y proporcionar puestos de trabajo para la burguesa clase media, que fueron la base de la estable democracia que tenemos.

    El derrame de la plataforma petrolífera Deepwater Horizon de 2010 cristalizó mi sensación de que hemos perdido la capacidad de hacer cosas de gran envergadura. La crisis petrolera de la OPEP fue en 1973, hace casi 40 años. Entonces ya era una obvia locura permitir que Estados Unidos se convirtiera en rehén económico de cierta clase de países como las de aquellos donde se producía petróleo. Esto llevó a la propuesta de Jimmy Carter del desarrollo de una enorme industria de combustibles sintéticos en suelo americano. Cualquiera que sea la opinión que se tenga sobre los méritos de la presidencia Carter o de esta propuesta en particular, fue al menos un esfuerzo serio para abordar el problema.

    Poco se ha escuchado sobre el tema desde entonces. Se ha estado hablando de parques eólicos, energía de las mareas y energía solar durante décadas. Se han hecho algunos progresos en esos ámbitos, pero la energía se sigue basando en el petróleo. En mi ciudad, Seattle, un proyecto planeado hace 35 años sobre la ejecución de una línea de tren ligero a través del lago Washington, está siendo bloqueado por una iniciativa ciudadana. Frustrada o interminablemente retrasada en sus esfuerzos por construir, la ciudad avanza a duras penas con un proyecto para pintar carriles para bicicletas en el pavimento de las calles.

    A principios de 2011 participé en una conferencia llamada Future Tense, en la cual lamenté el declive del programa espacial tripulado, aunque la conversación acabo pivotando hacia la energía, lo que indica que el verdadero problema no son los cohetes. Es esta —la energía— nuestra gran y amplia incapacidad como sociedad para llevar a cabo grandes proyectos. De una manera totalmente fortuita, había tocado un punto sensible. La audiencia de Future Tense estaba más segura que yo de que la ciencia-ficción [CF] tenía relevancia —incluso utilidad— para abordar el problema. Escuché dos teorías sobre por qué:
    1. La Teoría de la Inspiración. La CF inspira en la gente la elección de carreras relacionadas con ciencia y tecnología. Esto es indudablemente cierto, ademas de obvio.
    2. La Teoría de los Jeroglíficos. La buena CF proporciona una imagen plausible, totalmente elaborada de una realidad alterna en la cual se ha producido algún tipo de innovación significativa. Un buen universo de CF tiene una coherencia y una lógica interna que los científicos e ingenieros pueden valorar. Los ejemplos incluyen los robots de Isaac Asimov, los cohetes de Robert Heinlein y el ciberespacio de William Gibson. Como dice Jim Karkanias de Microsoft Research, tales iconos sirven como jeroglíficos: símbolos simples y reconocibles en cuya significación todos están de acuerdo.
    Investigadores e ingenieros se han visto a si mismos concentrándose en temas cada vez más y más específicos a medida que la ciencia y la tecnología se hacía más complicada. Las grandes compañías o laboratorios tecnológicos emplean cientos o miles de personas para que cada una de ellas se dedique a manejar tan sólo una ínfima parte del proyecto general. La comunicación entre ellos puede llegar a convertirse en un maremágnum de correos electrónicos y powerpoints. La afición que muchas de estas personas tienen por la CF es en parte síntoma de la necesidad de encontrar un marco común que les facilite a ellos y a sus colegas, una visión general. Pretender coordinar todos estos esfuerzos a través del clásico sistema basado en la autoridad y control, es casi como intentar dirigir toda una economía moderna desde el Kremlin. Conseguir trabajar sin trabas de manera independiente pero enfocados hacia metas comunes es en gran medida mucho más parecido a un mercado libre y auto-organizado de ideas.

    EXPANDIENDO LAS ÉPOCAS

    La CF ha cambiado a lo largo de todo este tiempo —desde los 50 (la era del desarrollo de la energía nuclear, aviones a reacción, la carrera espacial y la computadora) hasta ahora—. En líneas generales, el tecno-optimismo de la Edad de Oro de la CF ha dado paso a una ficción escrita en un tono generalmente más oscuro, más escéptico y ambiguo. Yo mismo he tendido a escribir mucho sobre arquetipos de hackers tramposos que explotan las capacidades ocultas de sistemas sofisticados, ideados por otros igualmente sin rostro.

    Creyendo haber alcanzado el máximo progreso en cuanto a tecnología, buscamos llamar la atención sobre sus efectos secundarios destructivos. Algo que resulta absurdo si te tiene en cuenta que estamos todavía atados a tecnologías vetustas de 1960 como la de los destartalados reactores de Fukushima, en Japón, teniendo en el horizonte la posibilidad de la energía limpia de la fusión nuclear. El desarrollo de nuevas tecnologías y su implementación a escalas heroicas ya no es una preocupación infantil de unos cuantos empollones con reglas de cálculo, sino un imperativo. Es la única manera de que la raza humana escape de sus aprietos actuales. Lástima que hayamos olvidado cómo hacerlo.

