martes, 20 de enero de 2015

Los dueños de la lengua

martes, 20 de enero de 2015

En todas partes hablan su propia lengua, se podría decir. Con sus propias expresiones y su propio vocabulario. Incluso con sus propios verbos, como en Argentina. Lo que evita que surjan lenguas por cada rincón es que sólo algunas de ellas van a tener una literatura importante y sólo algunas gozarán del suficiente impulso social o político para que así sea. Las lenguas se crean cuando alcanzan una entidad cultural y política diferenciada lo suficientemente importante para que esto ocurra.

Puede suceder de forma natural como ocurrió en la península ibérica en los siglos X al XV aproximadamente, o de forma artificial reinterpretando la historia como hacen los nacionalismos desde el Siglo XIX. En España existe cierta polémica respecto a los orígenes del valenciano y del catalán. Las referencias más antiguas a estas denominaciones se han encontrado recientemente en unos documentos que hablan de catalanesc en 1290 y valencianesch en 1343, apenas medio siglo de diferencia. Parte del conflicto reside en otorgar a organismos políticos actuales la oficialidad sobre una lengua en un territorio mayor del que política e históricamente están vinculados. El pretexto utilizado es la existencia previa de registros escritos del latín vulgar en el territorio que hoy se conoce como Cataluña. Es decir, que en Cataluña hablaban la lengua «antes» que en el resto, siguiendo una analogía con la teoría oficial de lo ocurrido en Castilla. El resultado es la creación de unas instituciones de carácter oficial —el IEC— en Cataluña, con autoridad para regular sobre la lengua de los territorios de Cataluña, Comunidad Valenciana y las Baleares. Sin entrar en otros aspectos de este conflicto lingüístico ¿hasta que punto es lógica y admisible esta decisión?

El uso de la denominación de catalán parecer ser una referencia genérica a los condados feudales de Barcelona, Gerona y Osuna —el Principado de Cataluña o la llamada Cataluña vieja—. El término catalán podría referirse a la condición de señores feudales —como en el caso del castellano—, por lo que otros territorios feudales de la Corona de Aragón podrían recibir posteriormente el mismo nombre —Cataluña nueva—. Desde esta perspectiva —entendiendo «catalán» con un significado distinto entonces al de ahora— podría admitirse el uso de este término para denominar al conjunto lingüístico como catalán, incluyendo todos los territorios de la Corona de Aragón. El problema es el uso político que se hace dentro de una especie de plan de construcción nacional, como si una aristocracia venida a menos necesitase inventar nuevas maneras de continuar en su status-quo. Supongamos que hacemos un último esfuerzo y se acepta la denominación de catalán para el conjunto y asignar la autoridad lingüística y cultural a los que hoy ocupan dichas tierras, por ser supuestamente antecesores y fuente de los repobladores. Como «prueba», suele compararse —en una falsa analogía— con la colonización europea del continente americano, y la exportación de la lengua y cultura a aquellas tierras.

Sin embargo, la identificación lingüística de hispanoamérica con la lengua española o castellana es desde sus inicios y actualmente no existe ninguna subordinación política —la lengua es aceptada tal cual aun teniendo legitimidad para cambiarla—. No se ha construido artificialmente siglos después, fuera acertado o no lo que hicieran los colonos españoles. Otro punto que suele no mencionarse es que entre América y Europa hay un gran océano que impedía que hubiera contacto cultural previo, cosa que entre Cataluña, Valencia y Mallorca no es cierto, ni mucho menos. Aún así, el nacionalismo catalanista supedita toda la creación cultural de los territorios que le conviene a la «catalanidad», concepto oportunamente escogido para autoelegirse ellos como la «autoridad». Aun admitiendo en última instancia la tesis catalanista del origen de la lengua, hay contra-ejemplos claros que demuestran que no es correcto supeditar la propiedad de una lengua a los gobernantes de un supuesto territorio «originario». El origen de una lengua no es condición suficiente para adueñarse de ella por toda la eternidad:

El inglés

El inglés proviene de la lengua hablada por diversas tribus germánicas que emigraron a las Islas Británicas, entre ellas las sajonas. Sin embargo, a nadie se le ocurre decir que los ingleses hablan alemán. Ni Alemania reclama ninguna propiedad ni autoridad sobre la lengua hablada mayormente en el Reino Unido. Tal vez este caso no se encuentre válido ya que la divergencia política y lingüística ha sido suficiente como para que se separen. Al ser distintas lenguas no pueden constituirse como un bloque susceptible de ser regulado.

El portugués

El portugués, sin embargo, es considerado la misma lengua que el gallego, formando un bloque llamado galaico-portugués. Por motivos similares, el gallego tuvo que existir antes que el portugués, sin embargo, no recuerdo haber oído decir que los portugueses hablen gallego, ni existe ninguna academia lingüística de gallego que incluya e imponga denominación y normativa sobre Portugal. ¿Por qué? simplemente porque son países distintos y nadie tiene jurisdicción sobre otro. Sin embargo Brasil es un país distinto y a pesar de la distancia, afirman hablar portugués. Bueno, esto es un decir ya que el portugués brasileño es considerado una lengua independiente en la práctica, con una evolución separada.

Servo-croata

Otro caso es el servo-croata. Una misma lengua dividida por la escisión política y la falta de acuerdo entre pueblos vecinos, que internacionalmente recibe la denominación combinada. Buscar el acuerdo y la unión es deseable, pero siempre que sea bajo acuerdo de las partes y no mediante la imposición. Más que nada porque las decisiones tomadas por autoridades no consideradas legitimas por un pueblo, no las van a aceptar, aunque deban obedecer por la fuerza.

