Algunas respuestas a los artículos anterioresExisten determinados
vicios meméticos fácilmente observables en la sociedad española que impiden a esta superar ciertas fases. Maniqueísmos, sectarismos, envidias y algunos defectos más, parecen unirse para apuntar en la misma dirección y sentido negativo. Los factores positivos que tiene la sociedad española que podrían compensar, parecen apuntar en otra dirección, ignorando los males mencionados al ir por otro lado. Precisamente el primer punto que se va a exponer trata de esto:
...yo de política no opino...
Esta expresión, recogida incluso en un blog, evidencia la incomodidad habitual de la gente para hablar de política, cosa hasta cierto punto comprensible por los motivos que se verán más adelante. El problema es que parece que se ha automatizado este comportamiento, se ha generado un rechazo sistemático, tal vez ante la perspectiva de lo que se nos avecina cuando alguien menciona un temita de estos.
Esta auto-exclusión de la política, arraigada en la ciudadanía, es nefasta a la hora de pretender que los políticos actúen por el interés común. Si el ciudadano se desentiende y deja a los políticos que hablen, discutan y peleen por «sus asuntos»... ¿que se puede esperar de ellos?
No se trata de arreglar el mundo, pero, alguna opinión tendremos que tener. ¿Por qué ha de valer más la opinión de un político, que tampoco va a arreglarlo y que la mayoría de las veces se mueve más por motivos personales, enchufes, prebendas y pelotazos? Puede que hasta lo estropee más. Realmente, rara vez lo arreglan.
En una democracia funcional, la opinión de los ciudadanos es la verdaderamente importante si se desea tener un control sobre las acciones y resultados de las mismas, que protagonizan nuestros representantes políticos. Dicho de otra forma, no se trata de decidir aspectos de gobernación, esta labor la cumplen esos representantes que se han elegido para la que supuestamente tienen capacidad, sino precisamente de evaluar el grado de esta en función del resultado y de como afecta a la sociedad. No es únicamente la discusión en el Bar de la esquina, sino la posibilidad de intervenir en el gobierno que efectúan nuestros representantes ¿que otra cosa puede ser sino, la democracia?
El evitar opinar ni tan siquiera, o hacerlo a escondidas o con temor a la contestación, es síntoma claro de la falta de libertad política que el actual sistema propicia, incluyendo en este a la propia sociedad.
La crítica entendida como elemento totalitarioEs difícil opinar cuando el mero hecho de hacerlo, es interpretado como un ataque directo a la otra persona (o grupo) en caso de no coincidir. Se está tan acostumbrado a la polémica dialectal, que el dar tu propia versión te convierte en un adversario para los que no opinan de la misma forma.
La sucesión en la Historia Española de sistemas de gobierno autoritarios, incluido en gran medida el actual, en donde el ganador del poder posee una capacidad de decisión que hace tambalear (dictadura de la mayoría) la garantía de los derechos individuales (educación, lengua, justicia...), o en donde las decisiones tomadas lo son por motivos electoralistas, sin creer en ellas, ni ser verdaderamente demandadas por la sociedad, es con toda probabilidad el causante de este vicio. La pluralidad se convierte en temor, en un defecto en lugar de en una virtud, y el dialogo se hace muy difícil. Se asume que la opinión distinta está en contra tuya, sin entender que simplemente es eso, distinta. Se sustituye el debate por la polémica.
Política y principios
Estos
ticks nefastos vistos hasta ahora, se resumen y se pueden ejemplificar en los debates suscitados en torno a dos sucesos recientes: la
acusación a Aznar por «crímenes de guerra» y el «no a la guerra», protagonizados en parte ambos por el actor Javier Bardem,
recientemente oscarizado.
Se asume con normalidad pasmosa que se ataque políticamente a algún gobernante (o ex) utilizando cualquier pretexto sin creer en absoluto en el. Se defiende la difamación y la calumnia del adversario, y se utilizan eslóganes mediáticos y demagógicos como el «no a la guerra», admitiendo final y abiertamente que se hace únicamente por motivos políticos, y que la carga humanitaria que pueda tener el mensaje, solo es útil y válida cuanto más daño cause en la imagen social del adversario. Esto que puede tener algún tipo de sentido en profesionales de la política, resulta descorazonador cuando es protagonizado por un ciudadano cualquiera, haciendo suyo lo que en realidad son estratagemas políticas urdidas por las «inteligencias» de los partidos.