    «¡Ustedes son los que han bajado el ritmo!», proclama Michael Crow, presidente de la Universidad Estatal de Arizona (y otro de los oradores de Future Tense). Se refiere, por supuesto, a los escritores de CF. Científicos e ingenieros, parece estar diciendo, están preparados y buscando nuevas cosas para desarrollar. Es hora de que los escritores de CF comiencen a mostrar su valía creando grandes visiones que aporten un sentido. De ahí el Proyecto Jeroglífico, una iniciativa para crear una nueva antología de CF que de alguna manera pueda convertirse en una vuelta consciente al tecno-optimismo práctico de la Edad de Oro.

    CIVILIZACIONES DEL ESPACIO

    China es frecuentemente citada como un país involucrado en grandes proyectos, y no hay duda de que están construyendo presas, sistemas ferroviarios de alta velocidad y cohetes a un ritmo extraordinario. Pero no son fundamentalmente innovadores. Su programa espacial, al igual que todos los demás países (incluido el nuestro), es sólo una imitación del realizado hace 50 años por los soviéticos y los estadounidenses. Un programa realmente innovador implicaría asumir riesgos (y aceptar fracasos) para ser pionero en algunas de las tecnologías de lanzamiento espacial alternativas que han sido promovidas por investigadores de todo el mundo durante las décadas dominadas por los cohetes.

    Imagínense una fábrica de pequeños vehículos de producción en masa, no más grandes y complejos que un refrigerador, surgidos de una cadena de montaje, con toda su apretada carga al máximo y hasta los topes de hidrógeno líquido no contaminante como combustible, para ser posteriormente expuestos a un intenso calor concentrado proveniente de una batería terrestre de láseres o antenas de microondas. Calentados a temperaturas más allá de lo que una reacción química puede lograr, el hidrógeno emerge de una boquilla en la base del dispositivo y los lanza disparados por la atmósfera. Con el vuelo trazado por los láseres o microondas, el vehículo se eleva en órbita, llevando una carga útil más grande en relación a su tamaño de lo que un cohete químico podría manejar, pero manteniendo contenidas la complejidad, los gastos y el esfuerzo necesarios. Durante décadas, esta ha sido la visión de investigadores como los físicos Jordin Kare y Kevin Parkin. Una idea similar, utilizando un pulso de láser desde tierra dirigido a la parte trasera de un vehículo espacial como detonante del combustible, era sugerida por Arthur Kantrowitz, Freeman Dyson y otros eminentes físicos a principios de los años sesenta.

    Si suena demasiado complicado, entonces considérese la propuesta de 2003 de Geoff Landis y Vincent Denis sobre construir una torre de 20 kilómetros de altura usando simples vigas de acero. Los cohetes convencionales lanzados desde su cima podrían transportar el doble de carga útil que lanzados desde el suelo. Incluso abundan las investigaciones, que datan desde Konstantin Tsiolkovsky, el padre de la astronáutica a partir de finales del siglo XIX, para demostrar que una simple cuerda —de gran longitud con el extremo puesto en órbita alrededor de la Tierra— podría ser utilizada para extraer cargas útiles hacía la atmósfera superior y ponerlas en órbita sin necesidad de motores de ningún tipo. La energía sería bombeada al sistema usando un proceso electrodinámico sin partes móviles.

    Todas son ideas prometedoras, del tipo de las que llevaban a generaciones pasadas de científicos e ingenieros a sentir entusiasmo por sus proyectos de construcción.

    Pero para comprender lo alejada que nuestra mentalidad actual está de ser capaz de intentar innovar a gran escala, considérese el destino de los tanques externos del transbordador espacial [TE]. Dejando a un lado el vehículo en sí mismo, el TE era el elemento más grande y prominente del transbordador espacial mientras estaba en la plataforma de lanzamiento. Permanecía unido a la lanzadera —o más bien habría que decir que es la lanzadera la que permanecía unida a él— mucho después de que los dos impulsores suplementarios hubieran caído. El TE y el transbordador permanecían conectados todo el trayecto fuera de la atmósfera y en el espacio. Sólo después de que el sistema hubiera alcanzado la velocidad orbital era desechado el tanque dejándolo caer en la atmósfera, donde era destruido en la reentrada.

    A un costo marginal modesto, los TE podrían haberse mantenido en órbita indefinidamente. La masa del TE en la separación, incluyendo los propelentes residuales, era aproximadamente el doble de la mayor carga útil posible del Shuttle. No destruirlos habría triplicado la masa total lanzada en órbita por el transbordador. Los TE podrían haber sido conectados para formar unidades que habrían humillado a la Estación Espacial Internacional actual. El oxígeno e hidrógeno residuales que fluyen a su alrededor podrían haberse combinado para generar electricidad y producir toneladas de agua, una mercancía que es muy cara y deseable en el espacio. Pero a pesar del duro esfuerzo y la apasionada defensa de los expertos espaciales que deseaban ver los tanques puestos en uso, la NASA —por razones tanto técnicas como políticas— envió a cada uno de ellos a una ardiente destrucción en la atmósfera. Visto de manera simbólica, dice mucho sobre las dificultades de innovar que existen en otros ámbitos.

