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lunes, 31 de octubre de 2016

Burbuja tecnológica

lunes, 31 de octubre de 2016

Cuando en la década de la carrera espacial la sociedad se imaginaba el futuro, lo hacía pensando en un mundo utópico rodeado de tecnología. En cuanto a la ubicuidad de esta se acertó, pero pocos pensaron en los problemas que un desarrollo mal entendido podría conllevar, lo que ha devenido el la distopía actual. El postmodernismo que vino a continuación se obcecó en el lado más negativo, olvidando proponer otras visiones cuyo realismo no implicara necesariamente un pesimismo enfermizo. Hoy en día el consumismo es el protagonista, esa técnica de mercadotecnia que consiste en crear necesidades allá donde sus usuarios no las tienen, que lleva a crear burbujas si con ello aumentan las ventas. No importa si estas necesidades son inventadas, no importa qué haga falta para satisfacerlas ni qué efectos secundarios puedan tener. Lo único que importa son los beneficios y el «libre mercado».
Los clientes no saben lo que quieren hasta que alguien se lo muestra
Steve Jobs

La tarifa plana de datos no es gratis

La tecnología mejora nuestras vidas pero en aspectos que no hemos podido elegir conscientemente la mayoría de las veces —lo que choca con el concepto original del marketing—. Funcionalidades como la del Whatsapp que «alguien» puso en el lugar y momento adecuados —Blackberry, iPhone— se transmitieron como un meme a un público que hasta ese momento no sabía que lo necesitaba. Ni sabía que de ser así ya tenía soluciones de mensajería instantánea para hacerlo. Por no hablar del correo electrónico que es una aplicación universal y fiable al contrario que la famosa aplicación mencionada, la cual pocos caen en la cuenta que es una empresa que vende un producto invasivo y hasta hace muy poco completamente desprotegido. El email de siempre —que en lugar de desaparecer puede convertirse en inmortal— puede cumplir una funcionalidad muy similar en la mayoría de los casos —para algo existe la tecnología push— sobre todo si dejamos de lado las habituales conversaciones banales que se suelen ver en el programa de mensajería famoso, aprovechando que es «gratis», como si la tarifa plana de datos y el smartphone lo fueran.

En los sistemas educativos actuales en lugar de mejorar para que el alumnado pueda aprender más y mejor en el mismo tiempo, lo que se hace es bajar el listón de un modelo obsoleto basado en la enseñanza dirigida. Tan sólo algunos países están introduciendo la programación como troncal en sus sistemas educativos de manera que el estudiante tenga criterio en un mundo rodeado de tecnología y no necesite depender de lo que otros decidan. Al hablar de programación y de informática no se refiere a manejar como usuario programas de ofimática, sino comprender realmente cómo funcionan los sistemas informáticos desde edades tempranas de manera que resulte tan natural para ellos como dividir y multiplicar. Hasta ahora, el hecho de que las calculadoras de bolsillo existiesen no evitaba que los alumnos continuasen aprendiendo a realizar operaciones básicas. Pero dentro de poco, operaciones imprescindibles de un mundo tecnificado al máximo serán incomprensibles para la mayoría de los que dependan de su uso.

La tendencia iniciada por algunas marcas de convertir la informática en un producto de consumo ha obligado a simplificar y a bloquear la mayoría de funcionalidades para que el usuario no se vea en tesituras incómodas que le hagan enfrentarse a la pregunta de si se está o no lo suficientemente preparado. Es decir, en lugar de tener un público más formado, se le proporciona un producto de estética atractiva pero cerrado y preconfigurado para que todas las decisiones hayan sido tomadas por la compañía vendedora, previo acuerdo comercial con fabricantes de hardware y proveedores de software a los que se les ofrece un numeroso público que va a usar sus programas y a conectarse a través de sus conexiones de datos. El uso del llamado «big data» es una arma de doble filo que algunos medios comienzan a advertir. Esta tecnología facilita a las empresas y emprendedores crear técnicas de marketing muy precisas, pero es necesario establecer límites. En general, la recolección de datos para ser usado en marketing es admisible y útil como explican en el blog de Neil Patel, pero cuando se trata de entidades gubernamentales sin que haya transparencia, tiene grandes probabilidades de acabar en abuso sabiendo lo que ocurre con el poder y los políticos.

