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lunes, 14 de marzo de 2016

La burbuja valenciana

lunes, 14 de marzo de 2016

Una burbuja se puede definir cuando algo crece por encima de lo que puede soportar realmente. Un problema que se ha tenido en España es precisamente que nuestros políticos han «inflado» en exceso casi todo lo que ha caído en sus manos. Esta habilidad para «convencernos» y lograr los suficientes apoyos no la demuestran sin embargo, a la hora de crear soluciones y aportar ideas. Remitiendo al análisis de César Molinas sobre la clase política española, su autor explica a grandes rasgos que en España los políticos cuando no tienen nada que ofrecer, se lo inventan.

La inmobiliaria no es la única burbuja en la que nos han metido en las décadas recientes. Las burbujas de infraestructurasla del fútbol y otras como la universitaria —en la que se han matriculado miles y miles de estudiantes que ahora están en el paro, fuera de España o subempleados— son claros ejemplos. Algunas veces no son consecuencia directa, sino que son residuos provocados por una reiterada manera de proceder. Esta se basa en la excesiva tendencia de los políticos de ignorar las evidencias y faltar a la verdad, hasta tal punto, que llegan a engañarse a si mismos.

Lo que ha ocurrido en la Comunidad Valenciana desde la transición obedece a una coyuntura que en el caso de esta comunidad merece un análisis separado. Esta situación solo se comprende identificando a los distintos agentes y protagonistas del panorama político español, y los papeles que, queriendo o no, ha tocado desempeñar a cada uno de ellos.

El origen

La situación tras la transición se podría definir, muy brevemente, compuesta de dos bandos: uno «heredero» de un tardofranquismo normalmente identificado como «la derecha», que poco a poco había ido distanciándose de la época más negra de la posguerra. Por otro, una serie de grupos que hasta ese momento habían estado en la clandestinidad —o en el extranjero— representados principalmente por el PSOE y el PC, que aglutinaban de forma genérica a «la izquierda» y en general, a todo el antifranquismo. Es decir, poco más que una continuación «ligth» de los bandos de la Guerra Civil en los que se metían en un mismo saco a mucha gente de ideologías diversas. Un tercer «bando» serían los nacionalismos, aunque estos se han aliado en no pocas ocasiones con los grupos que actuaban en la clandestinidad durante el régimen franquista. 

Esta alianza entre nacionalismos separatistas y la izquierda española, no por motivos ideológicos o por afinidades culturales comunes sino por pragmatismo dentro de un maniqueo juego político, resulta fundamental en la historia reciente de la región valenciana. Mientras que en todas las comunidades han tenido clara su situación en el «mapa de pactos», en la valenciana las dudas han ido surgiendo en aumento desde la transición. La región cuya principal población fue capital de la 2ª República Española durante La Guerra, la que durante tres legislaturas votó mayoritariamente a un partido alineado en la izquierda como el PSOE, ha tenido que padecer desde sus inicios y antes que otras comunidades debido a su idiosincrasia particular, los defectos del actual sistema de representación político.

El desengaño

La sociedad valenciana ha sido ejemplo durante una buena parte de su historia de civismo ciudadano, de iniciativa, de libertad, de heterogeneidad, de diversidad, de aprecio por la cultura propia, respeto hacia la ajena y de ausencia de nacionalismos excluyentes. Una parte de esa sociedad fue protagonista de una de las primeras victorias de la sociedad civil contra el abuso de poder, que pretendía una pesadilla urbanística en lo que hoy es un jardín de nueve kilómetros de largo. Otro ejemplo clásico es el singular carácter festivo que comparten las fiestas de las tres principales ciudades: Las Fallas, Las Hogueras y las Fiestas de la Magdalena. En el caso más conocido de las Fallas, en su origen no era un evento organizado desde una institución central —como trajo el franquismo después— sino fruto de la actividad espontánea de toda una sociedad que se lanzaba a la calle para celebrar la llegada de la Primavera y «quemar todo lo malo» acumulado durante el año. Aunque el franquismo perturbó la concepción original, las Fallas continuaban siendo una fiesta singular por cuanto era creada en una gran parte desde la base, por la propia gente de los barrios que salía a la calle. En este contexto, la llegada de la democracia no podía tener otro ganador que un PSOE que representaba —en teoría— la oposición moderada y cívica. Pero las primeras acciones de gobierno autonómico trajeron consigo consecuencias inesperadas.

La izquierda española lleva practicando el absurdo juego de renegar de lo español y aliarse con los nacionalismos periféricos porque alguien pensó que de esta manera obtenían un beneficio político. Puede que así haya sido en algún grado, pero lo que han logrado en definitiva, ha sido alimentar un monstruo que ahora no controlan y que casi les destroza. No es este un artículo para hablar de las causas ni justificación del nacionalismo catalanista, pero es un hecho que existe, tanto como su rechazo en la Comunidad Valenciana. La problemática de este fenómeno originado en Cataluña pero que afecta a otras regiones como la mencionada se puede resumir en dos puntos: (1) el catalanismo necesita a la Comunidad Valenciana para su idea de construcción de un estado catalán viable. Y (2), la sociedad valenciana rechaza mayoritariamente dicho nacionalismo no por motivos ideológicos —en el sentido maniqueo izquierda o derecha— sino simplemente porque no se identifica con él en los términos que los estrategas pan-catalanistas desean —tan irracional pueden ser unas posturas como otras, ahora bien, entre la apropiación política forzada del catalanismo y la autodefensa valenciana, me quedo con esta última—.

Centrándonos en lo ocurrido desde la transición, el gobierno socialista presidido por el melifluo Joan Lerma impuso en las escuelas públicas valencianas para la asignatura de valencià, una normativa ajena y extraña junto a un profesorado importado de Cataluña. Nuevos profesionales que encontraron en la enseñanza de una lengua creada y normalizada desde el poder político, una forma de vida. El rechazó fue generalizado y la polémica nos ha acompañado hasta prácticamente nuestros días. La creación de la Academia Valenciana de la Lengua ha reducido el problema interno en la comunidad, aunque fuera de ella el catalanismo continúa su modelo de absorción cultural y político exactamente igual. No obstante, no fue este el único motivo de disgusto de la sociedad valenciana. Además de apropiarse de los elementos culturales, también parecía que trataba de restarles valor histórico como en el caso del Teatro Romano de Sagunto. Destaca igualmente el largo padecimiento de la antigua carretera N-III. Una vía conflictiva que llevaba a la «ruta del bacalao» y a las playas de Benidorm y Cullera. Con grandes picos de tránsito que ocasionaban problemas de transporte y accidentes, pero que a pesar de todo se mantuvo durante décadas en la mayor parte de sus tramos con una ridícula vía convencional cuyos atascos han sido protagonistas hasta de anuncios de televisión. Todo un clásico de la época. Por no hablar del AVE —otra burbuja— que desde que el PSOE inauguró la primera línea a Sevilla en 1992 —con la «excusa» de la Exposición Universal— ciudades como Toledo o Lleida —que no lo han aprovechado— han tenido antes que Valencia el tren de alta velocidad, que no llegó a la ciudad del Turia hasta el 2010.

En definitiva, el ninguneo político al que se sometía la Comunidad Valenciana y la continua supeditación a los intereses del catalanismo fueron poco a poco alumbrando la llegada de la derecha al poder. Porque si para algo ha de servir la democracia es para cambiar al gobierno cuando no gusta. Dicen que la derecha española, rancia y caduca, es la causa del surgir de muchos nacionalistas en Cataluña. Pero en Valencia lo que ocurre es que el nacionalismo catalanista es la causa del aumento de votantes del Partido Popular. Este creciente descontento de la sociedad valenciana con la izquierda fue entonces aprovechado por alguien que se hizo famoso años después por ser un experto creador de burbujas: José María Aznar.

