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viernes, 27 de diciembre de 2019

América: herencia y legado

viernes, 27 de diciembre de 2019

América es un continente con muchas culturas en su historia. Sin embargo, dos de origen ajeno a ella son las que dominan hoy en día, con desigual acierto: la latina y la anglosajona ¿A qué se deben sus diferencias? Si miramos en la Europa de donde salieron las primeras expediciones, la Península Ibérica acoge en su seno dos de los cuatro países marcados con la despectiva etiqueta de PIGS, cuyo legado marcó en su día lo que hoy se conoce como latinoamérica. Uno podría inclinarse a pensar que de alguna manera, su mediocridad fue transmitida al «nuevo mundo», pero ¿es de mediocres ser la primera cultura en atravesar todo un océano y ampliar los horizontes de lo que entonces era el mundo conocido? Parece que algo no encaja. Lo siguiente intenta responder estas inquietudes, que tal vez comparta el lector.

La herencia: el mundo antes de América

Mientras que en América todavía existen tribus originarias —aunque minoritarias o encerradas en reservas— en Europa no subsiste ni una de ellas. Puede que lo más parecido que se pueda encontrar es la lengua y cultura vasca, pueblo que a pesar de todo ha abrazado la cultura occidental y no parece que les vaya nada mal. La cuestión es que la vida en Europa ha sido bastante trágica, igual o peor que en el resto del planeta. En Europa no quedan tribus ni pueblos viviendo en selvas o montañas, apartados del resto. Y es así porque sus culturas fueron completamente absorbidas por otras que vinieron después, desapareciendo así de la historia ¿Cuando, dónde y por qué empezó esto? ¿Es una característica de los «malvados» e imperialistas europeos? Es largo de contar, pero se puede decir que todo empezó en el Neolítico, cuando el paso a una cultura sedentaria hizo que los territorios fueran codiciados por su valor para el cultivo y el pasto, con todo lo que ello conllevaba. No es menos singular el hecho de que este cambio ocurriera dentro de una misma época geológica en todo el globo, sin que se existiera contacto conocido previo entre las distintas zonas.

Expansión de la agricultura (Fuente: Wikipedia)
El paelontólogo español Juan Luis Arsuaga señala que el paso del ser humano de una forma de vida basada en la caza y la recolección a una sedentaria basada en la ganadería y el cultivo, no le ha beneficiado realmente como individuo. Lo que sí se puede observar es que este es tal vez el paso a la creación de los grandes imperios, fundamentados en la anexión de nuevos territorios como forma de existencia, algo que irremediablemente ha tenido siempre una fecha de caducidad en función de la época y de las circunstancias. Según pruebas recientes, se conoce con seguridad que unos pueblos del Cáucaso se expandieron por Europa, arrasando con lo que encontraban. La masa continental formada por África, Asia y Europa ha visto como en su seno han surgido primero la civilización Sumeria —colindante con la región del Cáucaso y considerada la creadora de la occidental— para continuar con, sin orden cronológico, Egipcios, Otomanos, Turcos, Fenicios, Cartagineses, Iberos, Celtas, Tartesios, Griegos, Romanos y alguno más que se habrá quedado en el tintero hasta que eso cambió con la llegada de las religiones monoteístas como la judeo-cristiana o la musulmana. En el continente americano no ha sido muy distinto en este sentido: aztecas, mayas e incas formaron imperios basados en un perfil muy similar a algunos de los mencionados. Estos imperios precolombinos consumieron los recursos disponibles hasta que fueron frenados por factores ambientales además de tal vez, otros límites tecnológicos —no conocían la rueda y no usaban monturas—. Hay sin embargo otros habitantes de la América precolombina que no llegaron a entran en este patrón como el pueblo Tlaxcalteca —que sufrió el imperialismo azteca— o las tribus nativas de Norteamérica, las cuales siguieron viviendo bajo la práctica de caza, recolección y nomadismo que había caracterizado a la especie humana hasta la llegada del neolítico. Actualmente, grupos étnicos como los quechuas o los aymaras, son reconocidos y defendidos paradójicamente,  por los mismos estados políticos formados por los que llegaron allende el océano.
«la raza humana se ha hecho dependiente de una actividad [la agricultura] que está matando al planeta [..] y también ha destruido la cultura humana. Es el comienzo del militarismo y de la esclavitud»

El factor diferencial

¿Por qué las cosas ocurren de una manera y no de otra? Lo que es seguro es que tienen que ocurrir de alguna forma, por tanto, aunque parezca de perogrullo, lo que acaba ocurriendo es lo que tenía más probabilidades de que así fuera. Si los imperios se basan en su capacidad para anexionar territorios, por lógica, van a depender de cuan grande sea el terreno donde se desarrolle. Si le echamos un vistazo al mapa, resulta que Asia, África y Europa forman la masa terráquea continua más grande del planeta, mientras que América está aislada del resto en un continente dividido en dos. Este podría ser el factor que haya propiciado la profusión y desarrollo de los imperios y de sociedades más en una zona que en otra. Incluso dentro del propio continente americano se puede observar que los grandes imperios surgieron en las templadas y ricas tierras del sur y centro, mientras que en el frío y seco norte continuaron con el modo de vida nómada del neolítico. Igualmente, las diferencias entre África y Eurasia pueden deberse a la parcial dificultad en pasar de un continente a otro. De nuevo, intentar establecer las causas de por qué África quedó inicialmente apartada de la expansión occidental es un asunto que excede con mucho la intención del artículo, pero es muy probable que con el Imperio Musulmán establecido por el norte del continente hasta lo que hoy en día es Pakistán y disfrutando de su gran cantidad de recursos —coincidiendo actualmente con las zonas de mayor desertificación—, el mundo cristiano —es decir, Europa— sin recursos, padeciendo pestes y hambrunas, no le quedaba otra que rodear por completo África para llegar hasta la India y establecer rutas comerciales seguras, hazaña protagonizada por Portugal. Como sabemos, España quiso mejorar lo logrado pensando que atravesando el Atlántico llegarían de manera directa al objetivo, pero lo que encontraron iba a cambiar por completo la Historia.

Encuentro con el pasado

Por lo visto hasta ahora, una vez el ser humano salió de su modo de vida nómada y descubrió el sedentarismo y la explotación de los territorios, no podía evitar caminar por una senda de autodestrucción basada en ciclos de conquista y expropiación, continuada por otras de sobrepoblación y escasez, lo que llevaba de nuevo al punto de partida hasta que se agotaban las posibilidades de expansión. Además, esto ocurría en la práctica totalidad de territorios del planeta, sin importar culturas, ni razas, ni etnias. Es decir, no existe el mito del «buen salvaje» ni del «imperialista europeo» salvo como una herramienta política moderna que instrumentaliza a las minorías y a los indefensos. En todo caso, lo que ha de existir es un replanteamiento de nuestro modo de vida y relación con el planeta. Si de algo sirvió la llegada de Europa a América es para enfrentar estas dos visiones, la antigua forma de vida del ser humano, más amable consigo mismo y con la naturaleza pero insuficiente para apaciguar nuestra ansia de conocimiento, y la nueva, desbordante de capacidades y posibilidades pero incapaz de la reflexión y del autocontrol. La historia de este encuentro de culturas, de razas y de épocas, es la historia del planeta Tierra. Hasta ese momento no había sido posible que el ser humano se viera a sí mismo, frente a frente, hasta que el llamado «viejo mundo» se encontró con el «nuevo», dispuesto a continuar con lo que se llevaba haciendo en todo el planeta desde hacía miles y miles de años ¿O tal vez había algo nuevo?

La nueva era

Sumeria, la Cultura Minoica y muchos otros pueblos y culturas desaparecieron o fueron absorbidas por otras, hasta que todo culminó en lo que griegos y romanos llegaron a construir. El Imperio Romano tenía una fecha de caducidad, como todos los imperios, y cuando le llegó el momento, una Europa que había olvidado sus antiguas creencias, que había olvidado vivir como antes, tuvo que aferrarse a lo que tenía. Y lo que había entonces era, por primera vez desde que el ser humano recuerde, una religión monoteísta. Un catolicismo que contuvo el caos dejado por el vacío del orden romano y que conservó el conocimiento grecolatino que alumbraría, siglos después, el Renacimiento y la Ilustración. La Iglesia Católica heredaba y continuaba así las instituciones caídas de Roma, que fueron incapaces de innovar, de cambiar de modo de vida, manteniéndose los imperios como referencia. Pero el hecho singular del monoteismo y de servir como fuente de autoridad para unas clases dirigentes que tuvieron que darle al pueblo algo —si bien no fue alimento para sus estómagos, tal vez lo fue para sus almas o lo más probable, es que no fuera más que placebo para sus mentes— obligó a cambiar imperceptiblemente el patrón con el que la humanidad había estado funcionando.
«La Edad Media realizó una curiosa combinación entre la diversidad y la unidad. La diversidad fue el nacimiento de las incipientes naciones... La unidad, o una determinada unidad, procedía de la religión cristiana, que se impuso en todas partes... esta religión reconocía la distinción entre clérigos y laicos, de manera que se puede decir que... señaló el nacimiento de una sociedad laica. ... Todo esto significa que la Edad Media fue el período en que apareció y se construyó Europa»
Jacques Le Goff, historiador
«El origen de esta visión del Medievo como una época óscura y supersticiosa se debe a "una mezcla de fanatismo de la Ilustración, odio al papado del protestantismo, anticlericalismo francés y esnobismo clasicista"»