En definitiva, promover un desarrollo tecnológico basado en el consumismo sin que exista un desarrollo paralelo en educación, a la larga va a provocar una diferencia mayor entre productores acomodados y consumidores ignorantes, olvidando que la mayor fuente de ideas y de creatividad está en la sociedad compuesta en su mayor parte por estos últimos. Los recursos son limitados, a pesar de ello, se produce sin cesar en infestadas fábricas en China extrayendo materiales de países del tercer mundo gobernados por dictaduras apoyadas por países «democráticos». Cuando sea necesario encontrar nuevos caminos o soluciones para problemas que hoy no podemos o no deseamos ver, pero que tarde o temprano aparecerán, ¿quién las encontrará?

jueves, 12 de febrero de 2015

Con Ni de Nicolás

jueves, 12 de febrero de 2015
Restos de una noche movida
¿Qué se ha logrado en estos años desde la Transición? ¿Hay alguien que se preocupe de la clase de sociedad que se está construyendo? ¿A qué se deben esas expresiones de entusiasmo que se vienen sucediendo desde hace décadas en solares, descampados, parques y sitios similares los fines de semana? Hubo varias teorías sobre los tristemente famosos «botellones», pero la sensación era que se consideraba como algo «marginal», un subproducto juvenil. Algo propio de la edad que se pasaría pronto.
...es lamentable que los que nos tienen que dar ejemplo de honradez son los que nos animen a robar
Tal vez por no estar relacionado de forma directa y evidente, nadie se acordaba entonces de que poco antes El Dioni se hizo «famoso» no por sus grandes contribuciones a la sociedad, sino nada más y nada menos que por un delito que él mismo cometió. Tanto que llegó hasta grabar un disco.
Las aguas están volviendo a su cauce y ahora se está más en la economía productiva
No mucho más tarde, a Felipe González, —el expresidente de gobierno del Partido Socialista en la época de los GAL, Roldán y el caso del Banco de España—, le preguntaban sobre la llamada cultura del pelotazo, por la cual la máxima aspiración consistía en mediante enchufe, lograr algún cargo público o montar una empresa al abrigo del poder político, cobrar muchísima pasta, y no dar un palo al agua. La sorpresa fue que no lo negó, sino que admitió que esa cultura existía, pero que no era cosa de él ¡a pesar de ser el Presidente del Gobierno!

Lo que vino luego no fue mejor, con Aznar, Zapatero y Rajoy. Entre los tres se pasó de hablar de la corrupción a hablar de la «crispación». Y mientras, la burbuja continuó inflándose hasta que estalló cuando más daño podía hacer.

En cuanto a las consecuencias sociales, ¿qué clase de «mensaje» se está transmitiendo a las generaciones que han crecido en este ambiente?, ¿qué consecuencias pueden tener el continuo ir y venir de noticias sobre sobornos, fraudes, engaños, gastos descontrolados de dinero público desde cenas opíparas hasta clubes de alterne?

En la televisión vienen siendo habituales día tras día desde hace una década o más, programas en los que sus protagonistas tienen como principal sustento diario la participación en dichos programas. Los «méritos» necesarios para lograr este estatus son al parecer, haberse acostado con alguien famoso o haber participado en algún programa, en el que no se hace nada más que convivir con otros «aspirantes». Como consecuencia, uno de los frutos de estos años es la profesión de «famoso», que tiene la principal particularidad de que surge de ella misma, es decir, de la nada.

Todas estas burbujas vacías han propiciado una generación que ha crecido en un falso clima de optimismo, cuidados entre algodones, sobreprotegidos en los entornos familiares. Es la llamada generación Ni-Ni, que ni estudia, ni trabaja, pero que ahora se ha de enfrentar a la realidad. Es cierto que otra burbuja, la universitaria, ha producido otro sector social que sí que estudia. El problema es que trabajar, trabaja poco, bien porque no hay donde hacerlo, o el que hay está muy por debajo de las expectativas que les habían prometido —siempre está la opción de pasarse a la política, claro, como han hecho los de Podemos—.

