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lunes, 29 de septiembre de 2025

El Emperador Invisible

lunes, 29 de septiembre de 2025
Cómo Roma y el Papado explican el poder del siglo XXI


Vivimos en un mundo que se nos presenta como una red de naciones soberanas que compiten y colaboran en un mercado global. Creemos en la ficción de que nuestros gobiernos nacionales son los actores principales en el escenario de nuestro destino. Sin embargo, una sensación persistente de impotencia nos invade. Sentimos que las decisiones cruciales que afectan nuestras vidas —nuestros trabajos, nuestra cultura, nuestro futuro— se toman en otro lugar, por fuerzas que no hemos elegido y a las que no podemos pedir cuentas.

Como ya se exploró en La Sombra del Faraón, las raíces de esta tiranía meritocrática moderna se hunden profundamente en la confluencia de la Reforma, el capitalismo y la expansión anglosajona, dotando al poder económico de una legitimidad de apariencia casi sagrada. Michael J. Sandel en La tiranía del mérito, señala cómo el propio relato meritocrático se origina en gran parte con la escisión protestante: al sustituir la mediación de la Iglesia católica por una ética del llamado individual, las sociedades anglosajonas incubaron el sustrato cultural que hoy sostiene el neoliberalismo. 

Además, Sandel advierte que la narrativa meritocrática no sólo falla en su promesa de justicia, sino que crea una élite prepotente y una clase baja humillada, legitimando así la desigualdad. Ahora, en el siglo XXI, ese legado ha evolucionado hacia una forma aún más sofisticada y elusiva: el poder del «Emperador Invisible».

Esta situación se aclara si actualizamos nuestro mapa histórico. Para entender la naturaleza del poder hoy, debemos mirar más allá del siglo XX y reconocer la silueta de una estructura mucho más antigua. El poder global actual no es una red descentralizada; es un imperio híbrido que ha fusionado, de una manera innovadora y casi invisible, los dos grandes modelos de poder de Occidente: la potestas del Emperador Romano y la autoritas del Papado. Y su capital, su «Nueva Roma», son los Estados Unidos.

I. El Emperador: la potestas de las legiones invisibles

El rol imperial de Estados Unidos no se ejerce principalmente a través de la conquista militar. Aunque su ejército siga siendo la fuerza dominante del planeta, su papel queda restringido a «eliminar» las trabas políticas que puedan complicar la asimilación posterior del territorio. La innovación de este nuevo imperio ha consistido en sustituir las legiones de hierro por legiones económicas y tecnológicas de una eficacia aún mayor.

Esta potestas se manifiesta a través de sus principales herramientas estratégicas:

  • El dólar como estandarte: desde el fin del patrón oro, el control de la moneda de reserva mundial le otorga una potestas financiera sin precedentes, la capacidad de financiar sus déficits y de sancionar a sus enemigos con una eficacia devastadora.
  • El control de las rutas comerciales: no solo las marítimas (en las que China es cada vez más relevante), sino las digitales. Las grandes plataformas tecnológicas (Google, Meta, Amazon, Microsoft), nacidas y protegidas en su seno, controlan las autopistas de la información y el comercio por las que transita el mundo.
  • Las instituciones como guarniciones: organismos como el FMI o el Banco Mundial actúan a menudo como las guarniciones del imperio, imponiendo una ortodoxia económica que beneficia al centro imperial a cambio de «ayuda» y estabilidad.

Sin embargo, la verdadera fuerza coercitiva se ejerce a través de mecanismos más profundos y estructurales que someten a los países a un dominio del que es casi imposible escapar:

  • La potestas financiera: es la capacidad de desestabilizar una economía con un simple clic. La amenaza de una degradación de la calificación crediticia por parte de las agencias (ubicadas en su mayoría en el centro imperial) puede encarecer la deuda de un país hasta hacerlo quebrar. Los flujos de inversión, controlados por sus grandes fondos, actúan como el pulgar de un césar: pueden dar vida a una economía o condenarla a la asfixia.
  • La potestas de la dependencia tecnológica: no se trata tanto de una «sanción tecnológica» directa, que como se ha visto en Europa puede ser contestada en el terreno legal. Es algo mucho más fundamental. Las grandes corporaciones del imperio no solo invierten; construyen los ecosistemas digitales (sistemas operativos, redes sociales, servicios en la nube, infraestructuras de comercio electrónico) de los que el resto del mundo se ha vuelto dependiente y cuyos datos son manejados desde el centro imperial. Salir de estos ecosistemas ya no es una opción viable sin arriesgarse al aislamiento y al colapso funcional. La soberanía digital es, en gran medida, una ilusión.
  • La potestas sobre la soberanía local: se crea una dependencia que, aunque pueda parecer mutua, es profundamente asimétrica. Los gobiernos locales, para atraer y mantener las inversiones que garantizan el empleo y la prosperidad (y por tanto, su propia supervivencia política), se ven obligados a competir entre sí ofreciendo ventajas fiscales y regulatorias. En la práctica, subordinan su soberanía a las necesidades del capital transnacional, cuya lealtad última reside igualmente en el centro del imperio. El poder real no lo tiene el político que corta la cinta de una nueva fábrica, sino la entidad anónima que puede decidir, en cualquier momento, llevársela a otro lugar.

II. El Papado: la autoritas del relato universal

Pero la fuerza bruta, como ya sabían los faraones, no es suficiente. El poder, para ser estable, necesita legitimidad. Y aquí es donde el imperio ejerce su segundo rol, el del Papado: el monopolizador del relato universal.

El Vaticano exportaba un relato de salvación metafísica. La Nueva Roma exporta un relato de salvación terrenal, cuyo núcleo no son valores en sí reprochables —libre mercado, democracia liberal, derechos individuales—, sino la forma en que se los absolutiza y convierte en un evangelio incuestionable, útil para legitimar su propio poder:

  • El libre mercado: presentado como el único sistema natural y eficiente para generar prosperidad.
  • La democracia liberal: presentada como la única forma legítima de gobierno.
  • Los derechos individuales: presentados como el valor supremo de la organización social, pero ignorando a los del colectivo.

Este relato es increíblemente poderoso. Otorga al imperio la autoridad moral para juzgar al resto del mundo, para «excomulgar» a las naciones que no siguen sus dogmas (los «estados canalla») —mientras tolera a los que les son útiles («nuestros "hijos de puta"»)— y para bendecir a sus propios misioneros: los CEOs de las grandes corporaciones actúan como los «obispos» de esta nueva fe, expandiendo el evangelio del mercado por todo el planeta. 

Pero el rasgo más estremecedor de todos es la monopolización de ambos relatos: el de la potestas y el de la autoritas, un poder que no requiere permiso para dictar su moral, algo que, salvo la propia Inquisición, pocas instituciones han detentado.

III. La gran hipocresía: «mercado libre» para las provincias, proteccionismo para «Roma»

Y aquí llegamos al núcleo de la genialidad y la perversión del sistema. El dogma del «libre mercado» que el Papado imperial predica con fervor solo se aplica de verdad fuera de sus murallas.

En la Periferia (el resto del mundo), el «libre mercado» es un arma para «puentear» a los gobiernos locales. Se utiliza para forzar la apertura de sus economías, desmantelar sus protecciones y permitir que los «obispos» corporativos operen con ventaja sobre las empresas locales. Cualquier intento de un «monarca medieval» (un presidente o primer ministro europeo, asiático o latinoamericano) de proteger su industria o a sus trabajadores es inmediatamente condenado como un acto de herejía proteccionista.

En el Centro del Imperio (Estados Unidos), sin embargo, la realidad es la opuesta: las grandes corporaciones no serían nada sin el «marco seguro» que les proporciona su connivencia con el poder político. El gobierno estadounidense utiliza su potestas para darles ventajas competitivas, rescatarlas si caen, proteger su propiedad intelectual y usar su poder diplomático para abrirles mercados.

El «libre mercado» no es un principio; es una tecnología de poder imperial. Se impone a los demás para debilitar su soberanía, mientras que en casa se practica una estrecha alianza entre el poder político y el económico. 

IV. Los reyes vasallos y la confusión de la resistencia

Esto coloca a los líderes de los países periféricos en la posición de los antiguos reyes medievales. Tienen autoridad política en su feudo, pero saben que su prosperidad económica —y, por tanto, su capacidad para mantenerse en el poder— depende de no enfadar al Emperador Papal y de dar la bienvenida a sus «obispos» corporativos.

Esta situación genera la confusión que puede observarse en lugares como España: la izquierda local, a menudo usando un mapa ideológico obsoleto, ataca a un campeón nacional como Mercadona, sin darse cuenta de que el verdadero poder hegemónico reside en una estructura transoceánica que opera bajo un relato que su propio modelo de crítica posmodernista, inconsciente y negligentemente, ha contribuido a fortalecer.

El mapa, por tanto, queda mucho más claro. No vivimos en un mundo de iguales, sino en un imperio invisible, gobernado por una entidad de dos cabezas —una potestas económica y la autoritas de un relato de libertad, conceptos cuya apariencia de positividad obstaculizan una respuesta efectiva—. Este imperio ha perfeccionado el arte de la dominación, sustituyendo la conquista por la convicción y la fuerza bruta por la seducción de un relato que nos convence de que somos libres en la jaula más sofisticada jamás construida.

