Lo que pasa es que todos quieren ser los primeros. Y la audiencia lo aplaude. Además, el boom de las redes sociales amplifica los rumores de forma descontrolada. La inmediatez de la información que brinda Twitter, por ejemplo, tiene la contrapartida de difundir a gran velocidad todo tipo de bulos y leyendas urbanas, medias verdades cuya condición de dudosas les aleja de lo que ha de ser una información en condiciones. Un ejemplo concreto que tuvo una gran repercusión pero cuya veracidad pasó rápidamente a segundo plano, es el de un vídeo de una pareja aparentemente practicando sexo en la Universidad Politécnica de Valencia.
¿Era real? Es decir, ¿les han pillado in-fraganti o es todo un montaje para viralizar un vídeo?
¡Qué más daba!
El problema de la «prensa al servicio del poder político tradicional», es que no puede competir con esta rapidez en la difusión, a pesar de intentarlo «haciéndose eco» de muchos de estos rumores. Como si quitarse la responsabilidad de su origen, le eximiera de la de difundirlos.
Este problema de los grandes medios es muy similar a la de las grandes compañías distribuidoras de contenidos, cultura, e información, que no les gusta que la gente pueda compartirla. Música, libros,... ¿por qué no los «rumores» también? Y la ceguera a la hora de solucionarlo es muy parecida, que suele pasar por bloquear Internet y las redes con medidas de censura. El monopolio de los rumores también desean controlarlo.
En el caso de los medios de información, la solución debería pasar, en lugar de intentar competir en inmediatez con las redes mucho más eficaces para ello, su oferta debería ser aquella que no pueden ofrecer las redes sociales y microbloggin: la de dar noticias objetivas, contrastadas y de fuentes fiables y conocidas.
Pero me temo que esto no les interesa.
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