Alguien puede pensar que esto sólo ocurre en las clases más bajas, con pocos recursos y deficientemente educadas. Bien, pensemos por un momento en la Jefatura del Estado Español: el Rey. Es un cargo hereditario que está vetado a los ciudadanos españoles. Si bien es cierto que su capacidad ejecutiva se articula a través del Presidente del Gobierno, no deja de ser el mayor rango en la jerarquía política con capacidad para aceptar o revocar la elección de dicho presidente propuesto por el parlamento, además de ser el jefe de las Fuerzas Armadas y nuestro máximo representante internacional. Esto a nivel oficial, ya que no se sabe qué clase de conexiones e influencia pueda tener por otras vías. Pero podría decirse sin temor a equivocarnos que muchas.

Existe la posibilidad —remota, pero existe— de que la ahora reina consorte pudiera acceder a ocupar dicha jefatura, como regente. Se ignora si hay alguna clausula en el acuerdo matrimonial al respecto, pero este es otro problema: la falta de transparencia en algo que nos afecta a todos. La que era una simple ciudadana con su trabajo de presentadora de telediarios, ha demostrado el suficiente «mérito» como para ostentar una posición política que es imposible para el resto de ciudadanos, gracias a sus «habilidades» con el que fuera Príncipe. Estas son las aspiraciones, los ejemplos «didácticos» que la sociedad está asimilando y generando.

Si, de acuerdo, todo esto no es nuevo, pero tal vez no se haya planteado de esta manera. Presentado así, todo junto, lo que estamos presenciando no es un funcionamiento anómalo, irregular o desviado del sistema. Es este el verdadero funcionamiento. No intentemos buscar en él algún signo de racionalidad, lógica o búsqueda de la rectitud. Todo está orquestado para que una minoría «válida» pueda engañar, prevaricar, mentir e ignorar al resto de ciudadanos.

Miremos a nuestro alrededor. Si buscamos algo de valor lo encontraremos en la gente sencilla, seguramente. Sin embargo, en cuando se reúna un grupo de personas alrededor de algún interés económico u oportunidad de poder político —como por ejemplo sin ir más lejos, nuestro entorno laboral— nos encontraremos con un número significativo de personas que han formado una manera de actuar adaptada a este funcionamiento. Hay mucha más gente de lo que se puede pensar en un primer momento, que no intenta cambiar nada, ni se preocupa de si está mal o bien lo que ocurre.

No se trata de ser perfectos, ni angelitos. Se trata de que precisamente porque somos conscientes de los grandes defectos que tenemos las personas, nuestro sistema político y social debería tenerlas en cuenta a la hora de repartir el poder y ponerle límites. Y no ocurre así. Más bien al contrario.

No son casos aislados de gente problemática. Ni es un problema de determinadas clases sociales. Es al parecer el resultado de una nueva cultura que considera que es este el procedimiento habitual. Que considera que no hay límite alguno para el engaño al prójimo. Que no tiene el más mínimo rubor de mentir ante el público o ante cualquier medio, ya que lo considera algo totalmente normal.

El caso paradigmático de esta nueva cultura, de esta nueva especie, ha alumbrado su espécimen: el pequeño Nicolás. El caso de este joven que se ha codeado entre las altas jerarquías sin que nadie haya notado extraña su presencia, sin que haya habido una respuesta hasta ahora del sistema para limitar este tipo de actitudes, parece una prueba de ello. A pesar de todo, se pasea por las televisiones haciendo gala de su situación. Es lo normal.

Nicolás: Ni estudia, Ni trabaja

    viernes, 28 de noviembre de 2014

    El cambio de modelo educativo

    viernes, 28 de noviembre de 2014
    Si Internet está suponiendo un cambio de paradigma a nivel social y económico, una situación similar puede estar ocurriendo en el ámbito de la educación. En concreto, en la auto-educación. Como se vio en un artículo anterior, el conocido escritor y divulgador científico Isaac Asimov —entusiasta defensor de la autoeducación— predijo un tiempo en el que todo el saber humano estaría al alcance de la mayoría de la población.

    Si bien quedan muchas zonas en el planeta subdesarrolladas, hay iniciativas para dotar de acceso a Internet a estas zonas y de está manera, a las fuentes de información —posibilitando su uso educativo, y por supuesto, el comercial—. La cuestión es que por primera vez en la Historia existe la tecnología para que la gente tenga a su disposición todo el saber acumulado de la Humanidad, cuando quiera y donde quiera.