Las edades del ser humano

Las personas pasamos por distintas fases en nuestro crecimiento, tanto personal como físico. Lo que se desea destacar es que nuestros errores del pasado son, normalmente, una herramienta para configurar nuestro ser actual. Han tenido su utilidad, por arrepentidos o avergonzados que estemos y por mucho que pensemos en lo equivocados que estábamos. Por eso mismo, culpar a un adulto por la inexperiencia que tuvo cuando fue niño, resulta absurdo. Con la humanidad puede decirse algo parecido: los errores del pasado lo son, vistos desde la óptica actual, precisamente por poder verlos en perspectiva. Por haber evolucionado y aprendido de ellos. De esta manera, por inapropiada, abusiva, desfasada, anacrónica e infantil que pueda parecer la doctrina católica, en su momento de la Historia fue un factor que diferenció a las expansiones que el ser humano había estado realizando. El patrón de conquista, anexión de territorios, esclavización de la población y apropiación de los recursos era lo que el ser humano había estado haciendo —tan equivocada como tal vez, inevitablemente— desde el neolítico en todo el planeta, incluyendo a los grandes imperios de Sudamérica. No era a causa del catolicismo, sino al contrario, este fue el factor que lo contuvo y que posibilitó el paso hacia el mundo actual. Hacia el siguiente paso en la edad de la humanidad, una en la que nuevas herramientas de aprendizaje son necesarias porque las anteriores no sirven. La gran paradoja de esta situación es que muy probablemente fue la incoherencia de una iglesia cuya religión predica la igualdad y la fraternidad, mientras sus cúpulas dirigentes continuaban con el deseo atávico de expandirse como imperios, lo que provocó que poco a poco fuera enfrentando al pueblo contra ellas, cuya legitimidad auto-declarada como proveniente de Dios, cada vez tenía menos significado.

Un paso detrás de otro

Ni hacer las cosas bien le convierten a uno en mejor persona, ni equivocarse, en alguien detestable. Son aspectos distintos. El Imperio español en su momento no era ese personaje oscuro y violento como ahora se le quiere presentar, culpando al adulto por sus errores cometidos de niño. Más bien al contrario, con las ideas de la época, era un modelo a imitar. De alguna manera se constituyó como el continuador de la ética civil de Roma, un imperio que si bien no supo escapar de su propia destrucción como todos los imperios, aportó factores diferenciadores que han ayudado a la humanidad hacia la construcción de herramientas sociales y así, poder evolucionar. Los británicos, que envidiaban al nuevo imperio que se estaba creando, anhelaban los recursos que estaba consiguiendo y continuar con la inercia imperialista que existía. El mundo no conocía otra cosa, salvo volver de donde se venía, la vida nómada de cazadores recolectores, algo que nadie se planteaba mientras quedara un hueco de tierra por ocupar. La monarquía británica se debía enfrentar a un imperio en cuyo territorio «no se ponía el Sol». Si deseaban perdurar, debían superar a tan formidable oponente. Lo que ahora nos parece una locura melomaníaca era sin embargo la misma en esencia que impulsó la construcción de las grandes pirámides de Egipto. No era algo nuevo, era consustancial al ser humano desde que convirtió a los territorios y sus limitados y perecederos recursos, en bienes preciosos.
«Parece que las nieblas londinenses nos nublan el corazón y el entendimiento, mientras que la claridad de la soleada España le hace ver y oír mejor a Dios. Sus señorías deberían considerar la política de despoblación y exterminio ya que a todas luces la fe y la inteligencia española están construyendo, no como nosotros un imperio de muerte, sino una sociedad civilizada que finalmente terminará por imponerse como por mandato divino. España es la sabia Grecia, la imperial Roma, Inglaterra el corsario turco»

El nuevo imperio

¿Por qué y cómo podía superar el Imperio británico al español? Gran Bretaña se movía en el fondo por las mismas ansías y necesidades de expansión que el resto de las dinastías medievales que tras la caída de Roma, pugnaban por sobrevivir. Así, comenzaron una carrera sin fin por los recursos, el oro y los territorios. Y llegado el momento, como anteriormente había ocurrido cuando un imperio se encontraba con otro, el de Gran Bretaña envió la mayor fuerza de combate que jamás se haya desplegado a enfrentarse en combate desigual, para acabar de una vez por todas con el Imperio español, a anexionar sus territorios, a expropiar sus recursos y a someter a la población nativa, a segregarla, a esclavizarla o a recluirla en reservas hasta hacerla desaparecer de la vista, tal y como se hacía en sus territorios de Caribe y Norteamérica. Pero en Latinoamérica no ocurrió así porque los británicos no lograron imponerse. Esta batalla es la llamada de Cartagena de Indias, donde el Imperio británico protagonizó el mayor ridículo militar de la historia hasta el punto de que la gesta hispana fue borrada, literalmente eliminada de los libros y de la memoria historiográfica anglosajona. El resultado de todo esto fue que por primera vez, dos imperios enfrentados no lograban imponerse militarmente al contrario, manifestando una evidente incapacidad de lograrlo. En esta situación de empate técnico, los británicos prefirieron continuar el combate en otros ámbitos, hacer como si no existiera el Imperio español, creerse su propia superioridad a base de exagerar los defectos del contrario, inventándose para ello una Leyenda Negra que fue el primer ejercicio de propaganda usada como arma política.

La era de la convivencia

Los imperios español y británico convivieron durante algunos siglos, disputándose territorios y apoyando a los enemigos del bando contrario en guerras de sucesiones monárquicas y de independencias coloniales. Además de esta situación en la cual dos maneras de gestionar los recursos materiales y humanos convivían frente a frente, en continua disputa, se añadía la comentada de convivir con el pasado nómada y de imperios incipientes y frustrados. Pasado, presente y futuro convivían juntos, por primera vez en la historia de nuestra especie ¿Cómo se llegó a esta situación?

Presente y futuro

El empate técnico en lo militar entre las grandes potencias de la época trasladaron el enfrentamiento a los ámbitos económico, cultural y político. Ahora ya no se trataba de regiones relativamente pequeñas, ahora estaba en disputa el dominio en el mundo entero. Si ya las victorias militares en el pasado no eran suficiente para derrotar imperios, en aquel momento y en lo sucesivo, lo iban a ser menos. La historiografía anglosajona, al igual que otras marcadas por nacionalismos, buscaba con afán sucesos históricos como puntos de inflexión para apoyar la creación de mitologías inventadas. En este caso, se ha usado hasta la saciedad la derrota de la Armada Invencible como el inicio de la supremacía británica y el fin de la hispana, pero analizado más objetivamente, esto no ocurrió hasta al menos la derrota en Trafalgar, bajo mando francés. Aún así, el fin del imperio hispano se suele fijar en la guerra con EEUU, inventada por el país norteamericano aprovechando la excusa que mejor les vino, práctica en la que con el paso del tiempo se convertirían en unos maestros. La ironía de la historia es que ni Cuba ni Filipinas ganaron nada, más que cambiar un yugo por otro no mejor.

Con el pasado

En la antigüedad, la esclavización, la violación y el saqueo eran práctica habitual en las conquistas militares. Los pueblos vencidos apenas subsistían culturalmente. Con Roma las anexiones cambiaron ligeramente al existir la posibilidad de ser asimilados los pueblos a su organización política, basada en los fundamentos de ciudadanía heredados de Grecia. Aún así, apenas quedan vestigios de aquellas sociedades a pesar de su riqueza cultural. Este patrón en parte se repitió en la conquista americana, sin embargo, la existencia hoy en día de pueblos originarios con su lengua y cultura es prueba de la influencia de ciertos límites y cambios de proceder. Estas diferencias de actitud, de señales de madurez socio-cultural, se podían observar en contraste con las de los nativos, que representaban el pasado de la especie humana. Varios son los casos que pueden servir de ejemplo demostrativo de la existencia de estos límites internos incipientes en la cultura occidental, que son los que permiten hoy en día la discrepancia y discusión sobre estos y otros temas conflictivos:
  • Algunas personas críticas con el papel de España en la colonización americana pretenden poner al mismo nivel la práctica de sacrificios humanos en las culturas precolombinas con la quema de brujas y herejes en la hoguera, también habituales en aquella época al otro lado del océano. Siendo en ambos casos igualmente bárbaros, inhumanos e incivilizados, en el caso americano los sacrificios eran elegidos a capricho de manera indiscriminada, mientras que en Europa eran casos concretos decididos por unos tribunales sujetos a ciertas reglas, normas que por arbitrarias que fueran la mayoría de las veces, acabarían posibilitando posterior y afortunadamente, su desaparición, sin necesidad que viniera nadie de fuera a eliminarlos.
  • Cuestionar la autoridad en una época anterior hubiera ocasionado con gran probabilidad acabar con la cabeza cortada y puesta en una pica. Sin embargo, el fraile dominico Bartolome de las Casas tuvo el coraje de denunciar lo que hasta aquel momento de la historia era habitual pero contradecía los principios filosóficos y humanistas que emanan de la creencia que la institución eclesiástica a la que pertenecía, decía defender, pero con la que no se correspondía en la práctica. Es decir, la inercia imperialista y conquistadora se veía limitada, aunque no frenada, por la que en teoría era la principal motivación para hacerla que era la evangelización. La paradoja, nuevamente, es que estas criticas fueron más y mejor usadas por el oponente que a los que iban dirigidas, a pesar de que aquel cometía las mismas atrocidades en su terreno.
  • Lo que la historia dice, a pesar de todo, es que desde el poder surgían, por primera vez en la historia de nuestro deambular por este planeta, intentos de frenar lo que un instinto humano anacrónico creado en épocas de extrema escasez, volvía a manifestar. Isabel la Católica, reina de Castilla y máxima autoridad en aquel momento de la expansión americana, promulgo una Real Provisión en la que, explícita y literalmente, prohibía la esclavitud de los nativos —desgraciadamente, abrió el negocio de esclavos traídos de África, asunto en el que que participaron España y Gran Bretaña por igual—. Claro es que como toda ley, no fue acatada de manera inmediata ni mucho menos, precisa. Aquí es donde tal vez resida el mayor pecado de los que entonces desembarcaron en América, seres poco ilustrados, acostumbrados a un ambiente duro, austero, feudal y autoritario, que aprovecharon para descargar en los poco preparados nativos sus penas y frustraciones. La legitimidad de las autoridades para hacer cumplir sus leyes sin la amenaza de castigo, fue otra de las asignaturas que el mundo hispano todavía no ha aprobado.
España fue el primer Imperio en reconocer la humanidad y los derechos de los indios y prohibir su esclavitud.
En medio de la sensibilidad que los latinoamericanos hemos desarrollado ante el genocidio de las empresas conquistadoras y coloniales españolas, causa cierta perplejidad encontrarse que la España avasalladora, ordenara desde su poder supremo e inmenso y como señaló Lewis Hanke, «en el cenit de su gloria», la suspensión de sus conquistas para que se decidiera si eran justas o no, el 16 de abril de 1550