Austro-bávaro

Este es uno de los casos más escalofriantes. Resulta que el III Reich decidió que Austria era un pueblo hermano porque hablaban una lengua germánica similar a la hablada en Alemania, el austro-bávaro. Es decir, la lengua era el punto de unión de ambos pueblos, a pesar de que se parecían como un huevo a una castaña. Pero lo más curioso es que no fue porque ambas lenguas tuvieran orígenes cercanos, sino que los nazis decidieron en pleno siglo XX que los austriacos no hablaban austriaco, sino alemán ¿le suena a alguien esta cantinela?

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No parece haber una norma fija. Lo que si que parece claro es que el desarrollo de una lengua es paralelo al desarrollo socio-político de una sociedad. Es como si se estableciera un vínculo entre la sociedad y su lenguaje. Una relación en ambos sentidos. El Dr. José Manuel Blecua, director de la RAE, dice que «los hablantes son dueños de su lengua», en el sentido de decidir qué hacer con ella. Todo depende pues de cómo esos hablantes estén organizados.

Sin embargo, en el otro sentido también existe una influencia. El escritor Juan José Millás dice que «solo somos herramientas del lenguaje, no sus dueños». Desde que aprendemos a hablar, la lengua nos condiciona y seguramente, nos cambia. En definitiva, la lengua es un poder cuyo control todos quieren poseer.

miércoles, 14 de enero de 2015

Voto en blanco / Voto nulo

miércoles, 14 de enero de 2015

El voto en blanco se suele interpretar como un apoyo al hecho electoral en sí mismo, pero manifestando disconformidad o apatía con las opciones que se presentan, o con el método de elección. Un deseo de participar en las elecciones políticas, dejando que sea la mayoría la que decida. Pero esta opción de voto, en la práctica tal y como está planteado en el actual sistema español, tiene el efecto «colateral» de modificar los margenes mínimos necesarios para obtener representación parlamentaria, con unas consecuencias que pueden resultar inesperadas, por lo perjudiciales para los partidos minoritarios. De alguna manera, es otra más de las incoherencias del sistema.

Supongamos un electorado que decide hacer uso del voto en blanco pensando que de esta manera fortalece el sistema democrático. Estaría formado por las siguientes intenciones de voto:

Ejemplo 1

  • 80% de votos en blanco
  • 20% de votos a tres opciones políticas repartidas de la siguiente manera:
    • 10% opción A
    •   6% opción B
    •   4% opción C
Suponiendo un mínimo necesario del 5% para obtener al menos un diputado, únicamente las opciones A y B lograrían representación parlamentaria —la farragosa aplicación de la Ley d'Hont es irrelevante en este caso—. Si sólo un 1% de los que han votado en blanco hubiera votado a la opción C, podría haber sido esta situación:

Ejemplo 2

  • 79% de votos en blanco
  • 21% de votos a tres opciones políticas repartidas de la siguiente manera:
    • 10% opción A
    •   6% opción B
    •   5% opción C
De esta manera, se pasa de una situación dominada por el partido A en la que el partido C no tendría ni un sólo escaño, a otra en la que una coalición entre B y C tendría opciones de gobernar —la dichosa Ley d'Hont favorecería no obstante en el reparto a A—. Y esto sólo con un 1% de votos. Si se traslada este mismo ejemplo al parlamento real de España, los 350 escaños actuales se llenarían con la representación obtenida del 20% restante según el ejemplo 1. Si eliminamos el mínimo necesario para obtener un escaño —un 5%— se quedaría en un 15% aproximadamente, que corresponde solo a los partidos que han superado el mínimo necesario según la ley, para obtener representación. Si ese electorado vota siguiendo la pauta hasta ahora, es decir, con dos partidos mayoritarios ocupando el 85% de los escaños, se correspondería con un 12,75% de ese 15%, no quedando margen electoral para los partidos pequeños, al no haber porcentaje suficiente. Los dos partidos mayoritarios ocuparían el 100% de los escaños del parlamento. Con estos ejemplos se intenta mostrar cómo influyen los resultados electorlaes y su reparto en el Congreso una vez aplicado el filtro del mínimo electoral. ¿Y el voto nulo? En el ejemplo siguiente se puede ver cómo influye esta opción:

Ejemplo 3

En este caso se introduce la opción de «voto nulo». Supongamos que la sociedad hace uso de ella como otra similar al voto en blanco, y lo hace con una proporción del 60% en blanco y 20% nulo, quedando el resto de votos a partidos exactamente igual que en el ejemplo 1:
  • 60% de votos en blanco (75% de votos válidos)
  • 20% de votos a tres opciones políticas repartidas de la siguiente manera:
    • 10% opción A (12'5% de votos válidos)
    •   6% opción B (7,5% de votos válidos)
    •   4% opción C (5% de votos válidos)
  • 20% de votos nulos
En este caso, como parte de los votos no cuentan en el total —los votos nulos, que se cuentan únicamente en la urna— los porcentajes de votos válidos se modifican, pasando el partido «C» de no obtener representación parlamentaria a sí tenerla, quedando de nuevo con opciones a formar coalición con el «B», sino fuera porque de nuevo la Ley d'Hont favorecería a la Opción A. En cualquier caso, se observa cómo el uso del voto nulo tiene una repercusión práctica completamente distinta al voto en blanco, más coherente y manteniendo el mensaje de disconformidad con las opciones que el sistema presenta. Por añadidura, se visibiliza la magnitud de dicha postura, cosa que no ocurre con la abstención.

