Los inicios (1950~1970)
Al
acabar la Segunda Guerra Mundial e iniciarse el periodo de la Guerra Fría, el
mundo comenzó a iniciar un lento pero imparable proceso marcado por el
enfrentamiento entre dos grandes potencias y la carrera armamentística, que nos
llevaría a la situación actual. Es difícil determinar hasta qué punto se era
consciente de lo que implicarían las decisiones tomadas entonces, pero sí se
puede advertir una intencionalidad y un patrón de comportamiento. La dinámica
de gasto e intervencionismo militar con fines políticos, se enfrentó en el caso
Occidental con el auge económico europeo y asiático con Alemania y Japón como
principales exponentes. En esta tesitura, el bloque capitalista demostró que en
el corto plazo tenía mayor flexibilidad para encontrar alternativas —no vamos a
llamarlas «soluciones»— a su problema. Mientras ocurría
todo esto, Occidente desatendía las crecientes demandas de las sociedades que
se recuperaban tras el periodo de postguerra, asumiendo que el ciudadano era
una entidad que ejercía su libertad y decidía en democracia disponiendo de toda
la información necesaria para hacerlo, consecuencia de aplicar —erróneamente—
la teoría económica al modelo social.
El fin del patrón oro (1971)
Determinados
actores económicos y corporativos en el bloque occidental capitalista,
principalmente vinculados a la industria manufacturera y financiera
estadounidense, comenzaron a expresar su descontento con la erosión de sus
beneficios. Principalmente, la emergencia de países como Alemania y Japón que
habían experimentado un rápido crecimiento tras la Segunda Guerra Mundial,
representaba un desafío para la hegemonía económica estadounidense. Esto provocó
que la financiación de costosas campañas militares como la Guerra del Vietnam,
exacerbara aún más las tensiones dentro del sistema de Bretton Woods. La rigidez del sistema de cambio monetario fijado en
el patrón oro y con el dólar como «moneda de cambio», acabó con el presidente Richard Nixon asesorado por el
influyente diplomático Henry Kissinger,
decidiendo eliminar dicho estándar fijo internacional. Esto permitió iniciar una
era de mayor flexibilidad monetaria, pero también de mayor volatilidad e
incertidumbre en los mercados financieros. La inflación sufrió un aumento como consecuencia
de la mayor facilidad de los gobiernos para imprimir dinero. Además se abrió la
puerta a la especulación con la deuda soberana, ya que la desvinculación del
dólar del oro por el que se regulaba el sistema de cambio de divisas, sufrió una
importante alteración. Esta nueva dinámica financiera permitió a países como
China, con sus crecientes exportaciones hacia Estados Unidos, acumular grandes
reservas de dólares que invertían en bonos del Tesoro de dicho país,
convirtiéndose en uno de sus mayores acreedores y adquiriendo un considerable poder
económico sobre esta nación.
La crisis del petróleo (1973)
Poco
después de eliminar el patrón oro, la OPEP —una formación de países, en su
mayoría dictaduras islamistas— bloqueó el consumo de crudo de los países
occidentales en respuesta a su apoyo a Israel en la Guerra de Yom Kipur. Este embargo provocó una
crisis de grandes dimensiones debido a la dependencia de Occidente del consumo
de combustible fósil y puso de evidencia la vulnerabilidad de su modelo
económico. Además, la crisis exacerbó las tensiones geopolíticas entre Oriente
Medio y Occidente, y contribuyó a un aumento del sentimiento antiamericano en
el mundo árabe. El «modelo occidental» comenzó a evidenciarse como una fachada
de «libertad y democracia» mientras ocupaban con tanques y rociaban con napalm
territorios enemigos solo por su ideología e interés geopolítico. La división
entre los intereses geopolíticos de los gobiernos y las ilusiones y sueños de
«paz y armonía» en las que creían los ciudadanos tras la propaganda aliada
consecuencia de la victoria en la 2GM, comenzó a ser abrumadoramente divergente,
provocando la aparición de movimientos de protesta y activismo social. ¿Cómo respondió occidente ante esta coyuntura?