Inflando la burbuja

El antiguo presidente del gobierno español era y es muchas cosas, la mayoría de ellas poco bonitas. Pero algo que no era es tonto. Debió de darse cuenta de la oportunidad que se le presentaba —electoral y políticamente hablando—: una comunidad con la tercera capital de España, con un 10% de su PIB y su población en menos de un 5% de su territorio, y con un puerto cuya actividad económica es uno de los mayores de España y el primero en el Mediterráneo. Una comunidad ignorada por los gobiernos socialistas anteriores y que estaba en el punto de mira de un nacionalismo antagónico e irreconciliable con la derecha española. Visto fríamente, todo apuntaba a que tenía que ocurrir lo que ocurrió: Aznar comenzó una estrategia consistente en asimilar a la Comunidad Valenciana como un «ejemplo» para España. Un modelo a imitar, para así de esta manera ganarse el favor de una sociedad que estaba harta de ninguneo y desprecios, y que no acababa de asimilarse al nacionalismo catalanista —a pesar de todo el empeño que este ponía—. Dentro de las políticas tomadas en aquel entonces destaca el acabado de la autovía A-3. Aznar zanjó a los pocos meses de estar en el gobierno un problema de décadas de reivindicaciones, ante las patéticas pataletas de la oposición que insistía a pesar de no tener ni un único argumento sólido.

Fue la época de Zaplana como presidente de la Generalitat —Valenciana—, la de Terra Mítica y de programas de televisión como Tómbola, que fue exportado a Madrid. El Partido Popular absorbió a la tradicional Unión Valenciana, haciendo desaparecer de la escena política a la derecha moderada propia valenciana. El PSOE se iba hundiendo y veía como su proyecto de la Ciudad de las Artes y las Ciencias lo acababa un gobierno de otro partido político. Rita Barberá comenzó su largo periplo como alcaldesa de la ciudad de Valencia. Le dio un vuelco a la imagen de la ciudad, además de recuperar el entorno natural de la playa de El Saler, embrutecido en la época del franquismo con un horrible paseo de hormigón que los socialistas ni tocaron, a pesar de que destrozaba el paisaje y también, el funcionamiento de las corrientes de aire y el proceso de formación dunar. Las ganas de agradar lograron cambios positivos en un principio, algo que se nota en la mejora de la Comunidad Valenciana como destino turístico. Pero los años acumulados en el poder y las excesivas ambiciones de personajes como Francisco Camps, fueron convirtiendo a esta comunidad en algo que nunca fue. El dinero que llama a la corrupción junto a la falta de controles del poder en el sistema político han hipotecado a la sociedad valenciana. Una sociedad que ya no sabe convivir y que bajo la batuta de su anterior alcaldesa, ha convertido Las Fallas —siguiendo con el ejemplo— en una deleznable oportunidad para el abuso, la falta de educación y los problemas de convivencia.

Pinchando las burbujas

Toda colectivo social que disfruta de un gran éxito suele ser objeto de deseo. En los años de mayor éxito y creación de la burbuja valenciana —con la Copa América y la creación del circuito de Fórmula 1— surgió dentro del Partido Popular valenciano un principio de emancipación del poder central que en otro contexto podría haber sido positivo, pero que en este caso se convirtió en un espectáculo lamentable de avaricia y deseo de protagonismo. No obstante, Francisco Camps no era realmente peor que otros políticos. Podría decirse que era el Aznar valenciano: un político trepa con muchos más recursos que sus oponentes. Más incluso que el propio Mariano Rajoy —aunque para lo cuál no hace falta mucho—. Una vez llegado a la máxima autoridad autonómica y sin apenas competidores, sus ambiciones apuntaban claramente a la presidencia del Partido Popular y a la candidatura como presidente del gobierno de España. Desde la calle Génova, habían dejado hacer y deshacer en la Comunidad Valenciana mientras continuaran ganando elecciones, pero Camps comenzó a ser un problema para la oligarquía del partido, que no quería competidores. Camps apartó a los Zaplanistas, favorables con el poder central del partido, pero desamparados tras la marcha de su «mentor» Eduardo Zaplana, al Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales con Aznar de presidente. Luego vino lo que vino, y Zapatero alcanzó la presidencia de España y con él, el pinchazo de la burbuja económica. Debido a lo cual, muchas bocas que hasta ese momento habían estado tapadas y muchos pactos realizados entre partidos antagónicos para no denunciarse mutuamente y poder disfrutar de los privilegios del poder, comenzaron a ser insostenibles. Tras la debacle económica se desencadenó el pinchazo de la burbuja que dependía directamente de ella: la burbuja política.

Pocos años antes de que fuera imposible para el interés de la clase política seguir tapando que estábamos en crisis, varios sucesos ocurridos en Cataluña y Comunidad Valenciana eran un aviso de que todo comenzaba a desmoronarse: el hundimiento del barrio del Carmel, el hundimiento del túnel del AVE en Bellvitgeapagones que afectaron a más de 110.000 usuarios y el destape del caso de las comisiones del 3% que afectaban a toda la clase política catalana. En la Comunidad Valenciana el trágico accidente del Metro eclipsa tristemente lo relacionado con el crack del sistema financiero valenciano y el fracaso del circuito de Fórmula 1, una ruina a causa de la irresponsable gestión del entonces presidente Francisco CampsMariano Rajoy que ya tenía a punto su victoria en las elecciones con un Zapatero acabado, le puso la puntilla quitándose «molestias» de encima, una maniobra de la derecha central que, paradójicamente alegraba tanto a unos como a otros, sobre todo a los nuevos partidos de la izquierda valenciana que venían a hacer lo que el PSOE no lograba. Y así, de esta manera, la Comunidad Valenciana ha pasado por ser ninguneada, para luego ser usada como modelo ejemplar, para finalmente ser señalada como un vertedero, usada como cabeza de turco de experimentos en televisiones autonómicas, u objeto de comentarios improcedentes por parte de un fracasado «Gran» Wyoming, que ha encontrado en la más burda y sucia agitación política su verdadero lugar. Tras años de bloqueo debido a un sistema de participación política que penaliza la entrada de nuevas opciones políticas, finalmente, paso a paso, se han ido abriendo camino las alternativas.

En la actualidad

«Este es un pueblo honrado.
La corrupción no está ligada a los valencianos, está ligada al PP»

Monica Oltra
En las palabras de la dirigente de Compromís se pueden encontrar varias claves del «juego político» en España. La izquierda española ha vinculado la corrupción a la Comunidad Valenciana por interés político: por ser gobernada por el Partido Popular y por tratar a los valencianos como un pueblo que no merece ser tenido en cuenta por tolerar la corrupción, legitimando así su posible «catalanización». Por otro lado, la nueva izquierda valenciana no puede basarse en ese mensaje ya que necesita los votos de esa misma sociedad, por lo que enfoca todo el problema desde un punto de vista puramente partidista, atribuyendo la causa de la corrupción exclusivamente al partido en el gobierno. Otro factor importante en su éxito ha sido el alejamiento de posturas extremas y nacionalistas —en el contexto valenciano— que se han materializado en la alianza con Podemos, a pesar de los serios problemas internos que ha supuesto para la coalición valenciana. El sistema político que legitima de igual manera a ambos, tanto a Compromís como al Partido Popular, queda —equivocadamente— excluido de la ecuación.

La Comunidad Valenciana no es ni más ni menos corrupta que otras, ni en términos relativos ni en términos absolutos. Sí que es sin embargo debido a su situación estratégica, la más mediatizada y usada como chivo expiatorio por los medios de comunicación, al hacer uso político de los numerosos escándalos —eso sí— que se han dado, destapados siguiendo un escrupuloso calendario. De esta manera, además de obtener un beneficio político al dinamitar al partido gobernante de una comunidad el cual ni tan siquiera su propia dirección central puede —ni quiere— defender, se enmascaran el resto de casos de corrupción que en estos momentos se dan a lo largo y ancho de la geografía del país, desde los municipios hasta la mismísima Corona de España. La Comunidad Valenciana, vapuleada y ninguneada por la izquierda y por la derecha, se encuentra sin líderes claros, sin representación política y a expensas de un sistema poco democrático que no favorece a las sociedades activas. Una comunidad que en el punto de mira de un país corrupto es, el eslabón más débil.

Foto: Las Provincias

lunes, 26 de enero de 2015

catalán y valenciano: una explicación independiente

lunes, 26 de enero de 2015
Fuente: Wikipedia
¿Qué se esconde tras el conflicto lingüístico que afecta a las comunidades catalana y valenciana? ¿realmente se conoce el origen y causas de este enfrentamiento? ¿existe realmente el conflicto o se trata tan sólo de «política»? Da la impresión como si el resto de España considerase este asunto como «ruido de fondo». Uno más de esos conflictos perennes que de vez en cuando reaparecen en las portadas de los periódicos, cuando no tienen otra cosa que contar. Pero ¿es posible pensar en algún ámbito en España que no se vea afectado por la política? La respuesta es que para bien o para mal no existe rincón que no se haya visto condicionado por las decisiones políticas. Y este es uno de los que más.