En definitiva, este fenómeno geopolítico no se sostiene por un «dominio colectivo» explícito como los totalitarismos de antaño. Se sostiene porque ha logrado inocular una ideología de atomización individual a escala masiva. El filósofo surcoreano-alemán Byung-Chul Han ha descrito en La sociedad del cansancio cómo la lógica neoliberal transforma la coerción externa en autoexigencia voluntaria: la forma más eficaz de gobernar un bosque no es poner un guardia en cada árbol, sino convencer a cada árbol de que su única misión en la vida es crecer más alto que el de al lado, sin importarle si el bosque entero se está secando. 

El logro del dogma neoliberal es hacer creer que se compite por la luz, ignorando el suelo que alimenta las raíces de todos.

lunes, 22 de septiembre de 2025

El laberinto de la izquierda derrotada

lunes, 22 de septiembre de 2025
Cómo usar la crítica al poder para ocultar la inoperancia
Mucho ruido pero poco acuerdo

Prólogo: ruido de sables sin filo

Vivimos en una era paradójica. Por un lado, una estructura de poder económico global, el capitalismo tardío, se erige triunfante y aparentemente incuestionable en su lógica. Por otro, nunca antes había existido una crítica tan omnipresente, tan aguda y tan extendida a sus efectos culturales, sociales y morales. Nuestras redes y debates hierven con la deconstrucción de sus injusticias, la denuncia de sus privilegios y el análisis de sus mecanismos de opresión.

Y, sin embargo, el trono permanece intacto. La crítica, por muy certera que sea, parece rebotar contra los muros del sistema sin hacer mella. La izquierda, heredera histórica de la aspiración a un mundo más justo, se encuentra en una situación extraña: es omnipresente en el discurso cultural, pero a menudo impotente en la arena política. Habla mucho, pero propone poco. Grita con furia para destruir, pero se oculta en el agujero cuando hay que construir.

Para entender esta parálisis, debemos retroceder al momento en que la izquierda perdió su mapa y, en su desorientación, decidió que era más seguro criticar las paredes del laberinto que buscar una salida.

I. El derrumbe del templo

El siglo XX fue, en esencia, una guerra de relatos. Dos grandes teologías seculares, el capitalismo liberal y el comunismo marxista, se enfrentaron por el alma del mundo. Ambas ofrecían una «teoría del todo»: una explicación de la historia, un diagnóstico de los problemas y, lo más importante, la promesa de una salvación futura, ya fuera el paraíso del consumidor o el del proletariado. Un «fin de la historia» que ha resultado ser el inicio de una distopía interminable.

Con la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, uno de esos templos se derrumbó de forma espectacular. La izquierda se encontró de repente huérfana de su relato principal. Su mapa de la historia parecía obsoleto, su brújula moral, desmagnetizada, y su tierra prometida, desacreditada. Se produjo un vacío inmenso, una derrota no solo política, sino existencial ¿Cómo seguir luchando cuando la propia fe se ha desvanecido?

II. El refugio del filósofo

Es en este desierto ideológico donde el pensamiento de filósofos como Michel Foucault (El orden del discurso, 1970) se convirtió en un oasis. Su análisis del poder, de una lucidez premonitoria, ofreció a una izquierda derrotada un nuevo arsenal, no para construir una alternativa, sino para llevar a cabo la deconstrucción perfecta del vencedor.

El marco foucaultiano era un refugio ideal por varias razones. Primero, permitía deslegitimar el triunfo del capitalismo sin tener que enfrentarlo en el terreno de la eficacia económica. Según este nuevo paradigma filosófico, el capitalismo no habría ganado por ser «mejor», sino porque había impuesto su relato, su «régimen de verdad». La lucidez del ensayo de Foucault permitió analizar la victoria del capitalismo no como una demostración de su idoneidad, sino como el resultado de unas fuerzas que imponían su realidad. Hasta aquí las personas que hayan tenido la amabilidad de llegar leyendo podrían estar de acuerdo, sino fuera por el segundo motivo por el que el discurso foucaultiano fue utilizado: inmunizar a las ideologías vencidas de la necesidad de hacer autocrítica. No cabía admitir que habían fracasado por sus contradicciones internas o su inviabilidad, sino porque habían sido aplastadas en un juego de poder.

La crítica del poder se convirtió en un fin en sí misma. Era un lugar seguro, un púlpito desde el que se podía mantener una superioridad moral e intelectual sin la incómoda obligación de proponer un modelo funcional que pudiera ser, a su vez, criticado. Mucho menos sometido a la propia autocritica.

III. La no-victoria del relativismo

Esta filosofía, al popularizarse, degeneró en el ethos que define nuestra era: la atomización de la oposición. Si la verdad no es más que el relato del poder, entonces todos podemos reclamar «nuestra verdad» con la misma legitimidad —o ausencia de ella—. Si el relato de la victoriosa democracia liberal tras la caída del muro de Berlín, es usado para justificar una multiplicidad de relatos en pugna contra una «verdad» impuesta desde el «discurso único» del poder económico, la búsqueda de la verdad deja de tener valor y el acto supremo de rebelión ya no es unirse bajo una bandera común para cambiar el mundo, sino crear y defender la propia identidad, un combinado propio cuyo único parámetro objetivo de validez, es el del poder que hay detrás para difundirlo.

De la «deconstrucción del poder» se pasó a la «guerrilla por la justicia social», fragmentada en una infinita «guerra de bandos» identitarios, algunos contradictorios entre sí —como el del feminismo hegemónico, que olvida minorías que no entran en el espectro occidental que a su vez, critican—. La energía que antes se dirigía a construir un proyecto colectivo se redirigió hacia la defensa de micro-relatos tribales y a la purga de la herejía interna. La izquierda se convirtió en un bullir de burbujas ideológicas, cada una convencida de su pureza moral y a menudo más beligerante con sus vecinas que con el fuego que las hacía hervir.

Y para las élites económicas del mundo neoliberal, no hay espectáculo más tranquilizador. Un poder hegemónico no tiene nada que temer de una oposición narcisista, fragmentada y más preocupada por vigilar sus propias fronteras ideológicas que por construir puentes para asaltar la fortaleza.

Epílogo: la tarea de la reconstrucción

La tragedia de la izquierda vencida no es su derrota, sino su enamoramiento del laberinto al que esa derrota la condujo. Al abrazar la crítica como un refugio y el relativismo como un dogma, ha renunciado a su vocación histórica: la de ser una fuerza de construcción.

El desafío de nuestra generación es inmenso. Requiere abandonar el confort cínico de la deconstrucción y atreverse a hacer la pregunta más difícil: «¿Qué construimos ahora?». Exige dejar de preparar cada uno su propio combinado, para empezar a compartir ingredientes y recetas.

La única forma de desafiar a un relato hegemónico no es con un millón de réplicas individuales que chillan desde su propio balcón, sino con la articulación de un nuevo relato común. Un relato que no sea un dogma cerrado, sino un marco funcional, abierto, autocrítico y anclado en las necesidades materiales y biológicas del ser humano. El primer paso para salir del laberinto no es analizar sus muros con más detalle. Es empezar a dibujar, juntos, un mapa hacia el exterior.


lunes, 15 de septiembre de 2025

La sombra del Faraón

lunes, 15 de septiembre de 2025

De los dioses del Nilo a los ídolos del mercado

Prólogo: la jaula invisible

Creemos vivir en una era de una libertad sin precedentes. Hemos derribado a los tiranos, decapitado a los reyes y encerrado a los dioses en los museos de la historia. Ya no nos arrodillamos ante el Faraón, cuya voluntad era ley porque su sangre era divina. Nos consideramos individuos soberanos, dueños de nuestro destino, en un mundo regido por la razón y los derechos.

Y, sin embargo, una inquietud nos recorre. Sentimos el peso de fuerzas que no controlamos, de decisiones tomadas en lugares que no podemos señalar en un mapa. Obedecemos a lógicas que nos empujan a competir, a consumir y a definir nuestro valor en términos de éxito material, como si siguiéramos un catecismo no escrito. Nos sentimos libres, pero a menudo nos descubrimos caminando por pasillos invisibles, tomando decisiones que no sentimos del todo nuestras.

¿Es posible que no hayamos escapado de la tiranía, sino que simplemente hayamos cambiado de tirano? ¿Es posible que la naturaleza del poder no haya cambiado, sino que tan solo haya perfeccionado su disfraz? Para entender la jaula invisible del presente, debemos primero recordar que las cadenas del pasado eran tiránicas, pero no escondían su naturaleza explícita.

I. El poder desnudo: el Faraón y su dios

En el mundo antiguo, el poder era visible, tangible y explícito en su arbitrariedad. El Faraón de Egipto es el arquetipo perfecto. Su capacidad para imponerse, su potestas, era absoluta: comandaba los ejércitos, construía pirámides y su palabra era ley de vida o muerte. Nadie lo dudaba. Pero su poder no se sostenía únicamente en la fuerza de sus lanzas.