    EJECUTANDO GRANDES PROYECTOS

    La innovación no puede darse sin aceptar el riesgo que conlleva la posibilidad del fallo. Las vastas y radicales innovaciones de mediados del siglo XX tuvieron lugar en un mundo que, en retrospectiva, resulta increíblemente peligroso e inestable. Las posibles consecuencias que la mente de nuestro tiempo identifica como serias amenazas podrían no ser tan graves —suponiendo que hayan sido tan siquiera tenidas en cuenta— por personas habituadas a grandes crisis económicas, guerras mundiales y a la Guerra Fría, en tiempos en los que los cinturones de seguridad, los antibióticos y muchas vacunas no existían. La competencia entre las democracias occidentales y las potencias comunistas obligó a las primeras a empujar a sus científicos e ingenieros al límite de lo que podían imaginar y suministraron una especie de red de seguridad en caso de que sus esfuerzos iniciales no dieran resultado. Un canoso veterano de la NASA me dijo una vez que los aterrizajes en la luna del Apolo fueron el mayor logro del comunismo.

    En su reciente libro Adapt: Why Success Always Starts with Failure (Adáptate: ¿Por qué el éxito siempre comienza con el fracaso?), Tim Harford describe el descubrimiento por parte de Charles Darwin de una amplia variedad de especies distintas en las Islas Galápagos, situación que contrasta con el esquema que se observa en los grandes continentes, donde los experimentos evolutivos tienden a ser minimizados a través de una especie de consenso ecológico por el cruce entre especies. El «aislamiento de las Galápagos» frente a la «jerarquía corporativa impaciente» es el contraste establecido por Harford en la evaluación de la capacidad de una organización para innovar.

    La mayoría de las personas que trabajan en corporaciones o instituciones académicas han presenciado algo como lo siguiente: un grupo de ingenieros están sentados juntos en una habitación, intercambiando ideas entre si. De la discusión emerge un nuevo concepto que parece prometedor. Entonces, una persona con un ordenador portátil en una esquina, después de haber realizado una rápida búsqueda en Google, anuncia que esta «nueva» idea es, de hecho, antigua —o al menos vagamente similar— y ya ha sido probada. O falló, o lo logró. Si falló, entonces ningún gerente que quiera mantener su trabajo aprobará gastar dinero tratando de revivirlo. Si se logra, entonces es patentado y se supone que la entrada en el mercado es inalcanzable, ya que las primeras personas que piensan en ella tendrán la «ventaja del primer movimiento» y habrán creado «barreras competitivas». El número de ideas aparentemente prometedoras que se han aplastado de esta manera debe rondar los millones.

    ¿Que hubiera pasado si esa persona del rincón no hubiera sido capaz de encontrar nada en Google? Se habrían necesitado semanas de investigación en la biblioteca para encontrar alguna evidencia de que la idea no era totalmente nueva, después de un largo y penoso trabajo rastreando muchas referencias en un montón de libros, algunas relevantes, otras no. Una vez hallado, el precedente podría no haber parecido tan precedente directo después de todo. Podrían haber motivos por los que valiese la pena una revisión de la idea, tal vez hibridándola con innovaciones de otros campos. De aquí las virtudes del aislamiento de las Islas Galápagos.

    La contrapartida del aislamiento «galapagüeño» es la lucha por la supervivencia en un gran continente, donde los ecosistemas firmemente establecidos tienden a desdibujar y absorber las nuevas adaptaciones. Jaron Lanier, informático, compositor, artista visual y autor del reciente libro You are Not a Gadget: A Manifesto (Contra el rebaño digital: Un manifiesto), tiene algunas claves sobre las consecuencias no deseadas de Internet —el equivalente informativo de un gran continente— sobre nuestra capacidad para correr riesgos. En la era pre-internet, los gerentes de empresas se veían obligados a tomar decisiones basadas en lo que sabían era información limitada. Hoy en día, por el contrario, los gerentes disponen de flujos de datos en tiempo real desde tal cantidad de innumerables fuentes que no podían ni tan siquiera imaginar un par de generaciones atrás, y poderosas computadoras procesan, organizan y muestran los datos en maneras que van tanto más allá de los gráficos confeccionados a mano de mi juventud como los actuales videojuegos modernos se corresponden con el tres-en-raya. En un mundo donde los tomadores de decisiones están tan cerca de ser omniscientes, es fácil ver el riesgo como un pintoresco artefacto de un pasado primitivo y peligroso.

    La ilusión de poder eliminar la incertidumbre de la toma de decisiones corporativa no es sólo una cuestión de estilo de gestión o preferencia personal. En el entorno legal que se ha desarrollado alrededor de las corporaciones que cotizan en bolsa, los directivos no tienen motivación ni interés alguno de asumir cualquier riesgo del que tengan conocimiento —o, en la opinión de algún jurado futuro, de cualquiera que debiera haber previsto— ni aunque tengan alguna corazonada de que la apuesta pudiese ser rentable a largo plazo. No existe el «largo plazo» en las industrias impulsadas por el próximo informe trimestral. La posibilidad de alcanzar beneficios gracias a alguna innovación es sólo eso, una mera posibilidad que no tendrá tiempo de materializarse antes de que los accionistas minoritarios comiencen a emitir sus citaciones de demanda judicial.

    La creencia de hoy en la ineluctable certeza es el verdadero asesino de la innovación de nuestra época. En este entorno, lo mejor que un gerente audaz puede hacer es desarrollar pequeñas mejoras a los sistemas existentes —dándolo todo en cada paso, por así decirlo, hacia un máximo local, recortado lo sobrante, aprovechando toda pequeña innovación— como hacen los urbanistas al pintar carriles bici en las calles como un intento de solucionar los problemas energéticos. Cualquier estrategia que implique cruzar un valle —es decir, aceptar pérdidas a corto plazo para alcanzar un objetivo más alto pero lejano— pronto será bloqueada por las demandas de un sistema que celebra ganancias a corto plazo y tolera el estancamiento, quedando el resto sentenciado al fracaso. En resumen, un mundo donde las grandes ideas no pueden ser realizadas.