En esta España del enfrentamiento y del maniqueísmo —o conmigo o contra mi, Barça o Madrid, PSOE o PP, etc.— se buscan explicaciones absolutas y contundentes. Un «sí» o «no». O un «blanco» o «negro». De esta manera se fragmenta la sociedad en grupos enfrentados, cuyas posturas son dogmáticas, rígidas e inamovibles. No hay cabida para el detalle o la sutileza.

Sin embargo, es necesario algo más de esfuerzo para ir al meollo. Hay varias preguntas que surgen al intentar entender este asunto. Responderlas con un «sí» o un «no» sirve para poco más que satisfacer los dogmas de cada grupo, grabados a fuego durante décadas en el acervo colectivo de la sociedad española. Todo intento de escapar de uno u otro dogma se encuentra con más dudas y rara vez se llega a la causa de todos estos malentendidos.

Este va a ser un largo artículo. Por este motivo se ha dividido en varias partes, con un índice y enlaces a cada una de ellas:
  1. Pregunta: ¿son el catalán y el valenciano una misma lengua?
  2. Pregunta: Si son la misma lengua ¿cómo se llama?
  3. Pregunta: ¿viene el valenciano del catalán?
  4. Conclusiones
  5. Bibliografía
  6. Notas


1ª pregunta: ¿Son el catalán y el valenciano una misma lengua?


Naturalmente, los lingüistas pueden responder perfectamente a esta cuestión, pero en términos que sólo son útiles para otro lingüista. A la hora de clasificar las lenguas, los especialistas diferencian entre taxonomía popular —susceptible de factores sociológicos— y taxonomía glotológica —la definida por la propia ciencia lingüística—. Sin embargo, los propios especialistas se incluyen como parte de mundo científico, sin asumir que son también parte de la sociedad y por tanto, sujetos a factores políticos de forma similar a como lo pueden estar los jueces, los periodistas o los médicos de empresa.

Para responder a esta pregunta en los términos adecuados para los profanos, habría que comprender mejor qué es una lengua y cuándo estas son «la misma». Por ejemplo, todo el mundo está de acuerdo en que la lengua hablada en Extremadura es la misma que la hablada en Murcia —por poner un ejemplo cualquiera—. Sin embargo, todo el que ha podido viajar por España habrá podido comprobar como existen expresiones, giros y un vocabulario que difiere notablemente entre zonas. Son «lo mismo», pero no «iguales».

¿Qué ocurre?

Pues que las lenguas irremediablemente evolucionan, y lo hacen de forma diferente según el lugar.

Entonces ¿por qué continúan siendo la misma lengua?

Porque hay una serie de instituciones que se encargan de mantener cierta homogeneidad entre las distintas zonas. Estas instituciones difieren en función de la tradición. Por ejemplo, en el ámbito continental es habitual encontrarse con «academias» lingüísticas centrales que tienen poder para decidir en estos asuntos. Este poder emana del Estado, es decir, es en última instancia un poder político.

En España y otros países hispanohablantes existe la Asociación de Academias de la Lengua Española, que se reúnen periódicamente para incluir en el Diccionario Panhispánico todos aquellos términos que han surgido en cada territorio, con el objeto de mantener una homogeneidad aceptable, de forma que glotológica y socialmente puedan continuar considerándose una misma lengua(1).

Por otro lado, en el ámbito anglosajón no existen estas instituciones. Por este motivo las lenguas mantienen sus denominaciones originales y su heterogeneidad es mucho mayor. Las únicas instituciones que hacen algo por mantener la lengua —el inglés en este caso— dentro de la inteligibilidad en el territorio son ciertas «autoridades» culturales o científicas como la cadena pública de difusión británica BBC —en España el concepto de autoridad cultural se encuentra viciado por el ámbito político— .

¿Por qué hay entonces diferentes lenguas en España?

Debido a que el proceso normalizador y homogeneizador no ha sido uniforme, a causa de que los territorios, los poderes políticos correspondientes y las instituciones encargadas de mantener el «orden» lingüístico, han variado a lo largo de los siglos o, no han existido. En el caso de la Corona de Castilla ha habido desde Alfonso X una clara intención de homogeneización lingüística. Sin embargo, en la Corona de Aragón con una configuración política descentralizada, se ha seguido el modelo anglosajón, esto es, sin instituciones centrales que mantuvieran dentro de ciertos parámetros la uniformidad lingüística.

Debido a esta circunstancia, el castellano es el resultado de numerosas transformaciones desde el latín vulgar hasta la actual lengua española —hablada en todo el territorio—, al verse sometido a sucesivos procesos normalizadores, incorporando términos de todo el territorio que ha conformado primero la Corona de Castilla, y posteriormente el Reino de España. Por el contrario, el latín vulgar hablado en la Corona de Aragón ha evolucionado en función del desarrollo literario espontáneo —normalmente proveniente de las clases sociales que podían permitírselo(2)—, preservándose aquellas variantes de mayor prestigio literario.

Además de la intención normalizadora explicada en los párrafos anteriores, siempre existe una tendencia natural del pueblo a continuar con su «lengua original» previa —sobre todo si los cambios venían de decisiones tomadas a muchos kilómetros de distancia—. Por este motivo las regiones periféricas de Castilla han mantenido sus lenguas o dialectos —según el caso—: gallego, asturiano, cántabro, leonés, andaluz, etc. Por el contrario, cuando este proceso se realiza según el modelo anglosajón basado en el prestigio o autoridad cultural literaria, el pueblo tiende a imitar o a emular las variantes de mayor prestigio. Aunque en todo caso, este fenómeno puede darse de cualquier manera, dependiendo mucho del concepto de «autoridad» que la sociedad tenga.


1ª Respuesta

Con el contexto algo mejor definido, la respuesta es que sí: las lenguas habladas en las comunidades catalana y valenciana, así como la balear, son la misma lengua desde un punto de vista glotológico —es decir, científico—. Antes de que alguien me encasille en algún sector ideológico, recordarles que aún no se ha acabado el artículo.

Decir que son la misma lengua o que pertenecen a un mismo «sistema lingüístico» resulta una obviedad. En otro artículo anterior ya se vio que en cierto momento de la historia se partía en toda la península de una misma lengua. Deberíamos preguntarnos primeramente por qué dejaron de serlo, en lugar de si lo son o no ahora.

Por lo comentado anteriormente, la posterior creación de lenguas distintas responde básicamente a la falta de algún tipo de institución o autoridad —sea política o literaria— que mantenga un referente o modelo común a seguir en todo el ámbito geográfico. Al no existir una política lingüística con intención unificadora como sí ocurrió en la Corona de Castilla, la consecuencia ha sido una divergencia político-lingüística que ha creado las diferencias actuales. En unos casos la separación ha sido tal que la compatibilidad era imposible desde un punto de vista puramente idiomático. En otros, se trata de «dialectos» o «variantes» de un mismo «sistema lingüístico» proveniente del latín vulgar, sin llegar a la escisión.

En la península, en el caso del resto de variantes del latín vulgar que no entraron en la influencia reguladora del castellano, los especialistas consideran que no ha existido una divergencia lo suficientemente grande como para que sean lenguas distintas, por tanto, se consideran una. Pero esto no significa que sean «iguales», ni que no hayan recibido nombres diferentes durante siglos en base a identificar dichas diferencias entre las variantes. Ni que unas se subordinen a otras. Las autoridades correspondientes deberían respetar dichas diferencias o dejar que sea la propia sociedad la que las mitigue. Y mucho menos, crear subordinaciones de unas lenguas respecto de otras, que nunca han existido.

Es en este punto donde la comunidad científica dedicada a los asuntos lingüísticos se ha dejado influir por factores socio-políticos, dejando una «versión oficial» muy tendenciosa. La pregunta que hay que hacerse ahora es:


2ª pregunta: si son la misma lengua ¿cómo se llama?

La versión oficial sitúa al valenciano y al balear como dialectos del catalán, junto al catalán noroccidental y el «central», respectivamente. Según esta visión la lengua se llamaría catalán. Ahora bien,

¿quien lo ha decidido?