Se sostenía en una justificación, en un relato que todo el mundo entendía: él era un dios en la Tierra. Su poder coercitivo y su legitimidad moral eran una y la misma cosa, fusionadas en su cuerpo divino. El pacto era claro: el pueblo ofrecía su obediencia total y, a cambio, el Faraón garantizaba el orden del cosmos, la crecida del Nilo y la protección contra el caos. Era una tiranía, sí, pero una en la que el responsable era visible y se sometía a sus propias creencias al asumir un papel, creyera en él o no. La jerarquía era un reflejo del orden divino, y el poder se ejercía desde la cima de una pirámide que todos podían ver.

Durante milenios, con diferentes variaciones, este fue el modelo. Reyes, emperadores y césares basaban su derecho a gobernar en una conexión privilegiada con lo sagrado. Su poder era arbitrario, sí, pero su justificación, el relato que les daba autoridad, también lo era, y nadie pretendía lo contrario.

II. La nueva magia: la aparición de los ídolos invisibles

Entonces llegó la Ilustración. Una formidable rebelión de la mente humana que se atrevió a decir «no». No al derecho divino de los reyes. No al dogma incuestionable de la Iglesia. Armados con la razón, los pensadores ilustrados declararon que la legitimidad del poder ya no podía venir de un Dios metafísico, sino del consentimiento de los gobernados.

Para derribar a los viejos dioses, crearon un nuevo panteón de entidades etéreas: la Libertad, la Igualdad, los Derechos del Hombre. Eran ideas poderosas, herramientas revolucionarias que demolieron el viejo orden. Pero toda revolución corre el riesgo de ser instrumentalizada. Mientras la potestas política de los reyes se desmoronaba, una nueva potestas, mucho más silenciosa y difusa, estaba acumulando una fuerza sin precedentes: el poder azaroso de la economía.

La Revolución Industrial y el auge del capitalismo no crearon una élite basada en la sangre o en la teología, sino en el capital. Esta nueva clase de poder, la burguesía, se encontró con un problema: no tenía dioses ni linajes para justificar su dominio. ¿Cómo podía una élite, cuyo poder era tan arbitrario como el de cualquier faraón —basado en la fortuna, la herencia y la explotación—, legitimarse en una era que supuestamente adoraba la Razón y la Igualdad?

No se trata de una cadena causal única, sino de corrientes históricas que, al confluir, han dado forma a un mismo imaginario de poder, llegando a una de las maniobras ideológicas más brillantes de la historia. Decidieron no inventar un nuevo dios visible, sino aprovechar que los ideales de la Ilustración coexistían con los antiguos dioses en ese mismo mundo ideal platónico, para apropiarse de ellos. Para ello, les vaciaron de su contenido original y los rellenaron con un nuevo evangelio secular.

III. El nuevo templo: cómo el mercado se convirtió en iglesia

El terreno para este nuevo evangelio ya había sido arado y sembrado un siglo antes, con la escisión de la Iglesia Católica. La Reforma Protestante, en su rebelión contra la autoritas de Roma, no solo fracturó la cristiandad; reconfiguró el alma de Occidente y le dio al capitalismo su teología. 

En el relato luterano y, sobre todo, calvinista, la relación con Dios se volvió personal, y la prueba de la fe se trasladó del monasterio al mundo. El trabajo dejó de ser una simple necesidad para convertirse en una vocación sagrada. El esfuerzo no era solo algo noble; era una forma de oración, un sacrificio terrenal para ganar el cielo. El éxito económico, la prosperidad material, dejó de ser sospechoso de avaricia para convertirse en la recompensa visible de la gracia divina, una señal de que uno pertenecía al grupo de los elegidos. Como ya intuyeron Weber o Russell, la confluencia de Reforma, capitalismo y misión imperial anglosajona acabaría dando al poder económico una legitimidad de apariencia casi sagrada.

Esta fue la mutación decisiva. Se creó un relato que sacralizaba las mismas virtudes que la nueva potestas económica necesitaba: la disciplina, la acumulación y la autoexigencia. Ya no se necesitaba a la Iglesia para obtener el perdón; el éxito en el mercado era la nueva absolución. Así nació el relato que aún hoy gobierna nuestras vidas. Es una teología secular que ha convertido los conceptos liberadores de la Ilustración en los mandamientos de una nueva religión:

  • La Libertad dejó de ser la libertad política de participar en el gobierno y se convirtió en la libertad de mercado: la libertad de comprar, vender y competir.
  • La Felicidad Individual dejó de ser un complejo estado filosófico y se transformó en la capacidad de consumo. Eres más feliz cuantos más bienes y experiencias puedas adquirir.
  • El Éxito, antes un concepto ligado a la virtud o al honor, se redefinió como éxito económico. Tu valor como ser humano se mide por tu cuenta bancaria y tu posición en la jerarquía corporativa.

Este nuevo poder hizo algo que el Faraón nunca pudo. Se presentó a sí mismo no como un poder, sino como la ausencia de él. Se describió como un orden natural, espontáneo, la «mano invisible» del mercado que, como la gravedad, simplemente es. Y, por tanto, oponerse a él no es un acto de rebelión política, sino una locura, un intento de negar la propia realidad.

Los nuevos faraones no portan coronas; dirigen fondos de inversión. Los nuevos sumos sacerdotes no leen las entrañas de los animales; leen los índices bursátiles. Y la prueba de su divinidad, de su «mérito», es su propia e inmensa riqueza, presentada como la justa recompensa a su esfuerzo y talento en un sistema supuestamente abierto a todos.

Epílogo: vivir bajo una sombra invisible

Hemos cerrado el círculo. Hemos vuelto a una fusión total del poder y su justificación. La potestas es el control casi absoluto del capital global. La autoridad es el relato cultural que nos convence de que este orden es justo, natural y el único posible.

La arbitrariedad del Faraón era la de un humano. La arbitrariedad del nuevo poder es la del azar de un mercado que reparte fortunas y miserias con la misma indiferencia de un dios antiguo. Creemos que hemos escapado de la pirámide, pero solo hemos hecho sus muros invisibles.

La sombra del Faraón es larga, y se proyecta sobre nosotros. Pero hay una diferencia fundamental. El poder del Faraón se basaba en la creencia en una entidad metafísica que hoy resulta absurda. Sin embargo, nuestra capacidad de creencia continúa en marcha, lo que nos hace igualmente manipulables a la desinformación, a los bulos y a los fanatismos ideológicos que se presentan como autoconclusivos, contenedores de una verdad total, sin ambages ni resquicios.

El poder actual ya no busca las miradas, aunque usa a aquellos que las desean como instrumentos para lograr sus fines. El poder actual se disfraza de merito laboral para legitimar sus nuevas dinastías. Sin embargo, afortunadamente, se basa en una complejidad que podemos empezar a desentrañar. 

El primer acto de rebelión en esta era no es tomar un castillo, sino hacer lo que estamos haciendo ahora: nombrar a los nuevos ídolos, analizar su teología y comprender la arquitectura de nuestra jaula invisible. Porque la libertad no se alcanza por no ver los barrotes que te encierran, sino cuando los dejas claramente a tu espalda.


miércoles, 3 de septiembre de 2025

Manifiesto por la conexión

miércoles, 3 de septiembre de 2025

Manifiesto por la Conexión: explorando nuevos vínculos entre los saberes humanos

Prólogo: el murmullo en la Biblioteca Global

Hay un silencio tenso en el mundo de las ideas. Un silencio que no es de paz, sino de estancamiento. Es el silencio de los feudos intelectuales, de las ciudadelas académicas y de los laboratorios corporativos, cada uno atrincherado tras sus murallas de jerga impenetrable, defendiendo su pequeño fragmento de la verdad como si fuera la totalidad. Nos han vendido una era de información sin precedentes, pero hemos acabado con un archipiélago de conocimientos aislados, de burbujas incapaces de hablar entre sí y todas creedoras de «su verdad».

Nos dijeron que la crítica nos haría libres, pero no hemos sabido salir de ella. Su abuso nos ha dejado cínicos y paralizados, expertos en deconstruir pero ineptos para construir. La especialización parecía que iba a traer el progreso, pero en su lugar ha traído una miopía colectiva, una incapacidad para ver el bosque porque estamos obsesionados con la taxonomía de una sola hoja. El poder, en su eterna astucia, no ha necesitado quemar los libros; le ha bastado con hacerlos irrelevantes, ahogando la sabiduría en un océano de datos inconexos y enfrentando a los sabios en una guerra de trincheras por la financiación y el prestigio.

Pero en medio de este silencio reglamentado, se escucha un murmullo. Es el murmullo de aquellos que han empezado a caminar por los pasillos prohibidos entre las bibliotecas. Es la voz de los que han descubierto que la clave para entender la célula puede estar en la historia de las ciudades, que la estructura de una galaxia puede enseñarnos sobre la dinámica de una red social, y que la biología evolutiva es el lenguaje olvidado que unifica todas las ciencias humanas.