    Un ejemplo del valor de la autoeducación y del acceso a la misma, es Steve Jobs. Si bien puede que su valía como persona no fuera del todo ejemplar en otros aspectos, el relato que forma su caso particular tiene un valor que está por encima de su protagonista. Jobs no acabó sus estudios universitarios, sin embargo, aprovechó el tiempo de una manera distinta a la que el canon oficial marcaba. Se las arregló para poder asistir a las asignaturas que más le interesaban, aunque el conjunto de ellas no le valieran para título alguno. Todas aquellas materias las usó posteriormente en su vida laboral, con el resultado que conocemos. Si bien tuvo que asistir a las clases presenciales, el concepto de diseñar tu mismo tu carrera académica, es hoy en día más viable gracias a las nuevas tecnologías.

    La tendencia a dar cada vez más importancia a la enseñanza «en-línea» es clara. La oferta es de cursos con obtención de titulación oficial —de carácter formal—, como de otros temas de carácter complementario, pero no menos importantes. En ambos casos se pueden encontrar cursos gratuitos como de pago. El objetivo es, antes que el de obtener un título impreso en un papel para colgarlo en tu habitación, sencillamente el de aprender.

    Esta nueva oferta recibe el nombre de MOOCs (Massive Online Open Courses), y lo están ofertando las principales universidades de todo el mundo. El patrón que se sigue continua basándose en el clásico de profesor-alumno, si bien con todas las ventajas de la no-localización. Aunque fue el MIT en el 2001 el pionero en aplicar las nuevas tecnologías a la enseñanza, el acontecimiento que marcó un antes y después fue un curso sobre inteligencia artificial preparado por el profesor de la Stanford University, Sebastian Thrun, que superó los 160.000 alumnos matriculados. Tras el éxito de esta iniciativa, un colectivo de profesores fundo Coursera.

    En España hay una cierta tradición consolidada con los cursos a distancia: Además de CEAC, en el ámbito universitario todo el mundo conoce a la UNED (Universidad a distancia), si bien estos centros utilizaban medios tradicionales —correo— hasta la aparición de Internet. La UOC es una de las primeras universidades en España en la que se podía obtener un título, de forma completamente «en-línea». En general, la mayoría de universidades tiene una oferta de cursos a distancia.

    La necesidad de un título oficial es un requisito ineludible para muchas ofertas de trabajo. Sin embargo, en ninguna parte impiden que completes la formación con lo que encuentres más interesante, bien por inquietud personal, o por que analizas que es lo más adecuado para un sector profesional determinado.

    En cualquier caso, hay un problema a tener en cuenta: que en España tenemos una cultura de méritos deficiente, y un entorno político que influye negativamente en el laboral, de manera que las iniciativas y el desarrollo provienen en su mayoría de fuera de nuestras fronteras.

    Pero sobre todo, siguiendo la tendencia actual, cada vez es más importante en la educación lo que decida cada uno sobre su futuro.

    Enlaces

      martes, 17 de junio de 2014

      La educación necesaria

      martes, 17 de junio de 2014
      La autoeducación es, creo firmemente, el único tipo de educación que existe.
      Isaac Asimov

      Imagen: Flickr
       ¿Está la educación diseñada para ayudarnos, o realmente de lo que se trata es formar a carne de cañón para el mundo laboral? ¿qué función cumple la universidad en este ámbito? En la oferta laboral de un país cuya economía consiste en servicios y turismo, los puestos que venían siendo desempeñados por técnicos provenientes de la Formación Profesional, son ahora ocupados en muchas ocasiones por universitarios que han pasado años hacinados en las universidades de la época de la burbuja, estudiando unas carreras que ahora no pueden aprovechar como pensaban. Esto hace preguntarse a mucha gente si realmente no será más práctico hacer un curso a distancia como por ejemplo los de la conocida CEAC.

      Isaac Asimov, conocido divulgador científico y escritor de ciencia-ficción, autor de la frase que encabeza el artículo, opinaba que la educación tradicional tenía un excesivo carácter impuesto: todo el mundo ha de aprender lo mismo, en el mismo lugar y al mismo ritmo, sin tener en cuenta los gustos, las necesidades y las capacidades de cada alumno. Asimov venía a decir que por encima de un mínimo necesario para asegurar una base educativa común, debería existir un punto en donde fueran las circunstancias de cada persona las que decidieran la línea futura, sin estar constreñidos por los actuales rígidos patrones educativos.