Si bien los lingüistas pueden demostrar que valenciano, catalán y balear son una misma lengua, la asignación de denominaciones responde a criterio básicamente sociológico o político. La decisión final que rige en la actualidad ha venido, como no podía ser de otra manera, de las autoridades correspondientes, en este caso, el Gobierno de España —Poder Ejecutivo— con la aprobación del parlamento —Poder Legislativo— y con la complicidad del Poder Judicial.

¿Por qué? ¿qué criterio han seguido?

Gracias a los acontecimientos de los años recientes ya es posible hablar de los fallos del actual sistema político con normalidad. Estos fallos son sobre todo la falta de representatividad(3) que provoca tendencia a la demagogia y dependencia de los llamados «partidos bisagra». Otro problema es la falta de independencia de los poderes del Estado, que provoca que el gobierno use al parlamento para aprobar las leyes y normas que les conviene. Y por supuesto el Poder Judicial cuyas resoluciones tienen más que ver con la política que con la Ley.

En esta situación está bastante claro lo que ha ocurrido: los partidos nacionalistas y los centralistas, han pactado dentro de las necesidades parlamentarias de formar gobierno, ciertas condiciones que pasan por dar carácter oficial al catalán como denominación y la creación —desde cero— de una normativa lingüística que incluya todas las variantes idiomáticas de los territorios en cuestión —metidas con calzador en lo que «curiosamente» se corresponde con la paranoia nacionalista denominada Países Catalanes— regulada por una institución controlada políticamente por el catalanismo.

¿Desde cuando?

Algo ha cambiado desde la Transición en cuanto a censura, manipulación de los medios y uso fraudulento de las instituciones públicas, pero no todo lo deseable. Desde la formación del nuevo sistema político, los gobiernos catalanistas han usando todos los resortes a los que han podido acceder para ir construyendo pieza a pieza, lenta pero inexorablemente, su modelo de construcción nacional. Este pasa por la unificación lingüística, política, cultural —y económica— de aquellos territorios que consideran afines y necesarios.

Se puede decir que esto ocurre desde la Guerra de Cuba, cuyo desenlace negativo para España supuso el inicio de una época de desmoralización y perdida de una autoridad que se había inflado demasiado desde hacía tiempo. Precisamente en aquella época, los herederos de aquella aristocrácia catalana que había vivido siempre convenientemente arrimada al poder que más cerca tenían —el Imperio Carolingio primero y el Español después—, se dieron cuenta de que ya no les servían y comenzaron a montarse su propio tinglado.

Un caso sencillo que puede servir de muestra es el de la Real Academia de la Lengua. Es conocido que está formada por una serie de académicos que ocupan unas plazas conocidas como «asientos». Según su página web, establece que entre los años 1926 y 1930 —en plena efervescencia del estatuto de autonomía catalán que vendría cuatro años después— se crearon unas plazas denominadas secciones especiales dedicadas a otras lenguas españolas. Estas son la catalana, la gallega y la vascuence.

Sin embargo, esto no fue así, exactamente. En el documento original enlazado en la Wikipedia, hay unos artículos —en la parte central del documento digitalizado— reproducidos a continuación, señalando en negrita cierta información:
  • Artículo 2º Constará además de cuarenta y dos Académicos correspondientes españoles, de los que habrá dos especializados en el catalán, uno en el valenciano, uno en el mallorquín, dos en el gallego y dos en el vascuence.
  • Artículo 3º Se crean en la Real Academia Española tres secciones denominadas: de la lengua catalana y sus variedades valenciana y mallorquina; de la lengua gallega y de la lengua vascuence; compuesta cada una de los Académicos  de su especialidad respectiva, expresados en el artículo 1º, y de un número igual de otros Académicos numerarios, designados por dicha Corporación, siendo presididas todas las Secciones por el Director de la Academia.
  • Artículo 4º Tendrá como función cada una de dichas secciones, con respecto a su especial idioma, las mismas que para la lengua castellana determina el artículo 1º de los Estatutos de la Academia aprobados por Real decreto de 31 de Agosto de 1859, y además la formación de los Diccionarios respectivos.
Realmente en su origen, por una parte, se evidencia la mención clara y diferenciada del valenciano y del mallorquín —desaparecidas en la actual versión— respecto del catalán, representados por unos académicos que no son intercambiables entre si, situación que choca completamente con la que con el paso de los años, ha ido transformándose hasta llegar a la actual. La concesión que en su día se aceptó pero que ha supuesto la cuña por la que las pretensiones del nacionalismo catalanista han ido acaparando cada vez un ámbito político-cultural mayor, es la de englobar las variantes en una misma sección cuya denominación corresponde con la de una de ellas:
  • Lengua catalana ¿?
    • Variante catalana ¿?
    • Variante valenciana
    • Variante mallorquina
Aunque no se establece una dependencia jerárquica dentro de la sección —todas las variantes están al mismo nivel—, esta ambigüedad y polisemia es uno de los orígenes que han dado lugar posteriormente a tantos enfrentamientos. Paradójicamente, mientras que Valencia y Mallorca han tenido en su historia una definición política clara —Reinos de Mallorca y Valencia—, los Condados Catalanes eran un grupo disperso predominado por el Condado de Barcelona —nobles y militares, con actividad literaria escasa— que no llegó a formarse como reino nunca. Se ve que esta frustración les ha perseguido como una maldición durante centurias, cobrándose ahora la venganza.

¿Quienes regulan la lengua?

Con la nueva estructura política tras la Guerra de Sucesión y la imposición del castellano como lengua española oficial, los asuntos en materia lingüista siguieron el modelo de la Corona de Castilla. La Real Academia Española se fundo en 1713 —el año de finalización del conflicto— y desde entonces se ha encargado de normalizar la lengua —junto con las academias del resto de países hispanos—. 

Un detalle muy importante de esta situación, es que si bien la lengua oficial —la escasa enseñanza pública o privada que hubiera, documentos oficiales, etc.— era el castellano, el resto de lenguas locales no fueron prohibidas, ni mucho menos sustituidas. Es decir, el catalán seguía siendo el catalán, el valenciano seguía siendo el valenciano, y así sucesivamente. Tal vez las formas no nos parezcan correctas siglos después, tal vez los distintos conceptos de autoridad logrados tras una cruenta guerra no fueron aceptados de buen grado. A pesar de todo, la normalización de una lengua oficial para todo el Estado no tenía pretensión de sustitución ni de usurpación cultural. 

El Instituto de Estudios Catalanes es la institución análoga en el ámbito catalán fundada en 1907. La diferencia en la filosofía de esta institución es que en este caso, sí que se pretende la sustitución y apropiación de todos los aspectos culturales de aquellos territorios, autores y obras, que dicho órgano decide que entran dentro de su ámbito. De esta manera, ha creado una lengua artificial basada en los clásicos de origen valenciano, por ser el principal referente literario. Todo con la aprobación oficial de un Real Decreto del año 1976. En plena transición y a buen seguro, fruto de algún trato entre las partes que participaron en aquel acuerdo a puerta cerrada.

Los intentos de «catalanización» han sido evidentes en las comunidades valenciana y balear. Una imposición cultural sin esperar ningún acuerdo de las partes, fundamentada en acaparar el mayor numero de instituciones educativas —colegios, universidades, etc—. Naturalmente, la respuesta de la sociedad fue notoria, siendo más efectivo el rechazo en la Comunidad Valenciana. Como resultado de estas primeras etapas del conflicto tras la Transición, se creó una institución normalizadora en el ámbito valenciano llamada Academia Valenciana de la Lengua. A priori, esta institución ha dado carácter oficial al llamado subestándar valenciano, lo que ha limitado la implantación del catalán en esta comunidad. 

Sin embargo, el llamado valenciano normalizado es un pastiche forzado a encuadrarse dentro de la normativa catalana, que no es de agrado general. Se acepta con encogimiento de hombros, como otra tanta de las decisiones políticas que se toman. Y en otra buena parte, por el carácter afable —tal vez en exceso— de las gentes de esta comunidad.

A nivel internacional —donde una comunidad autónoma no tiene nada que hacer salvo que cuentes con el apoyo del Estado— el valenciano es ignorado sistemáticamente. A nivel de Estado, se asume que el catalán genérico es una norma por encima del valenciano. Mientras tanto, el valenciano tradicional que habla la gente en la calle desde hace más de cinco siglos, continua con el modelo anglosajón, con la desgracia de que ha perdido referentes literarios actuales(4).