Este es el manifiesto de esos nuevos exploradores. Es un llamado a un levantamiento, no de armas, sino de ideas. Una revolución ciudadana por el conocimiento. Este es el Manifiesto por la Conexión.

I. El camino olvidado desde el margen: la verdad como manera de caminar

Hay una idea que hemos olvidado, una lección fundamental de nuestra propia historia intelectual: la verdad no es un lugar al que se llega, sino una manera de caminar. Y ese camino suele iniciarse, con una frecuencia asombrosa, desde los márgenes del conocimiento establecido, lejos de los centros del poder consolidado. Las grandes estructuras del conocimiento, lo que el filósofo de la ciencia Thomas Kuhn llamó «paradigmas», nacen de una revolución, de un descubrimiento que describe la realidad de una forma más precisa. Pero con el tiempo, corren el riesgo de fosilizarse. Lejos de ser foros abiertos al descubrimiento, a menudo se convierten en templos que custodian un dogma sagrado: el propio éxito pasado, codificado en un «relato oficial». La energía de la institución deja de orientarse a la exploración y se dedica a perpetuar y defender ese relato contra cualquier evidencia que lo cuestione, contra toda anomalía que amenace los cimientos del templo.

Y sin embargo, siempre caen. Caen no por un asalto frontal, sino porque un individuo o un pequeño grupo, a menudo en la periferia, sin los recursos del centro pero también sin sus prejuicios, propone un relato mejor. Lavoisier no necesitó el permiso del establishment del flogisto para descubrir el oxígeno; Darwin no pidió la aprobación de la teología natural para formular la selección natural; Wegener no esperó el consenso de los geólogos para proponer la deriva continental. Su autoridad no provenía de su fuerza, ni de su poder, ni de su influencia, sino de proporcionar una explicación que se ajustaba mejor a la realidad.

Estos pioneros partían de una humildad radical. No la falsa humildad de la corrección política, sino la humildad profunda del explorador ante lo desconocido. Comprendían que nuestro conocimiento es siempre una «verdad de trabajo», una explicación útil y provisional que damos a un universo cuya complejidad nos desborda. La ciencia, en su forma más pura, no es la posesión de la verdad, sino el arte de convivir con nuestra ignorancia de una manera cada vez más sofisticada. Es esta aceptación de la ignorancia fundamental la que nos mantiene en movimiento, la que garantiza que el cambio no sea la excepción, sino la norma. Porque, tarde o temprano, la realidad, terca e indiferente a nuestros dogmas, siempre se acaba abriendo paso.

II. El diagnóstico: la captura de la ciencia y la tiranía del especialista

El problema es que hoy, esa norma ha sido subvertida. El mecanismo que garantizaba la revolución perpetua del conocimiento ha sido saboteado. La ciencia como método sigue siendo nuestra herramienta más afilada, pero «la Ciencia» como institución ha sido capturada.

Lo que antes era un campo abierto a la exploración se ha convertido en un complejo industrial-académico, financiado por intereses económicos y gubernamentales que no premian la audacia, sino la conformidad. La potestad de la financiación y la publicación ha aplastado a la autoridad de la evidencia. El descubrimiento ya no es un acto de un individuo solitario con una idea brillante; es el producto de equipos enormes y laboratorios multimillonarios que, por su propia naturaleza, son conservadores. El riesgo no se recompensa. La disidencia se castiga con la irrelevancia.

El síntoma más visible de esta patología es la compartimentalización. El conocimiento ha sido dividido en feudos cada vez más pequeños, cada uno con su propio lenguaje, sus propios sumos sacerdotes y sus propias barreras de entrada. El biólogo no habla con el economista, que a su vez desprecia al historiador, que ignora al físico. Cada especialista cava más hondo en su túnel, perdiendo de vista no solo a los demás, sino al cielo que hay sobre todos ellos.

Esta fragmentación no es un accidente. Es la estrategia de dominación más eficaz jamás concebida. Un poder centralizado no tiene nada que temer de un millón de especialistas que no pueden comunicarse entre sí. Al destruir la visión de conjunto, se destruye la capacidad de una crítica sistémica. Nos encontramos en la paradoja de saber más que nunca sobre las partes, y menos que nunca sobre el todo. La Ciencia, que una vez fue la mayor fuerza liberadora de la humanidad, corre el riesgo de convertirse en el engranaje más eficiente del «saber/poder» que Foucault describió: una jaula de oro construida por expertos.

III. La propuesta: la rebelión por la conexión y la interdisciplinariedad radical

Si la revolución ya no puede nacer dentro de los laboratorios fortificados, entonces debe nacer en el espacio que hay entre ellos. Si la nueva frontera ya no está en el descubrimiento de nuevos datos, entonces debe estar en el descubrimiento de nuevas y profundas conexiones entre los datos que ya tenemos.

Ha llegado la hora de la Rebelión por la Conexión.

El nuevo revolucionario no es el especialista, sino el generalista radical. No es el que tiene el microscopio más potente, sino el que tiene la visión más amplia. Su laboratorio no es una sala estéril, sino la biblioteca global a la que una revolución tecnológica —impulsada, irónicamente, por intereses comerciales— nos ha dado acceso. Su autoridad no proviene de una credencial institucional, sino de su habilidad para construir puentes, para traducir entre disciplinas y para revelar el patrón oculto que los especialistas, en su visión de túnel, no pueden ver.

Este es nuestro llamado a las armas. Es un llamado a los biólogos a leer historia, a los economistas a estudiar termodinámica, a los programadores a aprender neurociencia, a los artistas a entender la teoría de juegos. Es un llamado a realizar el acto más subversivo en una era de fragmentación: pensar de forma holística.

La iniciativa ya no puede ser de las instituciones; debe ser nuestra. Es un levantamiento ciudadano por el conocimiento. No necesitamos permiso para leer los papers que ya están publicados. No necesitamos financiación para detectar las contradicciones entre lo que nos dice la biología evolutiva sobre la naturaleza humana y lo que asumen nuestras teorías políticas. No necesitamos un título para señalar que los modelos económicos de crecimiento infinito violan las leyes fundamentales de la física.

La misión es clara: derribar las barreras de los feudos. No quemando las bibliotecas, como haría un bárbaro, ni deconstruyéndolas hasta el cinismo, como haría un posmoderno. Lo haremos de una forma mucho más elegante y poderosa: tendiendo puentes sobre sus murallas.

IV. Un manifiesto para la construcción de puentes del saber

Esta no es una revolución de la negación, sino de la síntesis. No buscamos el vacío, buscamos la integración. Por eso, nuestro método debe ser diferente:

Rechazamos el falso dilema: nos negamos a elegir entre el dogmatismo ciego del cientificismo y el cinismo corrosivo de la crítica que afirma que todo es un juego de poder. Afirmamos que la búsqueda de la verdad es un principio digno y necesario, y que la mejor defensa contra la instrumentalización de la verdad es, precisamente, una búsqueda más honesta, abierta y autocrítica.

Abrazamos la complejidad: huimos de las explicaciones que buscan un culpable y de las soluciones simples. El mundo es un sistema complejo, y solo un pensamiento sistémico, que reconozca las interacciones y la influencia mutua entre sus partes, puede empezar a comprenderlo.

Construimos sobre hombros de gigantes: no desechamos el conocimiento de los especialistas. Lo honramos. Pero nos negamos a que su especialización se convierta en una prisión. Tomamos sus ladrillos, fruto de un trabajo riguroso, y los usamos para construir un edificio que ellos, desde el interior de sus talleres, no pueden imaginar.

La autoridad se gana, no se impone: nuestra única arma es la fuerza del argumento, la coherencia de la síntesis y la evidencia recopilada de múltiples campos. No pedimos que se nos crea por quiénes somos, sino que se examine la validez de los puentes que construimos.

El futuro no será moldeado por aquellos que cavan más profundo, sino por aquellos que conectan más lejos. La próxima gran revolución del conocimiento no será el descubrimiento de un nuevo planeta o una nueva partícula. Será el redescubrimiento de una idea antigua, pero hoy revolucionaria: que todo está conectado.

La tarea es inmensa. El camino es largo. Las ciudadelas del saber establecido no caerán en un día. Pero, como dice el proverbio, todo camino comienza con un primer paso. Ese paso no es un evento futuro que debamos esperar. Es una decisión que tomamos ahora. La decisión de leer fuera de nuestra disciplina. La decisión de hacer una pregunta ingenua que conecte dos ideas que nadie había conectado antes. La decisión de empezar a tejer vínculos de conexión entre ideas.