  • Otros ejemplos que podrían añadirse serían por una parte el de la Constitución de Cádiz de 1812, ya en el S.XIX, poco después de deshacerse de los franceses. Esta constitución pionera fue, un siglo antes de la Commonwealth británica, un proyecto de formación de estado global en el que todos los hispanos de ambos hemisferios se constituían como ciudadanos de pleno derecho. Algo más tarde en el mismo siglo, en la Primera República Española, Cuba y Puerto Rico dejaban de ser ya de las pocas colonias que quedaban y pasaban a formar parte de la organización territorial española, exactamente con el mismo rango al resto de territorios. Tal vez la carencia de una relación fluida de la autoridad con el pueblo, ocasionó que no se supieran moderar las posibilidades que la nueva constitución republicana les ofrecía. El resultado fue el paso efímero por la historia de aquel primer intento. Lo mismo podría decirse de los países hispanoamericanos: poder formar parte de un proyecto global no interesó, pero ese deseo justo de descentralizar un poder tanto tiempo sujeto y ofrecerlo, provocó que fuera arrebatado de súbito. ¿Que hubiera estado más cerca del sueño de Simón Bolivar, el gran Libertador, unos estados hispanos unidos o los actuales países disgregados y muchas veces enfrentados? La historia juzgará.

El legado: desde entonces hasta ahora

¿Qué idioma se usa en el ámbito científico, en la industria o en el mundo tecnológico? ¿Cuál es el idioma más hablado internacionalmente? ¿Quién tiene más peso en las decisiones geopolíticas? ¿Qué cultura tiene más influencia? Ciertamente, Gran Bretaña no es ya ningún imperio, pero se puede decir que unida a otros países afines culturalmente como Estados Unidos —Canadá, Australia, Nueva Zelanda, etc.— a los que se podrían añadir los protestantes —Holanda, Alemania o Dinamarca— dominan la ciencia, la cultura, la economía y la industria mundial. Políticamente pueden ponerse a su lado Rusia o China —Japón, Corea—, pero en cualquier caso, el mundo hispano ha pasado a ser un completo segundón en casi todos los ámbitos.

El momento en el que esto ocurrió puede que no sea posible localizarlo en un tiempo o lugar concreto, por un lado por estar fuera de las posibilidades de este artículo y por otro, porque seguramente fue ocurriendo poco a poco, de manera dilatada en el tiempo. Un lento proceso que si bien fue inadvertido por ambas partes, en el caso de Gran Bretaña, una nación con ínfulas pero a la sombra del primer imperio global de la historia, la impaciencia porque le llegara el momento de superar a la entonces todopoderosa España, le otorgó la suficiente consciencia de lo que ocurría de manera que supo aprovechar las oportunidades que le surgían. Para exponer mejor esta situación y por comparación con otros casos similares vividos de cerca, partamos de las siguientes premisas en la que existen dos bandos enfrentados:
  1. La autocrítica se vuelve extraordinariamente difícil
  2. Se produce un incremento en el dogmatismo como consecuencia del punto anterior
  3. Uso sectario de los medios —logísticos, informativos, etc.— para que los hechos reales u objetivos se adapten a la conveniencia de los puntos anteriores.
Si bien ambos lados del enfrentamiento heredaban la clásica estructura de mando imperial, jerarquizada y autoritaria, cada bando se enfrentó de diferente manera en función de sus distintos puntos de partida, a la nueva situación que nuestra especie experimentaba:

Gran Bretaña

El imperio anglosajón era en su momento, igual de cruel y autoritario que el español, o más. Así mismo, los niveles de dogmatismo —político y religioso— alcanzaron niveles similares —sin ir más lejos, sigue siendo unos de los pocos estados confesionales democráticos que existen— así como el uso sectario de los medios, en el que los anglosajones alcanzaron una práctica notable —leyendas negras, barcos auto-hundidos, armas de destrucción masiva, este tipo de cosas—. Sin embargo, así como el español estaba en el cenit de su poder y no deseaba cambiar nada —el catolicismo se asumía como una religión absoluta y verdadera, de manera que con ella se «sabía» todo lo necesario—, el británico tenía justamente la motivación contraria: necesitaba cambiar para superarle, y además, debía justificar dichos cambios. Este ansia por alcanzar los logros del Imperio español, esta competitividad, es la que impulsó al británico a probar con algo nuevo.

Tal vez sea necesario detenerse en este punto ya que la mayor complicación para entender el pasado, es que lo hacemos mirando con los ojos del presente. Pero si lo hiciéramos con la mentalidad de entonces, la actual perspectiva con la que se diferencian los mundos anglosajón e hispano era opuesta a la que ahora se conoce: España era la gloria, la excelencia a la que el resto del mundo aspiraba. Movidos por esta envidia, la jerarquía británica tomó una decisión arriesgada desde la perspectiva del poder, que fue perder parte de su protagonismo, introduciendo la meritocracia en su sistema social. En cualquier caso, movido por las mismas ansias de expansión y conquista que cualquier otro imperio habido anterior y posteriormente hasta incluso nuestros días. Los que participaron en la ocupación del continente americano por parte anglosajona, cometieron o practicaron, según se vea, los mismos o peores actos que cualquier otro. Es decir, como se ha venido repitiendo: esclavización, aniquilación y por último, segregación racial y sometimiento de la población nativa recluyéndola en reservas ¿Qué más ha hecho el mundo anglosajón desde entonces? Hagamos un pequeño resumen:
  • Tras el Acta de Supremacía de la corona británica por la que se escindía de la Iglesia Católica, las ejecuciones por motivos religiosos eran algo común en Gran Bretaña. El problema es que no hay una versión única y suficientemente objetiva de aquellos hechos. Pero lo que sí se puede afirmar con rotundidad es que en el mundo protestante —en el que se incluirían otros países como Alemania y Países Bajos— el rechazo e incluso odio hacía la religión católica acabó en la persecución de los practicantes de esta fe cristiana, debiendo ocultarse y permanecer en la clandestinidad.
  • Mientras que la Inquisición Española fue la primera en detener las ejecuciones por herejía, no ocurría así en el resto de Europa, dándose el paradójico caso de Miguel Servet, un científico y filosofo español que murió ejecutado en Ginebra por no renunciar a su libertad de opinión sobre algunos temas en los que discrepaba con las versiones «oficiales».
  • Esta rivalidad llevó a ambos bandos a una creencia dogmática en la superioridad moral de cada uno sobre el adversario. En el caso que nos ocupa:
    • El famoso científico y matemático Alan Turin fue procesado y castrado químicamente por su homosexualidad, circunstancia de la que hasta hace bien poco no ha habido una disculpa, en este caso de la máxima autoridad.
    • El pretendido carácter «sublime» de su cultura y etnia es el germen de la segregación racial —como el apartheid en Sudáfrica o el KKK en EEUU— y en concreto, de las ideas eugenésicas de mejora racial que en Alemania dieron paso al nazismo.
    • Imperialismo, colonialismo y expropiación cultural en India, Egipto y otros países africanos, cuyos problemas continúan vigentes en nuestros días.
    • Intervención unilateral en oriente medio con Israel y Palestina, provocando un conflicto que ha incendiado social, política y militarmente la zona y cuya solución se ha vuelto enormemente complicada, cuyas consecuencias salpican al mundo entero. 
Antes de condenar la corrupción y la rudeza de los demás, quizás deberíamos recordar que el acto del imperialismo en sí mismo puede verse como una grosería arrogante e interesada en una escala global.
Alan Lester para The Conversation

Ante semejante panorama cabe preguntarse cómo es posible que el mundo anglosajón disfrute a pesar de todo de tanta aceptación y domine actualmente la cultura y política internacional. La explicación una vez más puede que esté fuera del alcance de este artículo, pero la necesidad de introducir la meritocracia en su sistema a buen seguro tuvieron algo que ver:  la jerarquía política, la responsable de encaminar y dirigir la sociedad, tenía la necesidad de contar con todos y cada uno de sus miembros, súbditos o ciudadanos, de manera que todo aquel que tuviera algo que aportar era bienvenido, independientemente de su ascendencia o clase social. El mundo anglosajón y protestante ha alabado el esfuerzo y el trabajo, ha fomentado el cultivo intelectual de su sociedad desde temprano, ha respetado a los miembros de sus colectivos dándoles relevancia, autonomía y participación política, y les ha valorado de manera mucho más justa. Como resultado, ha logrado que la democracia de Gran Bretaña sea la más antigua del mundo, sin rupturas, sin revoluciones, ni guerras civiles. Es tal vez el único país que se ha construido socialmente desde arriba, gracias a responder adecuadamente a la presión de las circunstancias. Las clases dirigentes han dado el necesario protagonismo e independencia a los miembros de su sociedad, aceptando piratas y contrabandistas como parte de las élites, porque eran los mejores en lo que hacía falta. Por este motivo no tienen constitución escrita, usan las unidades de medida que el pueblo ha usado siempre, no hay academias lingüísticas que establezcan regulaciones en la manera en cómo el pueblo habla. En definitiva, la legitimidad y autoridad ha sido aceptada, existiendo una conexión entre gobernantes y gobernados que en pocos lugares existe. Aunque se ha equivocado en aspectos como los prejuicios raciales o su intervención en oriente medio, y continúa equivocándose en muchos otros aspectos, estos errores no son atribuidos a castas políticas privilegiadas inmerecidamente según sus propios valores, sino que son asumidos y reconducidos por sus propios mecanismos internos. En definitiva, la sociedad responde con una implicación en la marcha de sus proyectos como colectivo, mucho mayor que en el mundo hispano.