2ª Respuesta

Lo cierto es que no hay un nombre que satisfaga a todos, pero, si cada variante tiene su nombre ¿qué más da? Los únicos que tienen verdadero interés en asignar un nombre al conjunto es el nacionalismo catalanista, con el pretexto de que tendría «más entidad», pero pasando necesariamente por aceptar el que ellos elijan. No es molesto desear la unión, sí que lo es el menosprecio y la imposición.

Llamar catalán a todo el conjunto sería aceptable sino fuera por el uso abusivo que se hace de esta circunstancia. Se aprovecha un término genérico para denominar a una parte de la misma manera que el todo, y a todo como el de una parte decidida por ella misma. De una lengua carente de identidad y sin base literaria importante, a pretender ser el centro por la fuerza de los hechos consumados. Lograr que los poderes adecuados den carácter oficial a esta confusión, ha sido el pie para que con el paso de los años se impongan forzosamente como los «padres» de la lengua, así como los reguladores y garantes de la «pureza lingüística».


3ª pregunta: ¿viene el valenciano del catalán?

La historiografía castellanista —la habitual— da a entender que el habla de un pequeño reino del norte de la península se extendió por todo dicho territorio, sustituyendo el habla de los habitantes locales. Esto podría aplicarse a aquellas zonas que fueron fuertemente repobladas —las del centro de la península—, pero no al resto. Por otro lado, el castellano tan sólo mantuvo su denominación por ser esta la del reino que por carambola, se mantuvo igualmente tras un proceso azaroso de uniones y herencias dinásticas —a alguno tenía que tocarle—. Posteriormente —como lengua española— se ha desarrollado gracias a la aportación de toda España y a la normalización de la Real Academia de la Lengua.

Nadie se molesta demasiado en explicar todos estos matices, dejando que se malinterprete. Esta exageración, acentuada aún más por el nacionalismo franquista, es la que paradójicamente usa el nacionalismo catalanista para «convencernos» de su teoría de la expansión del catalán por los territorios de la antigua Corona de Aragón que no se vieron influidos por otras variantes peninsulares —la Casa de Trastámara de origen castellano, llevó tras de si su habla al Reino de Aragón—.

La confusión más extendida es que como Valencia fue conquistada por catalanes, estos llevaron su lengua con ellos. Según esta teoría, el Reino de Valencia fue desprovisto de su lengua  —en el pasado y en el futuro— al ser repoblado por catalanes. Esta es una versión muy simplificada de los hechos, que es sin embargo, la más extendida. 

¿Qué se hablaba antes de la «Reconquista» en Valencia?

En la España Musulmana el idioma oficial era, como puede esperarse, el árabe. Sin embargo, existen pruebas suficientes que demuestran que el latín vulgar de los pobladores locales continuo utilizándose —siguiendo la pauta habitual en estos casos—. De alguna manera el latín vulgar perduró entre el pueblo autóctono de la Taifa de Valencia. A esta variante del latín se le llama mozárabe.

La larga estancia del árabe en la península —nada menos que ocho siglos— hace suponer que este podría haber desaparecido, pero nadie puede decirlo con seguridad. Lo que sí se sabe con certeza es que la población morisca en el Reino de Valencia que permaneció era una de las más numerosas, que se evidencia en la conservación de la toponimia.

La falta de documentos escritos —poca gente escribía, y si lo hacía, era en árabe— dificulta establecer hasta qué punto éste perduró, por lo que normalmente el mozárabe no es considerado. En todo caso, la población local continuó con su lengua conviviendo con la de los repobladores y previsiblemente influyendo en ella. Fuera el árabe, el mozárabe, o alguna combinación de ambos.

¿Qué hablaba Jaime I?

Con la llegada al Reino de Aragón de la dinastía de los Trastámara —de origen castellano— se introdujo otra variante del latín vulgar que se identificaba con el habla de «los castellanos», distinta a la de los pobladores del resto de condados de la Marca Hispánica —unos emplazamientos militares creados por los carolingios para evitar el paso de los musulmanes por los Pirineos—. Al parecer, los monarcas llevaban tras de si la lengua al trono que ocupaban. La cercanía con las autoridades y la necesidad del uso de su lengua para asuntos oficiales, conllevaba que el pueblo lo adoptase. Siempre y cuando aceptase dicha autoridad.

Esto es lo que normalmente ocurre: la autoridad aceptada de forma legitima, sea política, cultural o de cualquier otro tipo, suele ser modelo y ejemplo a imitar. Don Jaime I El Conquistador fue uno de los monarcas más apreciados de la época, por lo que cabe preguntarse qué hablaba dicho monarca. Don Jaime I nació en Montpellier, hijo de la noble María de Montpellier. Se crió allí, por lo que parece muy probable que hablase la lengua del lugar y esta era el occitano. No hablaba catalán, aunque ambas lenguas eran muy similares, debido a su misma procedencia y a la poca divergencia político-lingüista que existía en aquella temprana época. La cuestión es que la lengua de la autoridad legítimamente establecida entre los repobladores venía de más allá de los Pirineos.

¿Quienes fueron los repobladores?

Supongamos que, tal y como está establecido en la teoría catalanista, los catalanes se establecieron en el Reino de Valencia recién formado, transmitiendo así su lengua. Para que esto sea así son necesarias al menos una de estas dos cosas: que exista algo llamado Cataluña y algo llamado catalán(5).

La referencia más antigua de Cataluña es la de Principado de Cataluña en 1350, refiriéndose a una agrupación de condados —inicialmente Barcelona, Gerona y Osona, llamado en la actualidad Cataluña Vieja— que no constituían una unidad política, salvo que estaban bajo el gobierno del mismo noble (Ramón Berenguer I) cuya dinastía recibía el título de «Príncipe» desde el 1058, como algo honorífico o simbólico —seguía siendo oficialmente conde, no príncipe—. Un siglo antes de la primera referencia escrita a Cataluña, el Reino de Valencia fue creado por Jaime I en 1239 para evitar que la nobleza catalano-aragonesa metiera sus zarpas, algo que no les sentó muy bien. De esta forma se creó un reino con fueros independientes, que daba forma a una Corona de Aragón de estructura confederada

El resto de lo que hoy se conoce como Cataluña —la Nueva—, fue conquistado por Berenguer IV en el Siglo XII. Aparte de esto, quedaban algunos condados —Condado de Urgel, entre otros(6)— que fueron dinastías separadas hasta su integración con la Corona de Aragón.

Es decir, Cataluña no existía como tal, aunque haya que usar este término para referirse a los pobladores de los condados que en aquel entonces, ocupaban el terreno llamado así ahora. Además, aunque el Conde de Barcelona era muy influyente, permaneció dividida en dos bloques cultural y socialmente diferentes. Siendo estrictos, Valencia se creó como entidad política diferenciada antes que Cataluña.

El Reino de Valencia se convirtió de esta manera en un territorio libre, bajo la tutela de un rey tan magnífico como magnánimo. Es fácil imaginar lo que supuso este hecho, atrayendo repobladores de toda la Europa cristiana, pero sobre todo —por cercanía— aragoneses, catalanes, occitanos, y castellanos, que huían de sus feudos rígidamente gobernados por nobles avariciosos. De todos estos sitios, los más prósperos y pacíficos eran los territorios denominados como Occitania —que de forma similar a Cataluña, tampoco era una entidad política(7)—. Esta era una franja que quedaba entre el Imperio Carolingio y la Marca Hispánica. Gracias al clima y a la estabilidad política floreció un arte y literatura importante cuya manifestación principal fueron los trovadores.

Entre los trovadores de Occitania y los feudos militares de los Condados Catalanes, se puede concluir que si hubo alguna autoridad cultural esta una vez más, venía de más allá de los Pirineos. El resultado de todo esto fue una explosión de magnificencia cultural y económica marcada en la historia como el Siglo de Oro Valenciano.

¿Como llamaban a su lengua?

Las referencias más antiguas a los nombres de las lenguas se han encontrado recientemente en unos documentos que hablan de catalanesc en 1290 y valencianesch en 1343, apenas medio siglo de diferencia y posteriores a la creación del Reino de Valencia. Por tanto, ni existía Cataluña como entidad política, ni Jaime I era catalán ni hablaba dicha lengua y la mayor influencia cultural de la época tampoco era Cataluña.