      El educador y escritor Sir Ken Robinson, opinaba unos años después de forma similar. Para él, la educación sigue unos patrones obsoletos, originados en la época de la Revolución Industrial y orientados a formar a la gente en las áreas más técnicas, dejando la parte más creativa y artística en segundo lugar. Robinson critica que actualmente en las escuelas se forma a los alumnos para desenvolverse en entornos ordenados y predecibles, donde las matemáticas ocupan un papel primordial. Sin embargo, es cuando ocurre lo inesperado y los planes se vienen abajo —como en la crisis actual—, cuando hay que usar esa parte creativa e imaginativa actualmente menospreciada, para salir del atolladero.


      El todo caso, cualquiera de los que hemos recibido educación pública en los últimos 40 años podemos coincidir en que ésta no se corresponde adecuadamente con lo que posteriormente, en el mundo adulto y laboral, nos encontramos. Durante la Transición, con el advenimiento de las nuevas fuerzas políticas, se transmitió un optimismo que esas mismas fuerzas políticas destrozaron con su mal ejemplo. En el ambiente laboral, el caciquismo, el peloteo, la sumisión y el nepotismo, conceptos que no entraban en ninguna asignatura, son sin embargo una norma excesivamente necesaria para desenvolverse.

      Nos vendieron un mundo en el que la lógica, la educación y el respeto entre iguales debía ser la norma. Pero la diferencia con el mundo que uno se encuentra cuando acaba la formación académica es de tal calibre, que difícilmente se puede evitar pensar que de lo que se trataba —y probablemente se trate— en el fondo, es crear a marionetas al servicio de unos intereses que poco tienen que ver con nuestro desarrollo personal.

      Ahora bien, lo queramos o no, ese es el mundo que nos ha tocado vivir. Lamentarnos no sirve de nada, y es necesario conocer cómo funciona y cuales son esas normas reales que nadie nos ha contado, para encaminar nuestra vida lo más cerca posible de nuestros objetivos y nuestros sueños.

      Los títulos oficiales en España tienen el mismo valor que algunos artículos de la Constitución Española de 1978. Aquellos que defienden la igualdad de los ciudadanos, por ejemplo. Ambos casos son igualmente oficiales y defendidos por el Estado, pero los problemas que estas afirmaciones adolecen en su realización práctica, responden a una laxitud legal y formal que se arrastra desde sus orígenes, a la que las instituciones oficiales y empresas se acogen para lo que les interesa. Como consecuencia, los títulos apenas tienen mayor valor que para establecer filtros en convocatorias, normalmente de puestos por debajo de la capacitación teórica de lo que se exige.

      En definitiva, dentro de los engranajes del funcionamiento de la sociedad, los títulos son necesarios y hasta cierto punto convenientes. Pero se ha de tener muy en cuenta que por ellos mismos, no te aseguran absolutamente nada. Es en tu día a día laboral, donde vas a forjar tu futuro, y donde te van a ser necesarias todas las aptitudes posibles. Estas las habrás obtenido probablemente durante tu vida académica, pero con toda seguridad que te serán necesarias muchas otras —seguramente, inconexas con tu formación anterior— si no deseas verte arrollado por la realidad.

      sábado, 4 de enero de 2014

      Los reyes buenos

      sábado, 4 de enero de 2014
      Un falso Baltasar lanzando regalos (Cagalgata de Triana)
      Reyes Magos lanzando regalos. (Fuente)
      ¿Es completamente inocua la conocida tradición de los Reyes Magos? Pocos se preguntan sobre su efecto y por qué en otros países hay otras tradiciones. Para empezar, parece ser que originalmente no eran reyes, sino simplemente «magos». Sin entrar en excesivos detalles sobre la historia de esta tradición, parece significativo que en algún momento de ella se convirtieran en reyes.

      Las monarquías cumplieron un papel fundamental en la Europa desparramada tras la caída del Imperio Romano. La desaparición del orden existente a consecuencia de la ausencia del estado romano antiguo, requería ser sustituida por otro orden político que emulara al cómo fue de magnífico el anterior ya perdido. Los reyes que surgieron no eran reyes como los que conocemos ahora, ni reyes como los de las tribus primitivas. Eran unos que llegaban a su puesto si lograban imponerse al resto militarmente sobre el campo de batalla, con soldados sufragados muchas veces por ellos mismos. Eran reyes bienvenidos —generalmente— por el pueblo, por cuanto mantenían el orden perdido —aunque los frieran luego a impuestos—. Y no llegaban a sus puestos ni por descendencia ni por enchufe. Al menos, no los primeros de ellos, claro.