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    Neal Stephenson es autor del techno-thriller REAMDE (2011), así como la epopeya histórica de tres volúmenes Ciclo barroco —Azogue (2003), La Confusión (2004) y El Sistema del Mundo (2004) además de las novelas Anatema (2008), Criptonomicón (1999), La era del diamante (1995), Snow Crash (1992) , y Zodíaco (1988). También es el fundador de Jeroglífico, un proyecto de escritores por una ciencia-ficción que represente mundos futuros en los que los grandes proyectos sean posibles


    [Artículo adaptado del publicado originalmente en el blog Al final de la Eternidad, posteriormente en el blog de Planetas Prohibidos] y en la plataforma LinkedIn

    sábado, 29 de abril de 2017

    Las vueltas de la tecnología

    sábado, 29 de abril de 2017
    Gráfica de adopción de nuevas tecnologías

    Mientras el Windows 10 de Microsoft supera al ya anticuado Windows 7, Apple fracasa con su ordenador de escritorio Mac Pro. Los que decían que el PC era cosa del pasado, tal vez lo que les ocurre es que continúan frustrados sin superar a la omnipresente competencia, a pesar de sus intentos. Pero por otro lado, la empresa de Redmon se estrella con su sistema operativo para móviles Windows Phone, debido a una mala estrategia comercial. A pesar de todo, emulando logros de antaño cuando se encumbraron gracias a IBM y a los PCs clónicos, el legado de Bill Gates ha logrado que su fracaso en el mercado móvil no le importe demasiado ya que gracias a Google y al sistema operativo más usado en el mundo, gana más con Android que con el suyo propio. Este mismo sistema operativo también evitó la práctica desaparición de otros antaño grandes como Nokia o Blackberry. Esta última —entorno empresarial donde surgió nada más y nada menos que el Whatsapp— resurge con la estupenda Blackberry Hub, aplicación que aúna las notificaciones principalmente de llamadas, correos y mensajes en una única lista ordenada cronológicamente.

    Aunque el PC no ha muerto, es inevitable aceptar que el mercado y sobre todo, la manera en la que los usuarios interaccionan con él, ha cambiado drásticamente. De la WWW casi nadie se acuerda, y se ha convertido en Facebook, Instagram o Twitter. Yahoo, el gigante del directorio de búsqueda más importante, desaparece y pasa a ser Altaba, denominación que a muchos nos recuerda al mítico buscador Altavista. Ya no se lee con tranquilidad y detenimiento, sino que ahora los titulares son devorados uno tras otro, casi siempre desde el móvil. Los mismos contenidos se repite y retuitean una y otra vez. El mundo es un continuo fluir, una corriente de noticias sin contrastar en la que todo aquel que no navega lo suficientemente rápido, se ve arrastrado. Tal vez pueda apetecer pararnos un momento y volver la vista atrás para recordar cómo se llegó hasta aquí.

    La música tuvo la culpa

    Si algo nos dejó la burbuja de las punto.com de finales del siglo pasado fue la revolución de las descargas de contenidos. Antes de todo el tinglado que hay ahora, eran los programas para compartir música primero, y todo tipo de contenidos unos años más tarde: Napster, Gnutella, eMule, Ares, entre otros, y más recientemente, jDownloader. En aquellos inicios la gente descubrió que podía tener toda su musicoteca en el disco duro, o llevar una parte de ella encima en una Pocket PC o Palm, ordenadores de bolsillo pensados para almacenes y otros ambientes corporativos que a duras penas servía para propósitos de entretenimiento, lo que no impedía que la gente —los que realmente tenían interés— los usasen. En este mercado desconocido hasta el momento, sólo los emprendedores más atrevidos decidían invertir en dispositivos como el primer reproductor de MP3, el MPMan. A inicios de siglo, con el mercado decididamente orientado, Steve Jobs vuelve a Apple y como ya sabemos, uso todo el poderío de una empresa consolidada para lanzar el iPod y una tienda online para descargas legales de música llamada iTunes. La supuesta innovación tecnológica no fue tal, sino más bien comercial. Tras este éxito y viendo que de esta manera —con dispositivos móviles de entretenimiento— sí podían hacer competencia al gigante de Redmon —rey de los escritorios y de la oficina— se preparaban para dar el siguiente paso. Mientras los más modestos han de conformarse con campañas de Email Marketing, la empresa de Jobs preparó una espectacular presentación que ahora ya son habituales en todas las corporaciones. En ella se anunció a bombo y platillo, con la especial habilidad de vendedor de su artifice, un producto que apenas estaba en desarrollo y sin funcionalidad, pero que se presentaba entonces como la gran «revolución tecnológica»: el iPhone.

