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lunes, 29 de septiembre de 2025

El Emperador Invisible

lunes, 29 de septiembre de 2025
Cómo Roma y el Papado explican el poder del siglo XXI


Vivimos en un mundo que se nos presenta como una red de naciones soberanas que compiten y colaboran en un mercado global. Creemos en la ficción de que nuestros gobiernos nacionales son los actores principales en el escenario de nuestro destino. Sin embargo, una sensación persistente de impotencia nos invade. Sentimos que las decisiones cruciales que afectan nuestras vidas —nuestros trabajos, nuestra cultura, nuestro futuro— se toman en otro lugar, por fuerzas que no hemos elegido y a las que no podemos pedir cuentas.

Como ya se exploró en La Sombra del Faraón, las raíces de esta tiranía meritocrática moderna se hunden profundamente en la confluencia de la Reforma, el capitalismo y la expansión anglosajona, dotando al poder económico de una legitimidad de apariencia casi sagrada. Michael J. Sandel en La tiranía del mérito, señala cómo el propio relato meritocrático se origina en gran parte con la escisión protestante: al sustituir la mediación de la Iglesia católica por una ética del llamado individual, las sociedades anglosajonas incubaron el sustrato cultural que hoy sostiene el neoliberalismo. 

Además, Sandel advierte que la narrativa meritocrática no sólo falla en su promesa de justicia, sino que crea una élite prepotente y una clase baja humillada, legitimando así la desigualdad. Ahora, en el siglo XXI, ese legado ha evolucionado hacia una forma aún más sofisticada y elusiva: el poder del «Emperador Invisible».

Esta situación se aclara si actualizamos nuestro mapa histórico. Para entender la naturaleza del poder hoy, debemos mirar más allá del siglo XX y reconocer la silueta de una estructura mucho más antigua. El poder global actual no es una red descentralizada; es un imperio híbrido que ha fusionado, de una manera innovadora y casi invisible, los dos grandes modelos de poder de Occidente: la potestas del Emperador Romano y la autoritas del Papado. Y su capital, su «Nueva Roma», son los Estados Unidos.

I. El Emperador: la potestas de las legiones invisibles

El rol imperial de Estados Unidos no se ejerce principalmente a través de la conquista militar. Aunque su ejército siga siendo la fuerza dominante del planeta, su papel queda restringido a «eliminar» las trabas políticas que puedan complicar la asimilación posterior del territorio. La innovación de este nuevo imperio ha consistido en sustituir las legiones de hierro por legiones económicas y tecnológicas de una eficacia aún mayor.

Esta potestas se manifiesta a través de sus principales herramientas estratégicas:

  • El dólar como estandarte: desde el fin del patrón oro, el control de la moneda de reserva mundial le otorga una potestas financiera sin precedentes, la capacidad de financiar sus déficits y de sancionar a sus enemigos con una eficacia devastadora.
  • El control de las rutas comerciales: no solo las marítimas (en las que China es cada vez más relevante), sino las digitales. Las grandes plataformas tecnológicas (Google, Meta, Amazon, Microsoft), nacidas y protegidas en su seno, controlan las autopistas de la información y el comercio por las que transita el mundo.
  • Las instituciones como guarniciones: organismos como el FMI o el Banco Mundial actúan a menudo como las guarniciones del imperio, imponiendo una ortodoxia económica que beneficia al centro imperial a cambio de «ayuda» y estabilidad.

Sin embargo, la verdadera fuerza coercitiva se ejerce a través de mecanismos más profundos y estructurales que someten a los países a un dominio del que es casi imposible escapar:

