El momento en el que esto ocurrió puede que no sea posible localizarlo en un tiempo o lugar concreto, por un lado por estar fuera de las posibilidades de este artículo y por otro, porque seguramente fue ocurriendo poco a poco, de manera dilatada en el tiempo. Un lento proceso que si bien fue inadvertido por ambas partes, en el caso de Gran Bretaña, una nación con ínfulas pero a la sombra del primer imperio global de la historia, la impaciencia porque le llegara el momento de superar a la entonces todopoderosa España, le otorgó la suficiente consciencia de lo que ocurría de manera que supo aprovechar las oportunidades que le surgían. Para exponer mejor esta situación y por comparación con otros casos similares vividos de cerca, partamos de las siguientes premisas en la que existen dos bandos enfrentados:
- La autocrítica se vuelve extraordinariamente difícil
- Se produce un incremento en el dogmatismo como consecuencia del punto anterior
- Uso sectario de los medios —logísticos, informativos, etc.— para que los hechos reales u objetivos se adapten a la conveniencia de los puntos anteriores.
Si bien ambos lados del enfrentamiento heredaban la clásica estructura de mando imperial, jerarquizada y autoritaria, cada bando se enfrentó de diferente manera en función de sus distintos puntos de partida, a la nueva situación que nuestra especie experimentaba:
Gran Bretaña
El imperio anglosajón era en su momento, igual de cruel y autoritario que el español, o más. Así mismo, los niveles de dogmatismo —político y religioso— alcanzaron niveles similares —sin ir más lejos, sigue siendo unos de los pocos
estados confesionales democráticos que existen— así como el uso sectario de los medios, en el que los anglosajones alcanzaron una práctica notable —
leyendas negras,
barcos auto-hundidos,
armas de destrucción masiva, este tipo de cosas—. Sin embargo, así como el español estaba en el cenit de su poder y no deseaba cambiar nada —el catolicismo se asumía como una religión absoluta y verdadera, de manera que con ella se «sabía» todo lo necesario—, el británico tenía justamente la motivación contraria: necesitaba cambiar para superarle, y además, debía justificar dichos cambios. Este ansia por alcanzar los logros del Imperio español, esta competitividad, es la que impulsó al británico a probar con algo nuevo.
Tal vez sea necesario detenerse en este punto ya que
la mayor complicación para entender el pasado, es que lo hacemos mirando con los ojos del presente. Pero si lo hiciéramos con la mentalidad de entonces, la actual perspectiva con la que se diferencian los mundos anglosajón e hispano era opuesta a la que ahora se conoce: España era la gloria, la excelencia a la que el resto del mundo aspiraba. Movidos por esta envidia, la jerarquía británica tomó una decisión arriesgada desde la perspectiva del poder, que fue perder parte de su protagonismo, introduciendo la
meritocracia en su sistema social. En cualquier caso, movido por las mismas ansias de expansión y conquista que cualquier otro imperio habido anterior y
posteriormente hasta incluso nuestros días. Los que participaron en la ocupación del continente americano por parte anglosajona, cometieron o practicaron, según se vea, los mismos o peores actos que cualquier otro. Es decir, como se ha venido repitiendo: esclavización, aniquilación y por último, segregación racial y sometimiento de la población nativa recluyéndola en reservas ¿Qué más ha hecho el mundo anglosajón desde entonces? Hagamos un pequeño resumen:
- Tras el Acta de Supremacía de la corona británica por la que se escindía de la Iglesia Católica, las ejecuciones por motivos religiosos eran algo común en Gran Bretaña. El problema es que no hay una versión única y suficientemente objetiva de aquellos hechos. Pero lo que sí se puede afirmar con rotundidad es que en el mundo protestante —en el que se incluirían otros países como Alemania y Países Bajos— el rechazo e incluso odio hacía la religión católica acabó en la persecución de los practicantes de esta fe cristiana, debiendo ocultarse y permanecer en la clandestinidad.
- Mientras que la Inquisición Española fue la primera en detener las ejecuciones por herejía, no ocurría así en el resto de Europa, dándose el paradójico caso de Miguel Servet, un científico y filosofo español que murió ejecutado en Ginebra por no renunciar a su libertad de opinión sobre algunos temas en los que discrepaba con las versiones «oficiales».
