Resulta especialmente llamativo, que en muy pocas ocasiones se mencione a un protagonista fundamental en una elecciones: el elector. ¿Nadie tiene objeciones a que se les impida a los ciudadanos el poder elegir a un político sobradamente conocido?
Al no existir candidaturas independientes, A. Ruiz-Gallardón no puede presentarse a las elecciones y permitir a los electores poder elegir si desean votarle o no.
Al ser listas cerradas y bloqueadas, únicamente las cúpulas de los partidos eligen a los elegibles.
Al no existir tampoco mecanismos para asegurar un mínimo de obligación del político elegido al mandato imperativo o representativo (estos dos conceptos ni siquiera están en la Wikipedia) por el cuál este ha de efectuar su labor de representación, esta función la han de realizar los partidos, filtrando a aquellos políticos que se alejen de la corriente de la cúpula. De esta forma, todas las opciones políticas están decididas por las altas jerarquías de todos los partidos, primando su propio interés.
La falta de cultura democrática es un obstáculo para implantar esos mecanismos por los cuales los ciudadanos realizaríamos esa función de selección previa, excluyendo nosotros mismos de las listas a los políticos que no nos gustasen. La comodidad y la falta de responsabilidad entre otras cosas, provocan que a nadie le importe que otros hagan esa faena por nosotros.
Bueno, pues, vale. Pero el próximo nueve de marzo el día de las próximas elecciones generales recuerden: podrán votar, pero no elegir.
Luego, cuando vayan cabreados a alguna manifestación, no digan que no se les advirtió.