    MPMan, el primer reproductor portátil de MP3
    MPMan, el primer reproductor portátil de MP3
    La estrategia comercial de la empresa de la manzana constó de las siguientes claves: invertir lo mínimo desarrollando un prototipo apenas funcional basándose en productos existentes y en la tendencia de mercado —es decir, lo mismo que hacen la mayoría de empresas—. A continuación, utilizar el valor publicitario del nombre de una empresa tecnológica de imagen exclusiva y de productos caros como Apple y ejecutar una gran y fastuosa presentación cargada de emotividad y apelando a la vanidad del público, para mostrar un producto del que apenas tienen un esbozo. El objetivo se logra, que no es otro que crear una enorme expectación para una vez medida esta y conocedores del impacto, invertir poderosamente pero con riesgo minimizado en un dispositivo construido con tecnología de otros —Samsung, por ejemplo—, muy caro —hasta el punto de llegar a necesitar un seguro— y que apenas servía para nada —en relación al precio, con poca memoria, sin conectividad— sin una tarifa plana de datos. La «proeza» de Apple fue invertir una barbaridad que sólo ellos podían —apoyado en operadores de telefonía— confiando en la manipulación emocional del público por parte de su CEO, para vender un producto carísimo —para recuperar la inversión— pero que a pesar de todo, ha sido un éxito de ventas. La innovación consistió en conocer la manera de hacer creer al público que un producto que aún no existía era especial, de manera que ellos mismos pagasen un hardware que no había sido utilizado de forma masiva hasta entonces —sobre todo, las pantallas capacitivas, de cristal y frágiles— por su enorme coste.

    Las ventanas por fin fueron cuadradas

    Paradójicamente, lo que es de agradecer a la empresa que construyó el Macintosh es que nos ha traído a la mejor Microsoft que ha existido hasta ahora. La perdida de protagonismo ha sido interpretada por la empresa que fundó Bill Gates como una necesidad de salir de su entorno cómodo, feo y aburrido de tecno-burgueses, para buscar reinventarse. Sin embargo, el intento de continuar los pasos de los competidores como la propia Apple o Google en el mercado móvil fue tan comprensible como estúpidamente ejecutado: en primer lugar porque si ya has llegado tarde no intentes hacer lo que otros ya han realizado antes y mejor. Y en segundo lugar, por que la tozudez en empezar desde cero les llevó a olvidarse de todos los usuarios fieles que ya usaban sus programas de escritorio y que se encontraban con que debían renovar prácticamente todo, con lo que la curva de introducción en el mercado fue terriblemente lenta, o inexistente. El público se iba antes a otros entornos que se lo daban ya todo hecho y que no requerían de ningún software especial al trabajar en «la nube» —la otra gran protagonista—. Pero en el escritorio, Microsoft había mirado para otro lado mientras millones de usuarios se instalaban su sistema operativo «de juguete» —el W95— en sus computadores clónicos comprados en la esquina del barrio. Sabía que esos mismos usuarios iban a instalar o a utilizar en sus trabajos las suites de ofimática y los sistemas operativos para servidores —basados en tecnología NT, la misma de la que ahora deriva el Windows 10— por la cual en este caso sí, iba a pagar una buena licencia legal. O varias, una por cada equipo y programa instalado. Y otra anual por su mantenimiento. Las carencias de W95 eran ignoradas, ya que cumplía su función de gancho, equilibrándolas con las facilidades para ser copiado.

    La nueva interfaz gráfica de Windows
    La nueva interfaz gráfica de Windows
    Pero a partir de ese momento al gigante de las ventanas comenzaron a importarle dos cosas: las carencias de los sistema operativos domésticos y sus usuarios, a los que sabía que debía continuar atrayéndoles antes que se pasaran a los móviles o tablets y se olvidaran de computadores domésticos de toda la vida —hasta el punto de anunciar que computadores con Windows podrían ejecutar comandos de Linux—. Y en segundo lugar, Internet y la seguridad. El virus Blaster puso en alerta a Microsoft y tuvo que crear un ecosistema de actualizaciones, firewalls y seguridades, culminadas en el Defender, considerado el mejor antivirus por parte incluso de competidores como Mozilla Firefox o los programadores de Chrome. No todo fueron aciertos, pero en la cultura anglosajona no existe problema en los errores, si de ellos se aprende: tras el fiasco del Windows Vista se encarriló la actual marcha con el Windows 7. Con el Windows 8 se repitieron los tropezones, y ahora se disfruta relativamente con el actual Windows 10, un sistema ligero, sin gasto innecesario de recursos gráficos, escalable y adaptable a las distintas arquitecturas. El problema de Microsoft nunca fueron sus programadores, sino su escala de prioridades comerciales fijada antes en los entornos corporativos que en el usuario doméstico.

    El futuro

    Hablar del pasado es necesario para poder comprender que es lo que nos ha llevado a la situación actual, pero lo que ocurra en el futuro no depende de ello, sino del presente. Y este parece asegurarnos —aún sin ánimo de hacer «predicciones»— que el mundo de las redes sociales y la inter-conectividad —no solo entre personas, sino entre «cosas», desde neveras hasta automóviles autónomos va a continuar con fuerza. Apple intenta continuar con su imagen de «innovación» con «gadgets» caros que además, limitan la libertad del usuario, algo que a sus acólitos no parece importarles. Según, Joichi Ito del MIT MediaLab, el mundo cerrado y exclusivo de la empresa de Cupertino no tiene futuro, pero de momento no parece afectarles. Este es en verdad el gran dilema: ¿Será el futuro un mundo en el que los usuarios estarán vigilados a través de dispositivos cerrados cuyo funcionamiento no comprenden y que se verán obligados a comprar de su mismo bolsillo, ya que de lo contrario se verán excluidos socialmente? ¿O por el contrario los usuarios podremos decidir cómo usamos la tecnología que adquirimos, tanto en el dispositivo a escoger como las restricciones de seguridad que nos auto-imponemos?