Únete. La nueva frontera no comienza fuera, sino dentro, en la arquitectura de nuestro conocimiento. Seamos los exploradores de los espacios intermedios. Seamos los Conectores, los constructores de vínculos. En un mundo que se desmorona en fragmentos, construir puentes entre ellos es uno de los actos más revolucionarios.



viernes, 7 de octubre de 2016

La España que estámos construyendo

viernes, 7 de octubre de 2016
La España que construimos o más bien lo contrario

¿Ha fracasado el llamado «espíritu de la transición»? ¿cuál es la España que se ha construido desde entonces? ¿son los parámetros de convivencia actuales, la mejor alternativa a la guerra civil y la dictadura? Ya en se dijo que no era buen síntoma que en el 2004 un partido ganara contra pronóstico unas elecciones gracias a un atentado terrorista. Ni el partido que entonces estaba al frente del gobierno ni el aspirante habían presentado nada que realmente mereciera la pena. En la medida pudo influir aquel trágico y traumático suceso —que con toda probabilidad fue decisorio dada la igualdad de los rivales— significaba que el proyecto político de convivencia llamado España fracasaba... de nuevo.

Al hablar de proyecto político se habla de la creación de una serie de instituciones que representan a esa parte del pueblo que sí desea la convivencia. El problema es que en la construcción de ese proyecto y por mucho que sus protagonistas defiendan otra cosa, prevalecen sectores cuyos intereses no tienen nada que ver con la representación de la sociedad que aspira a construir un proyecto común, y sí más con el dogmatismo, las ansias de poder y de control. La España que estamos construyendo no se apoya sobre la convivencia, sino sobre el reparto de protagonismo. El que ocupan dos grandes partidos, uno de ellos infestado de mediocridad y de corrupción, pero que a pesar de ello continua logrando grandes resultados electorales, como si de esta manera los demás tuviéramos que aceptarlo.
La España del griterío y de la manifestación mediática pero inútil para lo que dice defender

Ante la ausencia de argumentos, la convivencia política en estos momentos consiste en el atropello y en la acusación, en muchas ocasiones de asuntos similares a los que el propio acusador comete. En el anuncio de casos de corrupción que llevan décadas siendo investigados, pero que salen a la luz pública únicamente cuando hace falta, cuando los mecanismos de pacto de no agresión ceden ante el exceso de una de las partes. Cuando la crisis económica complica que las bocas hasta ahora calladas lo continúen estando. Dos partidos que continúan ocupando la mayor parte de la escena política aunque no ofrezcan ninguna solución al problema de España, eternizando el enfrentamiento y viviendo de él. Son realmente los causantes del problema, avivándolo y viviendo a costa del apoyo logrado en base a transmitirlo a la sociedad.

Por un lado un Partido Popular cuyo núcleo es puramente dogmático, nacionalista, ultra-católico, de fe ciega en la jerarquía, sea militar o eclesiástica. Un partido en el que hay poca posibilidad para la disidencia, pero sí para la corrupción, salvo en la periferia, donde pueden existir ambas cosas. Y por el otro, de envidiosos ególatras cainitas, mentirosos y figurantes patológicos, que no dudan en darse codazos, zancadillas y puñaladas en cuanto se trata de estar al frente de un colectivo, aunque implique la práctica destrucción del mismo. Un Partido Socialista de más de un siglo de antigüedad que no es capaz de organizar un Comité Federal —su máximo órgano de gobierno interno— de forma racional y educada. Un partido que no se ha preocupado en absoluto de buscar constituirse como una alternativa sólida frente a la derecha que critican, tratando en verdad de colocarse a su lado. Hacerse un hueco en las estructuras de poder del sistema, sin aspirar a ser el necesario ejemplo de organización política de ciudadanos.

La España de la telebasura y la España real cada vez son más indistinguibles
GH se derrumba en audiencia: la competencia es muy fuerte, mejor ver las noticias
Pero el verdadero problema es lo que ocurre al margen de estas dos organizaciones reclutadoras de enfermos, ansiosos por el protagonismo y de colocarse en un estrado para sentirse importantes. Al otro lado del televisor, la sociedad asiste a este lamentable espectáculo como si estuviera viendo la enésima edición de la tele-basura de Gran Hermano. Pensamos que no tenemos nada que ver con eso, sin darse cuenta que se trata de las dos principales organizaciones de las cuales surgen los representantes políticos que deciden todos los aspectos que acaban influyendo de forma determinante en nuestra vida cotidiana: nuestra salud, nuestros servicios públicos, la educación de nuestros hijos, nuestra cultura, nuestra convivencia, todo, depende de gente que se mueve en los mismos círculos de que protagonizan los casos de corrupción o los poco edificantes y bochornosos recientes espectáculos políticos.

 El 15M —en concreto, las manifestaciones multitudinarias y transversales que se dieron en varias ciudades de España, precedidas en los meses anteriores de diversas iniciativas similares aunque menos multitudinarias— fuera o no organizado por grupos de activismos de izquierdas, lo cierto es que reflejaban el malestar de la sociedad y su desacuerdo generalizado. De todo aquello se ha materializado una organización en forma de partido conocida como Podemos. En el sistema político español, la única posibilidad práctica para solucionar el problema que los dos grandes partidos no sólo no solucionan sino que la agravan, es sustituyéndolo por otro —u otros—. Y este partido, si bien comenzó con unas ideas aplicables como alternativa a la situación, en cuanto ha entrado en el congreso nos ha recordado a todos el circo que realmente ha sido durante estos más de treinta años. En su afán de conseguir votos, ha replicado las mismas y viejas tácticas políticas partidistas buscando atraer votantes del PSOE, sin darse cuenta que de esta manera se puede acabar convirtiéndose en lo mismo de lo que se pretende huir. Afortunadamente les ha salido mal, ya que atraer a un voto socialista anquilosado y sectario de décadas de fidelidad es prácticamente imposible.

Esta España del griterío, de la acusación, de la desconfianza, del enfrentamiento, del miedo, de las manifestaciones inútiles, de absurdo «meme» en la red social de turno, de los falsos debates, de la burda y sucia agitación política, cuya memoria no va más allá del último «barsa-madriz», es la que desgraciadamente vamos a dejar a nuestros descendientes. Porque de los que ahora mismo depende, no va parece que vaya a salir nada mejor. 


lunes, 30 de marzo de 2015

Las jerarquías

lunes, 30 de marzo de 2015

Los dos sentidos del poder
¿Son necesarias las jerarquías? ¿Son todas iguales? ¿Son las jerarquías políticas incompatibles con la igualdad de los ciudadanos? Las jerarquías en general, son una forma de organizar elementos, clasificándolos y ordenándolos según un criterio. No han de ser necesariamente políticas, pueden ser de cualquier otro campo en el que sea posible subordinar unos elementos a otros. Como ejemplo, se pueden consideran los estados políticos como elementos y como el criterio de subordinación, las áreas geográficas que ocupan y a las que pertenecen. En este caso, el área determinada por el estado español está subordinada al área geográfica de la Península Ibérica, porque una está incluida dentro de otra:
        • Planeta Tierra
          • Eurasia
            • Europa
              • Península Ibérica
                • España
                • Portugal
Los criterios de subordinación pueden ser diversos y no todas las clasificaciones han de establecerse por una relación de «subordinación» vertical. También hay vínculos horizontales por los cuales es posible agrupar elementos, en caso de que puedan ser igualmente válidos —según un criterio arbitrariamente escogido—. Este tipo de organizaciones son las heterarquías, presentes en las organizaciones holocráticas —en las adhocracias se carece de jerarquía—. En el ejemplo propuesto Portugal y España corresponderían a una heterarquía de países peninsulares. Es necesario incidir en este punto ya que no es posible poner el enlace a la Wikipedia en español porque no existe. A pesar de ser un concepto evidente y cotidiano, resulta enormemente revelador que no le interese a ningún enciclopedista en nuestro idioma, un sistema de organización basado en la igualdad de sus elementos en lugar de en la subordinación. 

Las jerarquías en una democracia

No obstante, si en una democracia se parte de una situación de igualdad podría pensarse que se trata de una heterarquía de ciudadanos. Pero para poder realizar tal agrupación es necesario definir un criterio. En una democracia la situación de igualdad inicial se debe a una inexistencia de criterio definido, no a una igualdad real. A lo sumo, se podría hablar de un sustrato social —cultural y político— mínimo, pero insuficiente para crear estratos. La democracia es el único sistema cuya forma final se auto-define constantemente.

La población

Cada miembro de la sociedad tiene una habilidad, conocimiento y —fundamentalmente— una voluntad distinta. Por lo tanto, la primera necesidad que surge en una democracia con un número de miembros elevado, es la de establecer una jerarquía en función de su utilidad y capacidad, según el criterio de la mayoría. La función de los sistemas políticos consiste precisamente en esto: gestionar el capital humano y material de una sociedad para hacer frente a los retos y problemas a los que haya que enfrentarse. Una de las primeras materializaciones de esta situación es la elaboración de un Proceso Constituyente, por la que la sociedad elige a unos representantes para la labor específica de diseñar el nuevo sistema político.

Esta situación implica varias cosas —algunas suelen brillar por su ausencia en las democracias europeas—. Una es el carácter temporal de estas estructuras sociales creadas —ha de serlo ya que la sociedad es un grupo compuesto de individuos que cambian como consecuencia de su desarrollo en el seno de la misma—. Otra es la de la permanente capacidad de la sociedad para decidir sobre dicha jerarquía creada. En definitiva, existe una cultura de soberanía ciudadana que impregna todos los ámbitos y entornos sociales —político, económico, empresarial, cultural, etc.— de forma que en una democracia las jerarquías son decididas desde la base de la sociedad.