A pesar de todo, concedamos por un momento la remota posibilidad de que un número indeterminado de pobladores de lo que hoy en día se llama Cataluña, influyeran sobre todos los demás hasta el punto de convencer a la gente de que hablaban catalán. Vale.

Uno de los más relevantes escritores de aquel periodo histórico fue Ausias March (1397~1459). En una publicación de 1539 de las obras de Ausias March traducidas al castellano, se presenta al autor con esta frase: cavallero valenciano de nacion catalan. Si se tiene en cuenta el concepto de nación de aquel siglo, se estaba refiriendo a la cuna de su ascendencia noble —por supuesto, el nacionalismo catalanista no lo interpreta así—. En cualquier caso, con estas premisas uno podría esperarse un claro ejemplo de valenciano hablando catalán. Sin embargo, en la misma publicación pero en la página siguiente, se identifica al escritor valenciano con la lengua lemosina —una de las variantes del occitano—. Una vez más la influencia lingüística se aleja más allá de los Pirineos.

A pesar de estas evidencias, la entrada en la Wikipediaa merced del nacionalismo catalanista, organizado y vigilante— afirma de forma completamente estrambótica que da igual, que diga lo que diga se refiere a la lengua catalana, dando como únicas pruebas comentarios de autores de finales del siglo XIX. Es decir, que durante cuatro siglos se vinculó al valenciano con la lengua lemosina, hasta la época en la que surgió el nacionalismo catalanista. Este se basa en argumentos de una autoridad lograda en el terreno político posteriormente, para demostrarse a sí mismo —paradoja de la autoreferencia—.

El cuñado de Ausias March fue Joanot Martorell (1413~1468), de ascendencia catalana por parte de madre y autor de la obra Tirant lo Blanch, una de las más importantes de la literatura universal. En ella se hace mención explicita a la lengua original del autor —nacido y criado en Gandía— y de la obra como «lengua valenciana».

De estos dos hechos se desprende que ni siquiera autores de ascendencia catalana —pero criados en Valencia— llamaron a su lengua de esta manera. Es probable que ni tan siquiera los propios catalanes, es decir, los pobladores de los feudos dominados por los nobles catalanes, pensasen que hablaban otra cosa distinta a una variante del occitano. Se puede decir que fue el valenciano y su literatura el que originó el catalán, y no al revés.

¿Quienes son los dueños de una lengua?

Como se vio en otro artículo, se puede decir que realmente la lengua no tiene dueños, aunque todo el mundo desea serlo. Es inevitable no obstante, que las sociedades se organicen políticamente, haciéndolo dentro de un contexto político y cultural determinado. Cada sociedad crea sus tradiciones y normalmente, no se acepta que las sociedades vecinas interfieran decidiendo en ellas. A pesar de ello, mediante la influencia política puede lograrse que determinados valores culturales se «traspasen» a otros territorios. Casos como estos son la influencia que la cultura de los EEUU tiene en el resto del mundo, o como Alemania toma decisiones que afectan toda Europa.

La Comunidad Valenciana es una continuación del antiguo Reino de Valencia(8), dentro del contexto social, político y cultural de la Corona de Aragón, Occitania, la Península Itálica y la vecina Corona de Castilla, sin olvidar el mundo musulmán —en definitiva, el Mediterráneo—. Desde entonces ha creado sus propias costumbres, tradiciones y ha generado una lengua por la que nunca había necesitado pelearse, ya que nadie pretendía imponer denominaciones ni normas. Al contrario, fue un referente y modelo a seguir para sus vecinos, sin necesidad de hacer uso de estratagema política alguna. Todos estos hechos forman parte de la Historia. Y la historia es —debería ser— patrimonio de la Humanidad.

Cartel propagandista del CAOC, apoyado por la Generalitat de Catalunya y por tanto, por todos nosotros


3ª Respuesta

La pregunta de si una lengua viene de otra es tendenciosa. Las lenguas no vienen unas de otras, simplemente surgen. Naturalmente, no surgen de la nada. Lo hacen dentro de un contexto determinado. En este caso, dicho contexto era el del latín vulgar, un conjunto de variantes emparentadas con influencias germano-itálicas, desde el noreste de la Península Ibérica hasta la Península Itálica, pasando por el sur de lo que hoy es Francia y que entonces era Occitania(9).

Pretender enumerar siglos después cuantos repobladores fueron de un lugar a otro, con el pretexto de erigirse como los «dueños» siglos después de que lleven caminos sino separados, sí claramente diferenciados, resulta una pretensión verdaderamente preocupante que nos recuerda a ciertos líderes políticos del Siglo XX, que buscaban en las migraciones raciales rasgos de «pureza».

La lengua no pertenece a nadie, pero si ha de hacerlo, pertenece a las personas con las que viaja, vinieran de donde vinieran. No pertenece a los lugares que dejaron atrás(10). En definitiva, el valenciano no puede «venir de» el catalán porque ni el catalán existía como algo distinto al latín vulgar —o una variante del occitano—, no era un referente cultural, ni Cataluña existía como unidad política.

Aún así, si se desea llevar al extremo esta reinterpretación histórica de la tesis catalanista por la cual los emigrantes le deben algo eternamente a la tierra de la que se fueron, tampoco resulta admisible. La lengua hablada en la Comunidad Valenciana adquiere entidad como tal una vez se desarrolla y adquiere forma en el antiguo Reino de Valencia, sirviendo incluso como modelo y referente literario en los siglos posteriores. Esta circunstancia ayudó seguramente a que la inteligibilidad permaneciera y la divergencia lingüística no excediera. Así mismo, la permanencia dentro de un mismo marco político también fue determinante para que hoy en día puedan considerase la misma lengua. En todo caso, no debería ser excusa para imponer denominaciones ni normas, salvo la que cada sociedad apruebe dentro de su marco político-social de toma de decisiones, suponiendo que estemos en una democracia.


Conclusiones

«ni políticos ni científicos tienen nada que decir al respecto. Pero menos que nadie, los científicos. Es un asunto en el que sólo tiene que decidir la gente»
Noam Chomnsky, sobre el conflicto catalán-valenciano
Si después de cinco siglos de tradición es necesario hoy en día tener que dar todas estas explicaciones para mostrar algo que debería ser obvio, significa que de alguna manera, todo ese largo recorrido no se está haciendo en la dirección adecuada.

El mundo anglosajón ha aprendido a saber usar la imagen para lograr que sus objetivos sean aceptados. Por ejemplo, la explosión del acorazado Maine antes de la Guerra de Cuba se dice que fue obra de los propios EEUU. Fuera cierto o no, supieron aprovechar las circunstancias para lograr sus objetivos, que acabaron siendo los de sustituir un imperio —el español— por otro —el suyo—. Se descubra o no con el tiempo si esta estratagema fue cierta, ya es tarde.

El nacionalismo catalanista imita —en este caso si— el estilo anglosajón: apoya la Leyenda Negra y aprovecha todos y cada uno de los numerosos defectos de la sociedad de la España castellana, que continua satisfecha de haberse conocido, ignorante de la situación y de sus errores históricos. La sociedad valenciana, estridente y folclórica, carente de líderes o los que hay, con una imagen que deja mucho que desear, se encuentra impotente ante la situación.

Lengua y política tienen estrechos vínculos. La mayoría de dictaduras usan su poder para controlar la lengua acorde a sus objetivos nacionalistas(11). Resulta paradójico que desde una tierra en la que se rasgan las vestiduras hablando sobre libertad y exigiendo referéndums de independencia, sin embargo, limiten la capacidad de decisión de sociedades vecinas sobre algo tan aparentemente inocuo como la lengua, haciendo uso de un poder concedido en base a aprovechar los defectos del sistema político, sin pretender darles solución.

En el fondo, el conflicto lingüístico no trata de si se habla o no la misma lengua en unos territorios, sino una lucha por quien logra el control sobre ella, sea cual sea esta. Una vez se tenga autoridad para regular la lengua de un territorio, lo demás viene dado.