Los partidos minoritarios tienen el problema de estar muy dispersos. El sistema actual basado en partidos permite que existan un número ilimitado de estos, sin embargo, debido en la práctica a la limitación del 5%, la mayoría de ellos no lograrán su objetivo. De esta manera, el uso del voto en blanco favorece la cesión del poder político a las opciones más tradicionales, conservadoras, radicales y sectarias que concentran un mayor número de votos. El voto en blanco y el voto nulo tienen un significado «simbólico» similar, pero con repercusiones prácticas completamente diferentes

Para intentar paliar estas aberraciones, surgió la opción de Ciudadanos en Blanco —ahora Escaños en Blanco— , por la cual en lugar de hacer uso de dicho voto, con esta alternativa política los apoyos obtenidos se convertirían en asientos vacíos, reflejando de forma más veraz —teóricamente—, el sentir ciudadano.

Dejando la exactitud de las cifras por un momento y como conclusión, el voto en blanco es un voto válido, y como tal, se contabiliza, modificando de esta manera los mínimos necesarios para obtener representación aumentándolos, por lo que las opciones minoritarias son perjudicadas.  Cuanto mayor uso se hace de él, mayor es la penalización al resto de opciones alternativas. Hasta no hace mucho poca gente era plenamente consciente de las consecuencias de estas alternativas electorales. En el resto de casos, lo que comúnmente se entiende como una opción de «voto neutro», se contamina y convierte escondido entre porcentajes, en una trampa política.

lunes, 12 de enero de 2015

El fraude electoral

lunes, 12 de enero de 2015
¿Se vota en España a partidos o a personas? ¿es adecuado el sistema político para las costumbres del electorado español? ¿intenta paliar los vicios o por el contrario, se aprovecha de ellos?

En las pasadas Elecciones Generales del 9 de Marzo de 2008, el PSOE/PSPV presentaba en la Comunidad Valenciana a Dña. Mª Teresa Fernández de La Vega como candidata «por Valencia», que posteriormente se convertiría en vicepresidenta. Para llegar hasta ello, tuvo que empadronarse forzosamente en dicha provincia (municipio de Beneixida), ya que no era este su domicilio habitual.

El supuesto gancho de esta política de origen valenciano se utilizaba para atraer al público de dicha provincia, de forma que con sus votos contribuyera a la victoria de su partido. A pesar de que se acudía a un electorado concreto para obtener de ellos su confianza, no prometieron ni garantizaron que el escaño obtenido estaría al servicio de representar a dichos electores. Finalmente de La Vega obtuvo su escaño, como sabemos, a pesar de no ganar en su distrito electoral. 

Lo excepcional y forzado de toda esta estrategia —que tenía como objetivo recuperar el electorado de una comunidad que dejó de elegirles hace décadas— denota que el votante español no tiene en cuenta normalmente a quien vota, sino la ideología o la imagen artificial y mediatizada construida para el candidato a presidente del gobierno, que normalmente es el que se presenta por la circunscripción madrileña —mezclando elecciones legislativas con las del ejecutivo—.

Para que un sistema político funcione hay que tener en cuenta tanto los factores formales —los referentes a sus aspectos teóricos— como los sociales —definidos por la habilidad del electorado en hacer uso de sus herramientas democráticas—. Estas carencias tanto las formales en el sistema democrático español como los vicios de la sociedad, se realimentan entre sí, formando un circulo vicioso que puede resumirse así:
  1. El sistema lo propicia (no existen candidaturas independientes, las listas son cerradas, no hay independencia de poderes, etc.)
  2. Por la idiosincrasia del ciudadano español (falta de cultura democrática, sectarismo, nacionalismos, etc.)
Tal vez pudo parecer adecuado en su momento —en la Transición— la elección del sistema actual, pero más de 30 años después las cosas se ven de otra manera: porque la situación política ya está superada, por que la sociedad no es la misma y además, porque la supuesta necesidad de acoplar el sistema a dichas condiciones político-sociales del momento, han desembocado en una serie de incoherencias.

Independencia de los gobernantes

El mandato imperativo es una figura política por la cuál —a grandes rasgos— los representantes han de rendir cuentas ante los ciudadanos que los eligen. Existen varias formas de aproximarse a esta situación ideal, que van desde la propia elección directa de los representantes hasta mecanismos de revocación de mandato.

En España está expresamente prohibida en la Constitución de 1978 esta herramienta, con el pretexto de garantizar la «independencia» de los diputados. Lejos de lograr este objetivo, esta medida eliminaba la responsabilidad de los políticos con los ciudadanos, abriendo las puertas a que esta responsabilidad lo fuera para con su partido. En efecto, tras todas estas décadas no sólo el diputado no es independiente, sino que ha acabado siendo una marioneta ideológica de su partido.

Reparto de escaños

En el sistema político español el reparto de escaños se realiza en función de la poco proporcional Ley d'Hont como método, se dice que con la intención de favorecer la formación de gobiernos fuertes y a las opciones políticas que tengan mayor apoyo local o regional. Esta técnica tendría cierta lógica si los ciudadanos tuviéramos un control efectivo sobre los que ocupan los asientos en el parlamento y sobre todo, si el tamaño de las circunscripciones fuera equivalente, de forma que la premisa «una persona, un voto», se cumpliese.

En lugar de ello, los partidos ocupan todo el escenario de las campañas electorales. El candidato «cabeza de lista» por Madrid aparece en las vallas publicitarias de toda España y en los colegios aparecen sus listas en las papeletas con las grandes siglas de partido en la cabecera, mientras que los candidatos que las componen son meros números, nombre inocuos, títeres de partido cuya principal función es la de rellenar.