- Esta rivalidad llevó a ambos bandos a una creencia dogmática en la superioridad moral de cada uno sobre el adversario. En el caso que nos ocupa:
- El famoso científico y matemático Alan Turin fue procesado y castrado químicamente por su homosexualidad, circunstancia de la que hasta hace bien poco no ha habido una disculpa, en este caso de la máxima autoridad.
- El pretendido carácter «sublime» de su cultura y etnia es el germen de la segregación racial —como el apartheid en Sudáfrica o el KKK en EEUU— y en concreto, de las ideas eugenésicas de mejora racial que en Alemania dieron paso al nazismo.
- Imperialismo, colonialismo y expropiación cultural en India, Egipto y otros países africanos, cuyos problemas continúan vigentes en nuestros días.
- Intervención unilateral en oriente medio con Israel y Palestina, provocando un conflicto que ha incendiado social, política y militarmente la zona y cuya solución se ha vuelto enormemente complicada, cuyas consecuencias salpican al mundo entero.
Antes de condenar la corrupción y la rudeza de los demás, quizás deberíamos recordar que el acto del imperialismo en sí mismo puede verse como una grosería arrogante e interesada en una escala global.
Ante semejante panorama cabe preguntarse cómo es posible que el mundo anglosajón disfrute a pesar de todo de tanta aceptación y domine actualmente la cultura y política internacional. La explicación una vez más puede que esté fuera del alcance de este artículo, pero la necesidad de introducir la meritocracia en su sistema a buen seguro tuvieron algo que ver: la jerarquía política, la responsable de encaminar y dirigir la sociedad, tenía la necesidad de contar con todos y cada uno de sus miembros, súbditos o ciudadanos, de manera que todo aquel que tuviera algo que aportar era bienvenido, independientemente de su ascendencia o clase social. El mundo anglosajón y protestante ha alabado el esfuerzo y el trabajo, ha
fomentado el cultivo intelectual de su sociedad desde temprano, ha respetado a los miembros de sus colectivos dándoles relevancia, autonomía y participación política, y les ha valorado de manera mucho más justa. Como resultado, ha logrado que la democracia de Gran Bretaña sea la más antigua del mundo, sin rupturas, sin revoluciones, ni guerras civiles. Es tal vez el único país que se ha construido socialmente desde arriba, gracias a responder adecuadamente a la presión de las circunstancias. Las clases dirigentes han dado el necesario protagonismo e independencia a los miembros de su sociedad, aceptando
piratas y
contrabandistas como parte de las élites, porque eran los mejores en lo que hacía falta. Por este motivo no tienen constitución escrita, usan las unidades de medida que el pueblo ha usado siempre, no hay academias lingüísticas que establezcan regulaciones en la manera en cómo el pueblo habla. En definitiva, la legitimidad y autoridad ha sido aceptada, existiendo una conexión entre gobernantes y gobernados que en pocos lugares existe. Aunque se ha equivocado en aspectos como los prejuicios raciales o su intervención en oriente medio, y continúa equivocándose en muchos otros aspectos, estos errores no son atribuidos a castas políticas privilegiadas inmerecidamente según sus propios valores, sino que son asumidos y reconducidos por sus propios mecanismos internos. En definitiva, la sociedad responde con una implicación en la marcha de sus proyectos como colectivo, mucho mayor que en el mundo hispano.
A veces se dan estos accidentes históricos: unas veces unos intrépidos navegantes prueban a explorar rutas nuevas por necesidades económicas, y se
encuentran con un continente desconocido. Otras, transmiten de manera inadvertida enfermedades contagiosas para las que la población local
no tiene defensas, causando una
gran mortandad a pesar de poner
todos los medios posibles para impedirlo. En aquel momento, movidos por las pocas edificantes ansias de poder, el mundo anglosajón iba a cambiar siglos después, el paradigma social y político.