  • La potestas financiera: es la capacidad de desestabilizar una economía con un simple clic. La amenaza de una degradación de la calificación crediticia por parte de las agencias (ubicadas en su mayoría en el centro imperial) puede encarecer la deuda de un país hasta hacerlo quebrar. Los flujos de inversión, controlados por sus grandes fondos, actúan como el pulgar de un césar: pueden dar vida a una economía o condenarla a la asfixia.
  • La potestas de la dependencia tecnológica: no se trata tanto de una «sanción tecnológica» directa, que como se ha visto en Europa puede ser contestada en el terreno legal. Es algo mucho más fundamental. Las grandes corporaciones del imperio no solo invierten; construyen los ecosistemas digitales (sistemas operativos, redes sociales, servicios en la nube, infraestructuras de comercio electrónico) de los que el resto del mundo se ha vuelto dependiente y cuyos datos son manejados desde el centro imperial. Salir de estos ecosistemas ya no es una opción viable sin arriesgarse al aislamiento y al colapso funcional. La soberanía digital es, en gran medida, una ilusión.
  • La potestas sobre la soberanía local: se crea una dependencia que, aunque pueda parecer mutua, es profundamente asimétrica. Los gobiernos locales, para atraer y mantener las inversiones que garantizan el empleo y la prosperidad (y por tanto, su propia supervivencia política), se ven obligados a competir entre sí ofreciendo ventajas fiscales y regulatorias. En la práctica, subordinan su soberanía a las necesidades del capital transnacional, cuya lealtad última reside igualmente en el centro del imperio. El poder real no lo tiene el político que corta la cinta de una nueva fábrica, sino la entidad anónima que puede decidir, en cualquier momento, llevársela a otro lugar.

II. El Papado: la autoritas del relato universal

Pero la fuerza bruta, como ya sabían los faraones, no es suficiente. El poder, para ser estable, necesita legitimidad. Y aquí es donde el imperio ejerce su segundo rol, el del Papado: el monopolizador del relato universal.

El Vaticano exportaba un relato de salvación metafísica. La Nueva Roma exporta un relato de salvación terrenal, cuyo núcleo no son valores en sí reprochables —libre mercado, democracia liberal, derechos individuales—, sino la forma en que se los absolutiza y convierte en un evangelio incuestionable, útil para legitimar su propio poder:

  • El libre mercado: presentado como el único sistema natural y eficiente para generar prosperidad.
  • La democracia liberal: presentada como la única forma legítima de gobierno.
  • Los derechos individuales: presentados como el valor supremo de la organización social, pero ignorando a los del colectivo.

Este relato es increíblemente poderoso. Otorga al imperio la autoridad moral para juzgar al resto del mundo, para «excomulgar» a las naciones que no siguen sus dogmas (los «estados canalla») —mientras tolera a los que les son útiles («nuestros "hijos de puta"»)— y para bendecir a sus propios misioneros: los CEOs de las grandes corporaciones actúan como los «obispos» de esta nueva fe, expandiendo el evangelio del mercado por todo el planeta. 

Pero el rasgo más estremecedor de todos es la monopolización de ambos relatos: el de la potestas y el de la autoritas, un poder que no requiere permiso para dictar su moral, algo que, salvo la propia Inquisición, pocas instituciones han detentado.

III. La gran hipocresía: «mercado libre» para las provincias, proteccionismo para «Roma»

Y aquí llegamos al núcleo de la genialidad y la perversión del sistema. El dogma del «libre mercado» que el Papado imperial predica con fervor solo se aplica de verdad fuera de sus murallas.

En la Periferia (el resto del mundo), el «libre mercado» es un arma para «puentear» a los gobiernos locales. Se utiliza para forzar la apertura de sus economías, desmantelar sus protecciones y permitir que los «obispos» corporativos operen con ventaja sobre las empresas locales. Cualquier intento de un «monarca medieval» (un presidente o primer ministro europeo, asiático o latinoamericano) de proteger su industria o a sus trabajadores es inmediatamente condenado como un acto de herejía proteccionista.

En el Centro del Imperio (Estados Unidos), sin embargo, la realidad es la opuesta: las grandes corporaciones no serían nada sin el «marco seguro» que les proporciona su connivencia con el poder político. El gobierno estadounidense utiliza su potestas para darles ventajas competitivas, rescatarlas si caen, proteger su propiedad intelectual y usar su poder diplomático para abrirles mercados.

El «libre mercado» no es un principio; es una tecnología de poder imperial. Se impone a los demás para debilitar su soberanía, mientras que en casa se practica una estrecha alianza entre el poder político y el económico. 

IV. Los reyes vasallos y la confusión de la resistencia

Esto coloca a los líderes de los países periféricos en la posición de los antiguos reyes medievales. Tienen autoridad política en su feudo, pero saben que su prosperidad económica —y, por tanto, su capacidad para mantenerse en el poder— depende de no enfadar al Emperador Papal y de dar la bienvenida a sus «obispos» corporativos.