A veces se dan estos accidentes históricos: unas veces unos intrépidos navegantes prueban a explorar rutas nuevas por necesidades económicas, y se encuentran con un continente desconocido. Otras, transmiten de manera inadvertida enfermedades contagiosas para las que la población local no tiene defensas, causando una gran mortandad a pesar de poner todos los medios posibles para impedirlo. En aquel momento, movidos por las pocas edificantes ansias de poder, el mundo anglosajón iba a cambiar siglos después, el paradigma social y político.

España

El caso español era sensiblemente distinto del británico, pero no por ninguna debilidad o defecto intrínseco a la cultura latino-mediterránea —nada que en aquel momento se pudiera ser consciente, claro—. Como se ha comentado, por raro que ahora nos parezca, España era entonces el referente, el modelo de éxito, el primero que había logrado establecerse y asentarse en otro continente y fundar un imperio global, el primero con la suficiente capacidad tecnológica y logística como para llevar recursos suficientes a la otra parte del océano y una vez allí, poder hacer uso de ellos al servicio de su Imperio. El español estaba en la cúspide del poder, de manera que —y esto seguro que nos parece más cercano a la actualidad— emborrachados de éxito pero temerosos de perder su posición privilegiada, cuestionar la autoridad era algo cercano a un acto de traición. Como consecuencia, el dogmatismo y la ceguera política se apropiaron de sus dirigentes.

Aunque con las actuales varas de medir nos resulten claramente insuficientes —como no podía ser de otra manera—, lo cierto es que el encuentro de culturas en América significó un antes y después en la historia de la especie humana, cuya importancia no consistió en el nivel desempeñado, sino precisamente en marcar el inicio de lo que siglos después se convertiría en los Derechos Humanos. Estos logros —prohibición de la esclavitud, fin de la inquisición, aplicación de criterios racionales— se alcanzaron gracias a la intervención de ciertas autoridades, haciendo uso de la propia filosofía que emanaba de la religión que les encumbraba al poder, y gracias a señalar la evidente incoherencia entre esta y lo que se estaba haciendo sobre el terreno. Pero —y esta sería una clave que marcaría la diferencia— estos incipientes avances no hacían referencia a la gestión de los propios recursos humanos. No afectaban a la forma de auto-organizarse social y jerárquicamente. La autoridad no se veía menoscabada ni afectada en sus privilegios o prerrogativas, simplemente se optó por una condescendencia con el débil y el indefenso, para que la evangelización pudiera legitimarse y seguir su curso sin enfrentarse a mayores incoherencias.
El destino de los españoles, en todos los países del mundo, es participar en las mezclas de sangres.
Denis Diderot
Resulta paradójico que mientras el Imperio anglosajón y sus aliados contra el catolicismo no tenían la más mínima intención de proteger como iguales a otras razas y etnias que han considerado inferiores hasta hace bien poco, el Imperio español, preocupado en definitiva por la integración de otros pueblos en la estructura social del catolicismo, haya sucumbido frente a esos mismos que se han mostrado más despiadados e insensibles. ¿Cómo ocurrió esto? ¿Qué es lo que ocasionó que aquel imperio global y envidiado sea, no solo superado, sino objeto de constantes críticas?

Por un lado, porque la situación superaba con creces la capacidad de cualquier pueblo, nación o estado político. Ahora ya no se trataba de conquistar a tu vecino, se trataba de algo mucho más grande, algo que transcendía los conceptos culturales, geográficos, históricos y étnicos que hasta ese momento —incluso aun hoy en día— se discutían. Y por otro, porque por mínima que fuera la capacidad de autocrítica manifestada por el Imperio español cuando decidió pararse a considerar lo que estaban haciendo, fue interpretada como un signo de debilidad por el contrario. A partir de entonces, el mundo anglosajón y protestante se dedicó a la misión de exagerar los defectos de una cultura señalados por ella misma. Es decir, la autocrítica se interpretaba como la evidencia de una carencia de legitimidad que, sin embargo, el mundo anglosajón creía poseer para cometer los mismos o peores actos. Paulatinamente, el mundo hispano se anclaba y estancaba en su posición, incapaz de asumir los logros del contrario y corregir los errores propios, ignorando lo perdido pero soñando cada vez más en glorias pasadas. Se iniciaba tal vez así, el famoso complejo de inferioridad hispano, una auto-profecía que ha permitido que un Imperio haya desbancado a otro, más por sus propios defectos que por las virtudes del contrario.

El anglosajón, visto que por lo militar no fue capaz de doblegar al contrincante en su momento, sacaba provecho de cada ventaja que le surgía en cualquier ámbito por intrascendente que pareciese, exagerando hechos y defectos del contrario, mientras que iba reescribiendo la historia para ponerse ellos como los «chicos buenos», ante la inoperancia hispana. Finalmente, el mundo anglosajón y protestante ya no necesita usar de leyendas negras para demostrar su superioridad. Esta es evidente al menos en lo cultural y político, ya que en lo ético, ni lo fue entonces ni lo es ahora. El problema de los actuales juicios contra el legado hispano es que por un lado, provienen en su mayoría de su propio ámbito. Y por otro lado y más importante, es que la leyenda negra no es que sea falsa, sino que no dice toda la verdad. Y no hay peor mentira que una verdad a medias.

Enfrentamiento entre una revuelta de esclavos y soldados coloniales en la Guayana Británica.
(Fuente: The Conversation
[Shutterstock])

El futuro y sus retos

La especie humana lleva varios miles de años caminando sobre este planeta sin encontrar un camino libre de intolerancia, guerra y destrucción del medio ambiente. Dando tumbos, movidos por los mismos instintos primitivos de miedo al diferente y protección del territorio, e incapaces de encontrar el equilibrio. El mundo anglosajón ha sabido gestionar internamente sus recursos humanos, sin embargo, hasta bien entrado el Siglo XX ha sido un nido de racistas y segregacionistas. Incluso hoy en día, los máximos exponentes de lo anglosajón tienen a alguien como Donald Trump que propone muros para dividir, o el nuevo primer ministro británico Boris Johnson, decidido a consumar un Brexit resultado de un referéndum manipulado y con la xenofobia como una de las motivaciones que más suenan de fondo. Según algunos especialistas, el británico ha sido un imperio disgregador y destructor de sociedades mientras que el hispano por el contrario, ha sido integrador de culturas. El británico ha usado a sus colonias como fuente de recursos, apartando a los nativos, eliminándolos o recluyéndolos en reservas, segregándolos. La gran paradoja es que mientras el mundo hispano aumentaba su complejo de inferioridad autoprofético, se consumía paulatinamente mientras el británico y sus compañeros han ocupado el resto de planeta que quedaba, haciendo lo mismo que el hispano admitió hacer y cesó en su empeño. Gran Bretaña y EEUU, al frente del «mundo occidental», han ocupado y explotado el continente africano, apoyando a dictaduras que han esclavizado a sus habitantes para explotar sus recursos y sostener el «modo de vida» de occidente. De la misma manera, latinoamérica vive en una eterna inestabilidad con revueltas, golpes de estado y crisis económicas, planificadas desde despachos del gran vecino gringo del norte.

La paradoja americana

Volviendo a lo planteado al inicio del artículo, hay que preguntarse por qué EEUU es hoy la gran potencia que es, de manera que se permite alterar la vida política del resto de países del continente y de Europa, prácticamente a su antojo. La única respuesta posible es que de todas las colonias que tuvo el Imperio británico, esta es la única que logró independizarse y formar un formidable país uniendo los en un principio, disgregados estados. La jugada les salió bien, es algo que ahora pueden decir, pero en su momento no había nada claro. De hecho, la independencia se logró para disfrutar de pleno poder sin injerencia del yugo británico, gracias en una gran parte a la ayuda del mismísimo Imperio español, el contrincante, otra de las facetas que no es recordada lo que se debería.

