Restos de una noche movida |
...es lamentable que los que nos tienen que dar ejemplo de honradez son los que nos animen a robarTal vez por no estar relacionado de forma directa y evidente, nadie se acordaba entonces de que poco antes El Dioni se hizo «famoso» no por sus grandes contribuciones a la sociedad, sino nada más y nada menos que por un delito que él mismo cometió. Tanto que llegó hasta grabar un disco.
Las aguas están volviendo a su cauce y ahora se está más en la economía productivaNo mucho más tarde, a Felipe González, —el expresidente de gobierno del Partido Socialista en la época de los GAL, Roldán y el caso del Banco de España—, le preguntaban sobre la llamada cultura del pelotazo, por la cual la máxima aspiración consistía en mediante enchufe, lograr algún cargo público o montar una empresa al abrigo del poder político, cobrar muchísima pasta, y no dar un palo al agua. La sorpresa fue que no lo negó, sino que admitió que esa cultura existía, pero que no era cosa de él ¡a pesar de ser el Presidente del Gobierno!
Lo que vino luego no fue mejor, con Aznar, Zapatero y Rajoy. Entre los tres se pasó de hablar de la corrupción a hablar de la «crispación». Y mientras, la burbuja continuó inflándose hasta que estalló cuando más daño podía hacer.
En cuanto a las consecuencias sociales, ¿qué clase de «mensaje» se está transmitiendo a las generaciones que han crecido en este ambiente?, ¿qué consecuencias pueden tener el continuo ir y venir de noticias sobre sobornos, fraudes, engaños, gastos descontrolados de dinero público desde cenas opíparas hasta clubes de alterne?
En la televisión vienen siendo habituales día tras día desde hace una década o más, programas en los que sus protagonistas tienen como principal sustento diario la participación en dichos programas. Los «méritos» necesarios para lograr este estatus son al parecer, haberse acostado con alguien famoso o haber participado en algún programa, en el que no se hace nada más que convivir con otros «aspirantes». Como consecuencia, uno de los frutos de estos años es la profesión de «famoso», que tiene la principal particularidad de que surge de ella misma, es decir, de la nada.
Todas estas burbujas vacías han propiciado una generación que ha crecido en un falso clima de optimismo, cuidados entre algodones, sobreprotegidos en los entornos familiares. Es la llamada generación Ni-Ni, que ni estudia, ni trabaja, pero que ahora se ha de enfrentar a la realidad. Es cierto que otra burbuja, la universitaria, ha producido otro sector social que sí que estudia. El problema es que trabajar, trabaja poco, bien porque no hay donde hacerlo, o el que hay está muy por debajo de las expectativas que les habían prometido —siempre está la opción de pasarse a la política, claro, como han hecho los de Podemos—.
Alguien puede pensar que esto sólo ocurre en las clases más bajas, con pocos recursos y deficientemente educadas. Bien, pensemos por un momento en la Jefatura del Estado Español: el Rey. Es un cargo hereditario que está vetado a los ciudadanos españoles. Si bien es cierto que su capacidad ejecutiva se articula a través del Presidente del Gobierno, no deja de ser el mayor rango en la jerarquía política con capacidad para aceptar o revocar la elección de dicho presidente propuesto por el parlamento, además de ser el jefe de las Fuerzas Armadas y nuestro máximo representante internacional. Esto a nivel oficial, ya que no se sabe qué clase de conexiones e influencia pueda tener por otras vías. Pero podría decirse sin temor a equivocarnos que muchas.
Existe la posibilidad —remota, pero existe— de que la ahora reina consorte pudiera acceder a ocupar dicha jefatura, como regente. Se ignora si hay alguna clausula en el acuerdo matrimonial al respecto, pero este es otro problema: la falta de transparencia en algo que nos afecta a todos. La que era una simple ciudadana con su trabajo de presentadora de telediarios, ha demostrado el suficiente «mérito» como para ostentar una posición política que es imposible para el resto de ciudadanos, gracias a sus «habilidades» con el que fuera Príncipe. Estas son las aspiraciones, los ejemplos «didácticos» que la sociedad está asimilando y generando.
Si, de acuerdo, todo esto no es nuevo, pero tal vez no se haya planteado de esta manera. Presentado así, todo junto, lo que estamos presenciando no es un funcionamiento anómalo, irregular o desviado del sistema. Es este el verdadero funcionamiento. No intentemos buscar en él algún signo de racionalidad, lógica o búsqueda de la rectitud. Todo está orquestado para que una minoría «válida» pueda engañar, prevaricar, mentir e ignorar al resto de ciudadanos.
Miremos a nuestro alrededor. Si buscamos algo de valor lo encontraremos en la gente sencilla, seguramente. Sin embargo, en cuando se reúna un grupo de personas alrededor de algún interés económico u oportunidad de poder político —como por ejemplo sin ir más lejos, nuestro entorno laboral— nos encontraremos con un número significativo de personas que han formado una manera de actuar adaptada a este funcionamiento. Hay mucha más gente de lo que se puede pensar en un primer momento, que no intenta cambiar nada, ni se preocupa de si está mal o bien lo que ocurre.
No se trata de ser perfectos, ni angelitos. Se trata de que precisamente porque somos conscientes de los grandes defectos que tenemos las personas, nuestro sistema político y social debería tenerlas en cuenta a la hora de repartir el poder y ponerle límites. Y no ocurre así. Más bien al contrario.
No son casos aislados de gente problemática. Ni es un problema de determinadas clases sociales. Es al parecer el resultado de una nueva cultura que considera que es este el procedimiento habitual. Que considera que no hay límite alguno para el engaño al prójimo. Que no tiene el más mínimo rubor de mentir ante el público o ante cualquier medio, ya que lo considera algo totalmente normal.
El caso paradigmático de esta nueva cultura, de esta nueva especie, ha alumbrado su espécimen: el pequeño Nicolás. El caso de este joven que se ha codeado entre las altas jerarquías sin que nadie haya notado extraña su presencia, sin que haya habido una respuesta hasta ahora del sistema para limitar este tipo de actitudes, parece una prueba de ello. A pesar de todo, se pasea por las televisiones haciendo gala de su situación. Es lo normal.
Nicolás: Ni estudia, Ni trabaja
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