El criterio de la mayoría

Los criterios por los cuales en una democracia se eligen a las jerarquías son definidos por la mayoría en el propio momento de la elección. El único límite en principio, son aquellas decisiones que afecten al propio sistema que las hace posibles, el cual consiste en dar voz a todos en igualdad, incluidas las minorías. Es decir, no es ni mejor ni peor criterio que cualquier otro, ya que el «bien y el mal» son conceptos bastante subjetivos en la mayoría de ocasiones. Un representante elegido puede ser asiduo de locales de alterne y al mismo tiempo, actuar con responsabilidad y buen hacer en su función pública. O puede ser totalmente al contrario, la cuestión es que es la mayoría la que decide.

Para servir a Dios y al Rey

Naturalmente, la democracia «perfecta» descrita anteriormente supone una ruptura respecto a la división cultural y política existente. A muy grandes rasgos, en el viejo continente la tradición de las antiguas aristocracias y las jerarquías eclesiásticas continúa ejerciendo su influencia —salvo algunos como Francia y la antigua Unión Soviética que se los quitaron de encima por la vía rápida, con distinto resultado, eso sí— . Alemania y Reino Unido son dos casos tan particulares como completamente distintos: en el país germánico la estructura política fue establecida por los Aliados tras la Segunda Guerra Mundial, mientras que Inglaterra es uno de los pocos casos en los que los logros democráticos se han alcanzado con reformas políticas, en lugar de con revoluciones, extendiéndose al resto del Reino Unido.

En los países mediterráneos no hemos superado la caída del antiguo Imperio Romano. Desde la época medieval se continúa intentando emular la magnificencia y pomposidad imperial romana, olvidando sus errores y a dónde les llevaron. Este cesaropapismo es la causa por la que se refieren a nosotros como los PIGS —Portugal, Italia, Grecia y Spain—, en los que la cultura dominante se caracteriza por una sociedad pasiva que espera que se lo den hecho y unos dirigentes más preocupados en la pompa y la rimbombancia, que en su servicio al público. En este tipo de culturas las jerarquías son decididas desde su propia cima, es decir, en sentido contrario al de una democracia ideal. Esto ocasiona que el resultado de la acción de mando acabe favoreciendo principalmente a los intereses particulares de cada eslabón jerárquico, más que a la base de la sociedad.

Siendo realistas

Pensar en una sociedad en la que todo se decide de forma inapelable desde la base tiene un preocupante parecido con la dictadura del proletariado, base del sistema comunista. De hecho el propio Vladimir Lenin propuso como forma de organización de la clase obrera el llamado centralismo democrático. En realidad, su idea no era descabellada, el problema es que aunque de boquilla digan una cosa, me temo que al resto de comunistas no les gusta la idea de rendir cuentas ante la mayoría o que su cargo sea permanentemente revocable, tal y como proponía el líder ruso. Ya saben el poder es el poder, y aquí no se salva nadie.

Como opuestas a este intento de organización democrática se suelen encontrar las «democracias capitalistas», en las que es el poderío económico el criterio final que decide los eslabones de la jerarquía, dejando la participación ciudadana como algo simbólico, una especie de «acto de condescendencia» paternalista. El resultado es que las añejas instituciones europeas y el poder económico se alían en mutuo beneficio, conformando una especie de nuevo «despotismo ilustrado».
Creo sinceramente, como tú, que las instituciones bancarias son más peligrosas que los ejércitos preparados; y que el principio de prestar dinero para devolver posteriormente, denominada financiación, no es otra cosa que estafa futura a gran escala

Puede parecer una locura, pero tal vez el único lugar del mundo —que conozco— en el que se haya puesto en práctica la democracia de Lenin fueran los EEUU, en sus inicios. En aquel entonces se partía de cero, sin jerarquías definidas y con el pueblo como único poder que se auto-organizaba. Era así hasta el punto de que se quitaban de encima a quien no les gustaba, colgándoles del árbol más próximo. Luego vino el poder económico que allí tuvo un camino mucho más fácil que en Europa, ya que a pesar de advertirlo Thomas Jefferson, una vez controlaron el dinero no tuvieron quien se les opusiera para decidir sobre todas las cosas. A las oligarquías económicas, los políticos de aquel país que sí están bajo mecanismos de revocación de mandato —que han sido utilizados con efectividad— les importan un pimiento. Mientras no sean de utilidad para el mercado, claro.

El término «correcto»

El dicho dice que «en el término medio está la virtud». Yo no creo que sea así siempre, pero si nos alejamos de posturas radicales e inamovibles —que pueden estar tanto en los extremos como en cualquier punto medio elegido dogmáticamente— se encuentra un campo de posibilidades mucho mayor.

El verdadero punto de enfrentamiento que existe está en nuestra propia naturaleza: por un lado nuestra mente racional nos estimula a crear organizaciones funcionalmente lógicas, pero por otro lado, el instinto tribal nos hace dejarnos llevar por el animal que llevamos dentro. Parece que se acaba buscando un macho alfa como líder de «la manada». La variable «personas» en muchas ocasiones escapa a nuestro control, pero no hay más remedio que lidiar con ella.
Como resultado final de nuestra historia evolutiva conviven en cada uno de nosotros dos identidades, la individual y la colectiva. Negar la existencia de cualquiera de las dos naturalezas es cerrar los ojos a la realidad. Mientras que la identidad individual nos empuja al egoísmo y a la insolidaridad, la colectiva nos puede llevar al abismo, porque nos hace fácilmente manipulables. [...] ¿Será posible que algún día el ser humano pueda superar su permanente contradicción entre el individuo y el grupo? ¿Nos habrá conducido la evolución hacia un callejón sin salida? La respuesta, amigo lector, está en el viento.
Juan Luis Arsuaga (El collar del Neardental)

Hay casos, como los entornos empresariales privados, en los que es complicado pensar en una jerarquía decidida desde la base. Sin embargo, sí que es posible pensar en jerarquías de doble sentido, o en tramos, donde haya participación de los trabajadores. En otros entornos especializados como los profesionales —técnicos, judiciales, etc.—, los científicos o los académicos, es posible —y conveniente— establecer meritocracias en los que el criterio sea lo más objetivo posible. En cualquiera de estos casos es fundamental, al igual que ocurre con la democracia, una cultura de convivencia compatible con el sistema deseado. El poder, sea cuál sea, no es tonto. Tomará las decisiones que más fácil le sea aplicar sin demasiada oposición. Si se cambian las actuales jerarquías pero no se ponen límites a las que vengan, se logrará cambiar los collares. Pero los perros, serán los mismos.

jueves, 2 de enero de 2014

Necesidad de límites

jueves, 2 de enero de 2014
El poder tiende a corromper. El poder absoluto corrompe absolutamente

Foto: midiario.com
Esta archiconocida cita se ha repetido tantas veces que la saturación provoca que nos pase por un oído y salga por el otro. Forma parte del paisaje. Ruido de fondo. Se piensa que es de esos tópicos o refranes curiosos ante los que uno no hace más que encogerse de hombros. Un juego de palabras inocuo. Puede que haya gente que piense que esta frase es inexacta. Que solo se aplica a ciertas personas. Seguro que algunos creen conocer gente que si estuviera en el poder sabrían «poner las cosas en su sitio»: su partido de toda la vida —ese con el que su abuelo lucho de joven— y toda esa conocida y rancia cantinela.

Otros creen que cualquiera con un pasado humilde es incapaz de abusar de una situación de poder. Luego, cuando alguno de ellos logra llegar a él y está el suficiente tiempo como para hacer abuso, surge la sorpresa: ¡con lo bueno que parecía cuando lo conocimos! ¡lo encantadora que era esta mujer, y cómo se ha vuelto ahora! ¡lo humilde que era su familia y lo prepotente y soberbio que se ha vuelto! Es igual, no pasan de ser comentarios de bar y nadie se acuerda de lo advertidos que estaban. Los hay también, por supuesto, que ansían llegar al poder a cualquier precio para dar rienda suelta a sus desmanes.

Sin embargo, creo que hay una respuesta científica a esta cuestión, aplicable a toda la especie humana. Una explicación antropológica que puede dar respuestas a estas eternas cuestiones que desde la Grecia Clásica se les llama hibris: el ser humano tiene cerca de medio millón de años de antigüedad. Sin embargo, la Historia «sólo» recoge unos tres mil años. En la mayor parte de la existencia de nuestra especie —miles y miles de años— el ser humano vivió en la escasez. Para obtener el sustento diario, debía realizar un gran esfuerzo físico y mental. Un fallo, una falta de eficacia, y ese día no se comía o podía morir alguien.