Suponiendo que los electores voten pensando en los partidos, el reparto se decide por el apoyo a una determinada lista de personas en una zona geográfica determinada, cuando en realidad se está votando un programa ideológico con aplicación en todo el Estado.

Si se decide votar en función de los candidatos tal y como el sistema aparenta permitir, para empezar nos tenemos que contentar con la lista puesta por el partido, tanto en orden como en composición. En cualquier caso, los que finalmente acaben en el parlamento dependerán de los votos logrados por las listas en otras circunscripciones. Total, para que luego ni se acuerden de quienes les han puesto ahí.

En definitiva, el problema no consiste solamente en las listas cerradas o la mayor o menor proporcionalidad, sino que se sigue un criterio engañoso. Por un lado se tiene un entramado de listas, candidatos y circunscripciones que nadie tiene en cuenta a la hora de decidir su voto, pero que sin embargo, son decisivas a la hora de definir el mapa representativo. En la práctica se tiene un parlamento dividido en facciones ideológicas monolíticas en forma de partidos, donde quien manda, son sus cúpulas directivas y otros intereses ajenos a los electores.

[Una versión de este artículo se público en el blog Centro de Estudios sobre Democracia el 31 de julio de 2008]

viernes, 28 de noviembre de 2014

El cambio de modelo educativo

viernes, 28 de noviembre de 2014
Si Internet está suponiendo un cambio de paradigma a nivel social y económico, una situación similar puede estar ocurriendo en el ámbito de la educación. En concreto, en la auto-educación. Como se vio en un artículo anterior, el conocido escritor y divulgador científico Isaac Asimov —entusiasta defensor de la autoeducación— predijo un tiempo en el que todo el saber humano estaría al alcance de la mayoría de la población.

Si bien quedan muchas zonas en el planeta subdesarrolladas, hay iniciativas para dotar de acceso a Internet a estas zonas y de está manera, a las fuentes de información —posibilitando su uso educativo, y por supuesto, el comercial—. La cuestión es que por primera vez en la Historia existe la tecnología para que la gente tenga a su disposición todo el saber acumulado de la Humanidad, cuando quiera y donde quiera.

Un ejemplo del valor de la autoeducación y del acceso a la misma, es Steve Jobs. Si bien puede que su valía como persona no fuera del todo ejemplar en otros aspectos, el relato que forma su caso particular tiene un valor que está por encima de su protagonista. Jobs no acabó sus estudios universitarios, sin embargo, aprovechó el tiempo de una manera distinta a la que el canon oficial marcaba. Se las arregló para poder asistir a las asignaturas que más le interesaban, aunque el conjunto de ellas no le valieran para título alguno. Todas aquellas materias las usó posteriormente en su vida laboral, con el resultado que conocemos. Si bien tuvo que asistir a las clases presenciales, el concepto de diseñar tu mismo tu carrera académica, es hoy en día más viable gracias a las nuevas tecnologías.

La tendencia a dar cada vez más importancia a la enseñanza «en-línea» es clara. La oferta es de cursos con obtención de titulación oficial —de carácter formal—, como de otros temas de carácter complementario, pero no menos importantes. En ambos casos se pueden encontrar cursos gratuitos como de pago. El objetivo es, antes que el de obtener un título impreso en un papel para colgarlo en tu habitación, sencillamente el de aprender.

Esta nueva oferta recibe el nombre de MOOCs (Massive Online Open Courses), y lo están ofertando las principales universidades de todo el mundo. El patrón que se sigue continua basándose en el clásico de profesor-alumno, si bien con todas las ventajas de la no-localización. Aunque fue el MIT en el 2001 el pionero en aplicar las nuevas tecnologías a la enseñanza, el acontecimiento que marcó un antes y después fue un curso sobre inteligencia artificial preparado por el profesor de la Stanford University, Sebastian Thrun, que superó los 160.000 alumnos matriculados. Tras el éxito de esta iniciativa, un colectivo de profesores fundo Coursera.

En España hay una cierta tradición consolidada con los cursos a distancia: Además de CEAC, en el ámbito universitario todo el mundo conoce a la UNED (Universidad a distancia), si bien estos centros utilizaban medios tradicionales —correo— hasta la aparición de Internet. La UOC es una de las primeras universidades en España en la que se podía obtener un título, de forma completamente «en-línea». En general, la mayoría de universidades tiene una oferta de cursos a distancia.

La necesidad de un título oficial es un requisito ineludible para muchas ofertas de trabajo. Sin embargo, en ninguna parte impiden que completes la formación con lo que encuentres más interesante, bien por inquietud personal, o por que analizas que es lo más adecuado para un sector profesional determinado.

En cualquier caso, hay un problema a tener en cuenta: que en España tenemos una cultura de méritos deficiente, y un entorno político que influye negativamente en el laboral, de manera que las iniciativas y el desarrollo provienen en su mayoría de fuera de nuestras fronteras.

Pero sobre todo, siguiendo la tendencia actual, cada vez es más importante en la educación lo que decida cada uno sobre su futuro.

Enlaces

    miércoles, 15 de octubre de 2014

    catalán y castellano

    miércoles, 15 de octubre de 2014
    En la Edad Media habían muchos castillos en toda Europa, no sólo en "Castilla"
    «porque el español nació en la calle, no en un monasterio ni debajo de ninguna piedra [..] los localismos [que pretenden vincular el nacimiento del idioma a un monasterio concreto] son una patochada»
    Gonzalo Santonja, director del Instituto de la Lengua de Castilla y León
    (Artículo de "20minutos")

    El origen del castellano

    La versión «oficial» sobre el origen de la lengua castellana establece que su nacimiento se remonta nada más y nada menos que a la propia formación del Reino de Castilla. La cuestión es, ¿puede un texto encontrado en un pequeño reino medieval ser el origen de una lengua que ha sufrido tantas transformaciones?

