¿Dónde está el fin de los ordenadores de sobremesa? ¿y el del correo electrónico? Se lleva años hablando del tema y no parece que se llegue a ninguna de las situaciones que algunos predecían. En el fondo puede que más que predicción sea un anhelo, como el CEO de la plataforma colaborativa Slack que pretende competir con el clásico método de mensajes de toda la vida.
Hubo un momento, con el auge de las redes sociales, los dispositivos móviles y las aplicaciones de mensajería instantánea, que parecía que iba a ser así. Al menos, eso era lo que ciertos vendedores de humo nos decían, pero la realidad, la de verdad, no la del mercado, se empeña en mostrarnos un mundo en el que el correo continúa inamovible en sus ámbitos de siempre: el corporativo o empresarial, como herramienta de marketing o de comunicación con usuarios o clientes mediante envío masivo de emails, en boletines de noticias y canales RSS —sí, no solo todavía existen, sino que hoy por hoy son la única alternativa a los contenidos confeccionados por algoritmos basados en criterios publicitarios— y como estándar seguro sobre el que descansan la mayoría de seguridad de las cuentas de esas redes sociales que se suponía que iban a sustituirle, pero en lugar de eso lo han convertido en prácticamente indestructible.
Alguno podrá apuntar que cierta famosa y multitudinaria aplicación de mensajería instantánea no requiere de un correo electrónico, es cierto, y probablemente sus usuarios no sepan ni lo que es salvo que era lo que necesitaban para activar los teléfonos donde ejecutan el Whatsapp. Cada teléfono, cada red social, cada cuenta de usuario de cada servicio, requiere de una cuenta de correo electrónico para confirmar la identidad del usuario.
A pesar de los muchos millones de usuarios de mensajería instantánea y redes sociales que van y vienen, a Whatsapp le surge como competencia Telegram, a Facebook Vkontak, pero da igual el país, da igual la plataforma, siempre aparece en algún momento el correo electrónico. Tal vez no será mayoritario ni multitudinario, pero es imperecedero y universal. Y como todas las cosas, requiere de un uso adecuado. Es más, es necesario usarlo adecuadamente para que tenga utilidad, al contrario que otros servicios basados en la adición, en el ego, en el narcisismo, en la visceralidad o en la vanidad.
El protocolo de correo es un estándar seguro sobre el que nadie tiene el monopolio. Eso le hace ser complicado de evolucionar, pero al mismo tiempo, sólido. Clásico, tal vez añejo o vintage, pero útil. Los jóvenes de ahora no lo conocen, pero para los adultos del mañana que trabajen en entornos tecnológicos, probablemente continuará siendo su principal herramienta de comunicación. Como a todo, le llegará su momento, sin duda. Pero cuando ocurra, será porque algo que verdaderamente valga la pena le sustituya. Y ese momento, aún no ha llegado.