Bibliografía

  • Antonio Briz GómezEl castellano en la Comunidad Valenciana. Congreso de Valladolid, 2001 <enlace> [acceso 22-01-2015]
  • Inés Fernández-Ordoñez. Contribuciones de Ramon Menéndez Pidal al estudio del catalán. En las notas se analiza la aplicación por comparación de la teoría castellanista al caso del catalán y su modelo de expansión de la lengua. <enlace> [acceso 22-01-2015]
  • Martín de Viciana. Libro de alabanças d'las lenguas hebrea, griega, latina, castellana y valenciana. [1547] <enlace> [acceso 22-01-2015]
  • Ramón de Andrés Díaz. Gramática comparada de las Lenguas Ibéricas. Taxonomía oficial. [2013] <enlace> [acceso 22-01-2015]
  • Expansión peninsular y baleárica de la Corona de Aragón. Imagen Wikipedia. <enlace> [acceso 22-01-2015]
  • El Manifest. Iniciativa por una lengua aceptada por todas las partes para el catalán-valenciano-balear. <enlace> [acceso 22-01-2015] 


Notas

(1) Contrariamente a lo que muchos piensan, no es la Real Academia Española en Madrid, la que «manda» sobre las demás academias hispanas, sino que cada academia es independiente y se organizan a través de la Asociación de Academias de la Lengua. Es posible no obstante que de facto, haya existido una influencia política desde España. [volver al texto]
(2) La economía de la Corona de Aragón basada en el minifundio agrícola y pequeño comercio independiente, con el Mediterráneo como mercado, era sustancialmente distinta de la de Castilla, basada en el latifundio y en la importación de productos de América. Debido a esto existía una clase media burguesa y un sustrato social distinto al de Castilla. [volver al texto]
(3) La asignación de escaños se hace a «paquetes» formados por las listas de partido cerradas y bloqueadas, en una proporción marcada sin embargo por los votos recibidos a candidatos individuales por circunscripción. [volver al texto]
(4) Existe otra normativa no oficial creada por la Real Academia de Cultura Valenciana llamada «Normas del Puig», más cercano al valenciano tradicional, pero que pecan en su afán por desviarse de la oficial, exagerando localismos —las últimas revisiones han corregido algo este defecto—. [volver al texto]
(5) El significado de catalán en la edad media era con toda probabilidad distinto que el actual. Aún así, el nacionalismo catalanista utiliza a su libre albedrío el adquirido siglos después para sus intereses. Esto es llamado «falacia del historiador». [volver al texto]
(6) En la Wikipedia se basan en un estudio de  un tal Enric Ginot el cual analizando ciertos documentos dedujo que una buena parte de repobladores de los nuevos territorios de Valencia provenían del Condado de Urgel. Da la impresión como si pretendieran «dejar caer» que fueron estos pobladores los que impusieron la lengua, junto con el resto de pobladores de la Cataluña Occidental o Cataluña Nueva. Por otro lado, el Condado de Urgel —una vez se dejó de depender de los Francos para nombrar sucesores— no ha tenido dinásticamente nada que ver con el «Principado» hasta el año 1413 —casi dos siglos después de la conquista de Valencia— que se incorpora a la Corona de Aragón con la Casa de los Trastámara. Es decir, los repobladores que vinieron no tenían demasiados motivos para identificarse con Cataluña. Provenían de un condado con una dinastía independiente —la Marca de Tolosa—. El resto de repobladores de la parte occidental —Tortosa y Lérida— un siglo antes había estado ocupada por los musulmanes y repoblada durante ese periodo. En cualquier caso esta zona de Cataluña conquistada posteriormente ya era receptora de pobladores de otros lugares con un habla que no tenía que identificarse necesariamente con el catalán, es decir, que la lengua era ya importada antes de «llevarla» de nuevo a Valencia. Estas dos zonas de Cataluña —occidental y oriental— forman actualmente bloques social y culturalmente diferenciados del modelo antiguo y tradicionalmente feudal de la Cataluña Vieja. [volver al texto]
(7) Otro caso similar en la misma época es el de Italia, un conjunto de reinos y feudos independientes que de la misma manera, compartían un mismo latín vulgar dividido en diversas variantes que no llegaron a escindirse completamente gracias a la cercanía cultural y económica. Posteriormente, la formación de Italia los unificó al parecer, bajo una autoridad legítimamente aceptada por el pueblo que asimiló el cambio. [volver al texto]
(8) Es también conocido hasta cierto punto el conflicto que surgió en los inicios de la democracia con la denominación que se pretendía tomar de País Valenciá,. Finalmente no llegó a término, no obstante, los sectores de la extrema izquierda valenciana y el catalanismo continúan usando. [volver al texto]
(9) Muchas de estas variantes podrían hoy en día considerase una misma lengua —bloque occitano-romance— sino fuera porque no han permanecido dentro de un mismo contexto político que asegurara la homogeneidad, excepto en el caso de Italia, que sí se logró dicha unificación político-lingüística. [volver al texto]
(10) En función de su origen y con lo qué se identificaban, llevaron su tradición a las zonas donde se asentaron, conformando hoy en día un mapa diverso bilingüe en la Comunidad Valenciana. [volver al texto]
(11) En el gobierno totalitario de la conocida novela distópica 1984 (George Orwel, 1949), un punto clave en la obra es la neolengua. [volver al texto]


miércoles, 15 de octubre de 2014

catalán y castellano

miércoles, 15 de octubre de 2014
En la Edad Media habían muchos castillos en toda Europa, no sólo en "Castilla"
«porque el español nació en la calle, no en un monasterio ni debajo de ninguna piedra [..] los localismos [que pretenden vincular el nacimiento del idioma a un monasterio concreto] son una patochada»
Gonzalo Santonja, director del Instituto de la Lengua de Castilla y León
(Artículo de "20minutos")

El origen del castellano

La versión «oficial» sobre el origen de la lengua castellana establece que su nacimiento se remonta nada más y nada menos que a la propia formación del Reino de Castilla. La cuestión es, ¿puede un texto encontrado en un pequeño reino medieval ser el origen de una lengua que ha sufrido tantas transformaciones?

Me explico. El texto más antiguo en castellano es un documento que es tan parecido con la actual lengua llamada de esta manera, como lo pueden ser un huevo y una castaña. Sí, está claro que las lenguas evolucionan, pero, ¿precisamente de ese texto? Según el análisis filológico mostrado en la Wikipedia hay una serie de notas técnicas muy especializadas —tanto que parecen buscadas con lupa— que sugieren que aquel es un texto protocastellano. De cualquier manera, ¿quien lo va a discutir en una España en donde las mayorías dictan la realidad de las cosas?

Puede que se encuentren en ese texto algunos detalles que sean el germen de lo que luego se llamaría «el castellano». Necesariamente, en la lengua que hablamos hoy en día hay elementos que se han de encontrar en el latín vulgar hablado hace casi mil años. Pero escoger un texto concreto como «el fundador» es una «patochada», como unos de sus propios descubridores afirma.

Podría escogerse como «fundador» cualquier texto que haya contribuido de alguna manera decisiva a la formación de la lengua, todo estriba en el momento que se desee escoger como «punto de partida». Por ejemplo, la lengua vasca es una de las que ha aportado un elemento diferenciador único al castellano, ¿significa eso que todos los aportes anteriores o posteriores –íberos, celtas, etc.– que diferenciaban a ese latín vulgar del resto no importan?

Otro ejemplo. El Cantar del mío Cid, un texto de referencia del castellano antiguo, en su versión original. En el se observa un texto sin «ñ» con la «ç» y con palabras como «exida» —muy similar a la forma valenciana «eixida» («salida»)— o «finiestra» —equivalente a «finestra» («ventana» en «catalán genérico»)—. Estas palabras se han perdido y en su lugar se han introducido otras, como consecuencia de la evolución posterior que es la que realmente ha dado forma a la lengua, no un simple texto de hace diez siglos.

Se puede decir que originalmente, las diferencias entre lo que hoy en día insisten en decirnos que se llamaba «catalán», «aragonés», «castellano» o «gallego», no eran apenas tales, sino en todo caso, diferentes formas de denominar al latín vulgar. De alguna manera, el punto de partida era en todos los casos prácticamente el mismo.