La respuesta occidental: Reunión de la Comisión Trilateral (1973)
Llama
la atención que precisamente en la reunión de las personas más «influyentes»
del planeta en el año 1973 en la llamada Comisión
Trilateral, algunas de las conclusiones a las que llegaron como respuesta a
la difícil situación de aquel momento fue la de la «ingobernabilidad de la
sociedad» y el «exceso de democracia» (Crozier et al., 2012) como unos de
los principales problemas. La respuesta occidental no se basó en un cambio del
modelo social y económico. En lugar de asumir que el problema global era demasiado
grande para que los ciudadanos de a pie lo manejaran, lo que implicaba aceptar
que el modelo democrático —«el menos malo», recuerden— tenía deficiencias que
debían ser corregidas, se optó por una mayor opacidad y reducción de la
participación del ciudadano, sin que este fuera pleno conocedor. A tenor de
todas las evidencias que han surgido desde aquella fecha, incluidas un renacer
de la teoría política «práctica», no cabe
duda de que aquellas personas influyentes no perdieron el tiempo en aquella reunión
y sus conclusiones han logrado llegar, en su mayor parte, al lugar que
previeron.
Globalización y deslocalización (1980)
Tras
la caída de la Unión Soviética implosionada por su propia combinación de ineficiencias
económicas, rigidez política y crecientes tensiones internas, el bloque
Occidental dispuso de mayor libertad a la hora de «expandir» su ámbito de
actuación. Con Margaret Thatcher y Ronald Reagan como principales
protagonistas, Occidente inició un imparable proceso de privatización de servicios
públicos, eliminación de políticas antimonopolio, creación de mercados en
países ahora controlados económica, política y militarmente si llegaba el caso,
aumento de la especulación financiera, control de los medios de comunicación a
través de intereses económicos, control de partidos políticos por el mismo
mecanismo y para redondear la maniobra, reformas para aumentar el protagonismo
de dichos partidos. Al igual que en la crisis del petróleo, nadie puso pegas a deslocalizar
las principales empresas tecnológicas e industriales occidentales a países
asiáticos con quienes se compartía dicha tecnología y sus secretos
industriales, a nadie pareció importarles que las principales materias primas
se continuasen obteniendo en dictaduras de África, Medio Oriente y Asia. La
mayoría de los principales responsables de evaluar los resultados trimestrales
estaban satisfechos por los resultados. De momento.
La era de las burbujas (1990~2008)
Basar
la economía en la especulación financiera y el ahorro de costes momentáneo que
supone deslocalizar las empresas a países donde sus empleados trabajan más
horas y cobran menos, con quienes se comparte la tecnología desarrollada en las
propias fronteras pero que para fabricarla hacen falta materiales que se
obtienen en países foráneos que han acabado controlando y monopolizando el
transporte de mercancías a nivel global gracias a una falta de regulación que
los mismos países han promovido, no parece una buena idea. Sin embargo, así es
como la economía occidental comenzó a funcionar a finales del siglo pasado, en
base a decisiones tomadas desde las altas cúpulas corporativas y políticas, las
que se supone disponen de la información suficiente y han llegado hasta ahí
«por méritos». La realidad es que comenzó a surgir un «patrón» de actividad
empresarial basada en el supuesto del «crecimiento ilimitado» y un mantra «filosófico»
conocido por el «falla, rápido, falla barato», que consistía en ofrecer
productos de eficacia incierta y poco realista que parecían funcionar… hasta
que dejaban de hacerlo. Fruto de este patrón surgió la burbuja de las «punto.com»,
de las renovables,
de los bienes inmobiliarios, de los productos financieros, que alcanzó su punto
máximo en 2008. Esta crisis fue alimentada por una combinación de factores,
entre ellos la fácil disponibilidad de crédito y las bajas tasas de interés, como
otra consecuencia de la situación que comenzó a generarse a principios de los
70, que fue la demanda insaciable de bonos del Tesoro por parte de China. La
estrategia de este país de aprovechar la debilidad de Occidente en su fijación
en el corto plazo, no solo incentivó la toma de riesgos y la formación de la
burbuja, sino que también consolidó su posición como potencia económica global
y le otorgó una influencia significativa sobre la economía estadounidense.