La paradoja se vuelve especialmente retorcida cuando parte del problema que se padece en latinoamérica es causada, no únicamente por esa supuesta mediocridad hispana heredada, sino por la interferencia de los que en su momento necesitaron ayuda para ser lo que son hoy en día. España ayudó a EEUU a independizarse, pero no pudo evitar que sus colonias hicieran lo propio apoyadas también por el enemigo británico. Pero mientras que EEUU apostaba a caballo ganador y se aliaba con la que fuera su opresora Gran Bretaña, el mundo latinoamericano y sus dirigentes actuales —herederos de aquellos que gobernaban las colonias cuyos padres nacieron al otro lado del océano, pero quisieron independizarse de su rey para gozar del poder completo—, decidieron aprovecharse de la presa fácil y acomplejada en la que España se ha ido convirtiendo con el paso de los siglos para continuar en el poder. La «mediocridad hispana» pues, no fue algo heredado sino construido siglo a siglo una vez lograda la independencia, tras la cual la estrategia fácil pero inútil salvo para eludir responsabilidades y convencer a ignorantes, ha sido la de continuar culpando de sus problemas a sus antiguos capataces, sin importar la distancia en el tiempo, anclados en el pasado, sin superarlo.


jueves, 2 de mayo de 2019

La extraña democracia española

jueves, 2 de mayo de 2019
El periodista Manuel Martín Ferrand
(Foto: Panorama Audiovisual)

Artículo escrito por Manuel Martín Ferrand para el medio Estrella Digital el 03 de febrero de 2007. El autor señala ya entonces carencias que todavía se arrastran y cuya denuncia se asocia incorrectamente en la actualidad a ideologías de izquierdas «radicales» o «revolucionarias», ámbitos políticos de difícil encaje con el tristemente fallecido periodista.

La extraña democracia española 

Por Manuel Martín Ferrand el 3/2/2007

En uno de los más apasionantes libros de viajes que recuerdo haber leído —Mi vuelta al Mundo— contaba el maestro Augusto Assía, el más aliadófilo de los observadores españoles en la II Gran Guerra, que en la Universidad de Honolulú lucía una inscripción para advertir al visitante: «Ésta es la única Universidad en 2.000 millas a la redonda». Aquí y hoy, con todo rigor, podríamos atornillar una placa en el Congreso de los Diputados para presumir de la Cámara menos parlamentaria y representativa entre todas las de los países de nuestro rango. No podríamos hablar de «millas a la redonda», porque la cercanía de África le quita rigor a tan plástica expresión. 

La Transición —tan cantada, tan oportuna— tiró por la calle del pragmatismo y sacrificó, en aras del consenso, principios fundamentales para la separación de los poderes del Estado y la garantía representativa de los ciudadanos. Ahora toca pagarlo. Seis quinquenios de aplazamiento son un rasgo de generosidad por parte de la Historia. El problema para la amortización de la deuda y la consecuente construcción de un nuevo Estado que cumpla con los supuestos de una verdadera democracia reside en unos pocos puntos de muy difícil reconversión:  

La desidia ciudadana.

El espíritu crítico, columna vertebral de una sociedad con aspiraciones democráticas auténticas, brilla aquí por su ausencia. La adhesión a los partidos es más emocional que analítica y, de esa manera, un chimpancé con la camiseta y el emblema de cualquiera de las formaciones en presencia, grandes o pequeñas, obtendría el voto de «los suyos» sin mayores reparos por parte de los votantes «del partido». Como no quiero ofender a nadie, no aporto ejemplos reales, que están ahí vivítos y coleando, con escaño o con vara. 

La norma electoral. 

Sin entrar en mayores matices, puede afirmarse que la ley vigente es la consecuencia de un pacto que entusiasmó a todos cuantos lo suscribieron en su día porque, en razón de las listas cerradas y bloqueadas, las oligarquías de cada partido refuerzan su poder hasta el infinito. ¿Alguien sabe quien es «su representante» en el Congreso de los Diputados, el Senado, las Cámaras Autonómicas o su propio Ayuntamiento? En los días, tan glorificados, del pacto constitucional los partidos llegaron a intercambiarse, como si fueran cromos, modelos de Estado por sistemas electorales. Todo por el poder. 

La centrifugación del Estado. 

Es evidente que el franquismo, más por razones de autodefensa que por firme convicción ideológica, le aportó a la Nación un movimiento centrípeto que, además de llevar a sus límites lo peor de la idea jacobina, anuló la identidad y la cultura de la España periférica para concentrar «en Madrid» todos los poderes estatales. Para remediar el mal, lejos de reaccionar con la moderación de la inteligencia, los líderes de la UCD, acomplejados por su procedencia política, invirtieron el sentido de las fuerzas y pasó a actuar una centrífuga que nos ha llevado al caos de 17 Españas diferentes hasta en su reglamentación del espectáculo taurino. Nunca, en parte alguna, se vio semejante disparate. 

La fuerza de las minorías. 

Parte del consenso de la Transición, el que nos ha llevado a un túnel de difícil salida, se fundamenta en la concesión de una fuerza desmedida a las minorías nacionalistas y/o separatistas. Ello le ha dotado de un poder decisorio en las grandes cuestiones de Estado a quienes, precisamente, pretenden acabar con el Estado. No cabe mayor dislate. 

El valor de lo extraparlamentario. 

Una vez sustituido el debate parlamentario por un mero cálculo aritmético, las Cámaras y la confrontación de las ideas quedan sin sentido. Basta que los capataces de los distintos grupos acuerden tanto cuanto quieran pactar para que, sin luz y sin taquígrafos —de espaldas a los supuestamente representados, a la teórica soberanía popular—, tengan vía libre todos los despropósitos que surjan de su voluntad. 

El debilitamiento de la opinión pública. 

El control de los medios de comunicación, que en lo audiovisual llega a su colmo, reforzado por la circunstancia de la participación pública en el proceso editor —en grave caso de competencia desleal— y convertidas las Administraciones — nacional, autonómica y local— en los primeros anunciantes y mejores clientes de los medios privados, hace que los mensajes se debiliten y desvirtúen con sus efectos consecuentes.  

La media docena de vectores que señalo, sumados a los típicos de la degeneración democrática —los que, con mayor o menor intensidad, padecen los países de la UE—, marcan el cuadro básico de nuestra enfermedad. Lejos de atacarla decididamente, ante la proximidad electoral, los dos grandes partidos nacionales, «representantes» de más del 80 por ciento de la población española, afinan sus instrumentos y pasan por alto las cuestiones de máximo calado. Mariano Rajoy dice girar al centro y promete moderación y concordia, mientras José Luis Rodríguez Zapatero debate con sus compañeros de Gobierno cómo minimizar los daños que le ha producido al PSOE su permanente traspié al enfrentarse a la cuestión vasca.  

Los socialistas le zurran la badana a la memoria de Aznar y los populares, desorientados, demonizan a Zapatero y sus diálogos con los etarras y sus palafreneros. Ése es, en esquema elemental, el contenido político final de nuestra extraña democracia. ¡Socorro! 


Nota: el artículo no se encuentra en la hemeroteca del medio original ya que en-línea solo está disponible desde el año 2008. Por este motivo se ha recuperado de un PDF guardado entonces.

sábado, 20 de abril de 2019

Carencias democráticas

sábado, 20 de abril de 2019
Foto: Wikipedia
España tiene un sistema político que dista mucho de ser el de hace 80 años. Actualmente según ciertos parámetros es considerado un país libre pero, ¿significa que no es mejorable? ¿Es nuestra forma de democracia la mejor que puede tener nuestra sociedad? ¿Son todas igualmente efectivas para cumplir su función? ¿En otros países representan por igual a su sociedad? ¿Todos evitan de igual manera los abusos y la corrupción? ¿Por qué protestan los independentistas, tienen razón o parte de ella en los motivos que les lleva a adoptar su postura, sea esta correcta o no? ¿En qué aspectos es mejorable nuestro sistema? ¿Quién impide que este madure?

Son muchas preguntas cuyas respuestas exceden la intención de este artículo. Sin embargo, con tan sólo comparar otros países no muy lejanos como Dinamarca en asuntos de corrupción y comprobar la plena consciencia del problema de sus ciudadanos y qué clase de actitudes y vicios han de reprimir para evitar males mayores; o con datos como que España es el país europeo con mayor número de encarcelados por habitante mientras que en Suecia se cierran las prisiones, se advierte fácilmente que algo no funciona. Se le propone al lector un pequeño viaje por nuestra historia inmediata para intentar averiguar qué clase de defectos palpables se encuentra en nuestro sistema político. Problemas conocidos que en otros países solucionaron en su momento de alguna manera, mientras que en España... bueno, mientras que aquí pasaba esto:

Un poco de historia

En los últimos años del periodo de dictadura —el llamado tardofranquismo—, la necesidad económica del país de abrirse a Europa fue fundamental y probablemente el motivo por el cuál los que entonces gobernaban no tuvieran más remedio que modernizar paulatinamente a la sociedad española. De esta manera se dio paso al baby boom y a la creación de una clase media que, con el Seat 600 como símbolo, comenzó a vivir con unos niveles incipientes de autonomía individual, de igualdad y de libertad. Con el dictador muerto y dejándolo todo bien dispuesto, el siguiente paso vino con la Transición, una fase que si bien la sociedad española venía años demandando, no es menos cierto que finalmente vino desde dentro, es decir, fue orquestada desde el propio sistema que entonces regulaba la vida de sus ciudadanos.