    Me explico. El texto más antiguo en castellano es un documento que es tan parecido con la actual lengua llamada de esta manera, como lo pueden ser un huevo y una castaña. Sí, está claro que las lenguas evolucionan, pero, ¿precisamente de ese texto? Según el análisis filológico mostrado en la Wikipedia hay una serie de notas técnicas muy especializadas —tanto que parecen buscadas con lupa— que sugieren que aquel es un texto protocastellano. De cualquier manera, ¿quien lo va a discutir en una España en donde las mayorías dictan la realidad de las cosas?

    Puede que se encuentren en ese texto algunos detalles que sean el germen de lo que luego se llamaría «el castellano». Necesariamente, en la lengua que hablamos hoy en día hay elementos que se han de encontrar en el latín vulgar hablado hace casi mil años. Pero escoger un texto concreto como «el fundador» es una «patochada», como unos de sus propios descubridores afirma.

    Podría escogerse como «fundador» cualquier texto que haya contribuido de alguna manera decisiva a la formación de la lengua, todo estriba en el momento que se desee escoger como «punto de partida». Por ejemplo, la lengua vasca es una de las que ha aportado un elemento diferenciador único al castellano, ¿significa eso que todos los aportes anteriores o posteriores –íberos, celtas, etc.– que diferenciaban a ese latín vulgar del resto no importan?

    Otro ejemplo. El Cantar del mío Cid, un texto de referencia del castellano antiguo, en su versión original. En el se observa un texto sin «ñ» con la «ç» y con palabras como «exida» —muy similar a la forma valenciana «eixida» («salida»)— o «finiestra» —equivalente a «finestra» («ventana» en «catalán genérico»)—. Estas palabras se han perdido y en su lugar se han introducido otras, como consecuencia de la evolución posterior que es la que realmente ha dado forma a la lengua, no un simple texto de hace diez siglos.

    Se puede decir que originalmente, las diferencias entre lo que hoy en día insisten en decirnos que se llamaba «catalán», «aragonés», «castellano» o «gallego», no eran apenas tales, sino en todo caso, diferentes formas de denominar al latín vulgar. De alguna manera, el punto de partida era en todos los casos prácticamente el mismo.

    El castellano no ha surgido en Castilla, y de ahí se ha extendido al resto, de la forma en la que nos lo quieren hacer entender. Ha sido la evolución política posterior y su intervención en asuntos lingüísticos la que ha dado forma a estas lenguas, tal y como hoy las conocemos. Para ilustrar mejor la idea, pensemos en una historia ficticia alternativa, pero que pudo haber sido totalmente posible:

    «leonés» en lugar de castellano

    Supongamos que en lugar de «Castilla» hubiera sido «León» el título que la corona hubiera recibido. Para no aburrir al lector, se puede resumir que en aquel entonces los territorios se los repartían entre los herederos como si fueran trufas —a la gente casi le daba igual un rey que otro—. La cuestión es que el Rey de Castilla, Fernando III, heredó de carambola el Reino de León. A la formación política resultante le llamó Corona de Castilla, porque para eso era rey.

    Bueno, rey, pero no como los del absolutismo que vendría siglos después. Entonces debían ser magnánimos con el pueblo, por eso el latín se relegó a ceremonias religiosas, y los reyes comenzaron a usar «la lengua del pueblo». Pero claro, ¿de qué pueblo, el de León o el de Castilla?

    Este proceso es el que no nos han contado nunca, pero fuera lo que fuera que hablaban en León —¿porque en León hablarían «algo», no?— no podría ser muy distinto al latín vulgar que se hablaba en Castilla. Pensemos en Fernando III —el primer rey de Castilla y León— en algo que no se suele mencionar cuando de un estudio de este tipo se trata: ¿qué clase de latín vulgar hablaba?

    No existe una manera precisa de conocer cómo se formó la lengua que se hablaba en la Corona tras la unificación de los reinos de Castilla y León, pero sabemos tres cosas:
    1. Que el padre de Fernando III era originario del antiguo Reino de León y su madre, de Castilla. No se sabe qué peso tendría cada vínculo en la lengua final que el monarca usara, pero sabemos que el infante Fernando pasó la mayor parte de su infancia y juventud en el entorno de su padre, la corte del Rey de León,
    2. Que aunque el pueblo poco podía aportar en una época en la que no existían escuelas públicas,  era sin embargo el que «daba vida» a la lengua.
    3. Que la Iglesia utilizaba el latín, todavía considerada como la «lengua culta», por lo que se mantenía al margen salvo para recoger y guardar los textos.
    Lo que parece más sensato suponer —y lo más importante— es que el latín vulgar hablado en la Corona de Castilla resultante de la unificación, fue una combinación natural entre lo hablado previamente en los respectivos reinos, sin que resulte relevante el peso de las distintas variantes. No obstante, resulta curioso comprobar como en el trabajo de Alfonso X —El hijo de Fernando— y su iniciativa de proyectar una importante literatura en latín vulgar, hay una especial predilección lingüística por la parte oriental de la península. Es así hasta tal punto que el origen literario de lo que hoy en día algunos llaman galaico-portugués, está en este trabajo.