Esta situación genera la confusión que puede observarse en lugares como España: la izquierda local, a menudo usando un mapa ideológico obsoleto, ataca a un campeón nacional como Mercadona, sin darse cuenta de que el verdadero poder hegemónico reside en una estructura transoceánica que opera bajo un relato que su propio modelo de crítica posmodernista, inconsciente y negligentemente, ha contribuido a fortalecer.

El mapa, por tanto, queda mucho más claro. No vivimos en un mundo de iguales, sino en un imperio invisible, gobernado por una entidad de dos cabezas —una potestas económica y la autoritas de un relato de libertad, conceptos cuya apariencia de positividad obstaculizan una respuesta efectiva—. Este imperio ha perfeccionado el arte de la dominación, sustituyendo la conquista por la convicción y la fuerza bruta por la seducción de un relato que nos convence de que somos libres en la jaula más sofisticada jamás construida.

En definitiva, este fenómeno geopolítico no se sostiene por un «dominio colectivo» explícito como los totalitarismos de antaño. Se sostiene porque ha logrado inocular una ideología de atomización individual a escala masiva. El filósofo surcoreano-alemán Byung-Chul Han ha descrito en La sociedad del cansancio cómo la lógica neoliberal transforma la coerción externa en autoexigencia voluntaria: la forma más eficaz de gobernar un bosque no es poner un guardia en cada árbol, sino convencer a cada árbol de que su única misión en la vida es crecer más alto que el de al lado, sin importarle si el bosque entero se está secando. 

El logro del dogma neoliberal es hacer creer que se compite por la luz, ignorando el suelo que alimenta las raíces de todos.

domingo, 17 de abril de 2011

El problema global

domingo, 17 de abril de 2011
«En la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, 
pero no tanto como para satisfacer la codicia de algunos»
Mahatma Gandhi
Mahatma Gandhi
¿Qué ocurriría si el resto del mundo se levanta un día, y desea acabar con el hambre, guerras e injusticias que les azotan? ¿qué pasaría si decidieran llevar el mismo nivel de vida que occidente? ¿dejaría de ser el problema ajeno y lejano que contemplamos a través de nuestro televisor? Seguramente sí. Recuerdo que en cierta conversación que mantuve hace tiempo, dudaba que el día que los chinos (refiriéndome a la población, no a su gobierno) decidieran librarse de sus oligarquías y construir lo mismo que en occidente llevamos haciendo desde hace mucho tiempo, con nuestras casas, nuestros coches y nuestra cultura del consumismo, existieran los suficientes recursos en el planeta para hacerlo. ¿Pero acaso no tienen derecho a hacer lo mismo? ¿qué les impide intentarlo?

lunes, 9 de febrero de 2009

El Nuevo Orden Mundial

lunes, 9 de febrero de 2009
crisisDesde poco después de comenzar la crisis actual en la que el mundo occidental se encuentra, viene siendo habitual escuchar todo tipo de comentarios relacionados con este asunto. La mayoría de ellos catastrofistas y algunos, tal vez aprovechando la situación, pregonan que es el fin del capitalismo y que ya es hora de que El Estado tome el rumbo de las cosas. Que ya está bien. Parecen querer decir algunos.

Lo de asumir infalibilidad al Estado, es algo que por dogmático se parece más a una religión que otra cosa, aspecto sobre el que ya se ha hablado en algunos artículos anteriores. En el fondo, no hay ningún motivo para pensar que las personas que forman la estructura burocrática de un Estado, desde la cima hasta la base, no sean susceptibles de cometer algún fallo (incluso de cometer muchísimos fallos). Eso si, en los países donde un partido controla al Estado y no hay otro a quien echarle la culpa por que no hay más partidos, el Estado no se la va echar a si mismo. En conclusión: nadie tiene la culpa y siempre todo va bien. Si por otro lado, la ocupación del Estado es competida por más partidos, es fácil, la culpa siempre la tiene el otro. O si algo de lo anterior falla, siempre está el recurso de echarle la culpa por ejemplo, a los norteamericanos gringos, el terrorismo internacional, la Iglesia,… y también por supuesto, el capitalismo opresor, según el caso.