Transición perpetua

De esto hace más de cuarenta años, los cuales hemos estado viviendo en una transición que ha permanecido inalterable, con un sistema político y legal cuya diferencia más notoria con el anterior son unas elecciones «generales», cada cuatro años, que pretenden simbolizar una apertura a la participación de los ciudadanos. Ahora bien, observado con algo de detalle se evidencia que dicha participación ha de realizarse a través de alguna fuerza política en forma de partido, para que ocupe prácticamente las mismas instituciones. Unas que continúan basadas en una rígida jerarquía que decide todo desde arriba de manera unidireccional, desde el Jefe de Estado hasta el último conserje de consejo de barrio. El porqué de esta tradición cultural es igualmente un asunto que nos sobrepasa, pero no es nuevo: desde el cesaropapismo hasta el caciquismo, pasando por la mafia, podemos sospechar que en la cultura mediterránea son un común denominador. La Transición no ha mejorado este aspecto, todas las organizaciones e instituciones en España obedecen el mismo sistema de orden y control, de autoridad y sumisión: organismos públicos, partidos y sindicatos. El resto de organizaciones de corte menos político acaban imitando esta cultura, que se podría decir que si bien puede ser comprensible en el ejército, es en su base de difícil compatibilidad con la democracia y muy inadecuada para aprovechar el capital humano en cualquier otro ámbito.

Paradoja social

Durante todo este tiempo el sistema ha permitido que posturas contrapuestas cohabiten dentro del mismo espacio político. Esta apertura es la que definió la época de la Transición, un momento de la historia conocido por un espíritu de optimismo y fraternidad. Esta cultura sin embargo, en lugar de madurar, no solo ha ido desapareciendo sino que se ha radicalizado hasta el esperpento con el paso de los años, sin superar ni uno solo de los demonios guerracivilísticos que tanto han socavado la convivencia en la sociedad española. Si bien «sobre el papel» el sistema a nivel formal permite la diversidad política, ocurre sin embargo que a nivel cultural esta coexistencia está marcada por el enfrentamiento y la emotividad. No ha habido asimilación por parte de la sociedad, o lo que ocurre es que el propio sistema heredado de la Transición promueve estas actitudes: el debate no existe, empezando por el principal lugar donde debería que es el Congreso, lugar en el que sus protagonistas se limitan a decir lo que quiere oír su público sectorizado, su audiencia ideológica, sus electores. En lugar de debate, las legislaturas son campañas electorales de cuatro años. El punto de inflexión donde se evidenció el fracaso cultural de la Transición fueron tal vez las elecciones generales de 2004, de triste recuerdo por el trágico atentado del 11M.

En consecuencia, las posturas políticas que se generan son acordes a esta situación. La democracia a la que se le ha estado llamando así durante estas décadas, nos ha traído una cada vez mayor radicalización y enfrentamiento de las posturas, en lugar del acercamiento y el enriquecimiento mutuo. Los nacionalismos e independentismos han aumentado y radicalizado al ser alimentados por el sistema actual año tras año, cebándolos, sin convencerles lo más mínimo a pesar de que en teoría, si las cosas fueran como nos dicen que son, no deberían tener ya motivo alguno para continuar en sus posturas. Debido a esto, se han formado dos bandos que han ido escalando en su dogmatismo por igual, algo que viene también a evidenciar lo poco que se ha aprendido del más triste periodo anterior a la dictadura que le sucedió. Esos dos bandos, como se decía, se han configurado como los «constitucionalistas» y los «anticonstitucionalistas».

Los primeros defienden de manera absolutamente inamovible el sistema que paradójicamente, nos ha llevado a la actual situación. Los segundos señalan las carencias del mismo sistema que sin embargo, les permite manifestarse, sin ofrecer más alternativa que la escisión del mismo para repetir el mismo esquema autoritario. Cualquier intento de posicionarse fuera de estas dos posturas rígidas se enfrenta a enormes dificultades, teniendo como oponentes la mayor parte de medios de comunicación que están sometidos a uno u otro «bando».

Fallos del sistema

¿Es posible criticar a algo en España con normalidad? ¿Es posible hacerlo sin ser acusado o encasillado en alguna de las etiquetas ideológicas del momento? Ha quedado demostrado que no se puede convencer a nadie, si este previamente no lo desea, por justificados y razonables que sean los argumentos expuestos. Pero no es intención el convencer a nadie, sino buscar respuestas a las preguntas planteadas durante el artículo. De todas las cosas cuestionables que tiene nuestro sistema, los siguientes puntos destacan sobre el resto:
  • Sistema de representación político

    • Valor del voto por circunscripción: esta está basada en la provincia sin tener en cuenta las grandes desigualdades en densidad de población y su correspondencia con los escaños. Esto genera una diferencia de valor del voto de cada ciudadano en función de su residencia, a efectos del número de votos necesario para elegir un representante. Independientemente de cualquier otra consideración, nada más empezar nos encontramos ya en en el criterio básico por el cual se establece la representación ciudadana, en una desigualdad.  <Artículo 68 [acceso el 22/3/2019]>

    • Los siguientes tres puntos por separado son opciones que cada una de ellas pueden darse en un sistema democrático por unas razones u otras, pero las tres al mismo tiempo forman un conjunto que reducen la necesaria representatividad del sistema español a la anécdota:

      1. Listas cerradas y bloqueadas: los ciudadanos no eligen al representante, sino a una lista ya confeccionada y predefinida. Tampoco eligen el orden, ni pueden realizar modificación alguna sobre ella. Esta clara merma en la capacidad de decisión de los ciudadanos tiene todavía una mayor repercusión si se le añaden el resto de puntos.
      2. Reparto de escaños: se realiza asignándose a cada uno de los miembros de la lista siguiendo el orden establecido en ella, en función del número de votos que ha recibido la misma. Es decir, los escaños que recibe la lista son repartidos a cada uno de sus miembros, como si hubieran sido otorgados a cada uno de ellos. De esta manera el reparto favorece a los votos locales, ya que cuantos más votos reciba una lista en su circunscripción, más escaños recibirá.
        En un primer momento este «principio de localidad» parece tener sentido, pero deja de hacerlo si se consideran el resto de puntos enumerados, ya que el ciudadano no ha podido decidir nada sobre sus representantes ni tendrá mandato alguno sobre ellos.
        En resumen, el sistema de reparto de escaños se decide en función de un principio de representación local que en la práctica no existe. El hecho de que los ciudadanos acudan a las urnas y se enfrenten a un entramado de listas y nombres que sirve para poco pero que es el que va a decidir a la postre la representación parlamentaria, no es en ningún caso, deseable.
      3. Anulación del mandato imperativo y disciplina de partido: el mandato imperativo es una figura política que consiste en la obligación del representante de estar a disposición de sus representados. Esto significa que el representado conoce quién es su representante cuyo mandato legislativo está sujeto a anulación en cualquier momento —en base a algún mecanismo que lo posibilite, como recogida de firmas—. En España la Constitución prohíbe expresamente que los representantes estén sujetos a mandato alguno, algo que tampoco sería posible ya que no hay forma de relacionar a un representante con sus representados, ya que en ningún momento ha existido la posibilidad de ofrecerse a ser elegidos, ni manera de que los ciudadanos puedan hacerlo, como se ha visto. Por este motivo las campañas rara vez usan el atractivo de un político local, siendo en su lugar la imagen del candidato a presidente la usada en todo el ámbito de España. El argumento esgrimido es el de lograr que el representante sea independiente, pero la realidad impuesta por el primero de estos tres puntos, es que el diputado acaba sujeto a una férrea disciplina de partido <Artículo 67 [acceso 22/3/2019]>.
        La consecuencia de estos tres puntos es que la representatividad se pierde en gran medida, siendo las direcciones centrales de los partidos los que tienen verdadero control sobre las decisiones. A pesar de que el reparto de escaños se realiza en función de una supuesta característica de representatividad local, el resto de mecanismos obligan a que la política posterior en el Congreso se decida en función del total de escaños obtenidos en el conjunto de circunscripciones, perdiendo toda característica de teórica cercanía al ciudadano —a pesar de que la proporción de escaños proviene de esta premisa—. La disciplina impuesta por los partidos hace que salvo en contadas ocasiones —transfugismo— un representante no sea más que un robot, un autómata cuya única finalidad es apretar un botón, leer el periódico, o jugar al Candy Crush.
        Cuando el partido es por definición de ámbito local, su política posterior obedece a esta circunstancia —los independentistas solo se presentan en las circunscripciones de su autonomía y las tendencias de voto son distintas en función de si son elecciones generales o autonómicas—. Sin embargo, siendo el resto de funcionamiento el mismo —listas cerradas y bloqueadas y prohibición de mandato imperativo— esta «cercanía» política no implica ninguna mayor representatividad, sino la defensa por parte de unas cúpulas políticas locales de unos intereses distintos a las cúpulas que gobiernan en el resto del Estado, las cuales adolecen de la misma falta de representatividad. El independentismo es por tanto un fenómeno derivado del actual sistema, cuya actual fuerza es consecuencia de la misma causa que dicen repudiar.
        Como anécdota, si es que un tema tan serio merece alguna, son las explicaciones que en la propia Constitución se dan para justificar los caminos escogidos. Un texto que ha de representar la voluntad del pueblo no necesita de ninguna justificación.
  • Independencia de poderes

    A efectos prácticos esta es inexistente ya que como se ha visto, el poder legislativo está controlado por las direcciones de los partidos, los cuales eligen a un candidato como jefe del ejecutivo, en este caso del gobierno —por ser una monarquía—. Poca o nula capacidad de decisión han tenido los ciudadanos en esta situación, salvo los votos concedidos bajo las condiciones expuestas. Por añadidura, tras una reforma de 1985 <enlace a la fuente [acceso el 7/2/2019]> la poca independencia del poder judicial acaba por desaparecer —las reformas tras la Constitución son a peor, por lo visto— con lo que los tres poderes del Estado están sometidos al reparto que logren las direcciones de los partidos tras unas elecciones generales. Es ahí donde se decide todo durante los cuatro años siguientes.
  • Iniciativa Legislativa Popular