      Puede que por esta imagen positiva de aquella época, se les llegara a asociar con los apacibles señores ancianos —vestidos anacrónicamente con ropajes medievales— que conocemos, que llevan regalos a un niño recién nacido.

      Todo esto está muy bien, sin embargo, a la tradición original se les han añadido otras costumbres que resultan preocupantes. En algunos países —hispanohablantes mayormente— existe la tradición de la «cabalgata», en la que dichos «reyes» desfilan junto a sus pajes por las calles de la ciudad, repartiendo regalos desde sus lujosas carrozas.

      Los regalos no son otra cosa que poco más que chucherías y juguetes de «todo a cien», pero no es lo que dan, sino el acto simbólico de hacerlo. El acto es en si mismo un «espectáculo» de subordinación y de fomento de la disputa por lograr el beneficio fácil e inmediato, concedido por unas dudosas autoridades. El fomento de esperar a verlas caer, sin hacer nada más. Me preocupa enormemente como enseñanza por cuanto está dirigido precisamente a los más pequeños.

      Si a esto se le añade las actitudes de ciertas personas —no menores de edad precisamente— resulta patético, pero sobre todo terrible por el lamentable ejemplo que se está dando.

      Normalmente, los adultos que participan en estas cabalgatas no tienen necesidades, y están allí únicamente por acompañar a sus hijos o nietos. Si actúan así es por la cultura del caciquismo servil en la que deben haber sido educados, encontrando normal que ciertos individuos, imbuidos de una ambigua y «mágica» autoridad, se rodeen de palmeros que se contentan con la miseria de los restos que les echan, empujándose y golpeándose unos a otros, en lugar de actuar en cooperación para poner las cosas claras al «rey».

      Cuando uno lleva viendo estas celebraciones durante años acaba por ignorarlo. Piensa que el problema es de esa gente en concreto, y no del propio acto. Sin embargo, hace un par de años todo esto cambió.

      Una mujer de raza negra, seguramente extranjera, bien vestida —no aparentaba necesitar ir pidiendo para subsistir— y sin hijos que la acompañaran, se encontraba en medio de la multitud esperando con anhelo coger algo de lo que lanzaran al suelo desde aquella «carroza».

      La impresión y la percepción de lo que estaba ocurriendo fue del tal tipo que me «congelé» de inmediato. Tal vez fuera presa de los prejuicios pero, ¿puede que aquella mujer pensara que aquello no era un juego? ¿que pasó por la cabeza de aquella mujer para unirse a una multitud que se tira al suelo y pelea entre ella, por recoger lo que desde un vehículo les tiraban?.

      La duda resultó demasiado para mi. No he vuelto a ver, ni mucho menos, asistir, otra cabalgata de los Reyes Magos.

      No son estos los Reyes en los que creía de pequeño.

      martes, 23 de octubre de 2012

      Pensar mal, para poder acertar

      martes, 23 de octubre de 2012
      ¿Que mejor defensa que un buen ataque?, al menos, eso dicen los comentaristas deportivos. Es indudable que acusar tu primero para defenderte de lo mismo, es una manera tan efectiva como poco «elegante». El ataque ad-hominen, el hombre de paja, y otro tipo de falacias similares podrían englobarse en otra que llamaríamos espejo, ya que realmente estamos reflejando en el otro nuestra propia suciedad mental. Si acusas de robar, o de mentir, ya colocas en posición incómoda a la otra persona para que precisamente puedas hacer tu lo mismo. El «¡y tu más!» tan tristemente conocido.

      Incluso se podría decir que deseamos que roben o mientan el mayor número de gente, para así también hacerlo tú, o sentirte justificado. «Mal de muchos, consuelo de tontos». Una persona que prefiero no recordar me dijo una vez que lo que tenía de «bueno» el gobierno franquista era «que dejaban defraudar un poco». De esta forma, me decía, la gente se calmaba al creerse que había «engañado» al Estado franquista. Patético. Tanto como los políticos que en lugar de analizar las causas del fraude fiscal y atajarlo, deciden aumentar la imposición fiscal lo que hará que el fraude aumente todavía más.