Echar la culpa a los demás es un recurso tremendamente utilizado en el ambiente laboral, al menos en el entorno que conozco, en España. Incluso me atrevería a decir que la auténtica habilidad de los mandos es la de saber echar la culpa a otros, pasar el marrón, como suele decirse muchas veces. Resulta curioso como esta práctica tan cotidiana, es también la principal estrategia geopolítica mundial.

En el ambiente laboral mencionado, las órdenes de la dirección se convierten en sentencias, cuyo perfecto y literal cumplimiento es proporcional al grado de lo pelota y sumiso del interfecto en cuestión, y que suele ser por regla general, extremadamente elevado. A causa de esta interpretación literal movida por el afán de cumplir, antes que el de comprender la intención que se pretendía transmitir con esas directrices, se presiona a todo el personal subalterno para que al menos, parezca que el objetivo se ha cumplido, quedando los auténticos problemas sin resolver, sobrellevados y convertidos en rutina hasta que el azar o algún trabajador con ganas de volver satisfecho a casa le da solución, siendo invisible para ojos de la dirección o colgándose cualquier otro la medalla. Esto en el mejor de los casos, en otros, los problemas sin resolver acaban por deteriorar de tal forma la situación que se acaba produciendo una crisis, abocando al sistema a replantearse el funcionamiento general, normalmente sin meditar sobre cómo se ha llegado a ese punto ¿le suena a alguien este escenario?.

Cuando los estudiosos gestaron las diversas teorías económicas del capitalismo, basadas en el mito del crecimiento económico ilimitado, solo los dogmáticos y los fanáticos podían pensar en una aplicación literal de estas teorías. Los trepas, los pelotas sumisos, son los que seguramente han posibilitado en la práctica que a lo largo de la Historia se aplique de forma literal este concepto, siendo seguramente un factor importante en la causa de enormes crisis como las del 29, o la que ahora estamos inmersos. Es fácil imaginarse el revuelo y la alegría que produciría en algunas juntas directivas el comprobar como los ingresos aumentaban los primeros años de aplicar el concepto de hipotecas subprime. Alguno que se le ocurriera decir: oye, que esto no está muy claro, sería relegado al ostracismo, fuera de la nueva corriente de éxito de la empresa.

Los modelos utilizados en las teorías, de cualquier ámbito, solo son válidos dentro de unas condiciones determinadas, y siempre asumiendo tales modelos como idealizaciones de la realidad, es decir, que no existen. En estos modelos, se asume un entorno legal homogéneo, o por lo menos, no se tienen en cuenta diferentes marcos legales, y por supuesto los recursos no son en absoluto ilimitados. Los avances científicos tienen un límite y desde luego no se realizan al mismo ritmo. Por lo tanto, su dogmática y neoliberal aplicación al entorno global, sin preocuparse de las distintas repercusiones que los diferentes marcos legales pueden causar, o simplemente por la inexistencia de un marco legal internacional adecuado, representa un riesgo y una irresponsabilidad que solo se entiende por los beneficios logrados a corto plazo, a costa de llevarse las empresas de países con entornos laborales protegidos, a otros en donde las regulaciones laborales apenas existen y la explotación al trabajador es notoria, degradando a corto plazo la calidad del trabajo globalmente y quedando un panorama nada halagüeño a largo plazo, de seguir la tendencia. Pero claro, nada como una fuerte crisis como la actual para que las empresas ya no tengan que buscar fuera, mano de obra de bajo coste.

No solo en el ámbito laboral, económico o político, se dan casos del ansia por satisfacer a los mandos aplicando a rajatabla sus directrices sin ni tan siquiera intentar entenderlas. La misma Iglesia Católica ha pedido perdón por sus graves errores cometidos en el pasado por aplicar de forma literal unas escrituras de más de mil quinientos años de antigüedad, en la época a la que nos referimos.

Si tiene que venir un Nuevo Orden Mundial, y no se desea cometer de nuevo otra vez los mismos errores, tendrá que ser uno en el que la insolencia y la independencia de criterio, el cuestionamiento natural y argumentado de las ordenes vengan de donde vengan, siempre y cuando las circunstancias lo permitan, sea habitual.

Habrá que definir, esta vez bien, las relaciones entre los diferentes escalafones de las jerarquías, allá donde estas sean necesarias. Esta si que sería una verdadera revolución.