España
El caso español era sensiblemente distinto del británico, pero no por ninguna debilidad o defecto intrínseco a la cultura latino-mediterránea —nada que en aquel momento se pudiera ser consciente, claro—. Como se ha comentado, por raro que ahora nos parezca, España era entonces el referente, el modelo de éxito, el primero que había logrado establecerse y asentarse en otro continente y fundar un imperio global, el primero con la suficiente capacidad tecnológica y logística como para llevar recursos suficientes a la otra parte del océano y una vez allí, poder hacer uso de ellos al servicio de su Imperio. El español estaba en la cúspide del poder, de manera que —y esto seguro que nos parece más cercano a la actualidad— emborrachados de éxito pero temerosos de perder su posición privilegiada, cuestionar la autoridad era algo cercano a un acto de traición. Como consecuencia, el dogmatismo y la ceguera política se apropiaron de sus dirigentes.
Aunque con las actuales varas de medir nos resulten claramente insuficientes —como no podía ser de otra manera—, lo cierto es que el encuentro de culturas en América significó un antes y después en la historia de la especie humana, cuya importancia no consistió en el nivel desempeñado, sino precisamente en marcar el inicio de lo que siglos después se convertiría en los Derechos Humanos. Estos logros —prohibición de la esclavitud, fin de la inquisición, aplicación de criterios racionales— se alcanzaron gracias a la intervención de ciertas autoridades, haciendo uso de la propia filosofía que emanaba de la religión que les encumbraba al poder, y gracias a señalar la evidente incoherencia entre esta y lo que se estaba haciendo sobre el terreno. Pero —y esta sería una clave que marcaría la diferencia—
estos incipientes avances no hacían referencia a la gestión de los propios recursos humanos. No afectaban a la forma de auto-organizarse social y jerárquicamente. La autoridad no se veía menoscabada ni afectada en sus privilegios o prerrogativas, simplemente se optó por una condescendencia con el débil y el indefenso, para que la evangelización pudiera legitimarse y seguir su curso sin enfrentarse a mayores incoherencias.
El destino de los españoles, en todos los países del mundo, es participar en las mezclas de sangres.
—Denis Diderot
Resulta paradójico que mientras el Imperio anglosajón y sus aliados contra el catolicismo no tenían la más mínima intención de proteger como iguales a otras razas y etnias que han considerado inferiores hasta hace bien poco, el Imperio español, preocupado en definitiva por la integración de otros pueblos en la estructura social del catolicismo, haya sucumbido frente a esos mismos que se han mostrado más despiadados e insensibles. ¿Cómo ocurrió esto? ¿Qué es lo que ocasionó que aquel imperio global y envidiado sea, no solo superado, sino objeto de constantes críticas?
Por un lado, porque la situación superaba con creces la capacidad de cualquier pueblo, nación o estado político. Ahora ya no se trataba de conquistar a tu vecino, se trataba de algo mucho más grande, algo que transcendía los conceptos culturales, geográficos, históricos y étnicos que hasta ese momento —incluso aun hoy en día— se discutían. Y por otro, porque por mínima que fuera la capacidad de autocrítica manifestada por el Imperio español cuando decidió pararse a considerar lo que estaban haciendo, fue interpretada como un signo de debilidad por el contrario. A partir de entonces, el mundo anglosajón y protestante se dedicó a la misión de exagerar los defectos de una cultura señalados por ella misma. Es decir,
la autocrítica se interpretaba como la evidencia de una carencia de legitimidad que, sin embargo, el mundo anglosajón creía poseer para cometer los mismos o peores actos. Paulatinamente, el mundo hispano se anclaba y estancaba en su posición, incapaz de asumir los logros del contrario y corregir los errores propios, ignorando lo perdido pero soñando cada vez más en glorias pasadas. Se iniciaba tal vez así, el famoso
complejo de inferioridad hispano, una auto-profecía que ha permitido que un Imperio haya desbancado a otro, más por sus propios defectos que por las virtudes del contrario.
