Desde poco después de comenzar la crisis actual en la que el mundo occidental se encuentra, viene siendo habitual escuchar todo tipo de comentarios relacionados con este asunto. La mayoría de ellos catastrofistas y algunos, tal vez aprovechando la situación, pregonan que es el fin del capitalismo y que ya es hora de que El Estado tome el rumbo de las cosas. Que ya está bien. Parecen querer decir algunos.
Lo de asumir infalibilidad al Estado, es algo que por dogmático se parece más a una religión que otra cosa, aspecto sobre el que ya se ha hablado en algunos artículos anteriores. En el fondo, no hay ningún motivo para pensar que las personas que forman la estructura burocrática de un Estado, desde la cima hasta la base, no sean susceptibles de cometer algún fallo (incluso de cometer muchísimos fallos). Eso si, en los países donde un partido controla al Estado y no hay otro a quien echarle la culpa por que no hay más partidos, el Estado no se la va echar a si mismo. En conclusión: nadie tiene la culpa y siempre todo va bien. Si por otro lado, la ocupación del Estado es competida por más partidos, es fácil, la culpa siempre la tiene el otro. O si algo de lo anterior falla, siempre está el recurso de echarle la culpa por ejemplo, a los norteamericanos gringos, el terrorismo internacional, la Iglesia,… y también por supuesto, el capitalismo opresor, según el caso.
Echar la culpa a los demás es un recurso tremendamente utilizado en el ambiente laboral, al menos en el entorno que conozco, en España. Incluso me atrevería a decir que la auténtica habilidad de los mandos es la de saber echar la culpa a otros, pasar el marrón, como suele decirse muchas veces. Resulta curioso como esta práctica tan cotidiana, es también la principal estrategia geopolítica mundial.
En el ambiente laboral mencionado, las órdenes de la dirección se convierten en sentencias, cuyo perfecto y literal cumplimiento es proporcional al grado de lo pelota y sumiso del interfecto en cuestión, y que suele ser por regla general, extremadamente elevado. A causa de esta interpretación literal movida por el afán de cumplir, antes que el de comprender la intención que se pretendía transmitir con esas directrices, se presiona a todo el personal subalterno para que al menos, parezca que el objetivo se ha cumplido, quedando los auténticos problemas sin resolver, sobrellevados y convertidos en rutina hasta que el azar o algún trabajador con ganas de volver satisfecho a casa le da solución, siendo invisible para ojos de la dirección o colgándose cualquier otro la medalla. Esto en el mejor de los casos, en otros, los problemas sin resolver acaban por deteriorar de tal forma la situación que se acaba produciendo una crisis, abocando al sistema a replantearse el funcionamiento general, normalmente sin meditar sobre cómo se ha llegado a ese punto ¿le suena a alguien este escenario?.
Cuando los estudiosos gestaron las diversas teorías económicas del capitalismo, basadas en el mito del crecimiento económico ilimitado, solo los dogmáticos y los fanáticos podían pensar en una aplicación literal de estas teorías. Los trepas, los pelotas sumisos, son los que seguramente han posibilitado en la práctica que a lo largo de la Historia se aplique de forma literal este concepto, siendo seguramente un factor importante en la causa de enormes crisis como las del 29, o la que ahora estamos inmersos. Es fácil imaginarse el revuelo y la alegría que produciría en algunas juntas directivas el comprobar como los ingresos aumentaban los primeros años de aplicar el concepto de hipotecas subprime. Alguno que se le ocurriera decir: oye, que esto no está muy claro, sería relegado al ostracismo, fuera de la nueva corriente de éxito de la empresa.
Los modelos utilizados en las teorías, de cualquier ámbito, solo son válidos dentro de unas condiciones determinadas, y siempre asumiendo tales modelos como idealizaciones de la realidad, es decir, que no existen. En estos modelos, se asume un entorno legal homogéneo, o por lo menos, no se tienen en cuenta diferentes marcos legales, y por supuesto los recursos no son en absoluto ilimitados. Los avances científicos tienen un límite y desde luego no se realizan al mismo ritmo. Por lo tanto, su dogmática y neoliberal aplicación al entorno global, sin preocuparse de las distintas repercusiones que los diferentes marcos legales pueden causar, o simplemente por la inexistencia de un marco legal internacional adecuado, representa un riesgo y una irresponsabilidad que solo se entiende por los beneficios logrados a corto plazo, a costa de llevarse las empresas de países con entornos laborales protegidos, a otros en donde las regulaciones laborales apenas existen y la explotación al trabajador es notoria, degradando a corto plazo la calidad del trabajo globalmente y quedando un panorama nada halagüeño a largo plazo, de seguir la tendencia. Pero claro, nada como una fuerte crisis como la actual para que las empresas ya no tengan que buscar fuera, mano de obra de bajo coste.
No solo en el ámbito laboral, económico o político, se dan casos del ansia por satisfacer a los mandos aplicando a rajatabla sus directrices sin ni tan siquiera intentar entenderlas. La misma Iglesia Católica ha pedido perdón por sus graves errores cometidos en el pasado por aplicar de forma literal unas escrituras de más de mil quinientos años de antigüedad, en la época a la que nos referimos.
Si tiene que venir un Nuevo Orden Mundial, y no se desea cometer de nuevo otra vez los mismos errores, tendrá que ser uno en el que la insolencia y la independencia de criterio, el cuestionamiento natural y argumentado de las ordenes vengan de donde vengan, siempre y cuando las circunstancias lo permitan, sea habitual.
Habrá que definir, esta vez bien, las relaciones entre los diferentes escalafones de las jerarquías, allá donde estas sean necesarias. Esta si que sería una verdadera revolución.