    Foto: Quartz


    viernes, 21 de abril de 2017

    Marketing de humo

    viernes, 21 de abril de 2017

    Bonitos humos de colores

    ¿Cómo sería el mundo sin publicidad? Vivimos en un mundo en el que una parte de él, el llamado occidental, vive inmerso en un continua incitación al consumo por un mundo publicitario basado en demasiadas ocasiones en sexismo, egolatría, protagonismo y superficialidad. Las técnicas de persuasión nos ayudan a salir de nuestra indecisión, pero en algunos casos lo logran apuntando directamente a nuestros más bajos y primitivos instintos ¿ha sido así siempre el marketing? ¿es inevitable? ¿es inherente a la economía de mercado?

    Lío de términos

    Antes de continuar es necesario ponerse de acuerdo sobre algunos conceptos que parece que difieren según el país o el ámbito cultural. Los términos publicidad, propaganda, relaciones públicas o mercadotecnia (marketing) no tienen exactamente el mismo significado ni las mismas connotaciones. En cualquier caso, es seguro que todos tienen un nexo en común que consiste influir en el comportamiento de las personas. Las diferencias estriban principalmente en la acción que se desea provocar, sea comprar un producto o lograr a adhesión ideológica de un individuo. No se hace diferencia en los métodos utilizados ni mucho menos, de la ética empleada. Por ello, no existen diferencias en este sentido entre la propaganda nazi o la publicidad que fomentaba el consumo de tabaco en los años 50. Para ello se usan técnicas basadas en psicología, antropología, sociología, comunicación y en definitiva, todo aquel conocimiento que sirva para lograr el propósito deseado: que un colectivo de personas hagan o piense lo que otros quieren, independientemente del ámbito en cuestión —político, económico, etc.— o de las consecuencias provocadas —daños a la salud, al medioambiente, a la sociedad, etc.—.

    Los comienzos

    La publicidad existe desde tiempos remotos. Desde el vendedor que a viva voz cantaba las virtudes de sus productos, hasta las monedas romanas acuñadas con el rostro del emperador. Desde entonces hasta principios de siglo pasado la publicidad se podría decir que cumplía una función imprescindible y básica: dar a conocer un producto destacando lo que puede hacer bien, o recordarnos cuales son las normas a cumplir, a grandes rasgos. El salto cualitativo se produce tras la Segunda Guerra Mundial cuando Edward Bernays sobrino de Sigmun Freud— crea las llamadas eufemísticamente «relaciones públicas», diseñadas para explotar nuestro subconsciente y sacar provecho de ello sin preocuparse del perjuicio que pueda ocasionar. Las principales victimas de aquella práctica fueron las mujeres, que con la excusa de la igualdad las convirtieron en igual de adictas al tabaco que los hombres. Una mujer precisamente fue la que inició una campaña legal para defenderse de una empresa que hacía uso de la publicidad para instigar al consumo de productos claramente perjudiciales para la salud, enfrentándose con éxito a una gran corporación tabacalera.

    El consumismo

    Habiendo logrado que un producto cancerígeno se comercialice al menos con una advertencia, nadie se había preocupado realmente de si otras tácticas de mercadotecnia podrían tener algún tipo de efecto secundario en ámbitos menos evidentes. Ahora está pasando con el azúcar y las grasas presentes en los alimentos, tras años de consumirlos y de generar problemas de obesidad en medio mundo, mientras el otro medio se muere de hambre. Entre tanto, con el desarrollo de la tecnología y sobre todo de la informática doméstica, se han advertido dos técnicas que son cuanto menos, discutibles: el diseño emocional y la obsolescencia programada. En las últimas décadas del siglo pasado los más maduros hemos vivido como cada año era «preciso» cambiar de tarjeta gráfica, de disco duro, de procesador, de monitor, o de todo ello junto. En este siglo, llegados ya al tope de velocidad de los procesadores, es el consumismo móvil el auténtico y aplastante protagonista que ha logrado aunar los intereses de fabricantes de hardware, programadores de software y los operadores de telefonía, por no hablar de todo tipo de servicios de pago como música en streaming o aplicaciones de running. Por si fuera poco, los Estados políticos, cuyas democracias deberían defender al más débil de los abusos de los más poderosos, se dedican a espiarnos. Entre otras cosas.