    No debería ser necesario señalar que en un sistema democrático la participación ciudadana es el principal requisito. Aunque las grandes poblaciones tengan que recurrir a un sistema representativo para llevar el gobierno del pueblo a efecto, en la medida sea posible no hay que olvidar los mecanismos de democracia directa. Uno de ellos es la llamada ILP —por sus siglas— mediante la cual la ciudadanía puede proponer a sus representantes una iniciativa legislativa. Es decir, que se apruebe o rechace una ley en el Congreso propuesta directamente por los ciudadanos.
    De nuevo, la Constitución Española recoge esta posibilidad ineludible en un sistema democrático, sin embargo; independientemente del número de firmas necesario ni de los mecanismos para ello; esta opción es en la práctica inútil, ya que los representantes pueden ignorarla sistemáticamente a pesar de ser una petición directa de sus representados. <enlace a  la Ley Orgánica 3/1984 [acceso 3(4/2019]>
    Para poder comparar la manera de llevar a cabo este sistema con otras opciones existentes funcionando desde hace décadas con resultados satisfactorios, Suiza es un país que mantiene su sistema federal con una gran presencia de democracia directa —uno de los probables motivos de su no pertenencia a la Unión Europea—: ante una ILP, los representantes si bien no están obligados a aceptarla, en caso de rechazo sí están obligados a presentar una alternativa y a someterla a referendum

Puntos débiles

Decir que en estos puntos anteriores no existe pasión en su exposición no sería cierto, porque las personas jamás podremos deshacernos de ella. Incluso el más ortodoxo de los científicos no deja de sentir cierto amor por su trabajo. Pero en este caso el esfuerzo ha consistido en ser lo más independientes posibles de dicha emoción. Sin embargo, no sería justo ignorar otros temas que provocan reacciones airadas entre la sociedad, no tanto por ellos mismos, sino por la dificultad para tener un verdadero debate, más allá de las tertulias televisivas cuyas posturas obedecen a un guión preestablecido. Mientras tanto, en nuestro país continúan la escalada en el separatismo, el déficit público, el paro —el doble que otros países del entorno inmediato— y sobre todo, los casos de corrupción, que han alcanzado tales cotas que salpican hasta la máxima institución del Estado:

Monarquía

Holanda, Bélgica, Dinamarca y Reino Unido son monarquías, por citar unos ejemplos. Lo llevan de manera aceptable, incluso en algunos casos se diría que son países ejemplares, como Dinamarca. Reino Unido se dice que es el único país que a través de reformas ha logrado un sistema representativo considerado modélico por algunos especialistas. Holanda es un país con una cultura social que respeta la diversidad y la libertad como señas propias. Y Bélgica hace lo que puede, dentro de las dificultades por las que atraviesa. La monarquía no es por tanto un problema en sí mismo, pero no cabe duda que es un instrumento caduco y obsoleto. Su adecuación a la democracia pasa por artificios cuyo objetivo final no es otro que mantener a los monarcas en su trono, con la mayor parte de sus privilegios. La cuestión es pues hacerlo de la manera más decorosa posible. No se trata ahora en este instante de «opinar» de manera favorable o lo contrario, pero lo que es necesario es reclamar la existencia de un verdadero debate sobre el tema, en el cual participen actores cuyos intereses tengan lo menos que ver con la institución, sea a favor o en contra, y en el cual se pongan sobre el tapete todos los pros y contras de las diferentes opciones de la forma de Estado, y sobre todo, qué quiere la sociedad española, qué caminos ha de emprender y cuál podría ser su coste en todos los aspectos.

Indultos

Este es otro de los casos en que si bien una figura como el indulto por parte de la jefatura del estado es admisible, no lo es tanto si no existen junto a ella ciertas condiciones. En cualquier otro país avanzado, los indultos tienen mecanismos que en comparación con el caso de España se aparecen como mucho más válidos. Difícilmente un presidente de gobierno que ha sido permitido por el rey le va a poner pegas. Tanto o más difícil lo va a hacer un congreso cuyos diputados ocupan unos asientos gracias a apoyar al actual jefe del gobierno. En definitiva, la inexistencia de una separación de poderes efectiva en la práctica, hace que el indulto en España sea poco más que alzar o bajar el pulgar, al más puro estilo del César de Roma.

Decretos

La prueba más aplastante de la inexistencia de debate social y político, es la cantidad de decretos promulgados gracias a la mayoría que un único partido y sus socios, poseen en el parlamento. Y el panorama no parece remitir en absoluto. Toda la decisión, como se viene explicando, ha partido de una cúpula la cual transmite como un rodillo, aplastando a quien pilla por debajo. El resto de millones de personas que se supone deberían estar representadas por el resto de ocupantes del parlamento, no tienen la más mínima oportunidad de hacer nada al respecto, salvo el pataleo o las tertulias de barra de bar.

Financiación de los partidos

Por más supuesta apertura que se ofrezca a los ciudadanos, si estos no tienen ninguna posibilidad por falta de medios, no sirve para nada. Los más veteranos recordamos lo que entonces se llamó «sopa de letras», por el maremágnum de siglas e iniciales en el que se convertían las primeras convocatorias electorales. La cantidad de pequeños partidos, cada cuál más anecdótico e incluso estrambótico, ofrecían un espectáculo algo patético. Es necesario un filtro. En otros países se solucionan con circunscripciones uninominales a doble vuelta, en el que los candidatos son personas, y que las propuestas más débiles caen en la primea vuelta. En España es el respaldo financiero, de manera que sólo las opciones que de entrada tienen más capacidad, llegan a obtener representación parlamentaria.  Con el agravante que a continuación, es el propio Estado el que asigna un presupuesto electoral a la formación, en función de su respaldo en número de votos y gracias al cual te llenan el buzón de propaganda electoral. Esta es la manera en que que en España se hacen las cosas: matando moscas a cañonazos. De esta manera se crea un circulo vicioso donde los partidos tienen como objetivo vivir a costa de unos presupuestos estatales, logrando como sea apoyos electorales. El resto de opciones que quieren cambiar algo o proponer cosas nuevas, parten de entrada con enormes dificultades. Lo que en un principio era un filtro necesario, se convierte luego en una clara desigualdad injusta y poco democrática, que favorece especialmente a los más poderosos, consolidando la llamada «dictadura de la mayoría» que a base de decretos y de una ausencia de controles de poder independientes, hace lo que quiere, como quiere y cuando quiere. En definitiva, en España nuestra democracia todavía va en 600.

miércoles, 6 de marzo de 2019

Tiempos pasados

miércoles, 6 de marzo de 2019

¿Se vivía mejor antes? Hay un dicho popular que parece expresar la nostalgia que algunas personas tienen de su niñez, de tiempos en los que sencillamente eran más jóvenes y disfrutaban la vida de otra manera. Tiempos en los que sienten que se vivía más intensamente, en los que las justificaciones eran más comprensibles. Sin embargo, los avances posteriores en tecnología, en medicina y otros ámbitos, se comienzan a disfrutar y nadie desea renunciar a ellos.
En el siglo XIX había más tiempo para hablar, para pasear, para las relaciones humanas. [..] uno echa de menos lo bueno que se va perdiendo.
En algún lugar de nuestro interior sentimos que se podría haber hecho mejor. Notamos que se han sacrificado algunas cosas que han sido sustituidas por otras, puede que mejores, puede que más prácticas, pero ¿en qué aspectos? ¿para quién? ¿quién las disfruta? ¿quién lo ha decidido? ¿a quién beneficia? Algunas de ellas puede que no hiciera ninguna falta ser cambiadas. El mundo actual es el resultado de un fluir de acontecimientos que se suceden, unos tras otros como las piezas de dominó que van cayendo de manera inexorable, rendidos ante las leyes de la realidad que se nos aboca. O más bien como esa mariposa que aletea sus alas y produce una cascada de acontecimientos imprevisibles en otra parte del planeta. Aunque siempre hay quien que bate sus alas más rápido o que las tiene más grandes, claro.

Progresa adecuadamente

El progreso entendido como un cambio debido al devenir de los acontecimientos, es inevitable. Aunque normalmente se le otorgan connotaciones positivas, realmente no lleva implícito hacia donde se dirige. Es decir, las cosas simplemente cambian hacia algún lado obligadas por las leyes de la física y la termodinámica. Si nadie hace nada, todo acaba desordenado, sucio o descompuesto, tarde o temprano. El único límite a este proceso sería nuestra firme voluntad de mantener todo en orden. Otra forma de verlo es si se compara con una bola de nieve que aumenta su tamaño a medida que cae por la pendiente. Es más grande, gira más rápido, pero ¿es mejor? El final de la bola de nieve va a ser siempre el mismo, o peor cuanto más grande se haga.
«la edad dorada de nuestro periplo evolutivo coincide con la aparición del hombre de Cromagnon, que somos nosotros, pero en estado de cazadores salvajes y libres [..] vivían en total armonía con la naturaleza, como cualquier otra especie animal. Pero lo más fascinante de ellos es que no eran animales, sino seres humanos con una mente prodigiosa [..] hacer poesías maravillosas, contar cuentos bellísimos y componer músicas y canciones llenas de ritmo y sentimientos. El hombre de Cromagnon protagonizó una explosión de arte y creatividad que ha quedado plasmada, por ejemplo, en la cueva de Altamira. En una ocasión, Picasso dijo que el trabajo artístico de Altamira jamás ha sido superado. Yo comparto su opinión. Los cromañones, en definitiva, me apasionan porque habitaron el lugar que biológicamente nos corresponde y, al mismo tiempo, fueron capaces de producir mundos de ficción»
Juan Luis Arsuaga
El progreso es el cambio inevitable que el tiempo produce sobre las cosas. Nos hacemos viejos de manera inevitable, pero lo importante no es este «progreso», sino lo que aprendemos en el tiempo en el que nos ocurre. Hacerse sabio, aspecto que tristemente cada vez coincide menos con el de vejez. En la antigüedad eran los ancianos los que con su experiencia acumulada servían esa imprescindible ayuda que en algún momento todos necesitamos. Hoy en día el «progreso» nos ha traído a Google, una herramienta de incalculable valor para ciertas tareas, pero no tanto como para adquirir sabiduría si no se usa como debe, algo que sólo una persona cuya experiencia la ha adquirido fuera de este recurso, la posee.