El inevitable y necesario desarrollo tecnológico mejoró las condiciones de vida, y posibilitó la formación de grandes imperios. Pero todos ellos llevaron de forma invariable a la corrupción, desigualdad y abuso de poder. Es decir, cuando sobre un ser humano recaía el poder suficiente de forma que dejaba de tener necesidades, poseyendo todo cuanto podía desear, su naturaleza se pervertía. Esto se puede extender a las monarquías absolutistas, algunas ordenes religiosas y en general, a las sectas y partidos políticos.
El poder es el último afrodisíaco.
Henry Kissinger (1923)

No es necesario ser todopoderoso para ello. En la medida a una persona se le facilitan en exceso las cosas, se vuelve igualmente débil, dependiente, caprichoso y envidioso. Como les ocurre a los niños malcriados que se les ha mimado en exceso. No es una cuestión de ideologías ni de clases, es simplemente nuestra naturaleza. Y ocurre tanto en el sufragio de la Alemania que eligió a Hitler como gobernante sin control, como en la dictadura proletaria de la comunista Unión Soviética de Stalin.

El problema surge en todo tipo de ámbitos y es causa de adicciones —drogas, alcohol, redes sociales, etc— , obesidad, consumismo, etc. Se puede decir que allá donde no hallan unos límites con la suficiente efectividad, el descontrol y el exceso se apodera tarde o temprano de una cantidad significativa de afectados.

Se puede pensar que es una cuestión de educación. Qué duda cabe que a través del autocontrol es posible moderar estos comportamientos, pero aquí es donde se encuentra la verdadera naturaleza del problema. Nuestro ser carece de mecanismos evolutivos naturales que de forma instintiva, eviten automáticamente comportamientos abusivos sobre nuestro entorno —sobre nosotros mismos o los demás—. Únicamente pueden reducirse mediante el autoaprendizaje consciente, pero nunca se va a poder eliminar la tendencia natural a aprovechar cualquier circunstancia favorable que nos proporcione placer —alimentos, dinero, sexo, más poder, etc—. El también conocido dicho de que la sed de poder es insaciable, no es únicamente un recurso metafórico, es estrictamente cierto. El ser humano no está preparado para no tener adversidades.
Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder.
Abraham Lincoln (1808-1865)

Por tanto, es casi tan necesario como el aire que respiramos, que nos pongamos límites que no dependan de nosotros mismos. Debemos crear un entorno político y social con personas que no nos permitan cualquier cosa, que nos frenen cuando sea necesario y debemos corresponderles de la misma manera. Si esto se aplica para cualquiera, la necesidad de establecer límites se hace todavía más perentoria si se trata de representantes políticos que viven de nuestro trabajo.

Al igual que en otras fases de nuestra evolución, es la mente racional la única que nos puede salvar de nuestra falta de adaptación al entorno totalmente controlado y falto de peligros que —paradójicamente— nos estamos construyendo. Seamos racionales pues.


domingo, 17 de abril de 2011

El problema global

domingo, 17 de abril de 2011
«En la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, 
pero no tanto como para satisfacer la codicia de algunos»
Mahatma Gandhi
Mahatma Gandhi
¿Qué ocurriría si el resto del mundo se levanta un día, y desea acabar con el hambre, guerras e injusticias que les azotan? ¿qué pasaría si decidieran llevar el mismo nivel de vida que occidente? ¿dejaría de ser el problema ajeno y lejano que contemplamos a través de nuestro televisor? Seguramente sí. Recuerdo que en cierta conversación que mantuve hace tiempo, dudaba que el día que los chinos (refiriéndome a la población, no a su gobierno) decidieran librarse de sus oligarquías y construir lo mismo que en occidente llevamos haciendo desde hace mucho tiempo, con nuestras casas, nuestros coches y nuestra cultura del consumismo, existieran los suficientes recursos en el planeta para hacerlo. ¿Pero acaso no tienen derecho a hacer lo mismo? ¿qué les impide intentarlo?

miércoles, 2 de junio de 2010

MANIFIESTO CIUDADANO

miércoles, 2 de junio de 2010

Los ciudadanos de España, por encima de ideologías e intereses personales, encontramos necesario un cambio en el sistema político actual que posibilite de la mejor forma el gobierno por parte de la Sociedad Civil. Resulta evidente que el actual sistema aprobado en referéndum en 1978, se encuentra viciado y genera desconfianza constante y palpable entre la población. De este modo, entendemos que no cumple satisfactoriamente con su función principal y acarrea graves problemas de todo tipo debido a la falta de legitimidad y representatividad. Es claro que tanto las acciones del Ejecutivo como las del Legislativo responden más a estrategias políticas de los partidos que las diseñan, que a necesidades de la Sociedad Civil, ocasionando gran tendencia a la corrupción en casos de cohecho, prevaricación, tratos de favor, desigualdad, privilegios desorbitados, etc, al no existir mecanismos de control ni independencia de los poderes democráticos.

Encontramos igualmente necesario que el sistema político que sustituya al actual, así como el proceso de transición correspondiente, han de ser decididos y asimilados por la Sociedad Civil. Para ello, deberá existir un autentico y necesario debate entre toda la sociedad, incluyendo a las fuerzas políticas, la Corona, jerarquías eclesiásticas y a cualquier otro grupo, sindicato, colegio profesional, asociación o movimiento, que deberán dejar a un lado por un momento sus intereses particulares, ideologías y creencias, para colaborar o al menos no impedir, el inicio de un proceso constituyente mediante la creación de una asamblea formada por representantes elegidos directamente, que deberán estar cualificados para poner sobre la mesa las soluciones necesarias y así la Sociedad Civil pueda asimilarlas y elegirlas, sometiéndolas a aprobación popular en referéndum.

Con la mirada puesta en el futuro y deseando dejar lo mejor para las futuras generaciones, como ciudadanos civilizados que creen en los sistemas legales y que respetan el legado que sus antepasados nos dejaron, pero sin dejar de observar sus defectos, entendemos que la Sociedad Civil ha de agotar, mientras sea posible, todos los trámites legales que le permitan ejercer su soberanía en la formación y elección de dicha asamblea. Este proceso ha de implicar la aprobación de un Periodo Constituyente que tenga como fruto la disolución de las Cortes y la formación de una Asamblea Constituyente, principalmente en base a los artículos 167 y 168 de la actual Constitución Española de 1978.

El método que se propone a continuación de elección de los representantes de dicha Asamblea y de los asuntos a tratar en ella, puede que cause recelos en una gran parte de nuestros conciudadanos, pero es necesaria una reforma representativa para que no se oxide el engranaje de nuestro sistema democrático. Tras más de treinta años de una partidocracia dominada por las luchas entre partidos, que han infectado y dividido al conjunto de la sociedad, será necesaria una gran labor de diálogo, sin que deba interpretarse como una debilidad ni como falta de convencimiento, pero sí de una muestra de convivencia pacifica y voluntad cívica.

Los ciudadanos que apoyamos este manifiesto proponemos los siguientes aspectos fundamentales:

A. Periodo Constituyente

Previamente a la formación de la Asamblea Constituyente y durante un periodo de 12 a 18 meses de transición que tendrá como objetivo dar tiempo a la Sociedad Civil a perfilar la base de las futuras instituciones democráticas y a debatir las decisiones políticas; se elegirán y definirán los siguientes conceptos:
  1. Delegados provinciales: representantes por los actuales distritos provinciales, los cuales en coordinación permanente, definirán el futuro mapa de los distritos electorales.
  2. Distritos electorales: tendrán un censo aproximado de 100.000 habitantes y se constituirán procurando grupos heterogéneos de población, de tal manera que se garantice la representatividad.
  3. Candidaturas a los distritos: los aspirantes se darán a conocer a los ciudadanos, manteniendo reuniones con ellos a través de foros vecinales, deportivos, universitarios, etc. Los partidos irán engrasando la maquinaria para la nueva realidad electoral.
B. Asamblea Constituyente

Para que los representantes que finalmente compongan la Asamblea Constituyente merezcan tal consideración, se proponen las siguientes condiciones óptimas:
  1. Elección libre y directa de los representantes por distritos mayoritarios uninominales, a doble vuelta
  2. Sometimiento de las decisiones tomadas a los necesarios referéndums vinculantes en circunscripción única.
  3. Candidaturas abiertas e independientes, tanto de ciudadanos como de representantes de los partidos políticos.
Cualquier otro sistema distinto al propuesto implicará una menor representatividad objetiva. La circunscripción única para la aprobación definitiva, debe evitar que la presencia de territorialidades afecten al conjunto. Finalizado el proceso constituyente la Asamblea se disolverá, quedando definidos en una nueva Constitución los aspectos a continuación.

C. Representación de la Sociedad Civil

Para que las instituciones del Estado articulen los mecanismos de representación de la Sociedad Civil de forma que se defienda lo siguiente:
  1. Representatividad
  2. Igualdad ante la ley
  3. Defensa de los derechos individuales del ciudadano frente a los posibles abusos de las mayorías
Se divide el poder en tres ramas independientes con atribuciones distintas y con la misión de que cada una vigile el cumplimiento de la otra en la noble tarea de la representación civil: legislativo, ejecutivo y judicial.