    Burbujas

    Desde entonces hasta nuestros días se libra una batalla continua en la que el publico menos preparado apenas tiene a nadie que le defienda. Grandes empresas, bancos, políticos, parece que todos basan su trabajo en explotar y sacar provecho de todos y cada uno de los numerosos defectos y debilidades que tenemos las personas. Lo peor desde luego, son los políticos, ya que se supone que representan a la sociedad. El resto simplemente quieren ganar dinero como pueden, les dejan y les dejamos, sin que nadie les ponga límites claros. El problema de que nadie haga realmente nada de auténtico provecho es que al final, tras inflar una burbuja de vacuidad presuntuosa, todo explota. Lo pagan una vez más los más débiles, y además, se les culpa por «tener defectos». Como si alguien no los tuviera. Las recientes burbujas económicas se deben a actividades financieras cuyo único producto es el propio dinero, cuando este, la moneda, debería ser un medio de intercambio de otros productos y servicios de verdadera utilidad. La especulación no es más que humo, cuyo objetivo es llenar con él burbujas para hacerlas pasar por otra cosa. En los últimos tiempos proliferan «emprendedores» cuyo producto es al parecer, cursos de técnicas para lograr atraer y convencer a otros «emprendedores» a que hagan lo mismo que ellos, en resumen, estructuras piramidales con otro nombre cuya base no es nada de lo que aparentan vender, sino el propio hecho de captar clientes.
    El producto 'on-line' no es el contenido, el producto es usted
    Douglas Rushkoff (Life Inc, 2009) 

    Alternativas

    Es cómodo hablar de la ética de una determinada actividad cuando no se depende de ella para el sustento diario. Pero también es cierto que si no se hace, si nadie marca algún límite, la realidad nos muestra que acaba abarcando toda nuestra capacidad de decisión, nuestro día a día, convirtiéndonos en meros consumidores pasivos, en poco más que simple mercancía. La publicidad, propaganda, marketing o como queramos llamar, deben ser técnicas para poner en contacto un producto con los clientes que lo necesiten, como crear textos que atraigan el interés de los clientes potenciales y poco más. Poner límites legales es un arma de doble filo a la que hay que acudir en casos de total necesidad, más que nada porque hecha la ley, hecha la trampaSin embargo, es igualmente acuciante que se le ponga algún freno. De no ser así, tampoco habrá freno en el rechazo producido. Al final, somos las personas las que con nuestras decisiones y con nuestro criterio las que ponemos los límites. Decidamos bien.

    domingo, 29 de enero de 2017

    Contaminación por CO2

    domingo, 29 de enero de 2017
    El CO2 no es tóxico. Su único efecto "contaminante" es el de "invernadero" que también es necesario

    Cuando la política se mezcla con otros ámbitos el resultado suele ser un combinado complicado. El nacionalismo lo hace con la Historia, el fundamentalismo con la religión y se podría decir que a pesar de lo que los neoliberales predican, hacen lo propio con la economía. Otro es el del cambio climático. El periodista científico John Horgan explica que hay en este ámbito algunas partes demostradas con hechos y otras que no son más que meras opiniones. En política se ha de asumir que todo son opiniones ya que, si hay hechos que demuestren algo no es necesario ningún debate sobre ello. Sí debido a algún interés político se ha de cambiar una situación para que le sea más favorable a algún grupo, aún a pesar de ir en contra de los hechos, hay que lograr que las opiniones tengan tanto o más peso que los hechos. ¿Cómo lograrlo? Bien, una manera puede ser la de aumentar la confusión. Ya lo dice el dicho: a río revuelto, ganancia de pescadores.

    Uno de los factores que contribuyen al cambio climático es el llamado «contaminación por CO2». Cuando se habla de él es habitual acompañarlo de imágenes en las que amenazadoras chimeneas industriales expulsan sus sucios y negros gases a la atmósfera. O bien se representa una «temible» planta de energía nuclear expulsando enormes cantidades de humo al espacio. Claro, la relación es inevitable: si es contaminación tienen que ser algo sucio, tóxico o radiactivo. El problema es que el gas mencionado no posee ninguna de estas características ¿A qué se refieren con contaminación? Si se acude a la Wikipedia, la contaminación atmosférica se define como:
    la presencia en el aire de materias o formas de energía que implican riesgo, daño o molestia grave para las personas y bienes de cualquier naturaleza, así como que puedan atacar a distintos materiales, reducir la visibilidad o producir olores desagradables
    Parece bastante adecuado. Sin embargo, en la lista de productos que pueden ocasionar esta contaminación nos encontramos al mismo nivel el mencionado CO2 o dióxido de carbono, junto al CO o monóxido de carbono. Claro, es necesario saber que a pesar de tener como diferencia un «simple» átomo en la molécula de oxigeno, los efectos de estos dos gases son completamente distintos. Un conocimiento para el que no debería ser necesario ir al congreso química 2017 para encontrarlo y al que se debe tener acceso desde la educación básica. El monóxido de carbono es mortal para los seres vivos y el dióxido de carbono no sólo no es tóxico, sino que forma parte fundamental del ciclo de la vida en la Tierra. Es lo que se le añade al agua para formar refrescos ¿Es serio colocar uno junto al otro cuando se habla de contaminación? ¿no debería añadirse otra categoría de elementos potencialmente peligrosos en función por ejemplo, de su concentración, de su cantidad o de según el modelo teórico utilizado? Un intento de aclaración nos lo proporciona National Geographic con la siguiente cita:
    El dióxido de carbono, un gas de efecto invernadero, es el contaminante que está causando en mayor medida el calentamiento de la Tierra. Si bien todos los seres vivos emiten dióxido de carbono al respirar, éste se considera por lo general contaminante cuando se asocia con coches, aviones, centrales eléctricas y otras actividades humanas que requieren el uso de combustibles fósiles como la gasolina y el gas natural. Durante los últimos 150 años, estas actividades han enviado a la atmósfera una cantidad de dióxido de carbono suficiente para aumentar los niveles de éste por encima de donde habían estado durante cientos de miles de años.
    A pesar de que el dióxido de carbono no es en absoluto tóxico sino que todos los seres vivos lo producimos, se considera como contaminante sin embargo si es el resultado de ciertas actividades. En el caso de las centrales nucleares el gas expulsado no es más que vapor de agua, ya que a pesar de la tecnología empleada la generación de electricidad se produce de forma convencional. El factor diferenciador parece ser que si bien los seres vivos hemos estado sobre el planeta desde milenios —aunque el aumento exponencial de población también es causante de una mayor cantidad de CO2—, es la Revolución Industrial y las actividades que se han derivado de ella las que han incrementado de forma significativa la expulsión de dióxido de carbono —CO2— a la atmósfera, junto a otras sustancias tóxicas o mortales como el monóxido de carbono —CO—. Pero esos humos negros, sucios y desagradables no tienen ese aspecto por llevar CO2.