El anglosajón, visto que por lo militar no fue capaz de doblegar al contrincante en su momento, sacaba provecho de cada ventaja que le surgía en cualquier ámbito por intrascendente que pareciese, exagerando hechos y defectos del contrario, mientras que iba reescribiendo la historia para
ponerse ellos como los «chicos buenos», ante la inoperancia hispana. Finalmente, el mundo anglosajón y protestante ya no necesita usar de leyendas negras para demostrar su superioridad. Esta es evidente al menos en lo cultural y político, ya que en lo ético, ni lo fue entonces ni lo es ahora. El problema de los actuales juicios contra el legado hispano es que por un lado, provienen en su mayoría de su propio ámbito. Y por otro lado y más importante, es que la leyenda negra no es que sea falsa, sino que no dice toda la verdad. Y no hay peor mentira que una verdad a medias.
|
Enfrentamiento entre una revuelta de esclavos y soldados coloniales en la Guayana Británica. (Fuente: The Conversation [Shutterstock]) |
El futuro y sus retos
La especie humana lleva varios miles de años caminando sobre este planeta sin encontrar un camino libre de
intolerancia, guerra y destrucción del medio ambiente. Dando tumbos, movidos por los mismos instintos primitivos de miedo al diferente y protección del territorio, e incapaces de encontrar el equilibrio. El mundo anglosajón ha sabido gestionar internamente sus recursos humanos, sin embargo, hasta bien entrado el Siglo XX ha sido un nido de racistas y segregacionistas. Incluso hoy en día, los máximos exponentes de lo anglosajón tienen a alguien como
Donald Trump que propone muros para dividir, o el nuevo primer ministro británico
Boris Johnson, decidido a consumar un
Brexit resultado de un referéndum manipulado y con la xenofobia como una de las motivaciones que más suenan de fondo. Según algunos especialistas, el británico ha sido un imperio disgregador y destructor de sociedades mientras que el hispano por el contrario, ha sido integrador de culturas. El británico ha usado a sus colonias como fuente de recursos, apartando a los nativos, eliminándolos o recluyéndolos en reservas, segregándolos. La gran paradoja es que mientras el mundo hispano aumentaba su complejo de inferioridad autoprofético, se consumía paulatinamente mientras el británico y sus compañeros han ocupado el resto de planeta que quedaba, haciendo lo mismo que el hispano admitió hacer y cesó en su empeño. Gran Bretaña y EEUU, al frente del «mundo occidental», han ocupado y
explotado el continente africano, apoyando a dictaduras que han esclavizado a sus habitantes para explotar sus recursos y sostener el «modo de vida» de occidente. De la misma manera, latinoamérica vive en una eterna inestabilidad con revueltas, golpes de estado y crisis económicas, planificadas desde despachos del gran vecino gringo del norte.
La paradoja americana
Volviendo a lo planteado al inicio del artículo, hay que preguntarse por qué EEUU es hoy la gran potencia que es, de manera que se permite alterar la vida política del resto de países del continente y de Europa, prácticamente a su antojo. La única respuesta posible es que de todas las colonias que tuvo el Imperio británico, esta es la única que logró independizarse y formar un formidable país uniendo los en un principio, disgregados estados. La jugada les salió bien, es algo que ahora pueden decir, pero en su momento no había nada claro. De hecho, la independencia se logró para disfrutar de pleno poder sin injerencia del yugo británico, gracias en una gran parte
a la ayuda del mismísimo Imperio español, el contrincante, otra de las facetas que no es recordada lo que se debería.
La paradoja se vuelve especialmente retorcida cuando parte del problema que se padece en latinoamérica es causada, no únicamente por esa supuesta mediocridad hispana heredada, sino por la interferencia de los que en su momento necesitaron ayuda para ser lo que son hoy en día. España ayudó a EEUU a independizarse, pero no pudo evitar que sus colonias hicieran lo propio apoyadas también por el enemigo británico. Pero mientras que EEUU apostaba a caballo ganador y se aliaba con la que fuera su opresora Gran Bretaña, el mundo latinoamericano y sus dirigentes actuales —herederos de aquellos que gobernaban las colonias cuyos padres nacieron al otro lado del océano, pero quisieron independizarse de su rey para gozar del poder completo—, decidieron aprovecharse de la presa fácil y acomplejada en la que España se ha ido convirtiendo con el paso de los siglos para continuar en el poder. La «mediocridad hispana» pues, no fue algo heredado sino construido siglo a siglo una vez lograda la independencia, tras la cual la estrategia fácil pero inútil salvo para eludir responsabilidades y convencer a ignorantes, ha sido la de
continuar culpando de sus problemas a sus antiguos capataces, sin importar la distancia en el tiempo, anclados en el pasado, sin superarlo.