¿Qué ocurre pues con los avances? ¿Qué se aprende de ellos? Al parecer poco. Por ejemplo, en occidente siguen vigentes ciertos vicios que desde tiempos de Roma continúan. A pesar de que todo el mundo conoce cómo acabo el antiguo Imperio Romano, nadie desea recordar otra cosa que no sean sus tiempos de esplendor ignorando lo que les llevó a su caída y a sumir a Europa en siglos de oscuridad. Hoy en día los pocos países «productores» —en el sentido de tener una industria innovadora y a la vanguardia— son en su mayoría precisamente los alejados de la cultura del antiguo imperio del Mediterráneo: EEUU en América y Alemania en Europa, por ejemplo. Sin embargo, aunque estos países son actualmente poderosos en términos económicos o militares, no lo son en cuando a desarrollo humano. Tampoco los países del Mediterráneo, en este punto serían los países nórdicos los líderes.

Es decir, el progreso tecnológico no tiene por qué coincidir en un primer momento con un desarrollo social, menos todavía en cuanto a ética o lo que quiera pueda definirse como «valores humanos». El poder, independientemente de cómo sea logrado este, va a llevar a las personas a un estado para el cual se carece de mecanismos naturales de autocontrol, por lo que la probabilidad de que dicho poder sea usado para aumentar su dominio pasando por encima del mismo derecho del resto, es elevada. El resultado es que los avances tecnológicos generan un desarrollo descontrolado que no es asimilado por la sociedad de una manera adecuada a nuestra condición humana. De hecho, el Siglo XX es simultáneamente la época que mayores avances nos han brindado y la de mayor prosperidad que ha conocido nuestra especie, junto con las más sangrientas guerras en las que han sido aniquiladas la mayor cantidad de población civil inocente de la Historia.

¿Realmente estamos aprendiendo algo? ¿Para esto es lo que sirven los avances? Unas mejoras en medicina cuyos logros prolongando la vida desembocan en que la gente la desperdicie con problemas de obesidad y lo que ello conlleva: diabetes y cardiopatías. Unos avances en comunicaciones que logran volvernos antisociales, dogmáticos, paranoicos, sectarios, ignorantes y manipulables. Unas mejoras en el acceso a la información que sin embargo no evitan que la gente sea tan torpe y estúpida como para no distinguir una noticia falsa de otra real. Descubrimientos en el tratamiento del cáncer que ayudan a tratar los casos de esta enfermedad causados en una gran parte por consumo de tabaco, vida sedentaria, alimentación inadecuada y malos hábitos en general consecuencia en definitiva por el modo de vida «moderno». Con el agravante de que estos vicios son incentivados por un sistema consumista que los promueve hasta su máxima explotación. Adonde nos lleva toda esta situación en definitiva, es que los avances tecnológicos, científicos, médicos, etc, simplemente «parchean» los mismos problemas que el propio progreso provoca, disimulando los efectos que el aumento de la estupidez lleva consigo. Mientras tanto, los intentos por señalar los problemas son reducidos en un «a favor o en contra» simplista que obligan a posicionarse de manera rígida, dificultando una salida de la situación.
«Existe un culto a la ignorancia en los Estados Unidos, y siempre ha existido. El empuje del anti-intelectualismo ha sido un constante debate que serpentea a través de nuestra vida política y cultural, alimentada por la falsa noción de que la democracia significa que "mi ignorancia es tan buena como tu conocimiento"»
Gracias al método científico los progresos en este ámbito son acumulativos, es decir, que nunca se retrocede. Pero en el ámbito educativo, ético o moral, todas las referencias que hasta ahora servían de guía han dejado de tener efecto. La carencia de una brújula ética o de una regla moral básica provocan que la especie humana vaya dando tumbos abandonándose a cualquier vicio o adicción, sin que nadie sepa establecer límites sin ser tachado de «moralista» —e incluso fascista en ocasiones—. En España en concreto se ha llegado a un punto en el que mostrar una postura sólida y rigurosa en sus argumentos se confunde con el intento de «imponer» la misma. Un relativismo abrumador y desorientador característico de la mayoría de los políticos.
«el progreso ha llegado para quedarse, pero al mismo tiempo estamos viviendo una etapa de confusión, de miedos, de prejuicios, de estereotipos, de juicio rápido, de desinformación y de ignorancia»
Finalmente, la evidencia se muestra tan aplastante que no existe más remedio que comenzar a tomar soluciones a problemas ocasionados por llevar el progreso demasiado lejos, demasiado rápido, sin meditar, sin asimilar, movidos por el ansia de beneficio fácil, sin importar a qué o a quién perjudique. El ejemplo más claro y de actualidad comenzó con la dependencia de los combustibles fósiles, alargada de manera artificiosa por los intereses derivados de una economía basada en el consumo de petróleo. A nadie le importaba hacia donde llevaba esta situación a pesar del grave incremento de la polución en centros urbanos, ni a pesar del descubrimiento posterior de la aportación al efecto invernadero, ni tampoco por el apoyo a dictaduras de medio oriente por parte de gobiernos y corporaciones occidentales. Así mismo, tampoco se daba apenas un paso en investigar otros tipos de locomoción hasta que ha tenido que venir alguien como Elon Musk y desarrollar un vehículo eléctrico, no porque fuera rentable entonces —sólo lo ha logrado Tesla para modelos de alta gama— sino porque era necesario que alguien lo hiciese. No ha sido la ciencia la que ha traído la solución, sino la voluntad de algunos emprendedores.

Pero lo peor es que el actual desarrollo del automóvil eléctrico no puede presentarse como una solución a los problemas ocasionados por los combustibles fósiles, ya que a corto plazo no es posible dotar a un porcentaje significativo del parque automovilístico de estaciones de suministro, ni mucho menos de abastecer a estas de la energía necesaria para su utilización; salvo que de nuevo se recurra a centrales clásicas de carbón o gas, con lo que el problema se agravaría. La situación es de tal gravedad que se comienza a plantear el regreso a la energía nuclear como la única solución viable antes de que sea irreversible el daño. Mientras tanto asistimos al absurdo del anuncio de Alemania de dejar la energía nuclear en el 2022, a pesar de los problemas energéticos que supone para el país y ecológicos en general, al volver a los recursos clásicos contaminantes de gas o carbón, empujados por la presión de las movilizaciones que ignoran el problema de fondo. La escusa fue el desastre de Fukushima en Japón, un accidente climatológico que evidenció las obsoletas instalaciones, no el recurso energético en sí como problema. Por ello, en dicho país asiático no solo no renuncian a este, sino que aumentará la dependencia de las nucleares. Mientras tanto, todavía esperamos al mítico reactor de fusión que lleva décadas viniendo, pero no acaba de llegar.
«hasta que estuvo en la mano del hombre la posibilidad de destruir la vida entera del planeta, los argumentos anti-progresistas [..] carecían de fundamento serio y parecían no más que los usuales presagios agoreros que han acompañado siempre al progreso de la humanidad [..] Hasta hace poco, insistimos, la dimensión moral y artística del progreso podía, sí, ponerse en tela de juicio, puesto que en ese terreno los ciclos de esplendor y decadencia, de puritanismo e inmoralidad, parecen sucederse alternativamente, sin presentar una continuidad progresiva. En cambio, la índole acumulativa y progresiva del lado científico y técnico parecía indiscutible. Sin embargo, justo en el momento de su máximo progreso ocurre que esta cultura científica, aparentemente todopoderosa continúa siendo manejada por un ser humano moralmente frágil, sujeto a regresiones y anomalías afectivas que lo pueden poner en el trance de hacer un uso irracional de la fuerza aniquiladora que su «neocortex» es capaz de desatar. Ahora bien, si esto ocurre, se provocaría el colapso de toda la civilización y, con él, la regresión inexorable de los supervivientes a niveles mentales tan rudimentarios como los de los primitivos»
José Luis Pinillos, La Mente Humana (1969), pág. 42.
El inevitable y acumulativo progreso nos ha traido unos dispositivos móviles tanto más potentes como más fáciles de usar, pero la capacidad de las personas que los manejan es la misma de siempre. Aunque las técnicas de mercadotecnia nos intenten hacer creer que somos mejores por llevar tal o cual marca o modelo, la realidad es otra. A nadie parece importarle de dónde se obtienen los recursos para su fabricación, cómo se sostiene la infraestructura de comunicaciones necesaria o qué, quién y para qué se manejan sin nuestro conocimiento todos los datos que obtienen de nosotros. La humanidad se parece cada vez más a esa bola de nieve, más y más grande, que gira alocadamente cada vez más rápido.