    Es inevitable pensar que hay cierta intención de apelar al sentimiento —un sofisma patético— para no necesitar dar todas estas explicaciones. Una vez más, se infantiliza al ciudadano recurriendo a trucos visuales que realmente no arrojan ninguna luz sobre lo que ocurre verdaderamente. Paradójicamente, causa más preocupación un gas que no es tóxico que otros que sí son mucho más molestos o directamente mortales. Sin embargo, el poder visual de todas esas imágenes no proviene del mismo gas. En definitiva, una incongruencia que hace que se defiendan cosas opuestas a pesar de hablar de lo mismo. La rutina de todos los días, desgraciadamente, discusiones circulares que no llevan más que a mantener a la sociedad en eterno enfrentamiento, mientras los responsables continúan intocables. Una cosa es el cambio climático causado por el efecto invernadero y otra la contaminación atmosférica causada por la existencias de elementos tóxicos en el aire. Las dos son necesariamente evitables pero en un grado completamente distinto. Se trata de una cuestión de dosis. No es un problema nuevo, se trata tal vez del problema —o del reto, según como se quiera ver— que la humanidad todavía no ha aprendido a manejar desde que se convirtió en sedentaria: controlarse a si misma.


    domingo, 1 de enero de 2017

    Propuestas para el 2017

    domingo, 1 de enero de 2017
    Pasan los años y algunas veces tenemos la incomoda sensación de que no hemos aprovechado el tiempo. Proyectos que nos ilusionan pero que a pesar de ello, nunca encontramos el momento para comenzar. Y así un año tras otro. Somos culpables o victimas, según seamos nosotros mismos los que nos dejemos llevar por la desidia y perdamos el tiempo todos los días con las mismas cosas inútiles, más preocupados por publicar en la red social de turno selfies, fotos de gatitos o memes políticos. O bien, por dejarnos engatusar con los problemas que otros nos transmiten, la mayoría de las veces políticos activistas que nos abruman con su proselitismo, o un ambiente laboral o personal tóxico.

    No soy muy dado a este tipo de iniciativas —muchas de relleno— con las que a menudo suelen ocupar sus espacios blogs y medios de todo tipo —desde tecnología hasta salud, pasando por crónica social— consistentes en una lista de puntos sobre buenos deseos más o menos evidentes para el nuevo año. Pero en este caso, entre otras propuestas interesantes que se pueden encontrar en el sitio Lifehack.org, estas dos coinciden en muchos aspectos con conclusiones que personalmente recomiendo y que creo que merecen la pena poner en práctica:

    10 consejos para acelerar tu crecimiento personal

    1. Controla tus emociones y se proactivo.
    2. Apunta en un diario una lista de tus ideas más creativas.
    3. Intenta dar siempre el 100% de tu esfuerzo.
    4. Ser mejor oyente y conocer a gente nueva.
    5. Se curioso y haz preguntas todo el tiempo.
    6. No aprendas unicamente de historias de éxito. De los fracasos también se aprende.
    7. Pasa menos tiempo en Internet.
    8. No ser materialista.
    9. No sigas a la multitud, sigue tu propio criterio. Haz aquello que apasiones.
    10. Confecciona una rutina diaria y síguela de forma estricta.
    [Vía Lifehack.org]

    Los 7 aspectos más difíciles pero reconfortantes de aceptar sobre la vida

    1. Todo el mundo siente inseguridad sobre algo. No sólo eres tú.
    2. Nunca podrás estar seguro al 100% sobre las decisiones que tomes. Pero siempre es mejor tomar una decisión y arreglar lo que sea necesario, que no tomar ninguna.
    3. Siempre hay alguien mejor que tú en algo. No pierdas el tiempo comparando.
    4. No hay nada en la vida que se pueda realmente controlar salvo tus propias decisiones y acciones. Así que, siempre espera lo mejor pero prepárate para lo peor.
    5. Nada es para siempre. Las cosas cambian, la gente cambia. Y TÚ puedes cambiar en cualquier momento también.
    6. La vida no es un cuento de hadas. Eso es por lo que siempre es tan excitante y poco aburrida.
    7. El trabajo duro no garantiza el éxito. Pero eso es lo que lo hace tan desafiante.
    [Vía Lifehack.org]

    No perdamos más tiempo, manos a la obra y ¡Feliz año 2017!