D. Independencia de los poderes
  1. Legislativo: es el máximo órgano de representación social. Confecciona y aprueba el marco legal. Se elegirá de forma similar a la Asamblea Constituyente:
    1. Elección libre y directa de los representantes por distritos mayoritarios uninominales, a doble vuelta.
    2. Sometimiento del representante a la revocación de su cargo, a través del mecanismo que se decida.
    3. Candidaturas abiertas e independientes, tanto de ciudadanos como de representantes de los partidos políticos.
    4. La división por distritos electorales será tal que garantice la representación y la igualdad.
  2. Ejecutivo: gobierno y representación internacional dentro del marco legal definido por el legislativo. El Jefe del Ejecutivo y/o el Jefe de Gobierno, deberá ser elegido de forma independiente al Legislativo en distrito mayoritario único uninominal a doble vuelta.
  3. Judicial: aplicación y vigilancia del cumplimiento de la ley. Los órganos superiores del Poder Judicial serán elegidos por la parte de la Sociedad Civil perteneciente al mundo jurídico (jueces, abogados colegiados, catedráticos de derecho, oficiales de Juzgado, policía judicial, etc.) en base a criterios de mérito y excelencia.
E. Forma de Estado
  1. Jefatura del Estado: deberá resolverse de una vez por todas el debate entre la Monarquía y la República, decidiéndose en referéndum libre tras el periodo constituyente. Independientemente del resultado, el Jefe del Estado deberá tener solo aquellos privilegios acordes a la importancia de su función, por lo que esta deberá estar definida y vigilada en su cumplimiento en la medida correspondiente, por el resto de las ramas del poder de la Sociedad Civil.
  2. División y organización territorial: partiendo de la integridad
    territorial del Estado Español, estado centralista, estado federal o cualquiera que sea la solución decidida, no ha de implicar una desigualdad ante la ley de ninguno de sus habitantes, lo que significa que el marco principal de derechos y obligaciones no puede ser modificado desde ninguna otra parte que no sea el conjunto del territorio. Igualmente, la llamada solidaridad interterritorial no ha de ser excusa para la financiación indefinida de proyectos o subvenciones de una parte del territorio a costa del resto.

F. Participación ciudadana

El nuevo sistema que La Sociedad Civil consiga ha de estar basado en eliminar todos los obstáculos para la participación del ciudadano en la vida política, a través de referendums y un sistema de Iniciativas Legislativas Populares que lo permita. Las competencias descentralizadoras del estado deberán desarrollarse lo más cerca posible del ciudadano, para garantizar el control de sus representantes, es decir, deberán desarrollarse a nivel de municipio.

G. Financiación de partidos, sindicatos y otras subvenciones con dinero público

La financiación con dinero publico de cualquier agrupación, causa o proyecto, debe considerarse como un atentado contra la propiedad privada si no existe el previo, adecuado y suficiente consentimiento del origen de los fondos, que no es otro que el de La Sociedad Civil y los ciudadanos que la forman.

Firmado: España, 1 de junio de 2010

Ciudadanos por la democracia


Adhesión al manifiesto

sábado, 8 de mayo de 2010

Mercado libre vs. Sociedad libre

sábado, 8 de mayo de 2010
Centro comercial, "templos" del consumismo ¿Es un mercado libre síntoma inequívoco de una sociedad libre? ¿proporciona un mercado ausente de regulación una prueba evidente de libertad en una sociedad? ¿una sociedad libre no ha de permitir ninguna regulación en su mercado?

Desde el entorno llamado liberal claman por un mercado libre como si del principal estandarte de dicha corriente ideológica se tratara. Sin embargo, el resultado de dejar alegremente que las principales entidades bancarias del país que más presume de su libertad engordaran de flatulencias hasta liberar un enorme pedo financiero mundial, es un hecho sintomático evidente de que algo funcionó mal. Pero lo que en un primer momento parece una refutación del liberalismo, al menos el del mercado, resulta ser todo algo más complicado si examinamos detenidamente el problema.

Allá por el año 2002, un tal Alan Greenspan por aquel entonces presidente de la Reserva Federal de los EUA, en un acto a mi entender de inusitada prepotencia y enorme irresponsabilidad, decidió que las entidades bancarias iban a dejar de tener apenas margen para sus ganancias.

Qué duda cabe que si todo el mundo hubiera sido mejor, menos avaricioso, menos ambicioso, menos despreocupado, en definitiva, si se hubiera tenido una mayor cultura del coraje, cuando al listo de turno se le ocurrió lo de las hipotecas subprime y la titulización en paquetes juntando churras con merinas, la mayoría, desde las agencias de rating pasando por las entidades bancarias y llegando hasta, no nos olvidemos, los clientes que aplaudían contentos la hipoteca interminable de alto riesgo que les acababan de regalar con tan solo presentar cromos del coyote, hubieran actuado de otra forma y muy probablemente, poco de todo lo que está ocurriendo ahora hubiera sucedido.

Alan Greenspan, anterior presidente de la Reserva Federal de los EUANo tener en cuenta todos estos aspectos de la condición humana y quitarles las ganancias a unas organizaciones que tienen como principal cometido conseguir el mayor número de ellas(1) y lo peor, despreocupándose de lo que ocurra luego, ponen a Mr. Greenspan como alguien más peligroso que un mono con una cuchilla de afeitar.

Si la intervención de la Reserva Federal fue desacertada, y la posterior dejadez fue peor, yo me pregunto si el problema es la intervención en si misma o la verdadera cuestión que nos debería interesar es de donde sale el poder que detenta dicha organización y otras como en Banco Central Europeo o el Fondo Monetario Internacional. Es decir ¿por qué se habla de la necesidad de un mercado libre, y no de una sociedad libre? ¿por qué se asume que las organizaciones monetarias internacionales o supraestatales forman un oligopolio invulnerable? ¿Qué clase de mercado —o sociedad— libre puede haber existiendo semejantes monstruos de poder absoluto sobre todo el orbe?

Tanto si admitimos que los ciclos económicos son consecuencia de las intervenciones al no dejar que el mercado fluya, se reorganice y se autorregule en función de la oferta y la demanda, como si es por basar la economía en un crecimiento ilimitado que ha de sufrir recesiones periódicas inevitables; el desastroso resultado es similar: la sociedad ha de estar al pairo de lo decidan unos señores sin su control, o de los vaivenes de un mercado que se les escapa igualmente por no disponer de las herramientas o controles adecuados a pesar de padecer sus consecuencias.

¿Qué es más liberal entonces, anhelar la libertad del mercado, o la de las personas de una sociedad que sufre en conjunto males que no controla?

(1) Hay que aclarar que los Bancos y otras entidades financieras actuaron exactamente igual que si a cualquiera de nosotros nos redujeran el sueldo a la mitad (y si no, que se lo pregunten a los ciudadanos Griegos que se han manifestado multitudinariamente por el mismo motivo), aunque hay que aceptar por supuesto, las diferencias insalvables entre las ganancias de unos y otros. No obstante, que haya gente peor no suele ser una buena excusa (en La India o en África hay mucha gente peor que en Grecia) y en cualquier caso, el problema surge cuando los recortes vienen de una autoridad no lo suficientemente legitima y representativa.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Los Tres Poderes

miércoles, 17 de marzo de 2010

Normalmente, los poderes del estado que han de representar la soberanía de la sociedad civil, reciben los clásicos nombres de Judicial, Legislativo y Ejecutivo. Sin embargo, los tres poderes que hay en España son:

  1. Poder político:
    • Administración o funcionariado
    • Justicia
    • La Corona
    • Partidos políticos, sindicatos, y otras asociaciones o agrupaciones relacionadas (de victimas, Nunca Mais, los de «la ceja», etc.)
    • La Iglesia (la Católica, claro)
    • Colegios profesionales tradicionales (abogacía, médicos, telecos, arquitectos –principalmente–)

  2. Poder mediático: que se pelearán a ver a quien le hacen más la pelota a los anteriores, ya que de lo contrario, les pondrán todas las dificultades legales que puedan y harán todo lo posible para que sean expropiados o cerrados , dando para ello la excusa que mejor convenga según el momento.
    • Prensa
    • Radio
    • TV

  3. Poder económico: los que acordarán sustanciosos contratos con cualquiera de los anteriores, para promocionar y apoyar sus proyectos a cambio de tratos de favor, en detrimento del resto de empresas más modestas aunque más numerosas, dejando al resto de ciudadanos en general en claro agravio comparativo.
    • Bancos
    • Multinacionales
    • Energéticas

Si estás en alguno de los grupos anteriores, dependerá de ti que es lo que quieras hacer y por lo que quieras luchar o reivindicar, pero si no estás relacionado con alguno de ellos, por ejemplo, si no eres gay ni inmigrante (colectivos de interés populista para el poder político), si no eres un artista que ha logrado caerle en gracia a alguno de los poderes anteriores, si eres trabajador de una pequeña o mediana empresa o eres autónomo…

Entonces, si deseas ser una persona emprendedora y ser valorada más por tus méritos o por tus ideas comerciales que por tus enchufes o amigos, o deseas que así sea valorado todo el mundo; si deseas ser tan solo un ciudadano independiente, la base de la sociedad civil en un sistema democrático; entonces en cualquiera de estos casos estimado compañero, entonces estás jodido.