    Por lo tanto, el llamado «castellano» podría ser perfectamente un «leonés» llamado así por tomar el nombre de la propia Corona de Castilla. El «leonés» que se habla ahora sería un «residuo» de todo lo que no pudo ser incluido en el nuevo castellano de Alfonso X —al crear un estándar siempre hay partes «periféricas» que quedan fuera—

    ¿Qué hubiera ocurrido de llamarse «Corona de León» en lugar de «Corona de Castilla»? Sospecho que el castellano que hablamos ahora hubiera pasado a llamarse «leonés» y hoy en día estaríamos situando el origen de la lengua en algún lugar del antiguo Reino de León, convenientemente escogido. Todo esto suponiendo que el nombre de «castellano» provenga del nombre de la Corona de la que «heredaba» su nombre, ya que podrían existir otros motivos que modificarían sustancialmente nuestra impresión de los hechos y la idea de que «lo castellano» se extendía por la península.

    «Señores del castillo»

    En algunos pasajes de El Quijote se puede comprobar como el vocablo «castellano» tenía significados distintos a los usados actualmente. Existía otro que, sorprendentemente, está ignorado en la Wikipedia en español —existe sin embargo en la versión en catalán— y que puede resultar fundamental para una mejor comprensión de las cosas. Ese otro significado de «castellano» es mucho más prosaico y completamente obvio: el señor encargado de la custodia del castillo —«Alcaide» sería lo usado en la Wikipedia—.

    Viendo don Quijote la humildad del alcaide de la fortaleza, que tal le pareció a él el ventero y la venta, respondió:
    -Para mí, señor castellano, cualquiera cosa basta, porque mis arreos son las armas, mi descanso el pelear, etc.
    El Quijote, Don Miguel de Cervantes

    La «lengua castellana» por tanto, podría tratarse de una manera genérica de referirse a la lengua de los señores feudales, los cuales normalmente usaban la lengua de la corte real, lo que sería un símil de «lengua oficial» En cualquier sitio, llamaban «castellano» a la lengua «legal» o lengua de la autoridad, independientemente de donde viniera aquella.

    Parece como si se hubieran aprovechado de esta polisemia para utilizar sólo el significado que les convenía, ignorando el resto, pretendiendo que Castilla y su «castellano original» se extendía por la península. La realidad parece indicar por el contrario, que «el castellano» era en realidad una denominación ambigua y genérica de una lengua desprovista de identidad. Una lengua que se construía «sobre la marcha» en el uso por parte de una gente que, en aquellos pretéritos tiempos, carecía de «nacionalismo lingüístico».

    El catalán

    ¿Qué tiene que ver el catalán con el castellano? Pues más de lo que mucha gente cree, por varios motivos:
    1. Parten de un similar latín vulgar, en el que las distintas influencias originales marcaron un papel importante, pero no mayor que la evolución posterior que es la que marcó realmente las diferencias.
    2. El origen de la denominación de «catalán» es probablemente el mismo que «castellano». Eran distintas formas de llamar al mismo concepto.
    3. La teoría de «expansión» del castellano denota un nacionalismo que es imitado por el nacionalismo catalán, el cual se basa en la idea de que «el catalanismo» se expandió por la Corona de Aragón, de habla no castellana. Este «nacionalismo castellano» fue utilizado por el franquismo para su teoría de «construcción nacional».
    Los puntos nº 1 y 2 se han visto en la primera parte de este artículo. El punto nº 2 proviene de varias teorías que intentan explicar el origen del término «catalán», o «cataluña», que a día de hoy hasta los más acérrimos catalanistas admiten no conocer. Consiste en asumir que «catalán» y «castellano», significan lo mismo, es decir, los encargados de la custodia del castillo.

    Versiones —actuales— de «castellano»
    LenguaTraducción
     Catalán «castellá»
     Gallego «castelá» o «castelán»
     Occitano «castelhan»
    Tabla 1.—

    Versiones —actuales— de «catalán»
    LenguaTraducción
     Catalán «catalá»
     Gallego «catalán»
     Occitano «catalan»
    Tabla 2.—

    El termino «catalán» es muy similar a «castellano», en lenguas que no tienen nada que ver entre sí —salvo por supuesto, en que tienen el mismo origen— como gallego —«castelán»— y occitano —«castelhan»—, donde son interpretadas como «lengua castellana» —o «español»— en la mayoría de los casos, ignorando otros significados que eran comúnmente usados en la antigüedad.

    Hoy en día ya nadie vive en los castillos y por tanto, la figura del «alcaide» o «señor del castillo» ya no existe. Con el paso de las centurias, el termino «castellano» se centró en su significado más «localista». La progresiva diferenciación lingüística hizo que lo que en su día tenía el mismo significado, paso a definir cosas —falacia del historiador— que para muchos implican un abismo insalvable: Castellano y catalán. Catalán y castellano.

    Y el punto nº 3 es el mejor de todos, ya que paradójicamente, el nacionalismo catalán imita punto por punto al nacionalismo castellano impuesto por el dictador Franco. La teoría castellanista fue en su día defendida por Menendez Pidal, y el franquismo pronto la convirtió en su guía de referencia. Sin ánimo de poner en duda el importante trabajo de este filólogo, lo que parece claro es que ha existido una utilización política de su trabajo que lo ha llevado hasta extremos cercanos al límite de lo aceptable. 

    El nacionalismo catalán, conocedor de los prejuicios grabados a fuego en el acervo cultural español, cincelado a partir del castellano, ha creado una teoría similar pero aplicada a su caso particular, que resulta irrefutable por la «España castellana» sin que se tengan que poner en tela de juicio las propias suposiciones, prejuicios y nacionalismos no reconocidos. Desmontar el nacionalismo catalanista implica desmontar primero el nacionalismo castellano.