      Es que aún hoy en día, en esto que algunos llaman «democracia», todos los gobiernos de España han supuesto que sus ciudadanos van a robar, van a mentir y van a defraudar, continuando con «la tradición». Todos menos ellos mismos, los políticos, claro. Estos gozan de inmunidad hasta el punto de que pueden robar en un supermercado, sin problemas. Sin embargo, un ciudadano autónomo ha de pagar por adelantado el IVA (no vaya a ser que luego se le olvide —sic—), o no pueden contratar a un familiar suyo con el mismo régimen fiscal que contratando a cualquier otra persona. («¡Ja, ni que fuéramos tontos!, contratando a tu hermanito de bulto para chanchullear luego con sueldos y cotizaciones, y que quede todo «en casa», ehhhh???» ). Los trabajadores por cuenta ajena simplemente, están cogidos por los güevos.

      En el extranjero, hasta hace poco, los servicios de transporte público no tenían a nadie que de forma permanente, controlara el pago del billete. El típico español se ríe ante esta circunstancia («¡anda que voy a pagar yo el ticket, ja, pues no soy listo ni ná!»). Naturalmente, lo que ocurre fuera no es que sean tan gilipollas que no hace falta controlar el pago de los servicios públicos (de hecho, lo hacen, sin previo aviso). Lo que ocurre en muchos sitios del extranjero es otra cosa, tiene un nombre y se llama civismo. Saben que un mal uso del servicio público no trae ningún beneficio, y a la larga, empeorará dicho servicio. Son capaces de ver el cuadro general (Big Picture, como dicen los anglosajones), y saben controlar el pequeño y absurdo beneficio inmediato, más propio de los chiquillos.

      Las colillas de tabaco. Un amigo me contó que en el extranjero salió a fumar en una ocasión fuera del edificio, ya que en cuyo interior no estaba permitido (en esto, igual que aquí). Inadvertidamente, a pesar que el suelo estaba impoluto, tiró la colilla en un gesto automático con los dedos, ¡zas!. Un coche al azar que pasaba por aquel lugar en ese mismo instante, tocó su claxon en tono de reprimenda. En España esto es impensable. La ley anti-tabaco ha servido para poco más que trasladar un problema de educación de dentro, a fuera de los establecimientos. A terrazas y parques infantiles, en donde de forma todavía más despreocupada que antes al sentirse plenamente «legitimados», apestan con su humo a todo aquel que tiene la mala suerte de estar a su lado. Por no hablar de las cenizas y colillas que dejan amontonadas en aquellos puntos en donde se les permite hacerlo («encima que me prohíben fumar dentro, no voy a ser cuidadoso con las colillas, ¡vamos, ni que fuera tonto!»)

      Los nacionalismos españoles resultan muy curiosos. Digo españoles porque todos los que hay en España son iguales, aunque ninguno lo admita. Unos se escandalizan de que les quieren «españolizar», pero no tienen ningún reparo en «catalanizar» a quien sea, en su comunidad o fuera de ella. A pesar de que el nacionalismo catalán critica con saña al castellano (¿?), en el fondo se alegra profundamente de su existencia y además, repite todos y cada uno de las supuestos abusos y defectos de los que le acusa.

      Hasta hace no mucho nos parecía normal que un político «listo» usara su cargo para su propio beneficio. Apabullantes y demoledores hechos han sido necesarios para que esta situación respecto a los políticos comience a cambiar ligeramente (la mayoría de criticas a los políticos todavía tienen un trasfondo puramente partidista y tendencioso), pero todavía queda gente sobre todo de generaciones de la posguerra, que consideran que una «buena persona» no vale para político. Ni tan siquiera para defender legítimamente su propio interés como ciudadano. Por esto llaman perroflautas a los que; intentando arreglar bajo su criterio la situación política por la que pasa España; inician caminos que aquellos no entienden o que confunden con estereotipos pasados de moda.

      En definitiva, en España solemos pensar mal de los demás («piensa mal y acertarás», dicen). Cuando se dice «la gente», muchas veces, demasiadas, es con tono despectivo. Mentimos y falseamos datos con rapidez, para adelantarnos al vecino. Que no crean que somos gilipollas. El problema es que se hace de forma que provocamos la reacción que presuponemos. Pensamos tanto y tan mal de los demás, que al final, logramos acertar. Somos así de listos.