El castellano no ha surgido en Castilla, y de ahí se ha extendido al resto, de la forma en la que nos lo quieren hacer entender. Ha sido la evolución política posterior y su intervención en asuntos lingüísticos la que ha dado forma a estas lenguas, tal y como hoy las conocemos. Para ilustrar mejor la idea, pensemos en una historia ficticia alternativa, pero que pudo haber sido totalmente posible:

«leonés» en lugar de castellano

Supongamos que en lugar de «Castilla» hubiera sido «León» el título que la corona hubiera recibido. Para no aburrir al lector, se puede resumir que en aquel entonces los territorios se los repartían entre los herederos como si fueran trufas —a la gente casi le daba igual un rey que otro—. La cuestión es que el Rey de Castilla, Fernando III, heredó de carambola el Reino de León. A la formación política resultante le llamó Corona de Castilla, porque para eso era rey.

Bueno, rey, pero no como los del absolutismo que vendría siglos después. Entonces debían ser magnánimos con el pueblo, por eso el latín se relegó a ceremonias religiosas, y los reyes comenzaron a usar «la lengua del pueblo». Pero claro, ¿de qué pueblo, el de León o el de Castilla?

Este proceso es el que no nos han contado nunca, pero fuera lo que fuera que hablaban en León —¿porque en León hablarían «algo», no?— no podría ser muy distinto al latín vulgar que se hablaba en Castilla. Pensemos en Fernando III —el primer rey de Castilla y León— en algo que no se suele mencionar cuando de un estudio de este tipo se trata: ¿qué clase de latín vulgar hablaba?

No existe una manera precisa de conocer cómo se formó la lengua que se hablaba en la Corona tras la unificación de los reinos de Castilla y León, pero sabemos tres cosas:
  1. Que el padre de Fernando III era originario del antiguo Reino de León y su madre, de Castilla. No se sabe qué peso tendría cada vínculo en la lengua final que el monarca usara, pero sabemos que el infante Fernando pasó la mayor parte de su infancia y juventud en el entorno de su padre, la corte del Rey de León,
  2. Que aunque el pueblo poco podía aportar en una época en la que no existían escuelas públicas,  era sin embargo el que «daba vida» a la lengua.
  3. Que la Iglesia utilizaba el latín, todavía considerada como la «lengua culta», por lo que se mantenía al margen salvo para recoger y guardar los textos.
Lo que parece más sensato suponer —y lo más importante— es que el latín vulgar hablado en la Corona de Castilla resultante de la unificación, fue una combinación natural entre lo hablado previamente en los respectivos reinos, sin que resulte relevante el peso de las distintas variantes. No obstante, resulta curioso comprobar como en el trabajo de Alfonso X —El hijo de Fernando— y su iniciativa de proyectar una importante literatura en latín vulgar, hay una especial predilección lingüística por la parte oriental de la península. Es así hasta tal punto que el origen literario de lo que hoy en día algunos llaman galaico-portugués, está en este trabajo.

Por lo tanto, el llamado «castellano» podría ser perfectamente un «leonés» llamado así por tomar el nombre de la propia Corona de Castilla. El «leonés» que se habla ahora sería un «residuo» de todo lo que no pudo ser incluido en el nuevo castellano de Alfonso X —al crear un estándar siempre hay partes «periféricas» que quedan fuera—

¿Qué hubiera ocurrido de llamarse «Corona de León» en lugar de «Corona de Castilla»? Sospecho que el castellano que hablamos ahora hubiera pasado a llamarse «leonés» y hoy en día estaríamos situando el origen de la lengua en algún lugar del antiguo Reino de León, convenientemente escogido. Todo esto suponiendo que el nombre de «castellano» provenga del nombre de la Corona de la que «heredaba» su nombre, ya que podrían existir otros motivos que modificarían sustancialmente nuestra impresión de los hechos y la idea de que «lo castellano» se extendía por la península.

«Señores del castillo»

En algunos pasajes de El Quijote se puede comprobar como el vocablo «castellano» tenía significados distintos a los usados actualmente. Existía otro que, sorprendentemente, está ignorado en la Wikipedia en español —existe sin embargo en la versión en catalán— y que puede resultar fundamental para una mejor comprensión de las cosas. Ese otro significado de «castellano» es mucho más prosaico y completamente obvio: el señor encargado de la custodia del castillo —«Alcaide» sería lo usado en la Wikipedia—.

Viendo don Quijote la humildad del alcaide de la fortaleza, que tal le pareció a él el ventero y la venta, respondió:
-Para mí, señor castellano, cualquiera cosa basta, porque mis arreos son las armas, mi descanso el pelear, etc.
El Quijote, Don Miguel de Cervantes

La «lengua castellana» por tanto, podría tratarse de una manera genérica de referirse a la lengua de los señores feudales, los cuales normalmente usaban la lengua de la corte real, lo que sería un símil de «lengua oficial» En cualquier sitio, llamaban «castellano» a la lengua «legal» o lengua de la autoridad, independientemente de donde viniera aquella.

Parece como si se hubieran aprovechado de esta polisemia para utilizar sólo el significado que les convenía, ignorando el resto, pretendiendo que Castilla y su «castellano original» se extendía por la península. La realidad parece indicar por el contrario, que «el castellano» era en realidad una denominación ambigua y genérica de una lengua desprovista de identidad. Una lengua que se construía «sobre la marcha» en el uso por parte de una gente que, en aquellos pretéritos tiempos, carecía de «nacionalismo lingüístico».

El catalán

¿Qué tiene que ver el catalán con el castellano? Pues más de lo que mucha gente cree, por varios motivos:
  1. Parten de un similar latín vulgar, en el que las distintas influencias originales marcaron un papel importante, pero no mayor que la evolución posterior que es la que marcó realmente las diferencias.
  2. El origen de la denominación de «catalán» es probablemente el mismo que «castellano». Eran distintas formas de llamar al mismo concepto.
  3. La teoría de «expansión» del castellano denota un nacionalismo que es imitado por el nacionalismo catalán, el cual se basa en la idea de que «el catalanismo» se expandió por la Corona de Aragón, de habla no castellana. Este «nacionalismo castellano» fue utilizado por el franquismo para su teoría de «construcción nacional».
Los puntos nº 1 y 2 se han visto en la primera parte de este artículo. El punto nº 2 proviene de varias teorías que intentan explicar el origen del término «catalán», o «cataluña», que a día de hoy hasta los más acérrimos catalanistas admiten no conocer. Consiste en asumir que «catalán» y «castellano», significan lo mismo, es decir, los encargados de la custodia del castillo.

Versiones —actuales— de «castellano»
LenguaTraducción
 Catalán «castellá»
 Gallego «castelá» o «castelán»
 Occitano «castelhan»
Tabla 1.—

Versiones —actuales— de «catalán»
LenguaTraducción
 Catalán «catalá»
 Gallego «catalán»
 Occitano «catalan»
Tabla 2.—

El termino «catalán» es muy similar a «castellano», en lenguas que no tienen nada que ver entre sí —salvo por supuesto, en que tienen el mismo origen— como gallego —«castelán»— y occitano —«castelhan»—, donde son interpretadas como «lengua castellana» —o «español»— en la mayoría de los casos, ignorando otros significados que eran comúnmente usados en la antigüedad.

Hoy en día ya nadie vive en los castillos y por tanto, la figura del «alcaide» o «señor del castillo» ya no existe. Con el paso de las centurias, el termino «castellano» se centró en su significado más «localista». La progresiva diferenciación lingüística hizo que lo que en su día tenía el mismo significado, paso a definir cosas —falacia del historiador— que para muchos implican un abismo insalvable: Castellano y catalán. Catalán y castellano.

Y el punto nº 3 es el mejor de todos, ya que paradójicamente, el nacionalismo catalán imita punto por punto al nacionalismo castellano impuesto por el dictador Franco. La teoría castellanista fue en su día defendida por Menendez Pidal, y el franquismo pronto la convirtió en su guía de referencia. Sin ánimo de poner en duda el importante trabajo de este filólogo, lo que parece claro es que ha existido una utilización política de su trabajo que lo ha llevado hasta extremos cercanos al límite de lo aceptable. 

El nacionalismo catalán, conocedor de los prejuicios grabados a fuego en el acervo cultural español, cincelado a partir del castellano, ha creado una teoría similar pero aplicada a su caso particular, que resulta irrefutable por la «España castellana» sin que se tengan que poner en tela de juicio las propias suposiciones, prejuicios y nacionalismos no reconocidos. Desmontar el nacionalismo catalanista implica desmontar primero el nacionalismo castellano.

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