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    domingo, 5 de octubre de 2014

    La lengua como conflicto

    domingo, 5 de octubre de 2014
    Inglés y... spanglish
    Licencia
    El continente americano puede recorrerse desde una parte a otra de los polos, sin que sea necesario hablar más de una o dos lenguas: inglés y español. El francés y las lenguas nativas que aún perduran, acompañan a alguna de las dos más habladas del planeta en el uso por parte de los habitantes de aquel continente.

    ¿Qué es lo que pensaran los americanos tanto de una parte como de otra, de la situación en el Viejo Continente? Con la Unión Europea y el uso del inglés como segunda lengua esta situación está cambiando, pero queda mucho camino para poder hablar de una Europa en la que todos sus habitantes puedan entenderse a través de una o dos lenguas. Todo esto, por supuesto, a falta de determinar si esta situación es deseada, y por quien.

    ¿Es necesario buscar alguna unificación lingüística? Es complicado responder a esta pregunta ya que lo «necesario», es un concepto sujeto a una gran subjetividad. La gente se aferra al pasado más inmediato, a la época en la que surgieron los Estados actuales, y no cesa de reinterpretar el pasado para acomodarlo a su idea de nación. Pero lo importante es saber quien ha de decidir el futuro y en base a qué intereses.

    Sin embargo, la pregunta de si Europa ha reproducido siempre el mito de la «babel» es más clara y evidente de responder. Por más intentos de reinterpretar el pasado, la Historia siempre da la misma respuesta, y esta es efectivamente, no: hubo un tiempo en que era posible recorrer la Europa Occidental y el resto de la cuenca mediterránea, con tan sólo necesitar una sola lengua: el latín. Todas las lenguas actuales de la Europa mediterránea provienen de la lengua utilizada en la Roma Clásica —salvo lógicamente, el griego y el vasco—. Todas por tanto, están emparentadas. Si retrocedemos un poco más, todas las lenguas europeas —incluidas las germánicas—  tienen algún antepasado común, lo que conforma el bloque lingüístico indoeuropeo.

    Estamos acostumbrados en Europa a que en Alemania se hable alemán, en Austria se hable austriaco, en Francia el francés, en Italia el italiano, y así sucesivamente. De esta manera se confunden lenguas con territorios creando asociaciones carentes de fundamento racional —falacia de la falsa analogía—. Por ejemplo, si asumimos, como la apariencia sugiere, que, todo país formado en base a una reglas —arbitrariamente establecidas— tiene «su» lengua; de la misma manera, para una lengua minoritaria hablada en un determinado «territorio» ha de corresponderle su propio país, delimitado con el mismo tipo de fronteras que separan España de Portugal o de Francia. No es necesario señalar que por motivos obvios, para ciertos intereses resulta conveniente fomentar y difundir dicha confusión.

    El problema es que el proceso que dio lugar a las lenguas y el de formación de los países ha seguido caminos paralelos, pero realmente no hay ningún motivo para dar por hecho inevitable que dichos caminos están total e irremediablemente vinculados. No creo que en Hispanoamérica interpreten que hablar «español» implique «ser español», en absoluto. Aún así existe cierta insistencia —política— por llamarle «castellano» en recuerdo de sus orígenes, pero igualmente, no creo que el hacerlo les convierta —ni mucho menos— en «castellanos». Por algún extraño motivo en Europa este asunto está todavía más viciado, lo que hace que en algunos lugares puedas pertenecer a algún grupo étnico distinto creado «ad-oc», en función de la lengua que hables.

    La cuestión es que si las fronteras actuales fueron decididas tras la caída de Roma en un proceso histórico en función de criterios coyunturales, arbitrarios y subjetivos —además de la influencia lógica de la situación geográfica como penínsulas, separación por ríos, cordilleras montañosas, etc.—, para las lenguas se puede aplicar lo mismo. Si ahora cruzamos una determinada línea y la gente habla algo distinto a lo que hablaban al otro lado de dicha línea, no es porque esa gente tenga una genética sustancialmente distinta, ni es porque sean de «otra tribu», ni es porque el aire que se respira es distinto.

    Sólo es el resultado de un azaroso proceso histórico en donde una serie de personas en un lado de la línea acumularon cierto poder y decidieron que en «su» trozo, las cosas se hacían de una manera distinta a la del otro lado de la línea, afectando, normalizando y regulando todo lo que entendían requería serlo, contando para ello, unas veces más y otras menos, con la participación de la gente. Y la lengua era tan susceptible de ser regulada como cualquier otra cosa.

    Y así es como en cada lugar, los señoríos feudales fueron acumulando poder y territorios y decidiendo las cosas como les venía en gana dentro del ámbito geográfico de su influencia. En un proceso similar al de la formación de grumos en nuestro desayuno, se fueron creando diferencias cada vez más grandes hasta que, tal vez inadvertidamente, acabaron por no entender a su vecino.

    Llegados a esta situación se generó lo que en física se denomina una ruptura de la simetría: dos territorios antaño unidos y con una sola lengua, se separan y se identifican cada uno con ideas distintas de «nación» vinculada a la lengua, de forma que no pueden volver a unirse sin pasar por un proceso social complicado más o menos traumático. Traumas que hoy en día lejos de intentar solucionar más bien al contrario se alimentan, con claros objetivos políticos.

    Por esto, es muy probable que las lenguas habladas en la península ibérica tuvieran en su momento un antepasado común llamado en la actualidad «latín vulgar» —en la antigüedad a nadie se le ocurría llamarle así, claro—, inteligible por sus habitantes y relativamente homogéneo. Si como es previsible en algún momento necesitaron denominar a la lengua que hablaban, a falta de acuerdo o de norma establecida, en cada zona le llamaron como creyeron conveniente, generándose así el germen de las diferencias actuales.