Cuando estalló la crisis en Occidente, la sólida posición financiera de China
le permitió seguir comprando bonos del Tesoro, perpetuando una dinámica de
dependencia mutua que ha moldeado las relaciones económicas y geopolíticas
actuales. De esta manera, las burbujas continuaron con las de los estudios
universitarios,
siguiendo por el arte contemporáneo, por las criptomonedas, la de los NFT. Todo
era susceptible de convertirse en burbuja porque… bueno, las causas de las
burbujas pueden variar desde el optimismo irracional vendido detrás de grandes
estrategias de marketing hasta la corrupción económica y política, pero todas
tienen en común que proporcionan interés económico en el corto plazo. La
cuestión es que el modelo económico actual desregulado apenas puede contener la
fuerte tendencia a su creación.
La pandemia y el coche eléctrico (2020~)
La
principal innovación de las décadas recientes ha sido la de la creación de un
modelo de negocio basado en la comunicación móvil y los dispositivos
portátiles. Si bien este modelo ha generado beneficios económicos, también ha
traído consigo una serie de consecuencias negativas:
En
primer lugar, este modelo se basa en gran medida en la importación de materias
primas y la fabricación de dispositivos en países como China, lo que genera una
dependencia excesiva de estos países. En segundo lugar, el modelo de
suscripción y demanda ha llevado a la proliferación de servicios que no
presentan una innovación tecnológica real y que, en algunos casos, incluso han
empeorado la calidad de los trabajos y aumentado la huella de carbono. Casos
como canales de streaming —series,
música, etc. —, de influencers, de
venta en-línea, de tarifas de datos a los operadores de comunicación, de almacenamiento por cuotas en «la nube» —en
realidad, en costosos servidores de datos centralizados que generan un consumo
de energía elevadísimo—, y de ahí se ha extendido a otros ámbitos como los de
la vivienda —Airbnb—, transporte —BlaBlacar, Uber, Cavify—, envíos a domicilio
—Glovo—. Un tercer caso sería el de la creación de un sistema de publicidad supuestamente a
medida del usuario pero que implica el espionaje continuo y el uso opaco de
todos los datos recogidos, incluidos los de la localización del usuario, para fines
comerciales y potencialmente lucrativos en la medida todos estos datos son
manejados por empresas privadas en connivencia con poderes políticos, dando
lugar al llamado Tecnofeudalismo.
Pero
lo peor es que se ha ignorado casi por completo la necesidad de innovación en la
mayoría de ámbitos, principalmente el del transporte. Tras evidenciarse la
influencia negativa del consumo de combustible fósil tras la aparición de la
pandemia del COVID-19, la exigencia social por un cambio en la movilidad ha
sido abrumadora, cambio que una industria automovilística occidental muy
conservadora y jerarquizada, no ha sabido asimilar. Mientras tanto, China, que
se ha mantenido aislada siguiendo con su tradición, ha innovado en este ámbito,
dejando pasar con un filtro preciso aquellos elementos de la cultura occidental
que han funcionado, manteniendo una estricta censura con los que no, lo que les
ha conllevado duras críticas. Sin embargo, el resultado es que en estos
momentos, monopoliza la extracción y exportación de las principales materias
primas así como su transporte, ha mejorado tecnológicamente gracias a
aprovechar la poca tecnología innovadora desarrollada por occidente
recientemente, desde smartphones
hasta tecnología aeroespacial. En estos momentos BYD es el mayor productor
mundial de automóviles eléctricos y China ha traído a la Tierra por primera vez
minerales de la cara oculta de La Luna.
En
definitiva, esta cronología parece evidenciar de manera inevitable que
Occidente lleva desde inicios de la década de los 70 con un modelo social
basado en una jerarquía o «élite económica» establecida en EE.UU. que impone
mediante su influencia en el ámbito político una serie de medidas cuyo único o
principal objetivo es mantener su estatus, sin atender las necesidades reales
que todo modelo requiere a pesar de las consecuencias de esta negligencia.
· Paramio, L.
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· Rivero, Á.
(2001). La objetividad en el estudio de la política. Daimon: Revista
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M. J., Huntington,
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