Sectarismo, maniqueísmo, confundir la parte por el todo
Este sectarismo arraigado prácticamente desde chiquillos, se extiende a todos los ámbitos sociales y se manifiesta de varias formas. Uno de los más habituales es el de confundir la parte por el todo. Se asume que en cuanto varias personas se agrupan, se crea como una especie de amalgama impersonal (colectivismo), que hace desaparecer cualquier atisbo de independencia o individualidad, de forma tal que lo opinado por alguien es admitido y asimilado tanto externamente como por los propios integrantes del grupo, como perteneciente a todos y cada uno de sus componentes.
Claramente se puede observar este fenómeno, en los partidos políticos, donde la discrepancia está prácticamente prohibida, o se interpreta esta como «división», tal y como está ocurriendo últimamente en el Partido Popular tras las últimas elecciones. Están conmocionados por haberse dado cuenta de algo sorprendente ¡¡cualquiera puede ser elegido por votación a presidente del partido, sin que lo elijan a dedo!!
Otro ámbito fuente o sumidero, según se analice, de estos comportamientos es el Fútbol. Un escenario en donde el espectador prácticamente se olvida que existe el resto del mundo. Únicamente dos opciones sobre el terreno, y durante la contienda, los seguidores de un bando no verán nada de lo bueno que haga el contrario, y al mismo tiempo, cualquier trampa, argucia o falta cometida por el propio, es ignorada, admitida e incluso aplaudida. Si si, estoy hablando ahora de fútbol, no del
último debate electoral.
Como ejemplo ilustrativo de estos conceptos, puede valer este enlace de
un artículo de un blog, en donde además de justificarse veladamente la negociación con terroristas, se pretende incapacitar al PP al completo para criticar esta medida, mostrando únicamente a Zaplana reunido con unos señores desconocidos que según se dice, son terroristas. La cuestión de si la critica a la negociación está justificada o no, carece de importancia, solo importa que está mal criticar, según a quién, y según quien lo haga.
RelativismoEsta carencia de posturas firmes imposibilita estipular un camino determinado, fijarse unos objetivos a cumplir y evaluar los logros alcanzados. Pero eso si, permiten a los que lo practican, permanecer en el poder todo el tiempo que quieran y bajo cualquier situación. Se puede
ser nacionalista catalán si se requiere para ganar las elecciones, juguetear si hace falta
con grupos y asociaciones pro-terroristas e independentistas, y al mismo tiempo ser
más españolista que nadie (aunque tengan que copiar).
Como dijo aquel gran personaje de la historia moderna de España:
im-presionante (en dos palabras)
continuará...
Saludos, señor. En primer lugar, enhorabuena por esta serie de artículos. Me están encantando.
ResponderEliminarAl tema. Soy un estudiante de la Universidad de Sevilla perocupado por la estructura política de ésta. Actualmente, el sistema de representación estudiantil que tenemos es de los más democráticos del mundo, ya que se basa explícitamente en la Democracia directa. Las decisiones emanan de las Asambleas de las facultades y los delegados llevan la voz de éstas a instancias unificadas de toda la US.
Pero esto no durará. Al parecer, los que han conseguido escalar hasta la cima de la representación estudiantil (los delegados del Consejo de Alumnos) pretenden cargarse el sistema haciendo que los mandatos asamblearios no sean vinculantes.
Si se quiere cambiar la estructura del Estado en España para hacerla más democrática, no hay que perder de vista a las instituciones menores que forman parte de éste. Por ejemplo, las universidades. Si se copia aquí el mismo modelo corrupto de representantes (que funcionan según la mecánica del pasilleo y los móviles personales), una pequeña batalla se habrá perdido para la Democracia en España.
Un saludo.
Muchas gracias, Señor Sandía.
ResponderEliminarEn cuanto se delega un poder en unos representantes, por la propia naturaleza destructiva humana, o tal vez por simple entropía, tarde o temprano se intenta por todos los medios medrar o acaparar el máximo posible.
Por este motivo, la elección de unos candidatos para ocupar unos cargos públicos son tan solo una más de las facetas que la democracia lleva implícita.
Si estos representantes acaparan demasiado poder, y/o comienzan a limitar las posibilidades de elección e intervención de los electores, y dejan de representarles, deja de haber democracia, aún a pesar de existir la posibilidad de elección.
Aplicado al caso de la universidad, que no es un estado, asegurar la democracia implicaría la existencia de unos estatutos donde se especificase los límites del poder de los representantes de alumnos, y debería existir un poder independiente que vigilase su cumplimiento por parte tanto de electores como de elegidos.
Este poder lógicamente, solo lo tiene un estado, en este caso el Español, y tal y como está la cosa, no hace falta decir más.
Otra cosa que ayuda mucho, es la actitud del colectivo. Si este actúa mostrando un rechazo generalizado ante esas prácticas, los representantes normalmente se limitan.
Espero haberte ayudado. Saludos