    No se trata de míticas cualidades ancestrales, sino simplemente porque la gente, condicionada por el propio lenguaje vivo y cambiante, llamó a las mismas cosas de diferente manera, entre ellas a la propia lengua. De esta manera, inconscientemente, las hicieron distintas.

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    jueves, 18 de septiembre de 2014

    Seis puntos sobre la crisis bancaria

    jueves, 18 de septiembre de 2014
    Los bancos siguen desempeñando un papel en el sistema, sin que por el momento, haya un sustituto
    Se ha hablado mucho sobre crisis, rescates bancarios y deuda publica. Todo el mundo dice tenerlo claro, pero se dan soluciones dispares. Mientras tanto, los ciudadanos tenemos que seguir funcionando. Sabedores de la preocupación de la sociedad, algunos bancos ofrecen como valor añadido el trato personalizado al cliente y muestran sus opiniones, como el Banco Mediolanum. Pero continua existiendo confusión.

    Sectores muy relacionados con el mundo económico han criticado duramente el enorme gasto publico que España estaba acumulando y señalan como prioridad la necesidad de su reducción. Por otro lado, sectores más críticos con el capitalismo replican señalando que dicho gasto era debido a los rescates bancarios. Pero de nuevo, el sector afín al mercado acude rápido a señalar un dato importante: el rescate no ha sido a la banca privada, sino a entidades controladas por políticos, como Cajas de Ahorros y filiales bancarias. No se trataría entonces de «auténticos» bancos privados.

    En lo único en lo que parece que hay cierto acuerdo es en que se ha gastado dinero público en asuntos «indebidos». Sin embargo, en cuanto se ha de concretar qué es y qué no es lo indebido, o señalar a los responsables y aportar soluciones, la empanada mental es impresionante.

    Agitando los mismos hechos con la mano, ambos sectores reclaman sin embargo medidas contrapuestas, a cada cual más radicales: por un lado se piden nacionalizaciones de aquellas entidades a las que se ha rescatado, y por otro, la prohibición de entidades bancarias publicas —como cajas de ahorro— debido al descontrol que han supuesto. Sin embargo, si nos apartamos de posturas dogmáticas la situación tiene otro aspecto:
    1. Tal vez llamar «banqueros» a directores ejecutivos de entidades financieras semi-públicas puestos a dedo por políticos sea excesivo, pero en cualquier caso, lo verdaderamente importante y en lo que parece que hay cierto acuerdo es que los políticos han tomado decisiones incorrectas, antes, durante y tras los comienzos de los desplomes financieros.
    2. El déficit público se debe en su mayor parte a dichos rescates. Da igual que hayan sido a entidades públicas que privadas. La cuestión es que no se ha debido a un gasto excesivo en educación, ni en sanidad, ni en desarrollo, ni en investigación.
    3. El dilema no consiste únicamente en si se nacionaliza o se rescata con dinero público un banco quebrado. El problema es si esta pretensión no se acompaña de otra de cambio fundamental en las instituciones democráticas que afecte al sistema de representación y control de los políticos que los manejarían. Desde el 15M, ambas exigencias suelen ir acompañadas. Por tanto, es absurdo prohibir las nacionalizaciones con la excusa de que «los políticos son malos». Lo que hay que hacer es ponerles límite.
    4. La principal diferencia entre un banquero y un político —o alguien que depende de ellos— es que el primero tiene su negocio en riesgo. El segundo no arriesga prácticamente nada, al menos en España. Pero precisamente por esta impunidad y prepotencia política, la sospecha de acuerdos poco transparentes entre el poder político y la banca privada se hace demasiado insoportable como para no tratarlos con cuidado.
    5. No se puede meter en el mismo saco a los bancos de EEUU junto con los de España. Sin entrar en lo que sería un largo debate sobre los pros y los contras del sistema norteamericano, la cuestión es que la situación es completamente distinta a la de España. Para empezar, los bancos de EEUU que han estado implicados en las causas de la crisis son entidades de servicios financieros. Esto es, de especulación pura y dura, negocio que apenas existe en España —por lo menos reconocido—. En este país donde el poder judicial apenas se diferencia del político y en donde se permiten instituciones como las SICAV, que sólo benefician a las grandes fortunas mientras el ciudadano es sacudido a impuestos, no hacen falta. Ya se especula suficiente con la confianza de los ciudadanos.
    6. Esta excesiva inocencia o confianza en el sistema político por parte de la sociedad, es la que nos hace a todos culpables de la actual situación, aunque sea por pasividad. Pero que seamos culpables, no es lo mismo que ser responsables. Lo son los que ocupan cargos que se supone existen para evitarnos estas situaciones, o que manejan una información privilegiada que han utilizado exclusivamente en su favor.
      Un consejo: a la hora de tomar decisiones o de valorar, la situación, no nos dejemos influir por la pelea de gallos en la que se ha convertido este asunto, como con tanta frecuencia suele ocurrir en la polarizada sociedad española.

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      jueves, 24 de julio de 2014

      Arqueología informativa

      jueves, 24 de julio de 2014

      «El millonario terrorista islámico Ben Laden amenaza con nuevos atentados contra objetivos norteamericanos» (año 1998)




      • Texto de la noticia: «El millonario terrorista islámico Ben Laden amenaza con nuevos atentados contra objetivos norteamericanos»
      • Medio: periódico «Las Provincias»
      • Fecha: Jueves, 20 de agosto de 1998
      • Lugar de la foto: en la vía pública de un pueblo de la Comunidad Valenciana